domingo, 29 de julio de 2012

"Una noche en el Scriptorium"

          Ha esperado cinco años. No es mucho, ahora que ya han pasado. Cuando las cosas no llegan, el tiempo pierde su condición y el obligado equilibrio temporario deja de tener sentido a los ojos del mortal observador. Pero no ha sido éste el caso. "Una noche en el Scriptorium" ha visto por fin la luz en una ardiente tarde de comienzos del verano y ante la expectante mirada de unas doscientas personas.
Cada uno cumplió allí con su misión: el editor editando, los padrinos ensalzando a la obra y a su autor, éste soltando por los poros de la piel y por su boca sudor y palabras en perfecta comandita buscando ansiosamente una salida, y por último, la gente, los convidados de carne y hueso, la verdadera causa y efecto del acto protocolario, escuchando relajados por sentirse fuera del coso y, en consecuencia,  inmunes al riesgo de las cornadas.
          Hubo elogios, parabienes, vista atrás o muy atrás, mensajes subliminales, labor de marketing, sentimientos diseccionados, complicidades sospechosas, inequívocos afectos, alguna que otra desvergüenza, risas como puntos de inflexión y aplausos al fin y al cabo. Después, besos y dedicatorias, charlas, aspavientos, la hipocresía de rigor y el fin último de todo acto trascendente: las cervezas y el tapeo.
           No estuvo mal. 70 libros vendidos, algunos se los llevaban a pares como en el 2x1 del Carrefour, y otros, los menos supongo, dejaron la compra para mejor ocasión. Pero el autor, aún con las piernas abiertas por el gran parto literario, había cumplido con uno de los grandes sueños de su vida y  hoy, a varias semanas ya del evento, se niega a soltarse del cordón umbilical.
          La mirada indagadora del autor desde el estrado detectó, no obstante, algunas ausencias notorias, unas incomprensibles, otras ciertamente sospechadas y, entre todas ellas, las indiferentes de turno que suelen ser a la postre las que no quitan ni ponen Rey. Y tomó debida nota porque el desprecio hacia un hijo, aunque solo esté compuesto de carnaza literaria, duele más que si le patearan a uno el núcleo de su propia identidad. Y no se trata de un asunto de jodida vanidad, sino de esa punzante dolencia que causan los afectos que no contribuyen en la medida que se espera de ellos. Serán cosas de la subjetividad, confío y supongo.
             Si la obra no hubiese llegado a editarse nunca, su verdadera razón de ser, la estructura subatómica de todo el texto, seguiría ahí, incólume, indestructible y con todos y cada uno de sus méritos y sus deméritos danzando a diestro y siniestro, pero uno sabe que está vivo porque los demás, de vez en cuando, te señalan con el dedo, y por fin "Una noche en el Scriptorium" también ha sido señalada con el dedo. Un señalamiento, en cualquier caso, que animará al autor a seguir con la penosa tarea de escribir. Hay que tener cojones para escribir y la suerte del que encontró la lámpara de Aladino para lograr que sea publicado el trabajo. Pero cuando se conjuntan ambas cosas, el artífice de la tarea siente poderosa esa pulsión de una felicidad que, temporariamente,  se limita a ese instante de gloria personal que no puede ser compartido con nadie por mucho que uno pretenda afanarse en repartir en mil trozos la tarta.
           "Una noche en el Scriptorium" ya está ahí, al alcance de cualquiera. Puede aburrir, abrumar, emocionar o provocar indiferencia, como todo en esta vida, pero ahí está. Son pocos los padres capaces de parir esta clase de hijos con arreglo al cómputo de toda la humanidad. La ventaja de una descendencia de este tipo es que no te va a pedir dinero ni te vas a desesperar porque ya es de madrugada y aún no ha vuelto, y además, cada vez que te sientes frente a él, te verás escrupulosamente retratado, pero como ante un espejo mágico,  solo te mostrará tu cara más amable. "La ficción literaria es la única y verdadera realidad de aquellos que se atreven a escribir" creo y pienso yo.
            Y por último una dedicatoria:  A mi padre y a todos los que han hecho posible que "Una noche en el Scriptorium" vea la luz, Universo incluído.

martes, 19 de junio de 2012

Presentación del libro "Una noche en el Scriptorium"

El próximo viernes 29 de Junio de 2012 en el Aula de Cultura de Unicaja en Paseo de Almería nº 69, a las 8,30 de la tarde, presenta su libro "Una noche en el Scriptorium" el autor almeriense Juan César Morcillo, editado por Arráez Editores.
Desde este blog, el autor invita a todos los amigos y amigas, conocidos e interesados en general, a la asistencia al acto que presentará Juan Grima de Arráez Editores, acompañado por Angeles Cano, profesora de Filología Francesa, Evaristo Martínez, periodista y jefe de la sección cultural de La Voz de Almería, y el propio autor.
A la finalización del acto se dará un vinito español a todos los asistentes.
El autor espera el calor y respaldo de todos aquellos que se animen a asistir a tal parto literario. El vino hará lo demás.
Saludos y gracias anticipadas.
Juan César

domingo, 15 de abril de 2012

Puta vida, dulce vida

Es un jodido misterio ese intrincado laberinto que nos impide llegar hasta el fondo de las cosas, hasta ese ansiado más allá donde deben encontrarse las partículas secretas del origen y de nuestra propia razón de ser. Ni sabemos ni entendemos. Nada es nada y no hay nada más. Escribimos, dialogamos, discurrimos, alegamos y exponemos para nada. La verdadera esencia de las cosas sigue ahí, incólume, inalcanzable, indescifrable. ¿De qué nos sirve que alguien se devane los sesos intentando averiguar inútilmente la estructura atómica y la densidad de un agujero negro si no sabe decirnos para qué estamos aquí y adónde vamos a ir a parar? Puede ser que todo lo que tenemos delante sea una puta fantasía, un espejismo diseñado para una sociedad idiotizada que solo aprendió a tirarse piedras a la cabeza con el paso de los siglos. Sí, es un jodido y puto misterio que el hombre, el ser más inteligente de todo el Universo según el propio hombre, no haya sido capaz de dar un paso adelante y asomarse al abismo de su propia causa y efecto.

Hace tiempo que dejé de alzar la vista intentando llegar más allá. Ahora cierro los ojos y miro resignado hacia mis adentros. Entonces siempre tengo la sensación de que llego algo más lejos, de que si queda algo de ese laberinto por algún sitio está ahí, en lo profundo, en lo oscuro, en lo más inalcanzable de las entrañas, en el núcleo más indivisible de la individualidad de cada uno y no en esos espacios siderales que nos rodean y que no son más que el juguete calidoscópico al que se asoman los ilusos una noche sí y otra también. Así que el secreto viaja irremisiblemente con nosotros.

