lunes, 4 de abril de 2011

A J.L.R. Zapatero

Lejano y cercano Jose Luis: La lejanía de La Moncloa desde mi moncloílla en términos geográficos y ascéticos, y esa cercanía de los muchos días e inacabables noches en las que he sentido tu aliento dulzón junto a mi hocico, no me han bastado para conformar el sano juicio que todo fiel vasallo debería tener de su señor, es decir, casi me vuelves loco ante tu inclasificable paso por las alfombras rojas de los que reconducen los designios de los hombres. Desde ese punto de partida, cualquier juicio que se pueda hacer de ti goza del grave riesgo de estar equivocado, pues tal ha sido, en términos de gloria histórica y de temperatura ambiental, tu paso por el castillo. Ni frío ni calor, los cero grados Kelvin del jaimito aventajado a su maestro son los aires en que te has movido tú, una atmósfera de ingravidez en la cual los daños colaterales han sabido mantener idemnes tus cojones -bravo vocablo para tus méritos- e impoluta tu eterna sonrisa de gringo estúpido de unas praderas que siempre fueron más siberianas que de Arizona.

No creas que te hablo desde la insignificancia, algo que tú jamás obviarías por el soberbio sentido del consenso social que casi siempre has intentado enarbolar. Lo hago desde el convencimiento y, sobretodo, desde la frustración por el tiempo perdido, el tuyo y algo más el nuestro, que entre acto y acto han ido dejando en la sala ruído de llantos y rechinar de dientes, y algunos dóciles aplausos.

Dicen algunos que eres tonto e irresponsable, otros que eres irresponsable y tonto. Yo no lo creo. Primero porque tú no eres así o viceversa, y segundo porque no se puede ser ambas cosas a la vez todo el tiempo. Algunos dicen también que eres el nuevo mesías. Debieron de leerlo en tus ojos en una noche de lunática luna. Y otros dicen que eres el gran precursor de la filosofía del Nuevo Progresismo Integrado, es decir, esa nueva corriente en cuyo envoltorio de santa tolerancia caben todos los parias, los desvíados, los antisistema, los abertzales, los juanes sin tierra, las marujas, los adolescentes rebeldes y las putas de carretera y chocho al aire, siempre y cuando, todos ellos, se mantengan a moderada distancia del que imparte la lección en los estrados o en los desiertos. La verdad es que dicen tantas cosas de tí...

El pueblo siempre habla y habla al tiempo que agacha y agacha la cabeza. Estos españoles del siglo XXI en nada nos parecemos a aquellos moros que enseñaban primeramente el capullo y los alfanges y luego, sin apenas palabras, nos dieron por allí mismo durante un puñado de siglos. Un terreno perfectamente abonado que tú, cercano y lejano Jose Luis, has sabido cultivar para tus propios adentros en pro de una extraña cosecha que casi nadie sabe ahora valorar. Ocho años te han bastado para grabar a fuego y odio tu jurisprudencia ante un incierto futuro que te llevará, manque le pese, a sus espaldas durante unos cuantos años o un porrón, ¡quién sabe! Habría que calificarte por ello como el Gran Conseguidor. Qué biensonante aparecerías en los libros de Historia futuros tratando de esta nueva Edad Media: ¡Jose Luis I el Conseguidor! El que movió y removió lo bueno y lo malo dejándolo todo como la postura premonitoria de las cucarachas, o sea, patas arriba. Más valdría, pienso yo, que te hubiesen recordado en esos libros como el Gran Masturbador, ya que a buen seguro muchos ciudadanos y ciudadanas, compañeros y compañeras, miembros y miembras, y demás etc. de ambos géneros de este país, habrán recurrido a tan manual y manido entretenimiento para olvidar los largos pesares de tu periplo con el desenfreno de un momento de gloria.

No te equivoques pensando que soy de esos que enarbolan la banderita de España al paso de los señores fudales que tienes enfrente. No. Esos también tienen pan y con qué comérselo. Es como lo del huevo y la gallina: para que haya personajes como tú es necesaria la función de esos de enfrente. Así que a tus méritos habrá que sumar los de ellos que son los que, a la postre, te han llevado en volandas sin quererlo. Si se descuidan, vuelven a perder las elecciones y entonces sí que habría que volver a esa hoguera que a falta de herejes, asase a los tontos. Que no te apuren, pues, mis instintos porque están escasamente untados de cualquier ideología, al menos de esas cuyas siglas van encabezando las papeletas en las listas. Procuraré, por tanto, que no aparezcan arengas ni ofensas al signo y a la matriz de tu cultura política o su contraria para no parecer un necio como esos que escupen o aplauden al paso de las carrozas sin apenas darse cuenta de que entre el dia y la noche hay mil y un estados de luz.

