lunes, 10 de mayo de 2010

Ahora

Ahora, a la una y cuarenta y cuatro de la madrugada, suena en la radio Jehtro Tull. Mi perro duerme como un perro viejo, junto a mi cama, a todo lo largo de su mantica. La mesa es un marasmo de pequeños desórdenes: cables por todas partes, libros, papeles en blanco y papeles escritos, periódicos de hace semanas, las dos cámaras de fotos, pilas gastadas, el trapo de limpiar las gafas, los libros que he escrito yo y los que han escrito gente que no conozco, polvo por aquí y por allá, una navaja de Victorinox y no sé cuantas cosas inservibles más. Esta noche no se ve la luna en la ventana, pero seguro que está siendo observada por otros muchos. He llegado jodido a casa sin ninguna razón que lo justifique, porque nada ha cambiado. Por eso he llegado jodido a casa. Durante esos primeros instantes he tenido que luchar con aviejado sacrificio y la cansina entereza de otras veces contra ese nauseabundo desaliento. Después, me he metido en la cocina, ese pequeño espacio que aleja el aburrimiento y despereza la conciencia. El chocolate, como casi siempre, ha puesto dulce final al refrigerio. Durante media hora he estado hurgando en el portátil en uno de esos escaparates de mujeres en busca del que les dé brillo y esplendor. ¡Cuán petardas son la mayoría! Y que me perdonen las pocas que no lo son. Hace rato que me he pasado a la vera de la madre, la del portátil digo, para ver las fotos que, a falta de una buena Cuccinotta, les he soplado al edificio Carrida que, con la luz sesgada de la tarde, se mostraba de un azul lascivo que encendía. Como siempre, dos o tres tomas adecuadas entre un ciento. Ayer no fué un mal día: fotos a un chalet de imposible venta, un arroz a mediodía con rape y gambas cuyos granos robaban de vez en cuando los gorriones, regado hasta verle el culo a la botella de Paco y Lola, un albariño sabroso de nuevo cuño. Y risas, conversación intrascendente, es decir, buena conversación, continuada con la ayuda de un buen vodka y un café con Tía María junto a la piscina de verdísimas aguas del club de golf Playa Macenas y la ruidosa melodía shakesperiana de cuarenta ingleses borrachos a nuestro alrededor. Quería escribir esta noche sobre algo trascendente, o sea, sobre la ruda belleza de una katana o acerca de la vida de un mosquito que lleva clavado en el techo desde que he llegado, pero no ha sido posible. La falta de inspiración y de estímulos para llevar hasta la pantalla algún texto con sentido, comienza a ser preocupante. Así que ahora, a las dos y treinta y tres, tal vez sea más provechoso hacer lo que hace el perro y soñar solidariamente con él. ¡Qué jodida linealidad sobresaltada por fastuosas pesadillas que nunca sé ni quiero interpretar! ¡Cuánto envidio a los que duermen plácidamente! ¿Será porque la tienen muy chica, la conciencia digo? Pet Shop Boys están cerrando el concierto radiofónico y hoy mi madre nos ha mandado a la mierda tantas veces como ha abierto la boca, pero ya estamos acostumbrados y ojalá que el entrenamiento dé para muchos años. Y ahí sigo, tambaleante, pero en pié todavía, rodeado de cosas inservibles, desordenándome a mí mismo en cada instante, persiguiendo luces utópicas y apagando cada noche las que andan al alcance de la mano. Pero en pié, al fin y al cabo. Y eso es lo trascendente, la convenida trampa para seguir adelante. Así que corto, cierro, meo y hasta mañana si Dios, como siempre, quiere.

sábado, 1 de mayo de 2010

Chac-mool el intermediario.

