En la página 56 de una novela que, entre otras cosas, habla de la magia de los libros, se puede leer: "Se levantaron y salieron al corredor. De niño, Jon tenía prohibido ir abajo, a no ser que estuviera acompañado por Luca o Iversen, y nunca había puesto un pie al otro lado de la puerta de roble a la cual ahora ellos se dirigían. A sus ojos, aquella estancia siempre había sido una cámara del tesoro o la celda de una prisión, pero no importaba la insistencia con que lo pidiera, jamás le permitieron entrar. La puerta siempre estaba cerrada con llave, y al cabo de un tiempo dejó de preguntar. Iversen extrajo un manojo de llaves del bolsillo de su pantalón y seleccionó una gran llave de hierro, que introdujo en la cerradura. Al abrirse, la puerta chirrió con solemnidad. Jon notó que se le erizaban los pelos de la nuca.
- Bueno, ésta es la colección Campelli-anunció Iversen, desapareciendo en la oscuridad, más allá de la puerta. Un instante después, las luces se encendieron y Jon dio un paso hacia el interior. La habitación era baja, de unos treinta metros cuadrados, y el suelo estaba cubierto por una gruesa alfombra oscura. En el centro de la estancia, cuatro sillas de aspecto cómodo estaban dispuestas en torno a una mesa baja de madera oscura. Las paredes se veían cubiertas por completo de estanterías y armarios de cristal llenos de libros con las portadas más diversas. La mayor parte, no obstante, estaban forradas en cuero, y la iluminación indirecta sobre las estanterías inundaba los volúmenes y el resto de la habitación en una claridad suave, dorada."
Y en la página 133 de otra obra que también, entre otras cosas, habla de la magia de los libros, se puede leer: "Bramante se levantó instándome a que le acompañase.
- Voy a enseñarte ahora la habitación más luminosa de la casa: ¡el calidoscopio! -exclamó con indudable orgullo.
Me condujo a través de una angosta escalera hasta el último piso del edificio y, una vez allí, penetramos en una habitación que era como una especie de torreón abuhardillado con ventanas en los cuatro costados. El espectáculo de luz y de color que saltó a mi vista contrastaba severamente con la penumbra y la atmósfera espesa de la biblioteca que acabábamos de abandonar. Una multitud de figuras de cristal, distribuídas con gran sentido del orden, y colocadas en sus respectivos pedestales, ocupaban casi todos los espacios de la sala, descomponiendo los rayos de luz que las atravesaban en múltiples reflejos de colores que se esparcían por las paredes, dando efectivamente la sensación de que nos encontrábamos en el corazón de un gigantesco calidoscopio. Algunas figuras resultaban reconocibles en la forma y otras componían extraños giros como si ellas mismas fuesen el producto de su propia involución. La fascinación de la belleza, como tantas veces habían descrito a la ciudad de Venecia escritores y artistas, alcanzaba en aquella habitación, la más alta de la casa, el paradigma de todas sus estancias. Sin embargo, en la disposición de todas las figuras, algo se había hecho con una clara intención: todas parecían rotar, como los astros de un colorista sistema planetario, en torno a una gran figura central, que apoyada sobre un pedestal de mármol verde veteado muy oscuro, ocupaba el centro mismo de la estancia. Se trataba de la figura desnuda de una mujer de larga melena, tendida con un confuso contorneo de piernas y brazos, sobre la que parecían saltar chorros de burbujas o de espuma, al tiempo que su rostro mostraba un gesto libidinoso de complacencia. Jamás había visto una cosa así moldeada en vidrio. El maestro no decía nada. Comprendió que mi recreación solo pedía silencio. Me acerqué a la figura y permanecí unos instantes observándola con fijeza. En la cabriola, uno de los pechos quedaba al descubierto, y los glúteos se exhibían voluptuosos y exuberantes imposibles de ocultarse bajo la espuma pudorosa que cubría otras partes del cuerpo.
- Maestro, ¿todo esto lo ha hecho usted con sus propias manos?- Con las manos, con la imaginación y con el aire de mis pulmones -respondió con arrogancia-.Este es el producto testimonial de nuestro oficio de maestro soplador. Soplador: el que intenta insuflar por medio del aliento en el cristal semilíquido un alma que dé origen a una forma. Decimos nosotros los vidrieros que es el vacío lo que le da el sentido al recipiente. Pero, finalmente, es la emoción de quién contempla la obra, lo que le confiere a ésta su verdadero valor".
Las dos obras han sido escritas al mismo tiempo. Las dos sitúan a los libros en el lugar de privilegio que les corresponde, desempolvando sin pudor la magia que muchos de ellos llevan implícita, y las dos también, serán capaces de tocar el corazón de los bibliófilos. Sin embargo, no son dos obras análogas y ni siquiera comparables a pesar de que también ambas se constituyen en la primera novela de sus respectivos autores.
La primera reseñada aquí es un thrillers en toda regla, una novela cuasi policiaca, que envuelve al protagonista en una atmósfera de amenazas de muerte y misterio donde las sectas y los libros caminan de la mano desde el abismo de la propia noche de los tiempos.
La segunda, en cambio, es un ejercicio profundo de reflexión a la vez que un juego. El misterio, la emoción y la mayor amenaza que se cierne sobre el protagonista, en este caso, radican en él mismo. Y desde esa atalaya contempla el infierno y el paraíso a un mismo tiempo llegando a descubrir que la eternidad está dormida en la propia palma de su mano.
La primera entronca más facilmente con el lector. La segunda, obliga a ejecutar escorzos imprevistos y algunos incómodos análisis. La primera ofrece una trama vertiginosa, la segunda ralentiza a voluntad los escenarios y se recrea con saña en los sentimientos. La primera engancha de principio a fin y la segunda desengancha, desde el fin hasta el principio, del furgón de esa sospechosa nada de la que siempre hemos creído estar hechos. En la primera el protagonista es un afamado abogado, en la segunda el protagonista es un infractor atiborrado de melancolía, un cazador de emociones que necesita constantemente sobrevivirse a sí mismo, el hombre en busca de sentido, sin más.
Los libros, en cualquier caso, son el altar donde ambos autores llevan a cabo sus sacrificios. Pero los dioses no han hablado desde el mismo oráculo: Una de esas obras ha sido editada en más de veinte países e incluso existe ya un contrato con una compañía cinematográfica. La otra, aún se mueve en los cienos de los muertos anónimos, los sin voz y sin causa que atestan el purgatorio de los no elegidos por la gracia suprema del inoportuno vuelo de una mosca ante las fauces de los que están designados para indicar el camino a seguir. Así son las cosas y así las contamos, que dicen en los telediarios. El milagro, no obstante, ha logrado ver la luz en ambos casos y a ese mensajero nadie lo puede matar.