lunes, 29 de junio de 2009

En un lugar de Albanchez...


El día 7 de Octubre de 1805 el alcalde de la villa filabresa de Albanchez redactó un auto en referencia a que la noche anterior, hacia las ocho hubo cierta quimera en la plaza pública del pueblo de la que, al parecer, había resultado un disparo de arma de fuego. Las investigaciones no encontrarían herido alguno, pero llevarían a la cárcel durante varios meses a Andrés Botella y a Matías Cortés, vecinos ambos de la población. Su liberación se produjo cuando finalmente las autoridades tuvieron en cuenta la declaración desde la cárcel del segundo de ellos y que textualmente decía:

"Lo que ocurrió en dicha noche en la plaza no fue otra cosa que una pura diversión que tuvimos con el motivo de haber disparado un trueno que yo el Matías traje de las fiestas de Cóbdar, que se hace en el mes de Septiembre todos los años a Nuestra Señora de la Piedad, y no lo que se nos quiere sindicar, mayormente no habiendo mediado entre ambos en tiempo alguno la menor desavenencia que fuese causa de la contienda que se nos hace cargo y por la que se supone haberse disparado el tiro de arma de fuego que tanto se vocea".

Unos años antes, mediado el año 1767, en la misma villa, Juan linares Botella, como padre de Apolonia Linares Molina, interpuso una demanda contra Bernardo Molina García porque:

"Teniendo dicha mi hija contraídos esponsales de futuro matrimonio con Francisco Molina, de estado soltero, mancebo de la misma vecindad, con el beneplácito de ambas familias, tuvo atrevimiento en uno de los dias del mes de Junio pasado de este año para decir a Antonio Cortés y retirar después ante éste, Matheo y Francisco Molina, vecinos también de esta dicha villa, que si mi hija se casaba con el referido Francisco Molina Belber, ya la llevara manoseada. Así que el enunciado Francisco Molina, su esposo, sospechoso al parecer de la honestidad de la susodicha o conceptuándola de una mujer frágil, se ha retirado de el cumplimiento de dichos esponsales, negándose a reducirlos a verdadero matrimonio y mediante nota tan denigrativa es de presumir que mi hija quede perdida, sin que persona alguna le apetezca (sic) para el santo fin del matrimonio".

Con anterioridad, en el año 1720, en las partidas municipales de la misma villa de Albanchez, figura la siguiente:

"Más trescientos reales que importó el regalo de jamones, miel y siete pares de perdices y propio que fue a llevarlo a la ciudad de Baza a D. Luis Francisco de Cisneros porque no se subiera el cabezón de alcabalas y se quedara en el estado que estaba y le hablara a D. Juan de Miranda de dicho deseo".

Un año antes, exactamente el 19 de Febrero de 1719, el vicario D. Diego de Avellaneda otorgó en la villa de Albanchez la carta de libertad a su esclava Águeda "por lo bien que me a serbido y lo mucho que a cudido (sic) y mirado por mi hacienda y así quiero que se cumpla". Dicha condición de libertad no entraría en vigor hasta la muerte del vicario.

Ya casi recientemente, en 1905, Federico Pérez retrató a todo el pueblo en una carta de apodos en verso que no deja títere con cabeza y que comienza de la siguiente manera:
Contesto a su estimada
del mes próximo pasado
la cual mucho le ha gustado
a Concepción Churrascada.
También le gustó bastante a
Música y Patulea
como ha Cristo el de la Tadea
Juan Bigote y el Campante.
Le agradó a Dulce Meneo
al Bichaco, la Serena,
al Grillo, Manuel el Feo,
Antonio el Chinche y la Pena,
al Quinque y a la Magrosa,
Simón Farache, el Pepón,
Antonio el Lobo, la Rosa
Juan Campiña y el Cabrón. (Y así hasta nombrar a otros 140).

Más recientemente aún, Pepe el Rada, el único taxista de toda la comarca en la Guerra Civil, salía de madrugada una vez a la semana con su chevrolet del año 30 y las luces apagadas a proveer de víveres al cura Antonio Molina Alonso al que tenía escondido en una cueva a 5 km. de Albanchez. De día, el mismo taxista, igual se iba de putas con los jefes milicianos, que asistía a las parturientas en su coche camino de la capital, o tomaba en brazos a su santa madre, la tía Teodosia, hasta dejarla cuidadosamente sobre la cama cuando ésta andaba ya floja por las penas y los años.