Somos poseedores de un tesoro que jamás llegaremos a disfrutar y ahí radica la tragedia de la raza humana. Por eso, quizá, estamos hechos de pedazos y jirones de tristeza y a veces también de nauseabundas oleadas de melancolía. Alberto Durero ya lo sintió en el siglo XVI cuando expuso su doctrina de "los cuatro humores", los cuatro fluídos que conforman el equilibrio del cuerpo humano: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. El exceso de esta última sustancia aquejaba al afectado de una profunda melancolía y Durero era casi todo bilis negra, aunque también solía alzar la vista hacia el cielo cuando decía que su temperamento estaba dominado por el planeta Saturno.

No hay planetas, no hay estrellas, ni soles, ni agujeros negros, ni millones de años luz. No existe nada de eso ni existirá jamás al alcance de la mano de un terrícola. Entonces, ¿qué es lo que somos? Somos dos cosas: tristeza y emoción, emoción y tristeza. Benedetti se quedó solo en la tristeza cuando logró definirnos tan poéticamente. Eso es lo que somos. Solo hay que echar la vista atrás o muy atrás y observar entre la niebla todo lo que ha ido quedando en el camino. La condición humana ha sido diseñada para que no pueda satisfacerse a sí misma jamás, tan solo podemos vivir la plenitud de ese instante al que luego echamos mano para que nos alargue la sensación de alegría en días futuros como el que desesperadamente pretende sacar agua de las piedras. Por eso, para que no nos arrastre al primer embite la tristeza haciéndonos desaparecer y despojando al Hacedor de toda referencia, se nos ha dotado de esa pulsión cuasi histérica que llamamos emoción. Pero la emoción es una pompa de jabón a merced del aire y a punto de explotar, una fantasmagoría que, sin embargo, es capaz de conectar escrupulosamente con esa necesidad nuestra que, como el aire, nos da un soplo de vida para seguir adelante.

Siempre lo supe, y siempre procuré agarrarme a esas volteretas para salvar los obstáculos. El buscador de emociones es como un buscador de tesoros en posesión del mapa certero. Siempre las encuentra. Las hay de muchas clases y colores y a lo largo de todos los mojones del camino. Solo hay que estar preparado para sentirlas en lo hondo y luego hacerlas estallar a la menor de cambio, y que la onda expansiva alcance a los que hay cerca por esa cuestión tan extrañamente humana que llamamos generosidad. Con la familia, con las mujeres, con los proyectos, con la comida, ¡cuántas fuentes para beber a lo largo del camino! Buscamos inútilmente la felicidad sabiendo que esa tontuna no existe.

Cuando deseas algo no eres feliz porque no lo tienes y cuando lo alcanzas deja de emocionarte, y cuando vuelves a perderlo lo deseas aún con más fuerza sin acordarte de que te pasó desapercibido cuando lo tenías en las manos, y así una vida y otra y otra. Uno se acuerda de los amores pasados con dolor, pero cuando estaban allí, tan cerca, no fueron más que el lógico paisaje del momento, la obligada prebenda que había de cumplir con los méritos dudosos de cada uno. Dicen que las cosas que uno abandona te abandonan ellas a tí, y qué verdad que es. No hace falta que una mujer con la que hayas jugado entre las sábanas hace un día o dos, te diga que te quiere del todo, tú sabes que en esos momentos eres tú lo único del mundo y de su mundo y no hay nada más. No es la permanencia, ni el estado, ni la condición. Es la emoción y es la tristeza, dos jinetes sobre un mismo caballo que galopa desbocado por los siglos de los siglos sin que nadie acierte a pararlo ni se sepa adónde va.
Sin embargo, no hay emoción más grande que la del amor inminente.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Pacto cumplido con San Judas Tadeo

El 12 de Noviembre de 2009 San Judas Tadeo- el santo de los milagros imposibles-y yo- el melgares de todos los desastres posibles- tuvimos una conversación corta e intensa que se puede consultar en este mismo blog. En ella le pedí al santo una gracia que nada tenía que ver con ingenuos o carnales encuentros con el amor ni con el gordo de aquella inminente navidad.


Ha tardado, sí, vamos que no se ha dado mucha prisa, pero es que los seres dotados de tan alta santidad van a su ritmo que, como es celestial, nada tiene que ver con nuestras prisas. Yo ya pensaba que mi petición había sido archivada en los asuntos irrelevantes de la jurisprudencia santoral o que, en el mejor de los casos, tal persona atemporal y santa no había vislumbrado mérito o virtud que le hiciese molestarse lo más mínimo. Pero ¡ay! que no vamos a aprender nunca. Las cosas honestas y exentas de ánimos de lucro que se piden, suelen llegar a ocurrir siempre que no se trate de pedir toparse con la lámpara de Aladino en una isla plagada de cocoteros, flores de almizcle y mujeres hermosas.


Tú sabes, San Judas, que nunca perdí la esperanza. Me refiero a la esperanza en esas buenas intenciones con que siempre se os ha vestido a los santos. Ya ves que no han podido conmigo la desidia y mis habituales arrebatos de patear sin compasión los proyectos que no salen y los días que no repuntan luz por ningún sitio.


Este último verano, no obstante, he estado a punto de hacerlo, de olvidarme de tí y de no guardar la compostura sospechosa de otras veces. Tal vez por eso te hayas compadecido de mí o tal vez no. Me da igual lo que haya sido, pero ya ves que, aunque maltrecho, he sido capaz de mantener la vertical y no perder de vista el norte de las cosas esenciales, a pesar de las carencias y a pesar de las tristezas. Y fíjate, es en esos tambaleos, en esas cabriolas a destiempo que uno no ha buscado o merecido, donde se logra crecer, y entonces, con ese aumento de altura, se acerca uno a los que como tú, estáis ahí, algo más arriba.


Gracias por tenderme esa mano amiga.


Y ahora, como ya prometí en aquella charla, voy a decirlo claro y alto para que todo el mundo se entere, aunque mis armas y mis palabras, comparadas con las tuyas, sean irrisorias y parcas. El día 1 de Marzo del año en curso comienzo una nueva andadura laboral después de 6 años de aburrimiento y hastío. Alguien importante de una empresa importante ha apostado por mi sin recomendaciones del portero del inmueble o el ministro de la presidencia, y a fé que voy a cumplir con el compromiso como ya supe hacerlo en otros tiempos: con entrega, dedicación, experiencia y brillantez, ¡ole mis cojones! La historia, mi historia, me permite hablar así. Y encima, San Judas, yo no sé si has sido tú también o no, pero me da igual, el agradecimiento también va en este caso para tí: por fin, una editorial como Dios manda apuesta por mi libro y se decide a editarlo gracias a que un crítico literario de indiscutible prestigio lo ha calificado con NOTABLE ALTO y "que debe publicarse sin discusión alguna". Será, Dios mediante, para el próximo mes de Mayo.


