lunes, 9 de agosto de 2010

Sin rémoras

- Mira, necesito...sí, necesito hablar contigo. Tengo muchas cosas claras y tengo también un buen lío en mi cabeza.
- Ya. Los líos se deshacen pronto. Solo hay que preguntarle a las emociones. Ellas los deshacen enseguida.
- ¿Enseguida? ¿Así es como tú entiendes las cosas?
- Así es como me ha enseñado la vida y los traspiés, y así es como lo hace mi maestro.
- Siempre estás hablando de tu maestro. Estoy loca por conocerlo. Debe ser como una bola de cristal con barba blanca y bien recortada.
- Sí, es más o menos así, pero también es un proscrito que te roba el alma y la voluntad cuando a él le place. Y esto último es lo que más me fascina de él.
- ¡Vaya hombre...o lo que sea! Pero estamos desviándonos. Quiero que me mires fijamente a los ojos y me hables. Necesito que me hables, escucharte, saber que es lo que te inquieta, saber por qué has dado este paso. Saber por qué me has soliviantado cuando menos lo esperaba, cuando no sabía nada de tí, cuando pensaba que los hombres eran como un páramo de árboles caídos que esconden sobre la tierra sus vergüenzas. Saber por qué has logrado desestructurarme los sentimientos y tambalear mi condición de mujer aferrada a unas circunstancias y un orgullo. No soy capaz de averiguar si escondes un bien o un mal bajo tu sonrisa y esa mirada cargada de deseos. No pensaba que debería enfrentarme a este momento...y, en cambio, lo deseaba, había soñado con él un número incontable de madrugadas. Y ahora, ¡ja! llegas y no sé qué hacer contigo.
- Es muy fácil. Solo tienes que hacer una de dos cosas: dejar que te cuente y sucumbir, o dejar que me marche sin escuchar siquiera un adiós.
- ¿Crees que es fácil elegir? ¿Ahora que me has inundado de horizontes al alcance de la mano? ¿Ahora que has logrado descifrar los trasfondos de mi vida y acertar con precisión los colores insondables de mis ojos? Nadie ha sabido hacerlo nunca y tú me has biseccionado como a una libélula en una noche de radiante luna. Pero yo no soy capaz de saber lo que te hurga por dentro y por eso necesito palabras y señales, esas luces diferentes que encienden tantas cosas apagadas durante casi toda una vida. Así que cuéntame que llevas dentro y por qué has elegido a una pagana entre tantas diosas.
- Yo no te he elegido. Hubiese querido pasar de largo y conformarme con un instante de perfume y un lejano deseo inconcreto. Hubiese sido la forma de que el corazón se mantuviese indemne y la vida vacía, como siempre. Pero no. Al presentirte, al tenerte muy cerca y traspasar con indecente violencia ese mar amarillo de tus ojos ribeteados de un verde imposible, he proclamado a todos los vientos del mundo: ¡¡Fuera rémoras!! Y todos los obstáculos, los temores, los recuerdos, las nostalgias, y las sombras, se han echado para un lado. Y no necesito hablarte, ni contarte cuentos de dulces hadas y enamorados príncipes. Solo tienes que mirarme y observar en qué me he convertido. ¿No ves que ya no soy yo? ¿No ves que soy ya una parte de tí? ¿Acaso sabíamos el uno del otro? Pero el Universo ha logrado expulsarnos de nuestras respectivas órbitas y conducirnos, en sentidos contrapuestos, hacia una inminente e inevitable colisión cuando supo que las fuerzas adecuadas del uno y del otro eran las estrictamente necesarias.
Es el nacimiento de esa precisa energía que los humanos llamamos amor, el carro de fuego que pasa, como el cometa Halley, cada tropecientos años por delante de tu puerta ofreciéndote un instante de futuro y trascendencia, la razón de ser esencial de todas las cosas, la vida justificada, el sentido de la vida, la inmortalidad plena mientras dure esa inabarcable percepción. Lo siento. Siento haberte robado esa parte que fue siempre tuya, pero ahora soy algo más de mi mismo, el hombre sin amor que, sin embargo, ha logrado el milagro de transgredirlo.
- Vamos, dame tu mano y caminemos hacia aquel árbol. Y no hables, no digas nada, solo apriétame de vez en cuando la mano para que sepa que sigues ahí. ¿Sabes? Ese árbol lo planté yo misma hace mucho tiempo y ahora, agradecido, nos va a dar la sombra y el cobijo con el que siempre soñé.
- Vamos.