viernes, 31 de octubre de 2008

El tiempo transgresor


Me mantuve unos instantes mirándole de frente sin moverme. Procuré corresponder a su expresión dejando de pestañear y apretando la mandíbula y entonces me pareció que nos habíamos acercado. Me fascinaron sus formas, la textura, las cicatrices serpenteantes entre la herrumbre y el deterioro, pero sobretodo el rictus agónico que suplicaba una nueva vida, una nueva conciencia en el interior de tan tétrica coraza. O tal vez se conformara con la conciencia anterior, su viejo arcón de recuerdos y calamidades amontonados y ocultos tras el telón de algunos momentos fugaces de triunfo. El tiempo y los avatares mostraban todas sus heridas pero él silenciaba con orgullo su llanto interior. Como Uróboros, ese monstruo con forma de serpiente que se muerde la cola devorándose a sí mismo y que adoran los alquimistas, había muerto y renacido al mismo tiempo. Seguí mirándole abrumado por una extraña confusión. Por momentos, me pareció estar en el lugar de él y él en el mío. Por momentos también, creí que me despojaba de toda la materia pensante para trasmutarme a su cerebro fósil y así poder entenderle. Pero fue inútil y al mismo tiempo conveniente. Podría haber supuesto la trampa definitiva, una asomada al escenario de los abismos inacabables, del propio infierno, si éste, a su vez, tomara conciencia de que nosotros existimos y fuese complaciente mostrándose en todo su refulgente esplendor. ¿Qué estaría pensando él? pensé estúpidamente sabiendo que él no podía pensar. Por eso mismo, tal vez no fuí aniquilado por la ira de un escupitajo de su propio hierro al intentar ponerme a la altura de su testimonio imperecedero.
Los hombres no somos nada ante las esfinges y aún menos cuando tomamos conciencia de nuestro exiguo tiempo. Cuando desde sus ojos inanimados desvié la vista unos centímetros, observé de repente la fachada de la Salle donde había pasado seis años de mi vida cuarenta años atrás. Nos despedimos y lo comprendí.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Se acerca la tormenta


Se acerca la tormenta. La tierra se prepara a recibir un nuevo frescor y los pájaros, estremecidos, se resguardan entre las hojas. Tímidos relámpagos centellean en el horizonte y el cielo se pone de luto, de un luto agradecido y momentáneo. Los colores se traicionan a sí mismos, los verdes se hacen más verdes, los negros más oscuros aún, y los blancos acaban desapareciendo. El paisaje es otro. Un nuevo calidoscopio ha descendido desde el cielo extendiendo su nuevo manto de penunbra que , sin embargo, acicala de una nueva belleza a las formas vegetales. Una sinfonía de pequeñas gotas cayendo comienza a sonar y el silencio inmediato y anterior desaparece. La imagen se aclara, el aire deja de estar enrarecido y los pájaros entonan nuevos cantos. esta vez parecen cánticos de fiesta. El viento rinde homenaje permaneciendo muy quieto. Nada se mueve. Todos contemplan. Pronto se acabará este nuevo espectáculo, pero no importa, todos ellos saben que volverá a repetirse. Yo estaba allí, y aunque no logré alcanzar el mismo grado de felicidad, al menos pude retratarlo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Un rescate inesperado


Curiosos espectáculos estos de nuestros tiempos. Si los hombres primitivos, los peludos de Atapuerca sin ir más lejos, levantaran la cabeza, se darían en medio de ella con la quijada de un mamut: tres coches de la benemérita, otros tres de la policía municipal, dos camiones gigantescos de bomberos con toda su dotación, un coche cargado de técnicos de Medio Ambiente, varios veterinarios y una marabunta de trescientas personas pululando alrededor, expectantes, asombrados y finalmente felices por no haber pagado la entrada. Todos miraban a la terraza de una vivienda duplex donde un bulto grande y con alas descansaba sobre la baranda sin moverse. Uno de los asistentes se aprestó gentilmente a describir al individuo a la gente que llegaba: "un mochuelo gigante que se ha parao en la terraza", y todos ellos levantaban atónitos la mirada ante el descubrimiento de un nuevo ejemplar de nuestra inacabable -ya cada vez menos- biodiversidad. Pero como en las apariciones marianas y en las visiones espectrales de ultratumba, casi todo en esta vida goza de una desilusionante explicación. Se trataba de un buitre leonado desnutrido que ya no tenía más fuerzas para seguir volando, y finalmente quiso decir "¡basta!" yendo a buscar la muerte al sitio más antinatural de su salvaje vida. ¡Pero no! Ahí estábamos nosotros con nuestros imponentes vehículos y equipamientos tecnológicos, nuestros cuarteles policiales, agencias medioambientales, Ministerios de toda índole, y todo el aparente, sensiblero y falso amor a la naturaleza, para evitarlo. Debiéramos haberle preguntado al buitre antes de actuar. Tal vez algún dia, en sus lucubraciones voladoras, nos agradezca la movida de esa noche, pero no por haberle salvado la vida, no, si no por haber evitado que tan luctuoso desenlace sucediese tan lejos de sus colinas, de sus escarpadas paredes de piedra y tiempo, de sus mundos de viento y silencio, en fin, de todos esos escenarios a los que nosotros no pertenecemos.

martes, 14 de octubre de 2008

8 hombres felices y uno de ellos ...¿soy yo?