"Españoles, el Estado ha dejado de existir. Reconstruyámoslo". Lo dijo Ortega y Gasset en el justo y oportuno momento del propio deceso. Varias décadas después -quién lo diría- vuelve a repetirse la historia a pesar de las wii, los gps, las monedas comunitarias y los spas de agua de vino y rosas. Y es que la corteza de las cosas humanas ha cambiado el maquillaje, pero no ha podido con el interior.
La otra noche, trasnochando junto al teclado y el transistor, escuchaba a los Beatles su Eleanor Rigby y, envuelto en esa magia suave y trascendente de la música, me abducí a mí mismo hasta el principio de la década de los setenta. Una vez allí, intenté hacer un balance comparativo, como las dos fotos de una misma cara que se ponen juntas para atestiguar el drama del paso implacable del tiempo. Sí, ahora soy 40 años más viejo -más evolucionado que diría benévolamente Mr.Darwin-, debo ser también algo más experto y algo menos vehemente, pero sigo con las mismas obsesiones, no acaban de cumplirse los sueños esenciales, y encima he perdido muchas cosas y algunos seres queridos por el camino. La vida tiene poco de recolecta y un mucho de naufragio, pero Ortega y Gasset con su frase, nos invita, como al Estado, a la reconstrucción. Y en eso ando, a trompicones por el mal estado del camino y la permanente amenaza de inciertas tormentas sobre la línea del horizonte.
Esta noche ha hablado Mario Conde de su celebérrima caída, sin pelos en la lengua ni los necesarios adornos dialécticos de otros tiempos. Luis María Ansón, invitado especial a la tertulia, ha sido el convidado de carne y hueso que ha refrendado una gran parte del testimonio. Nunca fuí un admirador, ni del uno ni del otro. Pero el tiempo pone a todos en su sitio. Acojona la entereza y la humildad de Mario Conde, forjada como el acero a base de buenos golpes. Fue el enemigo de muchos, y tal vez lo siga siendo también ahora, pero la evidencia es la que es y a esa grandeza hay que rendirse por mucho que no nos gusten los terratenientes y los untados con gomina hasta las cejas. Es más, pienso que es la persona más lúcida, coherente e inteligente de toda la raza hispánica actual. Y jode, sí, decirlo de alguién que ha sido vilipendiado y encerrado durante varios años entre barrotes y asesinos. Esta noche ha hablado sin tapujos, sin acritud y sin recelos, como corresponde a quién acabo de definir, como corresponde a quién ha aprendido escrupulosamente unas lecciones que quizá no necesitaba ni merecía. Mario Conde no acusa, se limita a analizar y a narrar los hechos con precisión milimétrica de fechas, horas y personajes, y finalmente sonríe para ocultar su llanto interior. Los contertulios le tientan una y otra vez con lo de la conspiración política y él vuelve de nuevo a sonreir. No necesita hacer proclamas porque sabe que es poseedor de la verdad de los hechos y a eso se remite. En el camino, él también ha perdido muchas cosas, las que todos, más o menos, venimos a perder, pero el norte lo llevó siempre en el bolsillo, esa guía que ahora asoma alevosamente con cada uno de sus juicios. ¿Habríamos de pasar todos alguna vez por algún carcelario purgatorio para crecer como hombres, sabedores de nuestras culpas? Esta noche ha sido capaz de retratar la situación social y política de la España del 93 y compararla con la del 2010, la sobrevenida tras las dos legislaturas de los gobiernos socialista y pepeísta. Y se repite la historia del 93 con el agravante de que estamos peor en todos los campos. Así que si Ortega levantase la cabeza volvería a pronunciar su visionaria y triste frase.
¿A quién podemos echar mano? El otro día leyendo la historia de los mayas lo descubrí: a Chac-mool, el intermediario entre los dioses y los hombres, un alienígena mitad hombre y mitad dios que ponía paz entre ambos mundos porque los dioses y los hombres jamás se han entendido. Pero claro, ahora, los Chac-mool del siglo XXI, los que habrían de ponernos como aquellos otros en sintonía con la divinidad, han transmutado su papel, y la línea de comunicación hombre-dios se ha perdido indefectiblemente. ¡Ay, aquellos intermediarios de los mayas! ¡Ay si pudiéramos darle la vuelta a la piel de la Historia! Podríamos comunicarnos con los dioses y contarles nuestras cuitas, y escuchar emocionados su consejo, y seguir con razonable pasión el camino trazado por ellos, y preguntarles si debemos matar al mensajero o sentarlo a nuestra mesa. Pero no. Los Chac-mool de los mayas han desaparecido y nuestra españoleta sociedad anda perdida, sin guía, sin consenso y con muchos resentimientos.
El Estado ha dejado de existir porque los intermediarios entre los dioses y los hombres hace mucho tiempo que abandonaron la mitad de su condición. Mientras tanto, los modernos usurpadores de tan dignísima y ancestral tarea, andan al acecho pertrechados de todo tipo de infamias. Se mueven y remueven en las altísimas esferas del poder, reptan por todos los resquicios del dinero, se disfrazan de pontífices sectarios cuyas consignas religiosas garantizan la salvación del alma y vociferan desde sus refulgentes estrados teorías en las que nunca creyeron.
¡Pobre del que no sea capaz de fabricarse su propio Chac-mool, aunque esté hecho de esas mismas imperfecciones que todos llevamos dentro. ¿Cómo si no creéis que Mario Conde fué capaz de rescatarse de toda esa podredumbre que varias docenas de satanases prepararon con esmero y sutileza para él?