martes, 26 de enero de 2010

Noticias de humanos.

La diversidad no pertenece a la naturaleza. Es una propiedad de los humanos, un acicate a la vez que un estúpido recurso para escapar de todo tipo de amenazas inciertas. Se ve reflejada a diario en los periódicos y uno la mastica cada día con solo echar la vista hacia los lados. Un día cualquiera como hoy, podemos leer en noticias de última hora asuntos tales como que 2000 turistas han quedado aislados en Macchu Picchu, o que una menor recibe 100 latigazos en Bangladesh al quedarse embarazada tras una violación, o que la ministra Salgado contradice al FMI mostrándose optimista ante el futuro económico inmediato de España, o que Ferrán Adriá va a cerrar dos años el Bulli para regenerarse debidamente, o que, finalmente, Imanol Arias se ríe de sus cuernos comentándole a Carmen Alborch que no caben ni en la Plaza de las Ventas. ¡Con dos cojones! como diría el caústico Pérez Reverte. Como en la vida misma o en los partidos de fútbol, leyendo las noticias, hay un tiempo para cada cosa, para reír y para llorar, para echarse a dormir o para salir corriendo y no echar nunca más la vista atrás. Que el mundo está patas arriba, ya lo dijeron Sócrates y, ayer mismo, Eduardo Galeano, lo cual da idea de que el mucho tiempo no ha sido capaz de darle la vuelta, y así nos movemos, con la torpeza de las tortugas, y la postura premonitoria de las cucarachas.
En cada sitio un letrero y en cada mente una intención, el calidoscopio humano por antonomasia, el mundo divergente que hace que unos cuenten los escasos días que les quedan para morir y otros planeen entre bambalinas el divino derecho a tomarse dos años sabáticos. En la selva unos mueren para que otros puedan seguir viviendo. En la jungla humana unos se arrojan por las ventanas y otros abren los paraguas para que no les alcancen las salpicaduras rechinando los dientes por la molestia.
2000 turistas atrapados en Macchu Picchu parece rendir tributo a la maldición de Pachacútec, el primer emperador inca. La fascinación paisajística e histórica de tal enclave se ha transmutado en un infierno para todos los que llevan durmiendo dos días bajo las estrellas en la plaza principal del poblado pidiéndole explicaciones a la Piedra Hintihuatana (donde se amarra el sol), símbolo taumatúrgico de aquel reino.
Y en Bangladesh perdonan al violador y condenan a la víctima, una menor que había quedado embarazada, a recibir 100 latigazos, y a sus padres a pagar una multa para no ser expulsados del pueblo. Siempre sospeché de las raíces tercomachistas islámicas de alguien que me dijo una vez que él cuando veía a una mujer caminando solo veía un chocho andante. La justicia de ese país debe haber visto lo mismo y algo más: la pecaminosa consecuencia de que tal objeto pueda campar a sus anchas.
Y la ministra Salgado, una vez más, vuelve a intentar meter la burra de culo en el pajar de hojalata de esta triste España, contradiciendo y contraviniendo a los que saben mucho más que ella y a todos los preceptos de la ética y el sentido común. ¿Será por exigencias de su jefe o porque desde sus ojos lánguidos y su rostro bonancible ve lo incultos y gilipollas que son la mitad más uno de todos los españoles?
Y Ferrán Adriá, el gurú de las cazuelas y las espumas criogénicas, anuncia a bombo y platillo que cierra su santuario ¡Pero amenaza con volver dos años después! Dos años de nada donde la panza no mermará ni un ápice y algunos de sus contertulios pensarán momentáneamente en el suicidio. ¿Qué puede inventar ya Ferrán a estas alturas más allá de lo que se mueve a modo de impulsos espirales en la gastronomía del universo conocido? Los genios autoproclamados y, no obstante, consensuados como él, necesitan estar llamando continuamente la atención. Será que debe estar aburrido. La fama guarda también en el armario su disfraz de mosca cojonera. Si cuando vuelva, en el 2014, fuese capaz de sorprender con una buena pipirrana y unos huevos fritos estrellados con chorizo, nos haría a todos un poco más felices.
Y ya, finalmente, en ese mismo marasmo panfletario de noticias, Imanol Arias se palpa unos soberbios cuernos en la cabeza -dónde si no-, y en vez de arrojarse por la ventana, estalla en una sonora carcajada. Hombres como él es dificil encontrarlos. Su Pastora nos ha engañado a todos porque no lo parecía, que es una mujer normal digo, y además siempre he pensado que tenía un no se qué, eso que nos resulta a los hombres tan importante en una mujer y que no sabemos bien qué es.
Pero así son las cosas y así nos las cuentan las noticias de última hora: entreveradas, frescas, de rotundo contraste, emocionantes a dos bandas entre lo dulce y lo amargo, secretas en sus verdaderos ingredientes y sobretodo, sobretodo, milimétricamente estudiadas en sus contenidos proteicos para que disfruten los que verdaderamente tienen que disfrutar. Algo así como cualquier plato del gran Ferrán Adriá.

