Lo dijo no hace mucho Eduardo Galeano en TV: "El mundo está patas arriba". Los mares, a veces, están revueltos, encrespados, gruesos o amenazantes, pero nosotros, el mundo, estamos patas arriba. Cuando Galeano pronunció la frase sin duda la ilustró en su pensamiento con ese estado ridículo que adoptan las cucarachas antes de morir. Para darnos cuenta de ello no hay que haber pasado por la Universidad ni gozar del beneplácito de las arrugas, tan solo hay que estar en el mundo y mirar hacia cualquier lado: a derechas o a izquierdas, arriba o abajo, adentro o afuera de todos esos submundos que nos acogen a pesar de las dolorosas huellas que vamos dejando atrás. Nadie puede negar a estas alturas que estamos hechos del bien y del mal en una mezcla cuyas proporciones manejamos según nos deja la conciencia o nos aprieta la ambición, y que por tanto justo es hacer uso de ese inherente y dual espíritu que viaja desde siempre con nosotros, pero la responsabilidad del equilibrio, la lucidez básica para evitar la catástrofe y la propia conciencia de nuestra condición de seres superiores, están desapareciendo para dar paso a un nuevo horizonte, una emergente monstruosidad que se refleja dia a dia en el pensamiento y en las actuaciones individuales, colectivas o estatales. ¡Un nuevo orden mundial! parece ser el nuevo grito salvador que propugnan algunas sectas esotéricas y algunas otras gubernamentales. Sería parafraseando a Giuseppe di Lampedusa "dejar las cosas como están para que todo cambie", pero en este caso hemos sobrepasado ese pensamiento: "hay que desordenar todas las cosas para que vuelva el orden a algunos sectores, algunos países, o cuando menos, a algunos cortijos". Y ese parece ser el camino trazado por los que todo lo pueden, sin ser siquiera dioses, implicando a los menos poderosos en un continuo rechinar de dientes, en actitudes suicidas bajo el paroxismo de la iluminación, en lanzamientos de piedras y de cuchillos, y entre desastre y desastre, en millones de llantos que nadie escucha como música de fondo.
Ahora, en pleno siglo XXI, solo vale el resultado, la cuenta de explotación, los ratios de rendimiento que nos indican que somos más poderosos que los de al lado mientras éstos últimos se tiran desde las azoteas cuando toman conciencia de la desventaja. Y en medio del tumulto corre la sangre por casi todos los rincones de la Tierra, y el hambre y la miseria aniquila a los que llevan ya decenios revolcándose en su propia mierda. Pero ya estamos acostumbrados.¡Qué fácil resulta mirar hacia otro lado cuando la barbarie corre tan lejos y el frigorífico rebosa de alimentos!
Dulce bellum inexpertis! que dijo el poeta griego Píndaro cinco siglos antes de Cristo -dulce es la guerra para quienes no la han vivido-, y qué fácil es diseñarla desde los despachos donde jamás van a salpicar la sangre y las vísceras contra los cristales. En El nombre de la rosa los hombres mataban por un libro, y ahora, ocho siglos después casi nadie está a salvo de los efectos secundarios y devastadores que genera el dinero, el poder, o el odio entre los pueblos y las culturas. Países completamente arruinados por la corrupción y el tráfico de drogas, otros en la agonía de no tener ni agua ni alimento, otros en continua guerra por usurparle al vecino un puñado de bancales, las grandes multinacionales contaminando los acuíferos y desertificando los espacios verdes, y nosotros, los ciudadanos anónimos de a pie, pensando en como joder al que parece que pudiera hacernos sombra alguna vez. ¡La bellum internecinum! la guerra hasta la exterminación. ¡Mirad si no a los telediarios! Ayer volví a quedar sobrecogido viendo pedazos de cuerpos que aún se retorcían y se movían sobre el asfalto en la franja de Gaza en Israel, troncos aún suplicantes y niños con solo media cabeza en medio del aullido de unos padres que vivirán el resto de sus días clamando venganza. Una acción "ejemplarizante" según el Gobierno israelí con trescientos muertos de nada, asumida en plena correspondencia por el portavoz de la Casa Blanca. Aún así, los tiempos cambian y las esperanzas de los hombres se renuevan: el futuro Presidente Barak Obama ya tiene designados los tres nombres para la elección del que será el nuevo hombre en las relaciones entre Palestina e Israel, y los tres son judíos.
Alea iacta es, la suerte está echada que dijo Julio César, y bien echada.