Algunos años más tarde, en la década de los 50, otro D. Antonio, el cura párroco del pueblo, se encaramaba hasta el campanario de la iglesia y allí se apostaba cuan largo era con unos prismáticos a vigilar la virtud de sus feligreses. Le gustaban poco las fiestas y el divertimento de la gente. Un día, al salir de la iglesia, se encontró con que dos vecinos, Juan de Juan Lucas y Juan Campano, acordeonistas del pueblo, estaban preparando un baile en la plaza. Ni corto ni perezoso la emprendió a patadas con los acordeones que estaban en el suelo y aguó la fiesta.

Ayer, sin ir más lejos, estuve de nuevo en mi pueblo, Albanchez. Desde la Habana ya no parece el de antes: los ingleses han hecho trizas su fisonomía instalando su pequeño Gibraltar en todos los pueblos de la comarca. Ningún cura se apuesta en el campanario ni se advierte caminando por las calles. Las parturientas y los milicianos ya no necesitan de proverbiales ayudas y los burros de cuatro patas han perdido dos de ellas. Apenas si se habla ya de la tía Teodosia en la casa donde vivió, aunque algunas noches las paredes parezcan respirar con los mismos aires libertarios y de generosidad que ella dejó flotando sobre el ambiente. Los acordeonistas han perdido el acordeón y la partitura. De los apodos ya casi nadie se acuerda. Todos los esclavos han conseguido la carta de libertad y, recelosos, la rubrican cada día escuchando boquiabiertos en la tele los discursos de los políticos. Tampoco se llevan regalos de aquí para allá porque no hay miel, ni perdices , ni vergüenza, ni cabezón de alcabalas. Las hijas con esponsales contraídos ya no tienen nada que temer si son manoseadas; las otras son las que resultan sospechosamente señaladas con el dedo. Y los truenos de las fiestas son "petardos follaos" que ya no confunden a nadie, y a los asesinos, no merece la pena buscarles y aún menos encarcelarles.

!Viva mi pueblo! No sé bien si el de antes o el de ahora. A ver qué dicen los aguacilillos que esos sí que saben de historias, de fregaos y de refriegas.
Nota del autor: Los párrafos entrecomillados sobre los hechos históricos narrados han sido extraídos de la obra "Arquitectura e Historia de Albanchez" de Antonio Gil Albarracín.