Ni miedo, ni pereza, ni vergüenza.


De repente, me han entrado unas andariegas ganas de hacer el Camino de Santiago. A mi manera. No conozco otra que sea altamente recomendable para un perezoso señalado con el dedo como yo. Va a ser, si el santo lo tiene a bien, en la próxima canícula. Ahí mismo, con las calores y el soponcio de la caminata. Ni antes ni después, para que uno se sienta bien jodido con las inclemencias y el viaje merezca alguna pena.

No busco necesariamente el itinerarium mentis in Deo, sino el itinerarium corporis in Terra. O sea que la gracia de ser iluminados por el Espíritu Santo solo les está reservada a unos pocos privilegiados. Los demás tan solo pretendemos andar, sufrir, respirar y, sobretodo, volver a las patrias respectivas. Andar y andar. Parada y fonda. Viaje, viaje en definitiva. Nada de redención, ni presunta, ni venial, ni conveniente. Andar y andar, eso es, como la vida diaria que compone su particular camino de miles de Santiagos para olvidar a golpetazos la pesadez. Andar haciendo camino que no siempre se hace camino al andar.

Y ya, mucho antes de dar el primer paso, me siento cansado. ¿Pero adonde voy yo con estas hechuras? Pienso arrancar en Villafranca y ya está bien. Siete u ocho días de camina o revienta si aguantan los pies o no lo impiden las brujas maléficas de los Ancares. Dicen que el símbolo más genuíno del Camino de Santiago es el ahorcado, un peregrino que fue ahorcado en la calzada de Santo Domingo por haber robado una copa a la mesonera. Sus padres, al volver desde Santiago camino de Colonia, lo encontraron medio muerto en la horca, es decir, no muerto del todo. Lo descolgaron y "revivió". Y ese es el milagro del Camino de Santiago: pasar de estar medio muerto a viviente pleno. Ahora se entiende por qué tanta gente emprende este calvario de cuestas, pedregales y albergues con un insoportable hedor a humano desgastado. Cualquier paisaje, cualquier ampolla ulcerosa en los pies, cualquier ataque de pánico y soledad, y todos los posibles desalientos del camino, son mejores que la situación tambaleante del ahorcado bailando sobre una soga y muriéndose medio muerto. ¡Gracias Santiago por extraerle a todos tus peregrinos tan jodida y contemporánea podredumbre!

Para emprender el camino tan solo hay que echar adelante un pié y darle una patada momentánea al miedo, a la pereza y a la vergüenza. Una proeza, esto último de la patada, que pienso llevar a cabo cuando el orto helíaco de la constelación Can Mayor coincida con el orto de la estrella Sirio, un fenómeno que ya se conocía hace 5300 años y que anunciaba la llegada inminente de los días más abrasadores del verano.

Ya lo he dicho: con la canícula a Santiago, el hermanísimo de Jesús, según afirmó Fray Luis de León en una lunática noche sin luna.

lunes, 18 de enero de 2010

A cuento de Almería.


