domingo, 31 de mayo de 2009

Piedras que hablan, Irina Shutova.




El paseo marítimo de Aguadulce es un lugar monótono, casi insulso, donde siempre te cruzas con la misma gente y la mirada se te vuelca de vez en cuando hacia la playa observando a esa bañista cuyas curvas se anteponen alevosas sobre la línea del horizonte. Sobretodo ahora que el verano está a punto de caer.
No iba precisamente pendiente de esas cosas cuando la otra mañana, Eileen y yo, nos disponíamos a entrar en un chiringuito. Frente a él, en la acera, en un pequeño puesto ambulante, una mujer de mediana edad se afanaba pintando con un pincel diminuto sobre unas piedras. Nos acercamos y ella siguió pintando en su lienzo de piedra, un chinorro de playa de 3 o 4 cm. donde ya se perfilaban con meridiana claridad un árbol, un camino y una cerca. Comencé a mirar una a una todas las piedras pintadas que se exponían en la mesa sobre un mantel blanco. Se trataba de esas piedras grises chapadas que salpican las arenas y que solo sirven para molestar a los bañistas. La mayor no tendría más de 10 cm. y en una gran parte de ellas se representaban escenas de campo con árboles. El resto lo componían algunas marinas con barcos perdidos en una confusa inmensidad de olas y cielo. Fueron estas últimas las que centraron mi atención, especialmente una -la de la imagen izquierda de arriba- a la que asocié de inmediato con el estilo de algunas obras de William Turner. Puse ese trozo de mar y misterio en mis manos y fué entonces cuando la mujer levantó la cabeza. La mirada que brotó desde sus vivos ojos, de un verde indeterminado, delataba un cierto agradecimiento y un mucho de indagación. Esto último logró turbarme unos instantes consciente de que esa mirada pudiera estar traspasando los resortes que dejan desnudos lo que se lleva por dentro, lo que camina con uno a cuestas y que los demás no ven, las cargas del orgullo y la vergüenza ganadas en cada escollo del camino.
- Dígame, señor, qué piedra le gusta y le diré algunas cosas más -preguntó sin dejar de mirarme en un acento que enseguida relacioné con las gentes del Volga.
- ¿Es usted rusa?
- Sí, señor. Soy de las montañas del Altai. Allí nací, muy cerca de la frontera con Mongolia. El Tibet ruso que nosotros le llamamos.
- ¡Vaya! Un lugar exótico, lo conozco por algunos documentales - contesté intentando indagar yo también movido por una extraña sensación de bienestar.
Le di la piedra elegida y Eileen escogió otra con una casita y un árbol para que las envolviese. El precio no merecía regateo: 15 euros las dos. Aún así recurrí a él de forma innecesaria y chabacana para que todo se quedara en diez euros. Antes de introducir cada una en un sobre de papel naranja, la mujer se levantó de la silla, se acercó hasta nosotros, y mirándome, con la misma fijeza de antes, dijo en un tono ceremonioso:
- Usted es un hombre valiente y todo lo que se proponga lo conseguirá.
- Ja, ja, ja -Eileen se descojonaba-. Se ha equivocado usted en todo. Él no es así -concluyó sin parar de reírse.
- No, no...Usted cree que él no es así y él también lo cree, pero están equivocados. Este hombre tiene una fuerza interior de la que él no suele hacer mucho uso. Al contrario, a veces la utiliza para castigarse a sí mismo. Vuelvo a repetirle, usted conseguirá todo lo que se proponga pero ha de proponérselo de verdad - acabó dirigiéndose de nuevo a mí. Yo correspondí sonriendo torpemente.
- Y usted ...¿de donde es usted? -le preguntó a Eileen.
- Soy inglesa, de Londres.
- Pues mire, usted es una persona...¿como se dice?...¿del alma, del espírito?
- ¡Espiritual!
- Eso es, espiritual. Usted es una persona inteligente, pero muy espiritual.
- ¿Todo esto lo dice por las piedras que hemos escogido? -pregunté.
- Por las piedras y por lo que veo en sus ojos. No en los ojos. En la mirada.
- Pero,¡bueno! ¿Usted qué es, una pintora o una adivinadora? Inquirí en tono conciliador.
- Soy un poquito bruja...ja, ja, ja. Pero, no, no se asusten. Solo soy una mujer de las montañas rusas del Altai que ha recorrido muchos mundos y conocido a mucha gente y siempre he intentado mirarlos con buenos ojos. Yo también soy muy espiritual. Me llamo Irina Shutova. Ese hombre del sombrero que está sentado en el muro es un gaucho argentino que fué cantaor de tangos y ahora es mi marido, el padre de mis tres hijos. Si quieren saber algo más de mi, en la parte de atrás de las piedras está escrita mi página web.
La escueta historia de Irina y su mirada penetrante me habían conmovido. Algo en ella me estaba incitando a poner yo también, como sus piedras, algunos de mis problemas sobre la mesa.
- Irina, resulta gratificante escucharla decir eso de la valentía y del logro de las cosas, pero he de confesarle que llevo algún tiempo, más del que yo podría esperar, en el que no me salen esas cosas como a mí me gustaría.
- Mire, Juan. ¿Usted sabe que hay noche, verdad? Pues entonces también sabrá que después de cada noche llega el día, ¿verdad? Al menos habrá aprendido eso a lo largo de su vida. Usted está ahora en la noche. Tenga paciencia, Juan, Espere a que llegue el día y el día llegará. Es así de sencillo. Mire todos esos árboles que hay pintados en las piedras. El árbol no es solo fruto. Otras veces solo tiene hojas y ramas, y algunas ni siquiera tiene hojas. Solo hay que esperar a que lleguen de nuevo los frutos. Pero usted tiene que sembrar. Hay que sembrar siempre. No puede estarse quieto. A veces se siembra en el sitio adecuado y otras no, pero el fruto llegará antes o después. tenga paciencia, Juan, con lo que busca y con lo que desea.
- Muchas gracias Irina. Creo que es usted una mujer especial. Al menos hoy tengo la certeza de que es una gran pintora.
Eileen y yo nos despedimos de ella y nos fuimos al chiringuito con nuestras piedras. Mientras mirábamos al mar, y entre trago y trago a los mojitos que nos habían puesto de postre, le dije que iba a escribir un artículo sobre la rusa de las montañas del Altai.
- ¿Tú crees que es ella la autora de las pinturas? - me preguntó.
- ¿Y qué más da? Cuando mires la piedra, la identidad de su autora será una cuestión intrascendente que no puede robarle nada al arte que lleva estampada. En cambio, esa mirada suya y sus palabras conciliadoras, llenas de generosidad, no es una cosa con la que yo me encuentre todos los días o todos los años. Por eso voy a escribir el artículo.
Esa misma noche puse el nombre de Irina Shutova en el buscador de Google. Irina Shutova de Parra nació en Barnaul (Siberia) junto a las montañas del macizo del Altai. Allí se graduó en ingeniería matemática y creó su propia empresa en una zona de producción de plutonio y uranio altamente contaminada, lo que le acarreó algunos problemas de salud. Acabó dejándolo todo por el mundo del Arte y por una búsqueda espiritual que siempre ha viajado con ella. Perdió por ello todos sus bienes terrenales y finalmente, y después de otros tránsitos, recaló en Buenos Aires. Allí creó dos grupos artísticos: "Alma de artistas" y "Fuente de Arte" colaborando en labores de docencia sobre la pintura y ayudando en centros de discapacitados. Llevó a cabo varias exposiciones en ciudades argentinas donando algunos cuadros a iglesias y centros educativos. Desde hace tres años vive en Roquetas de Mar con su marido y el menor de sus hijos y recientemente se ha trasladado a vivir a Almería. Vive exclusivamente a merced de la venta de sus cuadros y sus piedras y su búsqueda espiritual continúa plenamente vigente. La poetisa de origen alemán Norma Gomes de Schmit le dedicó en Buenos Aires un poema titulado "Peregrina", cuya primera estrofa dice así:
Bienvenida a la Argentina
te recibimos a vos
gran artista peregrina
del afecto y del color.