Así que cercano, lejano y querido santo San Judas, queda dicho, cumplido y agradecido con la más esencial de todas las fuerzas, la fuerza de ser consecuente con lo que se desea, se promete y ¡quién sabe! también la fuerza ganada con cada llanto y con cada firme recuerdo del que tanto ejemplo dio y que ya no está conmigo, con nosotros. Gracias.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Estoy harto de estar harto




Son tiempos de hartura. ¡Qué felicidad si fuesen tiempos de altura y no de hartura! Pero no. La gente vulgar, o sea, todos esos que no exprimen sus momentos hasta las últimas consecuencias, viven encapsulados en sus propias burbujas, ahogándose en esa mierda que como es la suya, es deliciosa y punto, y no necesitan más.

La directora de conserjería del imponente hotel París de Las Vegas, lleva más de 20 años en el cargo. Elegante, como exige su encomienda y el entorno, y en un perfecto castellano, fué explicándole a la cámara las distintas dependencias y edificios del complejo: una réplica exacta a escala de la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, el Palacio de la Ópera, etc,etc. Pero,¡ay!, que el ladino periodista detectó algo así como una anomalía, una herejía digna de achicharrar las culpas de la señora en la mayor y más caliente de las hogueras: al ser preguntada por el ladino, la elegante jefa de conserjes, poniendo cara de circunstancias y agachando la cabeza, respondió que no, que nunca había estado en París. Este es el milagro americano y no otro. Habiendo cargos vitalicios, billetes con cara de dólar e inquietudes con cara de culo, no hace falta moverse del sitio, sobretodo si se es jefa de conserjería en el Hotel París de Las Vegas o Broker con zapatos de charol rojo y pajarita plateada en la Bolsa de New York. Vamos, que si a mi, por esas extrañas locuras que dicen los astrónomos que ocurren en el universo a 100 millones de años luz, me nombrasen de pronto el Director de tan sugerente hospedería, lo primerísimo que haría sería comprar 100 billetes de avión al París de verdad y, acto seguido, se los haría tragar uno a uno a la señora hasta que reventase por dentro a causa de la ingesta transatlántica, y se muriese por fuera después debido a la insoportable vergüenza. Puedo parecer un borde por poner un ejemplo que parece sacado del libro Guinnes de los records, pero

les juro por mi honor, aunque no sepa bíen la cara que tiene y donde se esconde, que hay millones de ejemplos como ese en la pelota sobre la que todos nos cagamos y, luego, ponemos los pies.

Así que estamos en la Era de la hartura, de estar hartos de estar hartos, de decir que estamos hasta los cojones y disponernos mañana a decir lo mismo, y también dentro de un mes, y de un año, y de muchos años más.

Estoy harto de esa farfolla ideológica de lo políticamente correcto que los nauseabundos mandatarios de cada guerra de guerrillas intentan acoplar a nuestro pensamiento y por ende a nuestro lenguaje, del espectáculo circense y chabacano de la dualización del lenguaje despreciando las herramientas legítimas de que siempre hemos dispuesto, de no llamar a las cosas por su nombre, y llamar a otras de mil maneras para enmascarar la realidad, de tener que recordar y mencionar continuamente que hay hombres y hombras, miembros y miembras, compañeros y compañeras, soldados y soldadas, y la puta y el puto que los parió.

Estoy harto de tocar puertas que no se abren por no ir vestido con el traje ideológico del que hay dentro, o no llevar un fajo de billetes bajo el sobaco y bien a la vista. Estoy harto de esos y esas de las medallas del pueblo que salen siempre en la foto repartiendo bendiciones por aquí y por allá, encomendados a la divina gracia del expolio que han llevado a efecto en nuestras cavernas y el espacio circundante, y que se agarran sin soltarse a ese pillaje indiscriminado perpetrado en todos los bolsillos de donde se pueda sacar, séase a saco roto o poniendo el cazo a cocer en los fogones de los canallas y sinvergüenzas. Y cuando no hay suficientes de éstos últimos se promulgan las leyes necesarias, y aquí paz y después gloria.

Estoy harto de gentuza, la nuestra y la que va viniendo sin cesar, allende los mares o las tierras, y que con tanto susto y señales subliminales de conculcado silencio apartan de su lenguaje aquellos, los de la foto.

Estoy harto de hartarme de la indefensión a diestro y siniestro, de joderme un mes tras otro con los atracos a factura armada de las eléctricas, las telefónicas, los putos bancos y las haciendas públicas, y tantas veces, impúdicas.

Estoy harto de tragarme lo intragable, con los amigos -esos seres que es mejor no necesitarlos nunca-, con la familia, ese rebaño que hay que llevarlo por cojones en el bolsillo, con los vecinos que no dan los buenos días y tampoco pagan la comunidad, y ya en casa, con toda esa podredumbre que nos vomita encima el televisor, la caja tonta, que de tanto tonta que es, está resultando la lista para muchos colectivos, y oportunamente embrutecedora para los que ya están a las puertas.

Estoy harto de las mujeres, ¡y mira que me gustan! Aún no he sido capaz de dar con alguna que hable con independencia y folle, simplemente, como justa consecuencia -lo siento, pero como no creo en el amor, no puedo aplicarle a la acción otro verbo más primoroso-, una mujer con cojones, de las de verdad y no de moldeable plastilina, que no te persiga ni te insulte porque has dejado de saltar sobre sus espaldas colmándola de besos. Aún no he sido capaz de dar con alguna que me entretenga como a los niños traviesos, que entre con pasión y con coraje al trapo de un lícito y bienintencionado señuelo, que esté dispuesta a subir contigo al Everest sin decirte que hay que quedarse a vivir allí con ella toda la vida. Estoy harto de ellas, de todas ellas, las conocidas, las rubias, las morenas, las castañas y las inexistentes. Tal vez sea culpa mía por haber nacido hombre corriente, pero...¡es que me gustan tanto! La primera me dijo adiós de improviso a los 16 años y luego vino a buscarme 30 años después, y la última se desenganchó por un pálpito en pleno nudo, como el de los perros, porque le pareció que había oído gritos y susurros de una hija adolescente -esas niñas con cuerpo de mujer y alma de bicho que solo permiten que les apaguen el fuego a ellas mismas-, y ya nunca más se supo. Así que estoy harto de no entender a las mujeres, pero en la cama, ¡ay, eso si! todas dan el mismo gusto, y lo peor es que ellas no saben que es ahí, precisamente, donde menos nos sirven.

Estoy harto de mí mismo, como veis. Y eso sí que tiene mal arreglo. Pero bueno, un buen jamón de jabugo, una botella de vino, y unos cuantos cuentos escritos y luego contados mirando a quién te mira y te escucha con especial atención, lo van arreglando. De momento. Lo que venga después, ya lo he dicho, no es ni importante ni trascendente. Espero que la hartura de uno mismo, que esa sí que es esencial, vaya disminuyendo con el tiempo. Ojalá.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La pregunta




"Una noche cualquiera, escuchando "Con su blanca palidez", sentado sobre el sofá, liberada la mente de ataduras y sin más compañía que el enemigo oportuno de tu otro yo, te preguntas qué mujer de todas las que han pasado por tu vida te gustaría tener a tu lado ahí y ahora, y resulta que no te sabes contestar, lo cual viene a indicar que, infaliblemente, no ha pasado la que tenía que pasar....todavía. La gente no sabe que una buena pregunta puede ser más trascendente que un millón de respuestas."