Sí, es el título de un libro de relatos y no la historia de los últimos chismes sobre la antigua tierra de las legañas. Ha sido parido como casi todo en esta provincia: sin pensarlo mucho, huérfano de grandes padrinos e impulsado por un viento -de poniente en este caso- que nunca se sabe a donde va. En él se acurrucan, sin molestarse demasiado, dieciseis relatos de cosas que han pasado en la tierra del ronquío silencioso, de la luz cegadora y los viejos sabios de las cavernas que un día osaron coger el arco iris con sus manos. No hay muchos lugares para ubicar en la literatura, ni siquiera humildemente, a esta Almería nuestra que ahora es también de todos esos otros de fuera. Debe ser por nuestra jodida indiferencia, por esa pobreza enmarañada que hemos pretendido inútilmente ocultar tras los refulgentes contraluces de los días luminosos, reventados de viento y de aridez, días de susto y de espanto donde temerarios viajeros, desoyendo los cantos preventivos de las musas, decidieron hacer parada y fonda, uniendo sus huellas con las llagas de un paisaje que, por puro desolador, siempre les pareció de una belleza inaudita.

Almería siempre ha sido algo insustancial, carente de una esencia definida y sin fastuosos monumentos que la identifiquen desde la distancia. Una perla anónima surgida de un mar cristalino que nunca quiso reconocerla como a un hijo legítimo. Por eso es más perla que otras perlas y por eso reluce con un brillo genuíno que no debe vasallajes ni ha de pagar tributos salvo aquellos mismos de la fealdad asignada por otras colindantes y envidiosas tierras. Almería está ahora siempre al otro lado. No hay nada más allá. El que quiera comprobarlo que tome asiento cerca de un palmito en la punta más alta del Morrón de los Genoveses y se trague a sorbos lentos cualquier amanecer. Desde allí, entre el silencio y la atención, podrá escuchar en la lejanía vocear a Fernando Fernán Gómez: "Se ponen culos a las sartenes...Se ponen culos a las señoras", cuando viajaba aquel verano desde Las Negras hasta La Isleta cargando con su bicicleta y su flamante flauta de afilador. Menuda película "Los gallos de la madrugada", menudo retrato, y menudo preámbulo anunciador de la inminente invasión que nos inundó después de cientos de melenudos marijuaneros e imponentes chochos peludos rompiendo la calma y el orden de todas las playas inaccesibles. Casi todo llegó al mismo tiempo: los chochos, el cine, Henri Fonda, Claudia Cardinale, Lee Van Cleef y el Habichuela, por supuesto. ¡Qué gran tierra la de aquellos tiempos! ¡Y qué putos dirigentes los de entonces y los de ahora! Algunas cosas no cambiarán nunca.

A Cuento de Almería rememora algunos chispazos sobre su quebrada línea del horizonte. De aquellos tiempos, de otros mucho más lejanos, de la Guerra Civil, que esa -contrariamente al resto de la humanidad- no se molestó en olvidarnos, o de ayer mismo. Historias de amor y de guerra, de gatos y de familias, de viajes, de llegadas, de marineros desahuciados, de edificios y de la punta telúrica del Cabo de Gata. Escritos con el sentimiento y la leche mamada por cada cual, pero aferrados a la causa común de un regazo al que hoy miran desde fuera miles de ojos añorando no ser parte de un caldo de cultivo hecho a base de jirones de piel, de sol, de miseria, de ramblas, de bodas de sangre y de pistoleros de paja y cuento.

Los autores de esos relatos somos gente normal, demasiado normal para haber llegado hasta esas páginas y robarles las hechuras a los autores de verdad. Pero el sentimiento carece de ornamentos y de cartas credenciales, y ahí estamos, nacidos o llegados desde otros mundos, pero asentados firmemente en una tierra que nada pide y con nada obsequia. Hemos sido valientes al recordarla en insignificantes retazos mejor o peor escritos, procurando que la piel y las entrañas queden siempre al descubierto. La miseria de otros tiempos que enjuagaba en las mismas aguas la incultura y el hambre, ahora se ha dado la vuelta. Como el mundo, Almería está patas arriba, añora su identidad, recela de todos sus caminantes, llora desde la más puta rabia la desolación y el abandono de algunos de sus enclaves, pero mantiene enhiesta la silueta taumatúrgica del Cabo de Gata, ese falo amigo de las culebras y los pájaros que se adentra desvergonzado en el mar hasta rozar con sus labios la Punta de las Sirenas.

