lunes, 21 de noviembre de 2011

La pregunta




"Una noche cualquiera, escuchando "Con su blanca palidez", sentado sobre el sofá, liberada la mente de ataduras y sin más compañía que el enemigo oportuno de tu otro yo, te preguntas qué mujer de todas las que han pasado por tu vida te gustaría tener a tu lado ahí y ahora, y resulta que no te sabes contestar, lo cual viene a indicar que, infaliblemente, no ha pasado la que tenía que pasar....todavía. La gente no sabe que una buena pregunta puede ser más trascendente que un millón de respuestas."



Marco Aurelio Wilson de Balboa. Filósofo existencialista de la Escuela del Conocimiento Supremo al Alcance de la Mano. O sea YO.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Anuncio

Anuncio, aquí y ahora, que voy a acometer una nueva tarea, un nuevo y excitante salto al vacío de los abismos insondables de los hombres...y de las mujeres. Voy a adentrarme, con toda la carga posible que pueda soportar a las espaldas, en esos territorios delimitados, desde los ancestros, por la palabra prohibición. Se trata de emprender un viaje cercano que sea capaz de llevarme lo más lejos posible hasta alcanzar ese abismo vertiginoso y confuso donde habitan las respuestas y descansan los fantasmas. Pero procuraré no despertarlos de su sueño porque se vuelven molestos cuando se les despierta sin algo de legitimidad.

No, no me voy a luchar contra talibanes de Oriente o de Occidente, ni me voy a las misiones, ni he encontrado un trabajo, ¡qué falacia!, y ni siquiera un nuevo amor y, además, mi sofá sigue exactamente igual de roto que hace unos meses. Voy a montarme en ese carruaje destartalado hecho a base de trozos dispersos de vida y, asomado como un niño curioso a la ventana, voy a describir el paisaje, a mi manera, a mi entender y a mi sentir, que pienso que no es poco. Tan solo es eso lo que voy a hacer, un paseo tan simple como esencial y al que no se atreve casi nadie. La gente viaja hasta los Polos, o a la Amazonia, o a las selvas de Borneo, o a disfrutar de un plácido crucero por las aguas mansas del Danubio. Pero yo no voy a llegar tan lejos: voy a mirar hacia dentro, muy adentro, y voy a sacar fuera todo el peso que puedan soportar los brazos de mi conciencia. Es un viaje para el que no hace falta billete, solo agallas y sacrificio porque el camino es pedregoso y las botas para caminar están ya algo roídas.

Voy a volver a contar historias, esta vez más entroncadas con nuestra errática y caótica modernidad que con aquellas otras que hablaban de la magia, de la Alquimia y de la búsqueda de antiguos manuscritos, y que tan oportunamente propició la fascinante amistad que conseguí con mi maestro veneciano Bramante y que, a la postre, hicieron posible el milagro de mi primer libro "Entre la oscuridad y el cielo". En este caso no lo necesito a él, me basto conmigo mismo, porque ya aprendí de él lo imprescindible, y a eso voy a recurrir, a eso y a la memoria, por supuesto.

Y voy a inventar una historia banal, tan banal que es capaz de hacernos llorar y reir a un tiempo. Porque es de eso de lo que estamos hechos: de una cruda y puta dualidad. La misma que voy a desnudar y abrir en canal para dejarla con todo al aire: lo adolescente, lo joven y lo adulto, la rabia y la pasión, el honor y el deshonor, la mentira y el amor, las suaves caricias y el desenfreno salvaje, la transgresión inesperada, la libertad enjaulada y la delincuencia de uno mismo hacia uno mismo, los hijos, los padres, los amantes, lo falso vestido de verdadero y su justa viceversa.

Todo es inventado y nada es incierto, así es la vida, así somos nosotros, una forma diferente según nos llegue una luz clara, sesgada o difusa. Las cosas se encajan a sus momentos y a la gente hay que entenderla en sus contextos y desde tus propios adentros.

Este nuevo libro va a intentar ser consecuente con ello y va a tratar de no enjuiciar. Existen historias que no necesitan de preámbulos algunos. Ellas mismas, desde su mera exposición, son capaces de facultar en el lector los pertinentes análisis que le permitan solidarizarse, compadecerse o asquearse con los personajes que las protagonizan. ¡Allá cada uno!

Es tan solo una novela que ya tiene nombre, principio y final. Un segmento entre dos puntos -llamémosles 13 y 45-, que resulta cruzado al azar por muchos planos que antes que desestabilizar, lo sustentan como se sustentan las vidas a sí mismas, así como por arte de magia. Los dos puntos tienen nombre de mujer, el mismo nombre en ambos casos. ¡Qué casualidad!

Salgo del 13. La novela verá la luz cuando llegue al 45. No es mucho. Paciencia y barajar, que me digo yo a mí mismo.