jueves, 25 de junio de 2009

La noche de San Juan




















Ortega y Gasset postula el fracaso como principio creador a la vez que estimulante base vital, asigna a las crisis un espíritu heroico y coloca a los fracasados en un estadio superior porque la conciencia del naufragio augura una inminente salvación. La realidad, a nuestros ojos, es un sueño de profundos excesos. La conciencia, en cambio, escapa siempre de ese precipicio y la cultura acaba tendiendo una mano amiga que yergue al hombre sobre el abismo.
La noche de San Juan se rinde sin más prebendas a la cultura ancestral del fuego. El dios de las llamas se entrega con todo su ardor al solsticio de verano haciendo que todos los hombres se vuelvan locos atraídos por un primitivismo que nunca ha quedado demasiado atrás.
La hoguera, esa palabra tan conciliábula y maldita, irrumpe entonces en el clímax de la medianoche iluminando las espumas junto al rompeolas y convirtiendo en paganos a todos los que danzan a su alrededor. La cercanía a esos fuegos dota al hombre de una extraña felicidad, lo impregna de humo y a la vez de triunfo, y en ese estado momentáneo, el fracaso heroico de Ortega se retrotrae hasta los principios de un nuevo estado de oportunidad.
Así lo fui entendiendo con cada una de aquellas noches de San Juan en que me asomaba tanto a las llamas. Lo hacía intentando que la cercanía del fuego purificador lograse desterrar algunos repuntes de los últimos remordimientos. La silueta de algunas mujeres, recreando sus cuerpos empapados de sudor y agua de mar entre la luz de las llamas, dotaba lascivamente al espectáculo de un cierto aire cinematográfico. Aún me cuesta olvidar el baile de Ava Gadner sobre la arena en La noche de la iguana. Con ciertos momentos, el olvido siempre se ha mostrado oportunamente avaro.
Cinco años han pasado entre las dos imágenes de arriba. A la izquierda(2004) el fuego estaba muy cerca. A la derecha(2009) costaba siquiera imaginarlo. Debo entender que el hombre, a medida que su conciencia le advierte de los fracasos, se va alejando del fuego. Pero Ortega, tal vez por estricta compasión, nos tiende un salvoconducto haciéndonos creer que los fracasos, ese estado inherente a un nuevo panorama de estímulos, fortalecen la condición humana antes de permitir que desfallezca la voluntad. Él se refiere tan solo a los que tienen conciencia de ello. La conciencia de sentirse un triunfador o un fracasado debe estar compuesta de los mismos ingredientes. Algunos saben muy bien darle la vuelta a la tortilla sin engañarse a sí mismos. A veces, a la conciencia de un fracaso o la de un triunfo las separa una sola noche o el siguiente amanecer. En pleno epicentro de cualquiera de esas situaciones, ¿cuánto le corresponde a uno mismo y cuánto a los demás? La vanidad personal no nos deja hacer las cuentas y acaba casi siempre cambiando ingenuamente algunos números de lugar. Los últimos parámetros con los que nuestra moderna sociedad mide estas cosas de los triunfos y los fracasos de la gente acaban volviendo locos a la inmensa mayoría e idiotizando a esa otra minoría de privilegio a los que siempre les gusta sentirse señalados por el dedo de cualquier mano.
Lo decíamos al principio: la conciencia es una cosa y la realidad es otra. Entre ambas, no obstante, se mueven decenas de conveniencias y, además, mi realidad no suele ser la misma que la tuya. La cultura individual levanta al hombre sobre el filo de la debacle y, desde esa incierta atalaya, la imaginación contribuye eficazmente a la supervivencia. Jorge Wagensberg, el gran maestro de los aforismos, lo corrobora: "Si todo lo real es pensable (hipótesis) y no todo lo pensable es real (evidencia), entonces la imaginación es más grande que la realidad entera".
En las noches de San Juan, lejos de la inminente onomástica, siempre he sido consciente de una conciencia retrospectiva, el desaforado deseo de una transgresión inevitablemente engranada al primitivismo mencionado. La hoguera, como imagen totémica, extiende sus llamas hacia el cielo en la noche de San Juan dibujando gigantescos falos cambiantes adorados por la multitud. En los últimos años, poco a poco, me he ido alejando de ese fragor. El crujido de las maderas, el olor a carne desatada y a salitre, las ansias de hacer eterna una noche de resplandores y utópicos conjuros, ha ido quedando atrás dejando una siniestra estela que solo da fe de los despojos del naufragio. Más que una cosa de años o de fracasos debe ser que uno está volviendo a la vulgaridad, a lo que muchos propugnan como lo razonable, el redil de las pasiones debidamente contenidas, o dicho de otra forma, jodidamente anuladas. Me resulta muy extraño verme inmerso en este panorama vacío de emociones. Cada una de estas últimas es un dios que mueve el mundo y yo siempre lo he sabido. No solo de noches de San Juan disfruta el año, pero ésta es especial, un puto termómetro que, al menos en mi caso, me indica que ando demasiado lejos de su luz y sus conjuros. Cinco años han bastado para conformarme con el lejano resplandor que se atisba desde mi terraza. Y no siento añoranza. Tan solo percibo una cierta falta de energía, algo quizás relacionado con el fracaso del que habla Ortega y Gasset. Si es así, habré de entenderlo como ese principio creador para una nueva base vital. Por si acaso, no voy a renegar de la imaginación ni a dejar de pactar con la cultura, dos estupendos salvoconductos para recabar nuevas emociones, esas porciones esenciales de energía que legitiman nuestra verdadera condición y convierten en mágicas algunas noches como ésta de San Juan.

viernes, 19 de junio de 2009

A tientas.