lunes, 25 de mayo de 2009

Estambul, una patria en la palma de la mano.


Quién no haya estado allí no puede gozar de una concepción global sobre la historia del hombre. Estambul no es solo una encrucijada, es sobretodo una referencia, un horizonte irritantemente anaranjado en el ocaso de los dias, salpicado de alminares, cúpulas, y cuentos donde caben todos los amores y se afanan todas las tragedias. No existe ninguna otra ciudad sobre la Tierra que abrace al viajero de forma tan natural y a la vez sepa envolverlo en una trama que traspasa siglos y culturas con cada uno de sus pequeños pasos sobre las calles o con cada fugaz mirada hacia su paisaje. Es la ciudad del mundo porque todos los mundos caben en ella. Oriente y Occidente confluyen en un espacio cuyo auténtico prodigio resulta ser un mutuo enamoramiento entre sus Culturas antes que cualquier atisbo de confrontación, algo así como un espacio neutral ganado a los tiempos y a las guerras por la propia magia de su historia y el encanto de su fascinante enclave. Sus habitantes lo saben, los viajeros lo descubren nada más llegar y los poetas llevan siglos bebiendo en las fuentes de una ciudad que se basta ella sola para dibujar al mundo.
Estambul es un sentimiento se mire donde se mire. Da lo mismo estar en un punto o en otro, todos los paisajes rebosan de paisaje. Desde Asia se ve toda Europa, y desde Europa se desea llegar con prontitud a ese principio de Oriente a través de cuya puerta se supo que había mucho más. En el puente Gálata uno se transita a sí mismo perdido en la vorágine de otros millares de tránsitos. En algunas de las estancias del Palacio de Topkapi el viajero quisiera volver siempre atrás, darle un puntapié a su caótico siglo XXI, especialmente en las cocinas y en los harenes, dos grandes pasiones que la modernidad no ha sido capaz de atenuar. Con Santa Sofía no han podido ni los vientos, ni las guerras, ni todos los temblores juntos de la madre Tierra. El tiempo ha quedado detenido en su interior permitiendo que el viajero se atontezca absorto ante la dimensión y la irreverencia de dos credos que cohabitan sin apenas denostación y regurgitan por las paredes, solapados y enfrentados, los iconos de cada uno. La Mezquita Azul, la de Soleimán el Magnífico y otras muchas, nos recuerdan la historia imperialista de sus últimos siglos y una monumentalidad que, mucho más hacia Occidente, también ha sabido dejar sus señas de identidad.
Pero, ¿y el alma? ¿Donde se esconde el alma de esta ciudad? Su alma es un sentimiento impúdico y sonoro que nunca ha intentado ocultarse, se levanta con cada día y se desvanece silenciosamente al caer la noche. Son los mercados, el latido que arrancó en la noche de los tiempos y que nunca ha cesado testificando la herencia ganada a una condición: la de la fiesta ancestral del trueque, del engaño, de la convivencia, la palabrería y el tributo a una forma de vida que no necesita de ninguna otra. El Gran Bazar es un laberinto de los sueños donde lo imposible deja de serlo. Cambistas y mercaderes de leyenda ponen en juego todas sus artes malabares en un espacio que siempre parece estar a punto de estallar, y en algunos rincones alejados del tumulto, también los filósofos, sin aspavientos, con el estoicismo de los sabios, se apresuran a poner en tu mano un manual ligero para la supervivencia compendiado en 4 o 5 frases esenciales.
La antigua Constantinopla es así de prolija en las emociones y en los espectáculos. Para escapar momentáneamente de ella, el Bósforo, una de sus azuladas calles de agua, ofrece un corredor de apenas cuarenta kilómetros cuyas dos orillas ponen la nota de un verde frondoso salpicado de palacios y mansiones que desde lo alto parecen rendir un cansino tributo al paso incesante de gigantescos mercantes. La ciudad y el Bósforo son un nudo de idas y venidas que como los amantes jamás se pierden de vista del todo.
El abrazo de Estambul es como una caricia en el oído y un tacto en los ojos, el susurro de un lugar lejano que te dice sin pudor alguno que estás de nuevo en casa. Es entonces cuando haces tuya toda la ciudad con la emoción del que supo disfrutarla en otros tiempos u otras vidas. No es ella la que permanece, es el viajero el que se siente detenido y casi casi inmortal.
Estambul es una patria que, como la propia eternidad, también cabe en la palma de la mano.