"Un alma de papel" cuenta Manolo García en esa preciosa canción de su último disco. Tal vez por eso, sea yo capaz de escribir, porque mi alma se está convirtiendo -como dice él- en un alma de papel y alambre.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Claro y oscuro

Mi hermana dice que mis escritos los entiende pocas veces ¡Y eso que escribo también para ella! ¡Vaya infortunio! Esperaba ser vapuleado por otros menesteres más livianos, más al uso con el hombre perezoso y vulgar con que siempre me he etiquetado yo a mí mismo, pero no, me dice con hermanada vehemencia que se pierde o, mejor dicho, que me pierdo y, en consecuencia, la pierdo cada vez que lee uno de mis jeroglíficos. Y yo, claro, sonrío mirando para otro lado porque resulta que su severa apreciación es completamente natural: ella apenas si sabe leer porque ha vivido muchos años alejada de todo tipo de signos, llámense cifras o letras, oyendo tan solo el gemido del viento y el ruído incansable de las aguas que se descuelgan por someros riachuelos desde las altas montañas, respirando pura naturaleza y hablando tan solo del tiempo que está al caer con esos pastores que, satisfechos, se descuelgan por las laderas llevando como única bufanda los chotos recién paridos. Por eso, supongo, no entiende mis escritos ¡Y a fé que le jode! porque también me lo dice. Y yo le respondo "¿Pero como vas a entender nada, si tú solo sabes de nubes y de vientos, de pan casero y de lumbres, de tempraneros amaneceres y ladras lejanas que anuncian que algo se mueve entre la maleza? Y nada más. "Pues ya es bastante" que pensará ella.





Pero no, ¡que nadie le coja envidia! porque el otro día, cuando aún tenía reciente en su cabeza el aroma a leche fresca de cabra y la vida campestre que carece de todos los sobresaltos que hay al otro lado del muro -ése al que pertenecemos los que escribimos sin que casi nadie nos entienda-, despertó de su sueño. Despertó, sí, soliviantada, y se vio vestida de universitaria con la panza bien cubierta de manera vitalicia, prestigiada por sus muchos años de enseñanza a todos los que no saben hacer la o con un canuto, y complacida con los que son capaces de convertir el mismo canuto en una ecuación; deshaciendo todo tipo de integrales y resolviendo, finalmente, ante sus incrédulos y cabreados alumnos, los mismos problemas que una semana antes sirvieron para cargárselos a todos menos a uno, el empollón de siempre. Pero qué curiosa es la vida: yo no entiendo sus números y ella no entiende mis letras. Me dice que enreveso mucho las cosas y que abuso de los adjetivos. ¡Pues claro! Cada uno enrevesa y abusa según le venga en gana o requiera la situación, o te vaya la vida en ello, o qué sé yo. Así que he determinado no contrariarla en modo alguno. Yo tampoco entiendo al Universo, ni a la infinita finitud del ser humano, ni a los teoremas de la geometría combinatoria, ni a las mujeres...¿por qué, entonces, habría de entender ella lo que pone en mis escritos? Sin embargo, siempre y desde siempre, para quedar bien -como los políticos en los estrados o los asesinos en los juicios- intentamos justificar nuestras composturas para dar fé de nuestra propia identidad y que, al tiempo, no parezca una más de todas esas cosas que están en el mundo como los baúles: ocupando tan solo un lugar en el espacio.





Entonces, aproveché la cercanía y el parentesco, y le dije: "Mira hermana, cuando yo escribo tengo siempre un diccionario al lado porque mi vocabulario, como el tuyo, no es borgiano, es limitado y alguna que otra palabra puede plantear duda, no por rebuscada, sino porque la semántica es una ciencia de expertos o de seres consagrados. No digamos ya, cuando leo. Pero ¡cuidado!, si ocurre que simultáneamente no sabemos lo que quiere decir -más o menos- "entelequia", "misoginia" o "apátrida", se corre el riesgo de no entender un escrito, sea página, párrafo o simple frase. Eso por una parte, que ya sé que no es la tuya. Si, además, se confunde la descripción impúdica de un sentimiento o de un paisaje con una sarta de adjetivos ininteligibles que solo intentan enmascarar un hecho banal para sacralizarlo literariamente, pues también se está equivocado, y si no que se lo pregunten al propio Borges o a Caballero Bonald, premio nacional de poesía y un completo exaltado de la adjetivación. Pero ya sé, aquí también, que no es tu caso. Y por último, sobre el enrevesamiento o esas frases que parecen desviarse descuidadamente del tema central, decirte que hay en la Literatura un asunto, en cierto modo mágico, que se conoce como metáfora. La metáfora es, siempre que esté bién encasquetada -como el vestido de fiesta de la Cenicienta-, la música del lenguaje hablado o escrito, la otra cara de ese espejo que te permite ver lo mismo desde otra perspectiva y, en consecuencia, te abre los puntos de mira y las referencias, pero sobretodo, ya te lo he dicho, es la música del lenguaje. Y a tal partitura recurro, porque me gusta y porque nadie me lo puede impedir, simplemente.





Así que, queridísima hermana, siento haberte despertado de ese sueño bucólico en el que a mí también me hubiese gustado verme inmerso, ese paisaje donde sobran los diccionarios y los teclados, los insidiosos móviles y las asquerosas hamburguesas, y donde ni siquiera caben las críticas bienintencionadas.





Yo no entiendo tus números y tú no entiendes algunas de mis letras, pero ya ves, cada uno tiene sus razones, aunque a mí me falte esa ocupación vitalicia que, tal vez, me hubiese permitido dejar de cabrear a los pocos que me leen y que encima van y no entienden mis escritos.





Esto de las entendederas es una cosa difícil de entender. Mira, el filósofo austriaco Wittgenstein estaba un día en una estación conversando con una amiga. De repente, el tren comenzó a alejarse y Wittgenstein corrió tras él logrando, por fin, subir. Detrás se quedaba su amiga en el andén.





-No se preocupe, señora -le dijo un empleado de la estación-, dentro de diez minutos sale otro.
- Usted no lo entiende -le contestó ella-, él había venido a despedirme.
¿Te das cuenta, querida hermana? ¡Qué dificil es entenderse! Besos y buenas enseñanzas.