Ya ves que te hablo a ti y no al partido, al fin y al cabo los desmanes y las victorias las propician las personas y no los estatutos. Creo que hace tiempo que te subistes a un arból huyendo del suelo para no enfangarte precisamente en él. Es lo que hizo aquel héroe de Italo Calvino, Cósimo Piovasco, para ver el mundo desde otra perspectiva y mantener incólume su rebeldía familiar. No ha sido esa tu causa querido ya, desde estas letras, Jose Luis. Te subiste al árbol para ser alcanzado por la luz de los que creen ser elegidos para la reconversión del mundo en cuanto que despertastes de aquel sueño en mitad de La Moncloa. Y desde ahí diseñastes tu propia entelequia: la consecución de un fin que todo el mundo ignora y cuya esencia se encuentra en tí mismo, porque es posible cuantificar pero imposible cualificar aquello que has promovido. Y ya he dicho que no eres tonto. Ningún necio aguanta dos legislaturas en el poder. Has logrado confundir y hasta desesperar a tus correligionarios más cercanos, has puesto la oreja, pero no el oído, has negado hasta la saciedad lo que era evidente, y te has rodeado a voluntad de un áurea de tonto que te ha servido de salvoconducto para evitar explicaciones. Y siempre, siempre, finalmente, has hecho lo que te han dictado los designios de tus santísimos cojones que deben ser la única parte de tu cuerpo y tu alma que acredita alguna santidad. ¿Y por qué, me pregunto, has olvidado el cuadro para irte a las alcayatas? El pueblo puro y llano siempre te importó una mierda y así andamos. Has gobernado para el enaltecimiento de unas pocas minorías y para mantener junto a la tuya la sonrisa de los bancos, los únicos maquiavelos de nuestra españoleta sociedad, los adalides sin escrúpulos de las tragedias domésticas y empresariales en pro de un beneficio que nunca peligró y que siempre les pareció poco. Y tú vas y los engordas para que nos saquen el dedo corazón cada vez que franqueamos cabizbajos los umbrales de sus puertas. Sí, tienes mucho que contarle a la almohada en cuanto vuelvas a casa, el dulce hogar que te propiciará largas siestas y amargas nostalgias, el descanso del guerrero que nunca lo fue porque siempre te costó entrar en batalla. Tú siempre viste al enemigo allá donde no estaba, en consecuencia, tu principal problema ha sido la ubicuación, y por eso, no creo defraudarte si te digo que jamás debiste llegar a un sitio que no te correspondía, por más que los sufragios se encarguen de mover al personal. Las democracias son tan buenas como tontas, necesarias para erradicar a los dictadores y promiscuas con su propia condición: el acontecimiento de un día puede hipotecar el futuro de cuatro años y la gente, el rebaño, le vota antes al castigo que a su propia convicción, y en esto, los españoles nos salimos del tiesto.

En fin, mi cercano y lejano Jose Luis, que acabo ya el discurso que nadie se va a molestar en leer y que cumple tan solo con el deseo, también democrático, de expresarte mi opinión acerca de los servicios prestados por vuesa majestad a lo largo de estos años, unos años en que me han menguado el trabajo, los ahorros, las perspectivas, las ganas de salir de juerga y hasta las de votar cuando llegue su momento, al tiempo que me han crecido las canas, la calvicie, la barriga, la indiferencia, el escepticismo y una mala leche que empieza a ser preocupante.

Un completo balance, como verás, que tu amigo Rubalcaba -el Gran Defenestrador- calificaría sin apenas levantar la ceja como " Bueno, es lo que toca, cuando toca, en el país que toca". Y entonces como contaba aquel gitano a su compadre al salir de misa: "pos ná compadre, que sa vuelto er cura un montón de veces diciendo que sa perdío el gorro, y ¿ká pasao?, pos ná, que entre tós hemos tenío que pagar el gorro". Pero el gorro, querido Zapatero, siempre lo pagamos los mismos, todos esos a los que, risiblemente, acogen las siglas de tu partido. Salud y suerte.