Pero ya no soy el mismo. Aquel que no dormía en las vísperas y se pasaba largos ratos junto a su padre oliendo los cartuchos disparados de cartón, ensimismado con la euforia de la pólvora y emocionado, una vez más, con el oficio más antiguo de los hombres. El que contaba uno a uno los perdigones que contenía cada cartucho imaginando mil hazañas en su diminuta redondez. El que soltaba de un zarpazo la pereza y las legañas y saltaba de la cama presuroso, preparando los arreos, y tentando con lascivia la escopeta, aquella Discoverer paralela que ¡ay infame de mí! vendí después a un colega por 5.000 pesetas. ¡Cuánto la habré echado de menos! La escopeta de mi padre ¡Cuán orgulloso se sintió cuando me vio abatir con ella mis primeras tórtolas en los tarays de el Toyo!
Aquel de entonces ya no es el mismo. Tampoco lo son los otros, Juanico Blanes, Manuel Blanes, mi tio Pepe, mi padre, mi abuelo, mis maestros...Algunos ya no están, y los cartuchos ya no invitan como antaño a esnifarlos. Tampoco las perdices son las mismas. Estas de ahora parecen afeminadas y edulcoradas, con colorantes en las patas que ahora muestran un sospechoso y poco alentador naranja corralino, y un vuelo torpe y cansino que me hace recordar aquella maricona que salió en un espectáculo aleteando con los brazos y cantando "Soy la reina de los mares". Recuerdo ahora con nostalgia el dia que fui invitado en la Mancha a un ojeo en una de esas fincas de renombre: 550 perdices con la fiereza y el bravío de lo salvaje, 36 liebres y no sé cuantos conejos para 16 emboscados tras un seto de esparto y sarmientos. Acabé con la cara hinchada, la mirada perdida, y el corazón partío de tanta felicidad. Pero eso fue hace más de veinte años Ahora los ojeos son otra cosa: insulsas veladas campestres de ciudadanos adinerados reunidos para limpiar el campo de objetos inservibles que vuelan de aquí para allá. ¿Qué no ha cambiado desde entonces? Como la modernidad, disfrutamos de novísimas tecnologías y alucinantes sistemas de comunicación, pero las papas ya no son las mismas, las yemas de los huevos presentan un color extraño, y la ilusión de la gente se encuentra bajo sospecha. Así que yo, como todas esas cosas, también he cambiado, y ahora ni siquiera soy feliz con el disfrute más antiguo de los hombres.
No hace mucho, en uno de los lances en la Mancha, me topé con un conejo despistado que a escasos 3 o 4 metros me miraba sin moverse entre unas jaras. El instinto venatorio me hizo apuntarle con urgencia a la cabeza y así estuvimos los dos durante muchos segundos, mirándonos sin movernos, ajenos a todo lo que andaba alrededor, enfrentados y, sin embargo, extrañamente conectados por un momento fugaz, una pulsión de vida cuya continuidad dependía del hecho tantas veces insignificante de apretar un gatillo. Estuve a punto de hacerlo, pero no lo hice, y el conejo finalmente inició su camino sin carreras, confundido entre la espesura y ajeno, supongo, a la enorme trascendencia de un instante inusual de compasión. Pero ahora que lo pienso, no fue por compasión, fue por derecho. Así que ya no soy el mismo, y no me he vuelto blando y tonto con los años, como algunos me dirán cuando se enteren. Pero es que ya no disfruto tanto con la caza, ni huelo los cartuchos, ni cuento los perdigones, ni salto de la cama como entonces, ni corro presuroso hacia la pieza que yace moribunda entre el esparto. Mis amigos de la caza están, sin embargo, en otra onda, hacen perfectamente su trabajo y siguen exhibiendo grandes dosis de ilusión. No sé por qué este cambio mío. Tal vez aquel conejo despistado pudiera darme cumplida respuesta si fuese, claro, capaz de hablarme. Nuestro mutuo silencio forjó un instante de extraña correspondencia, la misma que le salvó la vida, pero yo no espero alcanzar por ello ninguna recompensa.

viernes, 10 de octubre de 2008

A veces me dan ganas...