viernes, 22 de mayo de 2009

La España agónica.

Durante muchos dias mantuve la certeza de que Giulio Bramante, el políglota, vidriero y coleccionista de libros veneciano, al que tuve la prodigiosa suerte de conocer en 2005, pertenecía a la logia masónica de la Serenísima. La verdad es que nunca gocé de razones objetivas para tal consideración y ni siquiera su comportamiento u opiniones alentaban tales conjeturas. Si hubiese llegado a reparar siquiera por un instante en la esencia fundacional que siempre ha movido a esta
sociedad secreta, lo hubiese descartado en el acto. Giulio es un hombre centauro, mitad sabio y mitad bestia, pero desde su inconmensurable sabiduría jamás estuvo en su mente cambiar el mundo o el curso atropellado o no de las cosas. A pesar de su condición inequívoca de hombre apasionado, siempre supo dotar las disyuntivas de su vida de un pragmatismo no exento de dolor que ha sido a la postre su principal estandarte para la supervivencia.
Ahora, un puñado de kilómetros más acá de la laguna de Venecia, se baraja la posibilidad de que Zapatero -en el otro extremo de la cadena de los personajes imposibles- pueda pertenecer a la masonería. Dicen que su nuevo Ministro de Justicia es uno de sus más distinguidos representantes, pero claro eso no parece ser una razón suficiente de peso o mérito para asignarle a él tan alta consideración esotérica.
Cuesta trabajo, sobretodo por simple honestidad, meterse en la piel de un personaje de la calaña de Zapatero -no digo buena ni mala- para lucubrar sobre una condición, la de masón, que yo a estas alturas de siglo y años no sé bien si es una especie de credo, de filosofía existencialista, de clase social, gremial, o de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Dias. Mi maestro Bramante arrojó alguna luz sobre esto cuando me dijo que tanto la masonería como otras sociedades secretas, bajo la máscara profesional y filantrópica, buscan sobretodo un afán de crecimiento a través del proselitismo de todos sus miembros con el objetivo final de intentar darle la vuelta al mundo y no en un sentido geográfico. Apuntó a los Illuminatti como el paradigma de ese movimiento, una secta de masones disidentes que propugnan un nuevo orden para el mundo y la llegada inminente de un nuevo Salvador, una vez ocurra el caos, tras el derrumbe de la moral y de la ética históricamente entendidas como tales. Esa misma luz es la que me hace pensar si acaso Zapatero, al que se le asignan por unas y otras vías limitados estadios de intelectualidad, no estará si no intentando cambiar el curso de las aguas en una sociedad y en un país que no está hecho para nadar contracorriente, y todo ello al grito siempre complaciente de ¡Viva la tolerancia y la modernidad! Es ciertamente sospechoso que un tipo frío y duro como él, poco o nada dado a la generosidad y a la entrega al prójimo, le preste tanta atención al intento de voltear los sistemas y los preceptos y pase tan de puntillas por una crisis que parece importarle menos que un cojón de pava.
No es necesario gozar de sobrada conciencia para darse cuenta de que España moralmente se desmorona y de que una nueva ética se intenta imponer desde los más altos estrados del poder, y no hablo de las trasnochadas y obsoletas consignas de la Iglesia. Zapatero está a la cabeza de esa cúpula y no parece ocultar demasiado sus intenciones cuando blande una y otra vez con una prepotencia más propia de un idiota que de su condición vinculante de presidente del país, la espada que lleva ya cercenados un puñado de viejos principios con sus llantos respectivos y que nada tienen que ver con darle respuesta a esa manida recurrencia de la modernidad y del progresismo. Algunos de sus acólitos le rien la gracia y otros callan. Su Ministra Aido, desde luego no ha sido uno de estos últimos. Su famosa frase ha volteado, por muchos siglos creo, el paradigma de la vergüenza académica y moral. Pero a Zapatero poco le importa que los parados superen en número a todo el Imperio Romano, los españoles se vuelvan locos pensando en como pagar sus hipotecas, y los banqueros se junten en las mazmorras de sus mansiones para follar y reir sobre un colchón de billetes. Lo importante, la polar como decían en la OJE, es un nuevo orden mundial. Que venga y que venga pronto. La España agónica ya es un feliz presagio. Los Illuminatti se frotan las manos.