Los de aquí somos los hijos de aquel desorden narrado en las páginas de Campos de Níjar, y los que han llegado de fuera para quedarse sin más, son los padrinos que han venido a testificar el milagro. Algunos de los autores de A Cuento de Almería son de estos últimos. Llegaron dubitativos con la maleta presta para volver y cayeron en la trampa. Sorprende y acojona a un mismo tiempo ver con qué sentimiento escriben sobre una tierra que no es la suya. Miguel Naveros, el autor del prólogo, es uno de estos. Nació en Madrid pero piensa en almeriense y respira solo viento de levante. El Instituto de Estudios Almerienses, que él dirige, ha patrocinado el evento, y la recientísima editorial ejidense Lagartos Editores ha puesto el resto. Mónica Sánchez, la coordinadora del libro, logró ponerlos a todos en marcha. Miembro también de la Asociación Narrativa Ejido que integra a los dieciseis autores, Mónica -que tiene una mirada con trasfondo, muchos méritos y también un no se qué- ha sabido capear el temporal de una asociación que, más que un colectivo, ha resultado una catástrofe por mor del decreto ley de los que siempre están dispuestos a joderlo todo. Ni siquiera los intentos culturales están libres de esta clase de gilipollas, narcisos de su propia mierda, en cuyos continuos embites, acomodan su arrogancia los perdedores solitarios que intentan hacerse notar. Pero A Cuento de Almería ha logrado finalmente ver la luz, de una vez y para siempre, y sus contadores de historias caminan de nuevo entre el revienta y la esperanza de una tierra luminosa sin más que, muy pronto, les llenará la capaza con nuevas cosechas.