A veces me dan ganas de reescribir de nuevo mi historia: otro Universo, otra Tierra, otro paisaje, otra cara...Supongo que para ver si aún soy yo mismo y que nunca he sido parte de la nada ¡Qué absurdo y férreo abrazo con la propia identidad! Quisiéramos ser otro en un momento, pero no somos capaces de dejar de ser nosotros mismos a lo largo de la vida. La misma risa, el mismo llanto, idéntica emoción e idénticos terrores, una y otra vez, aunque cambien los escenarios y los días y los años. ¡Qué aburrida linealidad! Me gustaría ser mil seres a la vez: hombre, mujer, arroyo, montaña, nube, alquimista, mesías, monja, sabio, puta y pájaro ¡Y no sé cuántas cosas más! Sería la justa correlación, el digno mérito con la asombrosa diversidad que nos rodea, una sonora carcajada a ese barullo inútil que tantos proclaman como su propia identidad.
A veces me dan ganas de alejarme hasta el plano más perdido de la geometría y de la conciencia. Y una vez allí, mirar al frente, nunca atrás, para que no puedan saltar a las espaldas los recuerdos. Y llevarme algunas cosas como mera referencia, y hacer yo los caminos, y no escuchar a nadie...¿para qué? Y en ese sórdido silencio, en esa necesaria soledad, coger algo de agua de una fuente y untarla con la tierra, mientras juegan mis manos expectantes en el barro que se escurre entre los dedos, y modelar al fin tan solo dos figuras...¿podéis imaginarlas?: un nuevo hombre y una nueva mujer, una naciente humanidad. Y jugar a hacer de Dios...de un nuevo Dios.
A veces me dan ganas...

martes, 7 de octubre de 2008

La Norteamérica profunda.

Anoche en TV, en una entrevista en la Casa de América al escritor chileno Luis Sepúlveda, le oí decir que de los muchos países que había visitado desde el primer hasta el último mundo, tan solo se había sentido verdaderamente mal en uno de ellos. Preguntado que en cuál, respondió que en los Estados Unidos de América.
Antes de la respuesta y sin haber estado nunca allí, yo ya lo sospechaba. La bellísima entrevistadora que miraba al chileno con expectación desde unos ojos verdes y atigrados, quiso hurgar en los porqués. Sepúlveda, hablando con especial parsimonia, contó que nunca antes había sentido en sus huesos y en sus carnes tal alta mediocridad, un mundo de "papanatas" -me pareció entender-, gente ignorada e ignorante por su propia voluntad aún muy lejos de concebir la dignidad de entonar un mea culpa alguna vez. Se refería a las gentes de la América profunda, de los extensos escenarios rurales de la gran USA y, desde luego, a su experiencia viajera nadie podría asignarle el riesgo de un muestreo inadecuado por una localización concreta y poco significativa, ya que en su odisea de recorridos y vivencias había sido capaz de llegar desde un Océano hasta el otro, o como dirían los americanos "de costa a costa". Confesó, al hilo de la cuestión, que había visitado más de cien países buscando, en la mezcolanza con las gentes, razones para sus historias humanas, la última, el libro de cuentos que presentaba en la entrevista. Pero en la larga caminata a través de la América profunda, por primera vez, el saco estaba vacío.
Ya finalizando la entrevista, comentó que unos días antes, mientras viajaba en el AVE, un argentino que se sentaba tras él dijo en voz alta que habría que matar a todos los indígenas de Bolivia por ser los causantes de los desastres del país. Sepúlveda, llamando textualmente al argentino el "idiota inculto", reflexionó sobre la posibilidad de meterlo a él también en el lote ya que el 80% de la población argentina tiene ascendencia indígena.
Hasta anoche, nunca había sabido quién era Luis Sepúlveda, pero a pesar de que la América profunda, desde los ojos de mucha gente y de los míos propios, siempre ha estado bajo sospecha, no pude, escuchándole, más que otorgarle la justa credibilidad que algunas personas merecen cuando, entre otras cosas, le oí decir también: "Gijón es una ciudad sufrida e innoblemente castigada por la Historia y, a pesar de ello, resulta también maravillosa. Algunas mañanas desaparece envuelta en una densa niebla que ha llegado desde el mar, y cuando horas más tarde ésta se disipa, la ciudad emerge de nuevo desde las tinieblas, rejuvenecida, más fresca, más nueva, tal vez más humana. Entonces, busco a los amigos y nos vamos a una sidrería para disfrutar de ese nuevo despertar". (Luis Sepúlveda vive actualmente en Gijón).