martes, 19 de mayo de 2009

Las viejas glorias.















Cuesta creer que haya pasado tanto tiempo. Un yuyu de vértigo y de nostalgia me recorre todo el cuerpo al contemplar esas fotos. La Salle de los 60, ¡vaya acuartelamiento de temerosos enanos y falsos clérigos! Aquellos frailes no eran otra cosa que eso mismo: falsos clérigos plenamente conscientes del arsenal intimidatorio que les confería su espeluznante aspecto de negro inmenso y blanco escueto en los cuellos. Sobretodo, cuando asomaban caminando de improviso desde el fondo de los largos pasillos entre la penumbra y la tristeza de aquellas tardes de invierno. Pululaban en todo momento por los rincones del colegio, en los pasillos, en la puerta de las aulas, por los patios, atravesándolos siempre en diagonal, imagino ahora que por conseguir una mejor perspectiva de los incautos, subiendo o bajando las escaleras de caracol que desde el patio central conducían hasta la capilla, y finalmente, apoltronados en las aulas encima de la tarima, observando con paranoico placer los ojos temerosos de los alumnos que, como yo, andábamos siempre maquinando en el furgón de cola. El maremagnum emocional se escenificaba teatralmente todos los fines de semana con la entrega de los boletines a manos de "el zorro", el director, el jefe supremo de la cuadrilla, con todos los alumnos de pie ocupando la periferia del aula en una fila ordenada desde el primero hasta el último según los méritos obtenidos. Bolitas multicolores anisadas para los primeros y tirones breves e intensos de las orejas para los últimos en un ejercicio de humillación pública cuya única ventaja, al menos para mí, era que solo se producía una vez a la semana.
Sin embargo, jamás me he sentido perjudicado por aquella etapa tan prolija en las hostias -tomadas y recibidas- y en los miedos. Es posible, sí, que el paso por La Salle lograse imbuírme de cierta rebeldía, pero concluyo que la docencia entre sus muros supo alentar innumerables inquietudes que, indolencias al margen, supieron conformar también un interés por la intelectualidad y la Cultura que en otro tipo de Centros no hubiese conseguido alcanzar. Así que, cuando observo la foto, ya no me acuerdo de los reglazos ni de las hostias, me miro a mí mismo y digo ¿pero qué has hecho con todo ese tiempo?
Algunos aspectos se han negado a cambiar: la mirada tensa de aquella foto del 65 es la misma que tengo ahora. Hay ciertas amarras de las que es muy dificil soltarse. Sonrío al verme, no obstante, con ese gesto de inocencia en la cara que aún era capaz de ocultar las tribulaciones de un niño que soñaba con ser mayor al día siguiente. ¿A qué esperar varios años? ¡Pobre ignorante! Nunca podría imaginar que cuarenta años después seguiría sin conseguirlo. Algo que ha sido bueno para las emociones y no tanto para la cordura. Mi madre me lo dice una y otra vez. Por eso he pasado de puntillas sobre muchos lodos, sin preocuparme demasiado de las salpicaduras y procurando disfrutar, ea, brincar en medio del barro, chuparme los dedos para limpiarme, y comerme las uñas histéricamente con cada abstracción de lo que no podía plegarse a mis deseos.
Es curioso, con la mala memoria que tengo, y ahora , viendo la foto, soy capaz de recordar casi todos los nombres de aquellos enanos. Algunos han alcanzado la celebridad, otros, como buenos hijos de papá, han vivido siempre sobrados a la sombra alargada del clan familiar, de otros nunca llegué a saber lo que fue de ellos, alguno habrá dejado de pisar sobre la Tierra, y algún otro también quizás haya sido capaz de maldecir a su existencia. Uno de ellos, el más inequívocamente chulillo en la imagen, me robaba las tortas de manteca en los recreos. Una tragedia mientras duró el anonimato porque aquellas tortas eran más importantes que la cartera. Hasta que un dia lo cacé tumbándome debajo de un pupitre. Cuando le iba a dar de hostias pensé: ¿tendrá hambre esta criatura? Fue uno de los pocos momentos de mi vida en que hice de mayor y, sin demora, se las ofrecí para que se las comiera. Llorando las rechazó. No me sentaron bien aquel dia.
Así, fue pasando el tiempo y me fui viendo crecer, al menos en años. Dejé atrás aquellos frailes, el olor a tarimas y pupitres de rancias maderas, las confesiones semanales del mismo pecado, las risas y los llantos de mis queridos correligionarios -compañeros enanos siempre en guerra de guerillas- y la emoción táctil de los nuevos libros del curso.
Y así también llegué a la Universidad y héme ahí en la otra foto. El mismo niño con más pelo y más piernas y poco más. Ese fue el primer equipo de fútbol sala de la Universidad de Almería, con caras conocidas, ¡quién lo diría por aquellos entonces! el Chipy -el futuro rector-, Diego Cervantes, Emilio Molina, y el resto que no dejábamos de ser menos importantes que los nombrados, especialmente yo que metía más goles que ninguno de ellos con esa zurda palomera de escasos esfuerzos pero de precisa y oportuna ubicación. ¡Qué tiempos de viejas glorias! Quince años es nada entre ambas fotos y aún menos los cuarenta desde la primera. El tiempo solo ha podido pintar surcos en las caras y adornarnos la cabeza con un bonete alopécico en el lugar de la coronilla. Hablo por mí. ¡Qué sé yo de los otros ni me importa!.
En lo demás sigo siendo cómplice del niño tenso que no sonríe en el centro de los sentados. Es la tensión del expectante, del niño curioso que se pregunta miles de cosas y pretende averiguarlas, la tensión del que maquina sin siquiera saber lo que eso significa, la tensión del coleccionista de emociones, también la del que teme y duda de sí mismo, la del recolector de fiestas de Reyes Magos y abrazos paternales, la tensión del soñador, del que ya comienza a dibujar románticos amores que nunca llegarán, la tensión, en definitiva, del niño que intuye amargamente que nunca va a dejar de serlo por mucho que una multitud de juguetes intenten distraerle y allanarle los caminos.
O tal vez yo ahora ande equivocado y aquel gesto casi de disgusto, tensionado y falaz, tan solo se debiera a la impaciencia por llegar de nuevo hasta el pupitre y desliar aquellas tortas de manteca embadurnadas de azúcar que se diluyeron, como tantas cosas, en la estúpida vorágine de una existencia que ha ido perdiendo su sabor y su sentido precisamente con el paso de los años.
Nota del autor: Dedicado al centenario del colegio La Salle de Almería recientemente commemorado.