domingo, 10 de enero de 2010

La Torre de Babel

Siempre que hablo con mis hijos sobre algunos episodios de la Historia, me esfuerzo en indicarles la importancia de ésta, haciéndoles ver que, sin ir más lejos, nosotros somos su último resultado. Luego, cada uno la interpreta a su manera. Aunque decirlo parezca un desatino, la condición más relevante de la Historia es su atemporalidad. Dividida en periplos bien definidos del tiempo, su esencia, el hilo conductor que ha ido engranando hecho tras hecho a lo largo de los siglos, ha gozado siempre de una jodida e incómoda invariabilidad, es decir, el tiempo pasa y, sin embargo, la condición humana, en sus más abyectos componentes, prevalece. Por los siglos de los siglos.
Así somos nosotros y así se escribe la Historia. Da igual profundizar en los entresijos de una reunión de altos mandatarios del Banco Mundial que en el debate de los subyugados arquitectos de la Torre de Babel. Subyugados por el auto sometimiento a la fascinación de construir una edificación capaz de conectar física y metafísicamente con Yahvé. La palabra Babel proviene del verbo hebreo balál, que significa confundir. Dios castigó convenientemente -por eso es Dios-, la osadía de quienen intentaron llegar más lejos de lo permitido. Y lo hizo de la forma más sencilla y a la vez eficaz en cuanto a unos daños colaterales que parecen haber ido in crescendo con el paso de los siglos: confundió las lenguas de todos ellos y así no hubo forma alguna de entenderse. Esa merecida herencia, es ahora un caudal inagotable en el que sacian su sed los maquinadores de las clases políticas para que el resto hocemos en su mierda dialéctica nuestra parte alícuota de confusión, ese trapo que nos ponen en los ojos para que no podamos verlos a ellos crecer y saltar en medio de sus indecentes piruetas.
Los dirigentes de la inminentísima nación catalana no han sentido vergüenza alguna por hacer un uso prestatario y, sobretodo oportuno, de los atributos de aquel Yahvé legislador y justiciero, obligando a los otros dirigentes, los parias sarasas de la nación matriz, a doblegarse a los deseos de que se hable en el Parlamento con las lenguas que a cada uno les salga de sus henchidos cojones. Y encima, para molestia, aburrimiento, confusión y gasto de los oyentes y de todo el erario público. Un gasto cifrado en más de seis mil euros por cada sesión para pagar a la pléyade de traductores que acudirán en masa a recojer un maná que nunca esperaron. El mundo siempre ha estado lleno de lícitos y bienpensados intentos de erigir torres para acercar a los hombres al conocimiento o a una divinidad de la que se sienten, quieran o no, poseídos en parte, pero los otros dioses, los babelistas de la confusión, siempre han logrado echarlas abajo. Pero, ¿qué podemos hacer? Seguir con los pantalones bajados carece ya de emoción porque el gusto ya no es el mismo que el de aquellos primeros embites. Mantener la cabeza gacha tampoco es un síntoma de valentía y aún menos de elegancia. Salir corriendo también tiene el inconveniente de que el mundo es muy grande y nos perderíamos en la carrera. Matar al mensajero ya me gustaría, pero son tantos... Alzar la voz tan solo serviría para molestar a la parienta y a la vecina. Escribir un libro, sí, esa podría ser una buena manera de volverse loco y, acto seguido, pasar a formar parte del club de los pretenciosos anónimos. No sé. No sé qué podemos hacer.
El otro yo me dice que ande con cuidado de no confundirme yo a mí mismo y que deje en paz al resto del mundo. Y en esa guerra estoy. El pragmatismo no va conmigo y por eso me cuesta cada vez más respirar. Los otros, los que andan cerca, a veces me joden bien. Y uno, que es tonto, va y se deja y luego pide explicaciones al oráculo de la gran sordera. Esta última semana ha ido un poco en esa línea: continuos cabreos, retratos fatigosos de familia y más de una decepción. Pero a lo primero estoy bien acostumbrado y la familia es la familia, es decir, la tienes que llevar en el bolsillo. La decepción, en cambio, es otra cosa. Una punzada casi siempre inesperada que voltea de forma dolorosa los méritos que tú mismo habías asignado felizmente. Pero la gente somos así y las mujeres no saben leer los mapas, o eso dicen. Lo que nunca aprenderé es a entender que las personas, como las montañas, jamás cambian sus entrañas. Debe ser porque el niño que llevo dentro aún está lleno de ingenuidad. O porque soy gilipollas y no sé desprenderme de las piedras del zapato. En fin, que no estoy tan literariamente desquiciado como Arturo Pérez Reverte cuando maldice a la sangre y a todos los muertos de la clase política, pero casi, y además, alguna de esa otra gente de cercanías me están abocando a que tome asiento en el sentido contrario a la marcha, lo cual siempre me ha producido un desasosiego por la lógica pérdida de referencias y de calor humano.Procuraré, no obstante, que no me alcance la confusión babélica, la interior, la propia, no la de los demás, ni las parlamentarias o gubernamentales. Y solo hay un antídoto: seguir luchando, seguir sufriendo.
Un día, tres perdidos en un desierto caminaban exhaustos sin esperanza. Uno de ellos vió a otro que se santigüaba continuamente y le preguntó al tercero: "¿Para qué sirve eso?". Y éste le contestó: "Para nada, si no sabe luchar".
Y para otras cosas, como dice Sabina que suena en estos momentos, ya es demasiado tarde, princesa.

jueves, 7 de enero de 2010

La otra memoria.