domingo, 5 de octubre de 2008

La soledad de las luces

Cuando cada noche me asomo a la terraza para despedirme de las luces, eso es lo que veo. Un mar inagotable de pequeños resplandores se funde con el otro mar. No sé bien cuál de los dos abraza al otro y, sin embargo, se sostienen, cohabitan con voluntad o sin ella vigilados por la insondable negrura del cielo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? me pregunto en el fragor sórdido de la escena. ¿Qué parte nos corresponde a nosotros? ¿La de las luces, la del mar, o acaso la del cielo? No sabría decirlo, ni siquiera echando mano a la pulsión frenética de la emoción del instante. Abrumado por el espectáculo, alzo la vista buscando señales. Siempre encuentro algo, tal vez el premio compasivo de la imaginación. ¡Qué portentoso instrumento! ¡Y cuán hiriente a veces! No sé lo que es más grande: si la realidad o el propio mecanismo para emborronarla. ¡Qué extraña imagen! Es la que veo todas las noches de asomada en busca de señales. Algunas las intuyo, entonces guardo silencio y, entre las luces, escucho el traqueteo de un corazón.
¡Ése es el auténtico espectáculo! Qué decir si en la cadencia se escuchase otro a su lado, pero eso ya sería ponerle música al paisaje.

viernes, 3 de octubre de 2008

Y tú te mueres, entre pócimas de sal y ráfagas de desolado viento, entre tu mar cercano y la gratitud de las miradas de soslayo.





La imagen de arriba corresponde a la eterna ruína, tan ruína como el letrero a sus pies que anuncia ilusamente desde hace años que va a ser restaurada. Tras la roca que vomita al mar, es el símbolo del Cabo de Gata, el Cabo de los almerienses, ese que dicen que su sal y su viento alejan la pesadumbre de los hombres...y es verdad.
La foto de abajo, a pesar de sus cien años, rememora una pasión: "pelando la pava" en Arcos de la Frontera a principios del siglo XX.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La cocina del mundo

Todos estamos en el interior de una gran cazuela y como dice Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, solo podemos elegir con qué salsa queremos ser cocinados. Es así de sencillo y así de dramático. Pero qué triste resulta observar la mucha gente que lo ignora. Y no suelen ser precisamente aquellos que andan apertrechados con ingentes cantidades de objetos ostentosos a su alrededor, abrumados por la conciencia de su ridícula y privilegiada posición, no, suelen ser aquellos otros a los que, allá en el fondo, les llega con más intensidad el calor que desprende el culo de la cazuela. Creo que no estoy hablando de cultura sino de conciencia y de reacción. La conciencia para darnos cuenta de que nos están ardiendo los pies y la carencia, por conculcada sumisión y vasallaje, a cualquier estímulo reaccionario ante el desastre.
La Historia nos recuerda permanentemente a los hombres y mujeres del siglo XXI que nos falta memoria y gratitud. No parece que sea mucho lo aprendido después de tantas centurias, y eso que desde Aristóteles hasta Nieszche, pasando por Santo Tomás, Maquiavelo, Ficino, Montaigne y otros se han escuchado muchas voces, palabras al viento que han quedado, como tantas cosas, revoloteando cual mariposas hechas de trozos de olvido. Algo que, sin embargo, no sucede con la ambición, las ansias de poder y la crueldad sobrecogedora indivual o colectiva que, como una burla, camina a hombros de la modernidad. Para eso han servido estos tiempos nuestros: para construir la gran cazuela donde todos vamos a ser cocinados con extraños ingredientes a los que llaman con palabras como Globalización, Libre Mercado, Banco Mundial, o Fondo Monetario Internacional. Los extraños códigos que en otros tiempos vincularon a Nosferatu con Dalí, o a la cabalística vida de San Virila con la imaginería de la obra de El Bosco, ahora resulta que aliena la sufrida vida de un agricultor del barranco del infierno en Albanchez con el tosido de un broker de la bolsa de Nueva York. Ya lo decía mi amigo Bramante, el vidriero veneciano: "Todo está relacionado en una parte o en el todo de todas las partes. Solo nos puede salvar la reacción, el movimiento, sea físico, creativo o intelectual. Un rayo láser exterminador nos está apuntando intentando detectar algo de ese movimiento en un escrupuloso proceso de limpieza de basura cósmica. Lo que poca gente sabe es que ese rayo láser justiciero y exterminador está dentro de nosotros mismos".
¡Hemos de despertar! ¡Salvémonos antes de que se nos cocine en la gran cazuela! La utopía al igual que el horizonte no se puede alcanzar, pero en el intento, al menos, conseguimos caminar. La sumisión debe ser cosa tan solo de los muertos.