jueves, 14 de mayo de 2009

Final de copa: la España light.


Instantes después del pitido final chocaba observar a las dos aficiones despendoladas sobre idénticos pináculos de euforia. Viéndoles las caras y oyendo sus gritos nadie sabría decir cual de los dos equipos acababa de alzarse con la victoria. Un partido perfecto con un resultado políticamente adecuado, donde en los medios y en el fin, la condición de perdedor había sido ya, desde dias previos, oportuna y sospechosamente eliminada. Y así lo refrendaron. ¡Sí, señor! ¡Con dos cojones! O para ser más exactos ¡con 40.000 pares de cojones, incluídos también los de ellas! Los mismos pares que al final se cimbrearon al ritmo pululante de las banderolas y los mismos que al principio se encogieron para transmitir algo de más fuerza a los pitidos. Todos en consonancia, todos en armonía, todos en comandita, la fiesta total del fútbol orquestada exclusivamente para el refrendo de una causa común: el común desprecio a una identidad nacional y a sus representantes, y a la que sin embargo se encaraman día tras día para chupar de una teta cuyo gusto no parece disgustar.

"Ante la duda, la más peluda" decía un viejo amigo mío. Ayer en el partido, el chocolate en un lado y las tajás en el otro, y para el pueblo, las "chocotajas" que es como decir migajas salpimentadas de necio desprecio. No hay cosa que exaspere más a la raza humana que tragarse la mierda de otros en la casa de uno. Estos nacionalismos de ahora de voceo y paso atrás que encumbran sus mensajes anacrónicos bajo el bastión que posibilita una muchedumbre de exaltados, abanderados unos y otros por una más que risible ostentación de apátridas, produce un cierto asco, una cojonera y hasta gratificante persistencia de alejarse cada vez más de esa parte de la raza humana que nunca supo ubicarse ni establecer referencias. Son la marabunta del impedimento, de las barreras infranqueables, de las fronteras fraudulentas y si los dejan, del exterminio de todo aquello que intenta moverse por diferentes caminos.

En medio de tal ensoñación, evocan a un pasado de generaciones ancestrales reclamando unos derechos que jamás gozaron de memoria histórica alguna. Cuando las familias formaban una tribu, varias tribus formaban un clan, y un puñado de estos edificaban finalmente un reino. No fue si no hasta después del Renacimiento cuando comenzó a tomar algún sentido la palabra nación en las colectividades que ya se consideraban patria o país, y todo ello merced a un sentimiento endogámico propiciado por la burguesía y el liberalismo.