- Maestro, ¿cómo se puede echar tanto de menos aquello que nunca se ha tenido?
- Eso es por la memoria.
- ¿De qué memoria me habla?
- ¿Crees que la memoria es el mero recuerdo de las cosas?
- Eso he pensado siempre.
- Pero acabas de hacerme una pregunta sobre algo que no pertenece al mundo de los recuerdos y, sin embargo, te está machacando y te corroe como un si un enemigo viviese dentro de tí sin que tú puedas hacer nada.
- Eso es, maestro. Pero ¿qué memoria es esa que pertenece a las cosas que no han ocurrido nunca?
- De todas las cosas de la vida, solo hay una que puede vivir dentro de uno sin vivir en uno.
- ¿Acaso aquello de Santa Teresa de "vivo sin vivir en mí...?
- ¡Claro! Cada uno a su manera es capaz de revivir lo que nunca ha vivido.
- ¿Me está hablando de la imaginación?
- No seas idiota. La imaginación es el recurso de los estúpidos que no son capaces de subir a la montaña y lo hacen con la imaginación.
-¿Pero no es lo mismo?
- ¡Ja! Confundes la existencia con la nada sin saber a cual de esos dos mundos perteneces.
- ¿Y a cual de ellos pertenezco, maestro?
- Si fueses capaz de pensar un poco lo hubieses sabido desde el justo momento en que comenzaste a echar de menos eso que dices que nunca has tenido. Solo hay una cosa en la vida que se pueda echar de menos sin haberla tocado con las propias manos, y mientras eso sucede, uno solo pertenece a la nada.
- ¿Y cuál es, querido y admirado maestro?
- ¿Es que no la imaginas?
- Bueno, usted dice que eso de imaginar es el recurso de los estúpidos.
- ¡Hazlo por un momento! Verás entonces que eres capaz de volar para escapar durante un instante de ese estado insulso donde las emociones no tienen cabida y el único horizonte posible es el del vacío que ahoga a tu propia identidad.
- Ya lo hago, maestro.
-¿Y qué ves?
- Una bola de fuego irradiando luz en todas direcciones, en cuyo centro late un núcleo del color de los azules más profundos de los mares, que se expande y se expande sin salirse de sus límites, mientras un suave zumbido parece salir de su interior, algo así como el murmullo lejano de millones de caballos trotando sobre una densa alfombra de hierba cuyo trotar levanta un aroma que parece estar formado por todas las flores de todos los edenes de todos los mundos posibles. Eso es lo que veo y siento, maestro.
-¡Exacto! Así es, pero no lo nombres.
- No, maestro. No lo nombraré, ahora que ya sé lo que es.

lunes, 4 de enero de 2010

Tabú: el lenguaje de la socialdemocracia.

Si es verdad que la socialdemocracia actual se caracteriza por sus políticas reformistas ligadas a la participación ciudadana, a la protección del medio ambiente y a la integración de minorías sociales, entonces el PSOE está cumpliendo escrupulosamente su programa circense bajo una carpa donde solo aplauden los idiotas. La frase de Nietszche de que no hay hechos sino solo interpretaciones parece haberlos facultado, desde el engranaje siempre impoluto de la filosofía de prestigio, para legitimar unos planes enardecidos, a su vez, por una representación que interpreta e interpreta sin que el hecho en cuestión sea tenido en cuenta ni tan siquiera como hecho.
Nunca he llegado a entender la nomenclatura política. El ser humano se pasa por el forro de sus vergüenzas, siglas incluídas, todo lo que sea menester para alcanzar sus objetivos. Pero la farsa es menos farsa si está adornada con emperifollados y rimbombantes términos que aluden a ese progresismo que esos mismos actores se adjudican para autodistinguirse de las fieras o de los analfabetos. Aburre, si no asquea, observar a tanto dirigente político atiborrarse continuamente de identidad democrática en un ejercicio que, lejos de chorrearlos de obscenidad, les conduce a autoproclamarse los salvadores de los principios fundamentales y por ende de la propia patria.
Estos socialistas nuestros de ahora se afanan en defender y en que suene y suene eso de la economía del bienestar alegando que no tiene por qué existir un conflicto entre ésta y la economía capitalista de mercado. Y a mí me da la risa y, un instante después, la mala leche más inútil de todas las malas leches. Pero ¿qué se puede hacer contra la estupidez? Desde luego la moto se vende siempre muy bien cuando los compradores son los que son. Por eso se ha creado un Ministerio de Igualdad, y por eso se cierran las centrales nucleares, y por eso también se faculta a las niñas de dieciséis años para abortar y se considera la aceptación de la homosexualidad como un síntoma inequívoco de modernista progresismo. Ya lo decíamos al principio: la participación ciudadana, la protección del medio ambiente y la integración de minorías sociales. Así lo interpreta este PSOE que sabe cuidarse muy mucho del riesgo, por otra parte legitimado y lógico, de ser considerado como un partido ideológicamente marxista o comunista. No. Ellos son de la iglesia interpretativa de la socialdemocracia y por eso Rodriguez se pelea con Zapatero para hacer ver que uno de esos apellidos es más digno que el otro. Y por eso resulta tabú relacionar delincuencia con inmigración. Y también es tabú hablar objetivamente de la Historia pero no de la memoria histórica que desentierra muertos sin tierra para enfrentar de nuevo a las putas Españas de hace 70 años. Y también fué tabú durante más de un año hablar de crisis y ahora todos quieren hacer de Dios resucitando al muerto. Y es tabú llamar al orden a los bancos porque luego se vuelven las tornas. Y es tabú tocarle los cojones y las carteras a los ricos porque son los pobres los que han de pagar el pato y además hacen menos ruído porque tienen menos fuerza para gritar. Y es también tabú que un juez denuncie el uso fraudulento de la Ley Integral de Violencia de Género como ha ocurrido con el juez Francisco Serrano, porque la causa feminista siempre debe estar libre de sospecha en los conflictos y así se aseguran futuros favores de un suculento colectivo.
¿Pero a qué se debe todo esto, este consentido ritual de prohibiciones mentatorias, los mil y un tabúes que impiden llamar a las cosas por su nombre bajo riesgo de ser ajusticiado por esta nueva pestilencia de la bandera rosácea de una socialdemocracia que nos desgobierna de día y que volvemos a soñar de noche? El PSOE y Zapatero han sentado jurisprudencia mientras cae el mundo a nuestro alrededor porque las cosas significan exactamente lo contrario de lo que invocan. Es su particular manera de controlarnos y de llevar lo que resulta políticamente correcto hasta unos márgenes inverosímiles. Maldito buenismo que nos ha dejado sin suela en los zapatos ni defensas en el culo.
El otro día le dí la clave a una persona de la familia, licenciada universitaria. La situé frente a un mapa mundi que estaba colgado en la pared y le dije que señalase donde estaba Alaska. Desvió la vista del mapa mirándome y riyéndose torpemente y a continuación, pasando el dedo sobre Mongolia, dijo: "yo creo que está por aquí". Y se quedó tan pancha. Estas cosas y no otras son las que están dotando de una razonable salud a la actual socialdemocracia zapaterista de los mil y un tabúes y ningún resquicio de luz.