Marco Aurelio Wilson de Balboa. Filósofo existencialista de la Escuela del Conocimiento Supremo al Alcance de la Mano. O sea YO.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Anuncio

Anuncio, aquí y ahora, que voy a acometer una nueva tarea, un nuevo y excitante salto al vacío de los abismos insondables de los hombres...y de las mujeres. Voy a adentrarme, con toda la carga posible que pueda soportar a las espaldas, en esos territorios delimitados, desde los ancestros, por la palabra prohibición. Se trata de emprender un viaje cercano que sea capaz de llevarme lo más lejos posible hasta alcanzar ese abismo vertiginoso y confuso donde habitan las respuestas y descansan los fantasmas. Pero procuraré no despertarlos de su sueño porque se vuelven molestos cuando se les despierta sin algo de legitimidad.

No, no me voy a luchar contra talibanes de Oriente o de Occidente, ni me voy a las misiones, ni he encontrado un trabajo, ¡qué falacia!, y ni siquiera un nuevo amor y, además, mi sofá sigue exactamente igual de roto que hace unos meses. Voy a montarme en ese carruaje destartalado hecho a base de trozos dispersos de vida y, asomado como un niño curioso a la ventana, voy a describir el paisaje, a mi manera, a mi entender y a mi sentir, que pienso que no es poco. Tan solo es eso lo que voy a hacer, un paseo tan simple como esencial y al que no se atreve casi nadie. La gente viaja hasta los Polos, o a la Amazonia, o a las selvas de Borneo, o a disfrutar de un plácido crucero por las aguas mansas del Danubio. Pero yo no voy a llegar tan lejos: voy a mirar hacia dentro, muy adentro, y voy a sacar fuera todo el peso que puedan soportar los brazos de mi conciencia. Es un viaje para el que no hace falta billete, solo agallas y sacrificio porque el camino es pedregoso y las botas para caminar están ya algo roídas.

Voy a volver a contar historias, esta vez más entroncadas con nuestra errática y caótica modernidad que con aquellas otras que hablaban de la magia, de la Alquimia y de la búsqueda de antiguos manuscritos, y que tan oportunamente propició la fascinante amistad que conseguí con mi maestro veneciano Bramante y que, a la postre, hicieron posible el milagro de mi primer libro "Entre la oscuridad y el cielo". En este caso no lo necesito a él, me basto conmigo mismo, porque ya aprendí de él lo imprescindible, y a eso voy a recurrir, a eso y a la memoria, por supuesto.

Y voy a inventar una historia banal, tan banal que es capaz de hacernos llorar y reir a un tiempo. Porque es de eso de lo que estamos hechos: de una cruda y puta dualidad. La misma que voy a desnudar y abrir en canal para dejarla con todo al aire: lo adolescente, lo joven y lo adulto, la rabia y la pasión, el honor y el deshonor, la mentira y el amor, las suaves caricias y el desenfreno salvaje, la transgresión inesperada, la libertad enjaulada y la delincuencia de uno mismo hacia uno mismo, los hijos, los padres, los amantes, lo falso vestido de verdadero y su justa viceversa.

Todo es inventado y nada es incierto, así es la vida, así somos nosotros, una forma diferente según nos llegue una luz clara, sesgada o difusa. Las cosas se encajan a sus momentos y a la gente hay que entenderla en sus contextos y desde tus propios adentros.

Este nuevo libro va a intentar ser consecuente con ello y va a tratar de no enjuiciar. Existen historias que no necesitan de preámbulos algunos. Ellas mismas, desde su mera exposición, son capaces de facultar en el lector los pertinentes análisis que le permitan solidarizarse, compadecerse o asquearse con los personajes que las protagonizan. ¡Allá cada uno!

Es tan solo una novela que ya tiene nombre, principio y final. Un segmento entre dos puntos -llamémosles 13 y 45-, que resulta cruzado al azar por muchos planos que antes que desestabilizar, lo sustentan como se sustentan las vidas a sí mismas, así como por arte de magia. Los dos puntos tienen nombre de mujer, el mismo nombre en ambos casos. ¡Qué casualidad!

Salgo del 13. La novela verá la luz cuando llegue al 45. No es mucho. Paciencia y barajar, que me digo yo a mí mismo.

"Un alma de papel" cuenta Manolo García en esa preciosa canción de su último disco. Tal vez por eso, sea yo capaz de escribir, porque mi alma se está convirtiendo -como dice él- en un alma de papel y alambre.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Claro y oscuro

Mi hermana dice que mis escritos los entiende pocas veces ¡Y eso que escribo también para ella! ¡Vaya infortunio! Esperaba ser vapuleado por otros menesteres más livianos, más al uso con el hombre perezoso y vulgar con que siempre me he etiquetado yo a mí mismo, pero no, me dice con hermanada vehemencia que se pierde o, mejor dicho, que me pierdo y, en consecuencia, la pierdo cada vez que lee uno de mis jeroglíficos. Y yo, claro, sonrío mirando para otro lado porque resulta que su severa apreciación es completamente natural: ella apenas si sabe leer porque ha vivido muchos años alejada de todo tipo de signos, llámense cifras o letras, oyendo tan solo el gemido del viento y el ruído incansable de las aguas que se descuelgan por someros riachuelos desde las altas montañas, respirando pura naturaleza y hablando tan solo del tiempo que está al caer con esos pastores que, satisfechos, se descuelgan por las laderas llevando como única bufanda los chotos recién paridos. Por eso, supongo, no entiende mis escritos ¡Y a fé que le jode! porque también me lo dice. Y yo le respondo "¿Pero como vas a entender nada, si tú solo sabes de nubes y de vientos, de pan casero y de lumbres, de tempraneros amaneceres y ladras lejanas que anuncian que algo se mueve entre la maleza? Y nada más. "Pues ya es bastante" que pensará ella.