¿Qué les enseñan en las escuelas a los hijos de los nacionalistas en España? La Historia manipulada, y ni tan siquiera sutilmente tergiversada para que no se note demasiado. "El nacionalismo es una enfermedad infantil" decía Einstein, supongo que porque el virus comienza incubándose en las escuelas. En cualquier caso, creo que es un proceso imbecilizador, que atonta al individuo y, que cuando se extiende a toda una comunidad, acaba convirtiéndose en una catástrofe. El otro día la mafia italiana calificó a la gente de ETA como la más imbécil del mundo, pero se juegan su vida y su libertad enajenados por un odio que les debe resultar insoportable. ¿Cómo habríamos de calificar a quienes les aplauden o silencian sus fechorías al tiempo que se enorgullecen de navegar con ellos por las mismas aguas reivindicativas?
Patriotismo y nacionalismo son dos conceptos creados en su día para la exaltación de unos valores que fuesen capaces de unir y de mejorar a la sociedad en cuestión. El primero ha permanecido fiel a sus raíces: amar una tierra, amar a sus habitantes; el segundo, en cambio, se ha perdido en la niebla de la razón acomplejada de todos sus partidarios: odiar al resto de las tierras, odiar a todos sus habitantes. Es tal la sinrazón de este feto ideológico y trasnochado del fundamentalismo vasco-catalán que llegan a convertir un estadio en la panacea de la condición de unos seres estúpidos que son capaces de vomitar su propia mierda sobre una patria que nunca va a dejar de ser la suya porque ni ellos ni sus antepasados jamás gozaron de otra. Y así se olvidan de lo más esencial: disfrutar de su propia identidad, la que suelen poner tan a menudo, como la otra noche en Mestalla, al servicio de una actuación esperpéntica que les recuerda un futuro de continuas amarguras e inútil rechinar de dientes.

¡Señores pitadores vascos y catalanes: en la próxima ocasión compraos un pito más grande, así podremos complacernos de que el auténtico sentido de la existencia, en vuestro caso, se escapa por la boca y no precisamente en forma de palabras, si no de estéril y estúpido ruido.

lunes, 11 de mayo de 2009

Flores erectas, hombres marchitos.








Quisiera conducirme yo a mí mismo igual que se manejan las abejas con las flores: libando cuidadosamente el néctar, procurando no agotar el diminuto manantial de cada una, prometiendo volver con ruido de frágiles alas y un nuevo beso de aire, susurrando bucólicos mensajes que se extienden lozanos entre los pétalos, agradeciendo ser acunadas por un instante que presagia vidas completas, y felices, finalmente, por haber culminado tan amorosamente su delicada misión. ¿Por qué las flores mueren tan pronto y nosotros somos tan distintos a las abejas? ¿Hay algo más dulce que la miel o más frágil que una flor? Debiéramos suplicar el retorno a la profunda intrascendencia, y una vez allí, volver a ser creados, gozar de una conciencia diferente, caminar por una nueva ruta sobre el mapa, olvidados de las ridículas competencias, alejados de engañosas e inútiles grandezas, enajenados del dolor y de la muerte, sosegados ante la misión de cada uno, respetando cada átomo que se cruce en el camino, contribuyendo al bienestar de todo aquello que tenga nuestra forma, pasando de largo por los caminos que no están hechos para nosotros, impregnándonos jubilosos con los olores de cada mañana, fascinándonos con los colores rojo y púrpura de los atardeceres, regresando siempre felices a casa, y manteniendo intactas, como en aquella otra vida, la condición de seres apasionados. ¿Pero a quién debemos suplicar ese nuevo soplo de esperanza? ¿Es posible que el Dios de las abejas y las flores sea también el mismo Dios que hizo a los hombres?

- Hay algo que no me cuadra, Sancho. Veo molinos donde debiera ver gigantes, y eso no habrá de ser bueno para nuestra digna integridad. ¡Anda, apriétale al rucio, que ya lo hago yo con Rocinante antes de que nos desollen como a San Bartolomé!
-¿Por plebeyos, mi señor?
- No, Sancho. ¡Por ignorantes!
- Corra yo entonces, señor. Vuestra merced nada habrá de temer de molinos ni gigantes, más no deberá olvidar cuidarse de las ovejas, esas siempre son lo que parecen.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Los bancos: el nuevo paraíso.