viernes, 1 de enero de 2010

2010

No hace muchas noches viejas recuerdo que, en una de éstas, me cené un paquete de salchichas Campofrío y doce uvas pasas al son de las campanadas. Me miraba desde el techo con reptilaria compasión una vieja salamanquesa que compartía desde el verano anterior los mismos aposentos que yo. Nunca sabré si en su estatuaria pose contemplándome encerraba también algún sentimiento de solidaridad por la inadecuada frugacidad de la cena y la soledad de ambos en tan emblemático momento. Sin embargo, no fué un mal año el que echó a andar después.
Creo que han pasado siete noches viejas desde entonces. La última esta misma noche. En la mesa había de todo entre líquidos y sólidos de diferentes sabores y texturas. Gente grande, gente chica, mi madre enfrascada en su maternal bipolaridad de joderme y quererme al mismo tiempo, mi perro enroscado en su mantica muy cerca de la chimenea, mi sobrino Hugo paciente y pendiente de mis tacos para soliviantar entre risas a su madre, y ninguna salamanquesa mirándome desde el techo.
No sé si es por el cambio de año o por el desgaste de los que ya han transcurrido, pero me siento sin energías. Así, en plural. Sin las buenas ni las malas, las renovables, las desechables o las meramente residuales. Tal vez todo se deba a una cuestión de invariabilidad, ese estado que computa y a su vez conforma y legitima la tragedia de la vida insulsa, sin condimentos, sin sobresaltos, sin las precisas emociones para seguir adelante.
¿Donde andas amiga salamanquesa que osastes abandonar la hibernación para asomar tu frágil hociquillo aquella noche de fin de año? Me anunciastes cambios, variaciones, zigzagueos de diversa y colorista índole y emociones por un tubo. Así que las salchichas y las pasas de tan frugaz e irreverente cena siempre me supieron a gloria.
Ahora, en cambio, en esta primerísima noche del nuevo año, estoy atiborrado de comida y vaciado de energía. ¡Qué falacia! ¡Y cuán merecida por no haberte hecho caso, querida salamanquesa, cuando me sugeristes que recostase mi futuro entre tus verdeantes escamas!