Pero no, ¡que nadie le coja envidia! porque el otro día, cuando aún tenía reciente en su cabeza el aroma a leche fresca de cabra y la vida campestre que carece de todos los sobresaltos que hay al otro lado del muro -ése al que pertenecemos los que escribimos sin que casi nadie nos entienda-, despertó de su sueño. Despertó, sí, soliviantada, y se vio vestida de universitaria con la panza bien cubierta de manera vitalicia, prestigiada por sus muchos años de enseñanza a todos los que no saben hacer la o con un canuto, y complacida con los que son capaces de convertir el mismo canuto en una ecuación; deshaciendo todo tipo de integrales y resolviendo, finalmente, ante sus incrédulos y cabreados alumnos, los mismos problemas que una semana antes sirvieron para cargárselos a todos menos a uno, el empollón de siempre. Pero qué curiosa es la vida: yo no entiendo sus números y ella no entiende mis letras. Me dice que enreveso mucho las cosas y que abuso de los adjetivos. ¡Pues claro! Cada uno enrevesa y abusa según le venga en gana o requiera la situación, o te vaya la vida en ello, o qué sé yo. Así que he determinado no contrariarla en modo alguno. Yo tampoco entiendo al Universo, ni a la infinita finitud del ser humano, ni a los teoremas de la geometría combinatoria, ni a las mujeres...¿por qué, entonces, habría de entender ella lo que pone en mis escritos? Sin embargo, siempre y desde siempre, para quedar bien -como los políticos en los estrados o los asesinos en los juicios- intentamos justificar nuestras composturas para dar fé de nuestra propia identidad y que, al tiempo, no parezca una más de todas esas cosas que están en el mundo como los baúles: ocupando tan solo un lugar en el espacio.





Entonces, aproveché la cercanía y el parentesco, y le dije: "Mira hermana, cuando yo escribo tengo siempre un diccionario al lado porque mi vocabulario, como el tuyo, no es borgiano, es limitado y alguna que otra palabra puede plantear duda, no por rebuscada, sino porque la semántica es una ciencia de expertos o de seres consagrados. No digamos ya, cuando leo. Pero ¡cuidado!, si ocurre que simultáneamente no sabemos lo que quiere decir -más o menos- "entelequia", "misoginia" o "apátrida", se corre el riesgo de no entender un escrito, sea página, párrafo o simple frase. Eso por una parte, que ya sé que no es la tuya. Si, además, se confunde la descripción impúdica de un sentimiento o de un paisaje con una sarta de adjetivos ininteligibles que solo intentan enmascarar un hecho banal para sacralizarlo literariamente, pues también se está equivocado, y si no que se lo pregunten al propio Borges o a Caballero Bonald, premio nacional de poesía y un completo exaltado de la adjetivación. Pero ya sé, aquí también, que no es tu caso. Y por último, sobre el enrevesamiento o esas frases que parecen desviarse descuidadamente del tema central, decirte que hay en la Literatura un asunto, en cierto modo mágico, que se conoce como metáfora. La metáfora es, siempre que esté bién encasquetada -como el vestido de fiesta de la Cenicienta-, la música del lenguaje hablado o escrito, la otra cara de ese espejo que te permite ver lo mismo desde otra perspectiva y, en consecuencia, te abre los puntos de mira y las referencias, pero sobretodo, ya te lo he dicho, es la música del lenguaje. Y a tal partitura recurro, porque me gusta y porque nadie me lo puede impedir, simplemente.





Así que, queridísima hermana, siento haberte despertado de ese sueño bucólico en el que a mí también me hubiese gustado verme inmerso, ese paisaje donde sobran los diccionarios y los teclados, los insidiosos móviles y las asquerosas hamburguesas, y donde ni siquiera caben las críticas bienintencionadas.





Yo no entiendo tus números y tú no entiendes algunas de mis letras, pero ya ves, cada uno tiene sus razones, aunque a mí me falte esa ocupación vitalicia que, tal vez, me hubiese permitido dejar de cabrear a los pocos que me leen y que encima van y no entienden mis escritos.





Esto de las entendederas es una cosa difícil de entender. Mira, el filósofo austriaco Wittgenstein estaba un día en una estación conversando con una amiga. De repente, el tren comenzó a alejarse y Wittgenstein corrió tras él logrando, por fin, subir. Detrás se quedaba su amiga en el andén.





-No se preocupe, señora -le dijo un empleado de la estación-, dentro de diez minutos sale otro.
- Usted no lo entiende -le contestó ella-, él había venido a despedirme.
¿Te das cuenta, querida hermana? ¡Qué dificil es entenderse! Besos y buenas enseñanzas.

jueves, 27 de octubre de 2011

Motivos para cambiar

"¿Qué es la riqueza? Nada, si no se gasta; nada, si se malgasta. De nada vale estar vivo si hay que trabajar". Era éste uno de los pensamientos favoritos de André Bretón. pero por mucho que lea uno a estos sabios, a estos eruditos de la vida mundana y del día a día eficiente, no logramos escarmentar, y acabamos colgando los ojos en la ventana. Lo que se tiene es para gastarlo, lo que se sabe hay que contarlo y lo que te duele hay que sufrirlo, y esto último, mejor en silencio, sin generosas comparticiones. ¿Para qué habrán servido todas las luchas dentro de un puñado de años, y no digamos ya, dentro de unos cuantos siglos? Nadie nos recordará y las guerras de la barbarie de hoy serán reseñadas en los libros futuros como meras fórmulas recordatorias de un pasado insulso, y sobretodo, adornado de una lejana y falsa inocencia.




A los españoles nos falta pragmatismo y nos sobra frustración. Hoy más que nunca. Tal vez porque tengamos más motivos que otras veces. Esta España nuestra de hoy es un país desolado y desmembrado, y por eso a mí me importa una mierda carecer de cualquier atisbo de esa rancia pedantería que algunos han venido a llamar el espíritu patriótico. La Patria no ha hecho otra cosa que jodernos hasta la saciedad a través de todas sus estructuras, y por ende, a través de todos los elementos de éstas más representativos. Mi perro ha muerto y eso es para mí lo trascendente. Podían haber reventado los Bancos, o saltada por los aires la Hacienda Pública, o desaparecidas bajo un sunami de mierda y de fango todas las grandes multinacionales del mundo, pero no, nada de eso ha sucedido, para desgracia de todos los que vivimos obligados a clavarnos de rodillas ante semejantes espectáculos, esas máquinas que aniquilan la emoción de la gente vulgar. A veces no le queda a uno más remedio que llorar, a veces, ¡menos mal! Tanizaki escribió un libro elogiando a la sombra y previniéndonos contra todo lo que brilla: la riqueza, la ostentación, el protagonismo, todo eso que se airea a diario en los periódicos, o en los platós de la televisión, o en las reuniones de los G8. G20, o Gmierda. Por eso y por otros oportunos contratiempos aprendí desde pequeño a gastarme todo aquello que llevaba en los bolsillos, y a desear a la vecina soltera o casada del quinto, y a meterme en todo tipo de charcos, y a quemarme al jugar con fuego ¡con qué si no!, y a no aprender con los años a moderar tales locuras, tan dulcísimas esencias de tu vida individual e inalienable.




Así que hoy, vividos, disfrutados y sufridos ya un puñado de años, sigo igual: asqueado con la corrupción y la ineficacia de todos los políticos -municipales o gubernamentales-, imaginando certera la cruz del visor, como en aquellos otros tiempos de la caza de inocentes animales, en el centro de esas cabezas que se yerguen con absoluta indecencia en las fotos de cabecera de los periódicos anunciando que van a arreglar el mundo o que solo van a subir medio punto los tipos de interés. El interés supranacional, o dicho en términos más en consonancia con el progresismo y la modernidad, el interés global, el ínterés que permite que se den la mano las grandes fortunas del mundo para desgracia del 99% de toda la humanidad.