Cuando no hace mucho leí con inusitado entusiasmo el artículo de Arturo Pérez Reverte en el que describía a los dirigentes de este país como "cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros", no pude evitar, al margen de las obligadas reverencias por su descarnada valentía, acordarme también de todos los banqueros del mundo y más especialmente de esos otros de aquí al lado y la cojonera sombra de portazo y paso atrás que acaban de vomitar sobre nosotros.
Algunos desubicados se han echado las manos a la cabeza, pero yo siempre supe lo que escondían tras el pellejo y la sonrisa. ¡Los demonios del destino! Eso es exactamente lo que son, por su propia condición y por el manejo aventajado e irritantemente avaro de las ilusiones de esa enorme masa de "pedigüeños" a los que ellos les han salvado la vida a base de inyecciones de préstamos. Y muchas veces hasta te lo han llegado a recordar injuriosamente momentos antes de ponerte la trampa en la mano.
¿Seremos capaces de despertar alguna vez en esta zarabanda de país con ruído de alpargatas y maratones de aspirantes a reyes del pelotazo? Me temo que no, pero algunas bocas, por nauseabundo que a muchos les resulte su aliento, no van a poder ser calladas. Y eso es lo que más les jode, a los unos y a los otros, como dice Reverte, a todos esos que son culpables de que España figure entre los paises más incultos de Europa y, tragicómicamente, también aparezcan algunos de nuestros bancos a la cabeza del mundo.
Recuerdo allá por los setenta cuando mi padre, el hombre más honesto del planeta en igualdad de otros porque jamás he llegado a conocer a otro más honesto que él, se acercaba temeroso hasta el despacho de aquellos directores sucursarios endiosados, y luego salía con una breve palmadita en las espaldas que certificaba que la gozosa cuenta rediticia del 18% comenzaba su propia cuenta atrás, y por cuyo favor había que quedarles eternamente agradecidos. Después, durante muchos años, hemos tenido que atragantarnos una y otra vez con las ruidosas noticias de los miles de millones de beneficios que cada entidad voceaba desde los más alto merced a los sudores y a los insomnios de tantos rescatados de la mierda para contribuir a la gran causa del capitalismo de unos pocos. A pesar de mi alocada juventud en aquellos tiempos y del estricto y silencioso cumplimiento de mi padre, siempre recelé de la palmada y la sonrisa. Más tarde yo mismo hube de traspasar parecidos despachos en más de una ocasión, pero siempre procuré mantener la distancia justa para que no me alcanzasen las espaldas con una de sus típicas palmadas de beneplácito y ponte de rodillas. Cumplir lo justo, no olvidar nunca su condición y joder todo lo que fuera menester, es lo que he hecho yo siempre con los bancos, y aún así llevo más de media vida trabajando para ellos, engordando, como todos los prestatarios, su cuenta de explotación.
Pero el tiempo de las máscaras ha tocado a su fin. Ahora en estos días interminables de crisis amasada, consentida, diseñada y merecida, se ha revelado el demonio con todo su refulgente esplendor. El purgatorio bancario de otros tiempos se ha transmutado instantáneamente en un infierno que cierra sus puertas a cal y canto para que no entren los intrusos y no puedan escapar los beneficios exorbitantes de muchos años atrás. Y en medio de toda esa cerrazón ya poco importa que recele el cliente poderoso, se ahoguen los don nadies, se mueran los necesitados, se hundan las grandes empresas, desaparezcan todas las pequeñas, le den por el culo a la economía, al producto interior bruto, y revienten todas las listas del paro. El infierno ha cerrado sus puertas y el Gobierno calla y agacha sus sucias orejas no vaya a ser utilizado como un nuevo combustible que avive aún más la llama. Y todo ello será tan solo hasta que se atisben nuevos horizontes, nuevas e inmensas montañas de beneficios a costa de los ilusos dispuestos a caer de nuevo, como las moscas, presos de patas en el pastel del consumismo y las necesidades absurdas.
!Cuán gilipollas somos capaces de llegar a ser los españoles! La ausencia de autocrítica y la cateta contumacia de la que habla Reverte es muy propia de nosotros, los hacendosos engordadores de la olla de los banqueros durante tantos ejercicios de pingües cuentas para que ahora lleguen ellos y nos escupan a la cara con su prepotencia habitual, mientras la nave del Gobierno nos conduce hacia la Arcadia feliz y definitiva y la oposición se distingue distinguidamente por ser una oposición de la gran mierda.
¡Ay padre, si pudieras desde tu gran atalaya fulminarlos a todos!

martes, 5 de mayo de 2009

"La noche de los poetas" Microrrelato presentado en la Delegación de Cultura de Almería presuntamente censurado por represalias.