Por eso y por una justa y digna gana, alguna que otra noche me lleno medio vaso de vodka con mucho hielo y, entre onza y onza de chocolate, brindo por mi perro y por su impagable compañía, lloro por su ausencia, le pido a mi Dios por los míos, mando a tomar por culo a la Patria y a sus salvadores, miro lo que llevo en los bolsillos para gastarlo mañana, intento recordar los pubis bien triangulados y abultados de los últimos embites, olvidar los cerebros deshinchados, y sobretodo, sobretodo, intento mantenerme de pie aunque sea apoyado meramente sobre mis propias miserias y las puntas hirientes de algunas ausencias que ni los años ni mis juguetes de niño y de hombre han logrado ni lograrán jamás desterrar.




Me dice el otro, mi otro yo, que es el momento propicio para el cambio, pero no voy a cambiar, prefiero sucumbir empachado con mi propia esencia, la que siempre ha viajado conmigo ondeando a todo tipo de vientos como la bandera de los piratas, robándole las emociones a todos los asuntos que, mereciendo la pena, se me han puesto por delante.

martes, 11 de octubre de 2011

De madrugada

- Maestro, usted sabe que a estas horas uno está solo, o sea, consigo mismo y con nadie más. Es la hora convenida para violentar ciertas barreras y amedrentar a esos sentimientos que casi siempre prefieren permanecer escondidos. ¡Vaya veranito, querido maestro! ¿Anda usted por ahí?


- Tienes el don de la inoportunidad para cogerme oportunamente a tiempo. Sí, esta noche también estoy yo enredado por aquí, aunque supongo que en otros menesteres... seguramente algo menos onerosos que los tuyos. ¿Aún sigues en pié?


- Usted me ha enseñado a soportar los tambaleos, pero le he pedido al viento que me arrastre de una puñetera vez hasta donde ya no se divise el horizonte. Quizás allí ya no sea tan trascendente mantenerse en pié como usted dice.


-Pues mira, cuando un hombre está dispuesto a perderlo todo es cuando comienza a estar preparado a ganarlo todo también.

- ¡Qué bien habla usted siempre!


- Yo nunca pierdo el tiempo hablando, me limito a contestarte y a procurar ensancharte los caminos porque un día te ganaste mi confianza y mi afecto. A partir de ahí, me da lo mismo que me llames maestro, discípulo o aprendiz.


- Pues resulta intrascendente lo que le llame o no. Yo sé muy bien lo que representa para mí; y perdone porque aún no le he preguntado por Marlène.


- Con tanto vendaval, ¿vas a preocuparte ahora por ella? Es una mujer mimada que vive ajena a las tragedias de los hombres...y hace bien. ¿Sabes que me tienes sorprendido?

-¿Con qué maestro?

- Con la manera extraordinaria con la que estás aguantando el palo corroído de la vela.


- ¡Joder maestro! Es lo más alentador que me han dicho en los últimos años. Lo cierto es que no esperaba tanto en tan poco tiempo, ojalá hubiese ocurrido el desplome de la bolsa de Wall Street y de todas las bolsas del mundo, de una vez y para siempre, y no la de mi modestísimo escenario. Ya sé que usted es un hombre, además de ofensivamente culto, fornido en todo tipo de contratiempos, seguramente porque ha entendido mejor que nadie lo trascendente o intrascendente de las cosas, pero es que ese escaso diez por ciento de los asuntos que dicen que nosotros no podemos controlar en nuestras vidas me ha dejado con las tripas medio fuera. Así que los porcentajes, esta vez, se han ido a tomar por culo. Como esos fenómenos atmosféricos de diferentes raíces, que resultan extrañamente coincidentes en el tiempo y el espacio, me he despertado de pronto en el cabo de todas las tormentas: desaparece repentinamente entre la niebla la única mujer por la que había apostado en los últimos diez años de mi vida, estoy a punto de perder la salud, así, con esa mala leche con la que ella se despide a veces de forma definitiva y, finalmente, mi perro, mi único y fiel amor de los últimos trece años -aparte de quien ya sabe- coge el camino y se va atrochando por los senderos perrunos que no comprendemos los hombres, mirándome hasta el último momento con sus ojos de miel agradecidos, hacia el paraíso indescriptible de los perros. Y a mí no se me ocurre otra cosa que llorar y llorar cada vez que miro hacia todos los rincones de la casa donde se enroscaba enfilando siempre el hocico hacia la estela calurosa y complacida que emanaba del ojo avizor de su amo, en este caso, más siervo que dueño, más compañero y amigo que presuntuoso e ingenuo ser superior. ¡Vaya veranito, maestro!


- No sabes el esfuerzo que estoy haciendo para no dejar que me aflore sentimiento alguno de compasión hacia tí. ¡Y ya me cuesta, ya! Pero mira, no vamos a perder la calma porque esta es la cosecha que viene dando el mundo desde su puñetera creación. Unas veces las risas, otras el llanto, otras la incomprensión, la indefensión, y otras, la peor de todas: el aburrimiento. Pero ni tú ni yo somos dados a esto último porque los cojones, la pasión, las ansias de continua hambre y un moderado y justísimo alocamiento nos van a liberar siempre de tan mortecina situación. Pero al sufrimiento, ya te lo he dicho muchas veces, hay que sacarle partido. Lo que me cuentas hay que tratarlo por separado, como a las enfermedades: a cada una su propia medicación. Si te atreves a hacer un análisis por separado, la sensación de catástrofe será menos global y, entonces, seré yo capaz también de contestarte con cierto sentido porque soy mortal como tú y, por desgracia también, como tanto tonto que anda suelto por ahí. Digo esto porque a éstos habría que hacerlos inmortales para que se jodieran una y otra vez en sus sucesivas vidas.


- Pues ya que lo propone así, vamos a intentarlo. Lo del amor apostado, es que llega un momento en que uno debe dejarse de tonterías, es decir, que justo es hartarse de las relaciones con fecha de caducidad -como muy inteligentemente me decía el otro día una amiga-, de la siempre inminente prescripción de los amores de oportunidad, de sexo, camas, sofás, sudores, duchas ligeras y a otra cosa mariposa. Hablo, como usted bien sabe, de esos momentos cuya oportunidad se asienta escrupulosamente en los límites instantáneos de un presente que carece de futuro ni a corto ni a medio plazo. Fue entonces cuando... así, alcanzada esa conciencia, casi a destiempo, sin buscarlo ni esperarlo, se presentó una mujer de ojos indescriptibles, vestida de buenas maneras y rodeada por un aúrea que siempre se me antojó un dulce y merecido milagro. Y puse todo lo que un hombre consecuente debía de poner, en el cortejo, en la conquista, en el proyecto, en el empeño, en los esfuerzos, en la honestidad de la relación, en la implicación, en la generosidad, en la apertura de todas y cada una de las puertas de tus mundos y de tu gente, con orgullo, con premeditación, pavoneado como los pavos reales ante todos sus encantos, ante las miradas de los otros, y entregado a todas y cada una de sus pasiones y de sus preocupaciones para exaltarlas y aliviarlas en la medida de mis justas fuerzas, como así pareció resultar desde los primerísimos embites. Como todo milagro, éste parecía al fin, el definitivo, el obligado y deseado puntapié a todos los desmanes y sabores insulsos de las historias de ahí para atrás. Y logré sentirme feliz por ello, razonablemente feliz, ya sabe, no confundido entre la histeria y la tontuna como toda esa turma de cupidos terrenales que se emboban ante el primer señuelo que se les cruza por delante. Usted sabe que el amor es una cosa complicada y consecuente, relacionada estrechamente con ese principio de la Física que habla de acción y reacción. Y así fué. Jamás en toda mi vida he visto a una mujer tan entregada, tan apegada a pasiones tan dispares como un simple lazo entre sus dedos y los míos o reventar exhaustos sobre el sofá en el límite ambos de la esquizofrenia carnal, un día tras otro, un fin de semana tras otro y, entremedio, enganchados sin descanso a ese recurso del teléfono que aminora las distancias cuando el"te hecho mucho de menos" se convierte en el hilo salvador de las ausencias y te hace sentir vivo y sobretodo "algo" útil. Pero ¡ay! que siempre está al acecho una sinrazón, las puras entrañas del propio vacío intentando ocupar los espacios inconquistables, y de repente ¡¡la nada!! ¿Qué es esto maestro? ¿Es la justa penitencia de los pecados de otras vidas que uno ha de pagar en la presente? ¿O acaso simplemente he de sentirme un privilegiado ser por haber pasado del cielo al infierno sobrepasando esa barrera imposible de la velocidad de la luz? ¿Sabe que me hubiese gustado verle a usted en semejante situación manoteando entre sus miles de libros en busca de la solución alquímica que lograse aliviar la momentánea locura que produce un cambio de rumbo repentino sin indicaciones previas en el mapa? Pero, en fin, que no quiero hablar mucho de esto. Ni siquiera con usted. La consecuencia de todo es que uno vuelve a descubrir que hay dos tipos de personas en un momento dado a tu alrededor: las que merecen la pena y las que no. Ya sabe a cual de ellas pertenece ésta, con independencia de los dulcísimos sabores que siempre te deja un helado.


- Mira, querido maestro Juan -permíteme tal consideración porque con tantas volteretas, si no te descalabras en alguna de éstas, vas a terminar siendo el maestro de todos los maestros-. Lo sucedido, te aseguro que nada tiene que ver con aquel suceso ocurrido en Basilea en 1474 cuando se anunció que un gallo había puesto un huevo y, por el cual, el gallo demoníaco fué condenado a ser asado vivo ante toda una multitud. Lo que vino después ya puedes imaginártelo: la quema de cientos de brujas y de herejes. No, lo que me cuentas no tiene nada que ver con encantamientos, ni con personas raras o extrañamente poseídas por extraños y desconocidos demonios. Todo, menos lo que ya sabemos, goza en la vida de una razonable explicación, y voy a ver si soy capaz de decírtelo con pocas palabras. Mira, siempre se ha dicho que los hombres somos unos cafres-esa palabra tan tuya- y las mujeres unas trastornadas. No quiero que caigas en esa simpleza inútil. Sé que se te ha pasado por la cabeza que una mujer que un día te dice que eres lo más grande de su mundo, fuera y dentro de la cama, y al día siguiente te dice que necesita un tiempo acojonada por sus ridículos asuntos -un asunto ridículo es aquel que siendo absolutamente coyuntural y natural se convierte en un drama insalvable-, puede parecer una mujer enferma, trastornada sí. El trastorno bipolar, querido Juan, es otra cosa, un asunto delicado que además no tiene cura. Pero no es éste el caso. Nosotros, los hombres, muchas veces confundimos en las mujeres, sobretodo cuando con especial terquedad nos empeñamos en ser benevolentes, la condición con un trastorno. Y aquí no ha sucedido otra cosa que la aparición de una condición innata que a tí, extrañamente, se te había pasado por alto. Por lo que ya me has contado, la condición es la que es, pero el análisis y su valoración solo lo puedes hacer tú, y creo que has hecho lo que hubiese hecho yo y cualquier hombre que no sea un manria, como decía mi abuela. Esa mujer te ha querido hasta el justo límite que le permitía esa condición, te ha disfrutado seguramente como a ningún otro, te ha valorado en altísima medida y hasta ha llegado a sobrepasar esas fronteras que ella sabía muy bien que estaba sobrepasando, pero siempre te tuvo apartado de su mundo, de esa parte de ese mundo en la que ella jamás logró crecer y hacerse mayor, y cuando tú la has desenmascarado, es decir, puestos los cojones y esparcida su condición sobre la mesa, con la crudeza y la vehemencia que te facultaba todo un año con sus meses y sus días de razonable entrega y creciente amor, ella ha salido corriendo, como no podía ser de otra forma en aquellos a los que les importan más las cosechas ajenas que las propias. Se trata del miedo paralizante a perder algo ante el panorama inminente de ganarlo todo. Te lo voy a decir de otra forma para que dejes de darle ya vueltas a la piedra del molino: hay mujeres que sin dejar de darle gusto al cuerpo, se aterran con el compromiso, por el hijo o la hija adolescente -esos bichos egoístas de hoy en día que chantajean una y otra vez a los progenitores que lo permiten- o por el padre machista, o la madre que va a importunar son sus continuas preguntas, o por el marido dejado años atrás en la cuneta y que tiene, no obstante que cumplir con las migajas... o por qué se yo. Son mujeres, en cierto modo cobardes, pero que saben sacarle muy bien partido a la situación hasta que el otro llega un día y da una vuelta de tuerca. Tu, legítimamente, has dado esa vuelta, y el tornillo se ha partido. Así, sin más. ¿Y sabes por qué? Porque piensan: "bueno es lo que yo tenía que hacer y además tengo una vida entera por delante". Y no hay más. Pero uno se queda como un tonto porque nosotros, los cafres, adolecemos de las sutilezas de esa condición y aún menos de las razones suficientes para entenderlas. Sin embargo, no hay que apurarse porque, además, estarás siendo ya señalado con esas manidas frases de "el ya no quería cuentas", "nunca me llamó después", o "empezó a darme miedo porque me echaba las cosas en cara y comenzaba a alzarme la voz".

Querido Juan, permíteme que te diga que la próxima vez folles algo menos y hurgues en los cerebros un poco más. Todas las condiciones de los sembrados son respetables, pero uno ha de saber adonde echar su semilla. Tu ya no estás para disgustos, y no digamos yo, ja, ja, ja...