Las aguas se habían encendido en el muelle con la luz de las antorchas. Todos los kuttab bajaron a la orilla a recibirles.
- ¡Veamos qué cargamento nos traéis! –gritó con voz severa Al-Nusayr, el secretario mayor.
- Lo que traemos viaja con nosotros en lo más profundo del pensamiento. Vuestro gran rey Al-Mutasim será fielmente honrado con nuestra humilde sabiduría -contestó Habib Jaldún, el poeta de Qayrawan.
Los eruditos, venidos desde el otro lado del mar, atravesaron la Puerta de los Negros escoltados por los kuttab y ascendieron hasta la Alcazaba. Cuando finalmente se presentaron ante Al-Mutasim, fueron embargados por una enorme tristeza.
- ¡Cuidad vuestras lágrimas y no las malgastéis pues tendréis que llorar largo tiempo! –atinó a decir con la dificultad del que agoniza el rey poeta Al-Mutasim, bajo cuyo reinado vivía la taifa de Almería sus mayores momentos de esplendor.
Habib Jaldún subió esa misma noche hasta la Torre del Mihrab y contempló la bahía. Un penetrante olor a mar y el reflejo anaranjado de las fogatas en el agua, parecía alejar su condición de forastero. De repente sintió un espasmo, un rictus agónico que le hizo perder la visión y la conciencia. Fue entonces cuando comenzó a escuchar lamentos y gritos desgarradores. Abrió de nuevo los ojos y, en la lejanía, observó figuras humanas que se apiñaban en una barcaza y otras que flotaban sobre las aguas. Prestó atención y pudo entender algunas de aquellas súplicas. La aterradora visión duró tan solo unos segundos, el instante necesario para hacerle comprender que había avanzado 918 años en el tiempo. Entonces recordó las recientes palabras de Al-Mutasim y se echó a llorar rompiendo el silencio de una noche espléndida.
El Mihrab, testigo mudo de tan dispares espectáculos, aún se esfuerza por seguir en pie.
Nota del autor: La siguiente carta dirigida y envíada a la Consejera de Cultura de la Junta de Andalucía explica y relata con suficiente precisión los hechos acaecidos en relación con los intentos del autor de que alguién confirmase en la Delegación de Cultura de Almería la recepción vía e-mail del microrrelato para el concurso "Centenario del puerto de Almería".
Dª Rosario Torres Ruiz
Consejera de Cultura Junta de Andalucía
Palacio de Altamira
41004 Sevilla



Excma. Sra:
El pasado día 17 de Marzo del año en curso, me dirigí telefónicamente a la Delegación de Cultura de Almería a través del nº 950011722 para que me confirmasen el recibo de un e-mail a través del cual envié un relato al concurso de microrrelatos”Centenario Puerto de Almería” convocado por esa Consejería de Cultura. El funcionario que atendió el teléfono me dijo que ese asunto lo llevaba una tal Paqui y que, en esos momentos, estaba reunida, que llamase más tarde. Durante esa misma mañana realicé dos llamadas más obteniendo idéntica respuesta. Al día siguiente, volví a llamar, identificándome como la persona del día anterior, y el mismo funcionario contestó que la tal Paqui había salido a la calle, que llamara más tarde. Una hora después lo intenté de nuevo, y entonces el funcionario separándose el teléfono dijo: “Paqui, ¿puedes coger el teléfono?, es para el concurso de microrrelatos”, y al cabo de unos segundos me dijo: “Lo siento pero está reunida, tendrá que llamar más tarde”. Al día siguiente volví a llamar, y, como siempre, diciendo que era el del concurso de los microrrelatos. El funcionario de marras me dijo entonces: “Mire, es que ese tema no lo lleva Paqui, lo lleva la jefa del departamento y ahora está hablando por teléfono. Llame dentro de quince minutos”. A los quince minutos volví a llamar y me dijo que seguía hablando por teléfono. Ante mi desesperación e insistencia en advertirle que yo solo pretendía que alguien me dijese si se había recibido el correo, contestó que él mismo estaría pendiente de decírselo cuando acabase de hablar y que llamase otra vez a los quince minutos. Veinte minutos después volví a llamar y me dijo, como si fuese la primera vez que llamaba, que la jefa había salido a la calle y que no me podía decir nada más, que llamase de nuevo más tarde, ante lo cual, y como usted ya debe suponer, EXPLOTÉ. Le pedí el nombre al funcionario y después de muchos segundos de silencio me dijo que se llamaba Eudaldo Furter -o algo así- y que si iba a poner alguna reclamación contra él, a lo que contesté que contra él, sus jefes o jefas y toda la ineptitud manifiesta durante tres días de absoluta frustración.
Sra. Consejera: ¿Son estas las directrices de actuación de unos funcionarios que cobran su salario para atender las necesidades en esa materia de los ciudadanos? La escena es rotundamente kafkiana. Tres días toreando a un ciudadano que cada vez que colgaba el teléfono se le ponía más cara de gilipollas-con perdón-.
Fíjese, con todos mis respetos, Sra. Consejera, cómo las decenas de funcionarios de la Delegación de Cultura de Almería multiplicadas por todos sus salarios no han servido para dar respuesta durante tres días a la pregunta simple de una cuestión diseñada y convocada por ustedes mismos. Estoy seguro que se estará llevando las manos a la cabeza, pero no se preocupe que si toma cartas en el asunto, ya se encargarán los mismos del desaguisado de darle la vuelta a la tortilla y lavarse las manos en las aguas ponzoñosas de la desvergüenza y así ¡todos tan panchos!
“El Gobierno andaluz concibe la Cultura como una fuente de riqueza y de disfrute que debe ponerse al alcance de todos…es un derecho constitucional”. ¿Recuerda esto? Es una frase suya. ¡Pero cuán cerca, a veces, caminan la Cultura y el puntapié!
Espero no haberla cansado demasiado. Estoy seguro que intentará poner algo de orden en el cortijo almeriense. Y lo peor de todo es que muchos de estos papanatas funcionarios han llegado desde otras partes para mirarnos siempre desde lo alto. ¡Qué tiempos tan genuinos aquellos de las legañas!

Desde el máximo respeto, reciba mi más cordial saludo.