- Pues eso maestro, que todavía me pregunta la gente por ella. Menos la mamma que desde el primer día me dijo "no me gusta ese percal" y yo me cabreaba con la tintinela. Fíjese que vieja es la sabiduría.

Bueno el segundo contratiempo ya lo sabe. Un día te sale una manchita y, al poco, te sueltan "tiene usted un melanoma en toda regla" y, en ese instante, sí que se te vienen encima todos los espacios siderales, porque esa mierdecita manda al otro barrio, en unos meses, a unos cuantos miles todos los años. Pero bueno, parece ser que cuando se coge bien a tiempo, y las consecuentes pruebas lo van corroborando, al final suele quedar en eso, en lo que fué un día una jodida manchita. Esperemos que con la ayuda de Dios, el afecto de los míos y las tertulias con usted, todo siga siendo así. Miles de gracias a todos.


- Mira, uno de los mayores humanistas medievales fue Giovanni Pico de la Mirándola que en el siglo XV escribió: "El hombre está en el centro de todo lo que acontece. Cuando todo hubo sido creado y emergió el hombre, Dios le dijo: "No te he fijado lugar alguno, ni tarea, ni plan, de manera que puedes emprender cualquier empresa y ocupar el lugar que desees, serás tú el único capaz de determinar lo que eres". Con esto, amigo Juan, solo quiero decirte que lo verdaderamente trascendente es que vamos a morir, de una u otra forma, pero leyendo a Pico de la Mirándola y a otros muchos, se aprende a aprovechar el tiempo, porque no somos otra cosa que el tiempo que nos queda, como bien dijo una vez un poeta de tu tierra. Recordar que un día vamos a morir es la mejor manera de saber lo poco que tenemos que perder. Lo dijo el gran Steve Jobs, y yo lo vengo diciendo toda la vida. No sabes cuánto me alegra el que podamos seguir con estas charlas, y ojalá que por muchos años...pero lúcidos ¿eh?


- Gracias maestro, es también mi deseo. Por último voy a hablarle de mi Sultán, el rey de todos los perros. Con tanto ajetreo, no esperaba que éste fuese su último verano. Nosotros, los humanos, no nos damos cuenta de la vejez de los perros porque no les vemos las arrugas ni los desvaríos. Ladran, eso sí, con menos fuerza, y el mío, mi sultanico, ya se levantaba con bastante dificultad o se negaba a subir cualquier tipo de escaleras, pero nunca pensé que fuese capaz el perro de abandonar a su hombre. Porque así es como me siento: arrinconado por su ausencia contra todos los espacios vacíos de mi casa. Desde que se fué, subo las escaleras, desde el portal, cansinamente, como él lo hacía en los últimos tiempos. A veces me niego yo también a seguir subiendo, pero, finalmente, él desde donde esté, acaba empujándome, y en vez de decirme aquello de "¡vamos,vamos, sultanico!", le oigo susurrar: "¡pero hombre, que tú no eres un perro viejo! ¡anda, sube y que no te escuche gemir porque está muy feo que un perro vea llorar a su amo, a su amigo, a quién tanto lo ha aguantado y arrimado a su regazo!". Así que acabo subiendo y luego llorando en la terraza mirando al cielo para que desde tan larga distancia confunda mis lágrimas con estrellas fugaces que cruzan, allá en lo hondo, por debajo de su paraíso.

¡Qué grande era mi perro, maestro! ¡Cuánta ternura y mutua fidelidad de días y de años! Cada noche al acostarme, llevando ya él unas cuántas horas enroscado en su mantica, abría tan solo un ojo y exhalaba un suspiro de satisfacción, entonces yo le correspondía con una suave caricia desde sus largas orejas de terciopelo hasta el hocico. Después, le decía en voz alta: "¡A mirmir!", y ya, salvo algún que otro ronquido, no se estremecía hasta el día siguiente al verme poner los pies en el suelo. Que me perdonen muchos humanos, que me perdone la Providencia por tan alto sentimiento, que me perdone también ese último amor que no ha llegado a arrancarme ni una sola de esas lágrimas, pero me siento obligado a proclamar, aquí y ahora, que el afecto que sentía hacia mi perro, ese sultanico de nobles maneras, perfectas hechuras de perro de caza y desesperante glotonería, se encuentra a años luz de muchas cosas y de muchos seres que han pasado por mi vida. ¡Lo siento, maestro, por expresarle a estas horas tan exabrupta debilidad!


- ¿Pero, qué dices? Ese sentimiento forma parte de un acervo personal que está al alcance de muy pocos. Tú sabes que el progreso de una sociedad se mide, entre otras cosas, por cómo es capaz de tratar a sus animales. El problema es que nos encontramos en la Era de la confusión, de una vergonzante transmutación: los animales son cada vez más humanos y los humanos nos estamos convirtiendo en las auténticas bestias. Yo, a mi gato Casanova, he estado a punto de fundirlo en el horno del vidrio varias veces, pero, finalmente, no me he atrevido por dos razones: la 1ª porque saldría transformado en un demonio gatuno que se vengaría de mí al instante, y la 2ª porque lloraría desconsoladamente como tú si no llegase a darse esa 1ª. Y es un gato, o sea, un ser que hace solo siempre aquello que le sale de sus gatunos instintos, por eso comen con los ojos cerrados, para no cogerle querencia al que le llena el cacharro.

La fortaleza de un hombre, querido Juan, se debe mostrar en otros escenarios, algunos ya me los has puesto delante esta noche, y te felicito por ello. Ya sabes lo que te dije el día que te despedistes de mi casa: "Solo hay una pregunta y solo cabe una respuesta. La pregunta es ¿quién soy yo?, y la respuesta es "yo soy Dios". Algún día, el señalado para cada uno, lo entenderemos todos. Gracias, amigo, por tus confesiones. Ánimo, fuerza, valor, orgullo, casta y coraje. Mira siempre hacia adelante, muévete y sé creativo. La vida ha de seguir y afectos trascendentes y cercanos sé que no te faltan, pero la próxima vez escoge mejor el cuello donde colgar ese amuleto que tú sabes que nunca falla, ese chochito traslúcido que fabricó para ti este humilde vidriero con sus propias manos. Mujeres de verdad hay unas cuantas por el mundo, pero, escuchándote, justo será proclamar aquí en honor a los animales que perros como tu Sultán o gatos hijoputas como este Casanova no habrá nunca ninguno más. Y además, mira, me alegra que me sobresaltes a estas horas de la madrugada. Marlène duerme como un ángel. Ya sabes que solo le gusta que la soliviante por la mañana y cuándo entra un sol radiante por el resquicio de la ventana, lo cual, aquí en esta húmeda y nublada Venecia, ya te indica la frecuencia con la que nosotros, a nuestra moderada manera, reventamos también los herrumbrosos muelles del somier. Salud y afectos.


- Salud para usted, para su espléndida mujer y ¡cómo no! también para su gato Casanova. Buenas noches maestro.