El espejismo de Dios es un libro escrito por el etólogo británico Richard Dawkins. Me lo recomendó, no hace mucho, un pariente avezado en los análisis y en las discrepancias, y por eso mismo, tomé debida nota. Sabía que la obrita tendría perendengues -mi pariente no lee cualquier cosa ni se acuesta con cualquier mujer-, así que en la línea y la pasión de su consejo, agarré el señuelo y decidí comprar la obra. Antes de hacerlo, ese mismo día, hurgué en las socorridas fuentes de internet intentando saciar la repentina y morbosa curiosidad que nos asalta cuando te pellizcan con uno de estos temas. Busqué y rebusqué en las muchas páginas que hablaban sobre el libro y, finalmente, tras contrastar decenas de opiniones, llegué a la absurda conclusión de que ya no necesitaba comprarlo para saber de él. Entiendo ahora que fue algo así como una especie de rentabilidad retrospectiva del tiempo, un burdo manejo de la jerarquía de lo esencial considerando a lo propuesto ya sabido. Jamás había caído en tal pecado, atreverme a hablar de un libro que no ha pasado por mis manos y , sin embargo, parezco haber bebido ya de todas sus fuentes, riachuelos y manantiales. No digo que no lo vaya a hacer, pero de momento no necesito tenerlo en mi librería. Dawkins, según quién le conoce, es un ateo convulso y además es inteligente, buen analista, oportuno provocador y un excelente escritor, pero parece que todo eso no basta para erigirse en el dios de los ateos o en el azote de los creyentes. Con El espejismo de Dios -The God delusion, en inglés- Dawkins ha pretendido -está en su derecho- descifrar lo indescifrable y desarmar a los desarmados. Lo 1º ya sabía él que iba a ser una tarea imposible, lo 2º, en cambio, le ha permitido regodearse con las voces de referencia en la cuestión a uno y otro lado del río e inquietar, a partir del manto oscuro de la medianoche, a millares de lectores a los que hace pensar negándoles, al tiempo, cualquier atisbo de referencia. Mi pariente ha sido uno de ellos aunque he de confesar que a él solo le puede la inquietud cuando los dioses tabernáculos de la bolsa le dan la espalda a los inversores -ahora mismo, por ejemplo.
A pesar de los beneficios y de la satisfacción, imagino que a Dawkins le ha divertido sobretodo la contestación a las diversas críticas de El espejismo... Robert Pirsig dijo: "Cuando una persona sufre delirio lo llamamos locura. Cuando muchas personas sufren el mismo delirio lo llamamos religión". Dawkins se parapeta tras esa frase cuando dice que la creencia en un creador supernatural se puede calificar como un delirio. A partir de ahí, desarrolla todo el libro, basa la existencia del hombre en la selección natural y concluye diciendo que los ateos pueden ser felices, equilibrados, morales e intelectualmente satisfechos. ¿Quién es capaz de negarlo salvo las altas y bajas voces del clero?
A comienzos del capítulo 2, Dawkins describe a Yahvéh como "posiblemente el personaje más desagradable de toda la ficción. Celoso y orgulloso de ello, un mezquino, injusto e implacable enloquecido fuera de control, un vengativo limpiador étnico sediento de sangre, un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista, caprichoso y malévolo matón". Este comentario de Dawkins sobre Dios refrenda la mencionada convulsión de su ateísmo y ha suscitado -como no podía ser de otra forma- enormes críticas de los más grandes teístas. Dawkins las contesta argumentando que aunque no se puede refutar la existencia de Dios, el deber de la prueba está por encima de la defensa de su existencia. Sin embargo, algunos de los críticos de la obra, intentando más que nada no rebatir sino aplacar la contundencia de sus argumentos, le han devuelto la pelota haciéndole pensar a él y a algunos parias como yo. Por ejemplo, el escritor cristiano británico Fred Hoyle(1915-2001) dijo que " la probabilidad de que se originara vida en la Tierra no es mayor que la de que un huracán pasando por un desguace consiga ensamblar un Boeing 747". Dawkins objetó este argumento diciendo que está hecho por alguién que no entiende lo que es la selección natural. Richard Kirk en The American Spectator afirma que Dawkins evade la auténtica cuestión de si la explicación de una persona da lugar a un cosmos sin sentido o si da lugar a un ser que provee una razón para las cosas. Ésta es una puntualización interesante, o al menos, a mi me lo pareció tras las consultas. Michael Skapinker, analista del Financial Times, derrama sobre las teorías del Espejismo, algunas consideraciones también interesantes, por ejemplo, admite que el ataque de Dawkins contra los creacionistas es devastadoramente efectivo pero enloquecedoramente incoherente. Argumenta que desde que Dawkins acepta las actuales teorías acerca del Universo (como la teoría cuántica), debería ya estar llamando a la puerta de lo insondable ya que el Universo debería ser no solo más extraño de lo que suponemos sino más extraño aún de lo que podemos suponer, en definitiva, añade Skapinker, pensar en cómo está limitada nuestra comprensión debería introducir una cierta modestia en nuestras frustradas refutaciones de aquellos que piensan que tienen la respuesta.
Casi todos los comentarios que he tenido la oportunidad de leer sobre la obra de Dawkins alaban su intelectualidad, pero también concluyen que su aborrecimiento hacia la religión es tan grande que muchas veces sus argumentos y razonamientos se ven abrumados. Más de uno también ha mencionado que el origen de esta postura crítica de Dawkins con la religión proviene de los atentados terroristas de corte fundamentalista.
No hace mucho, a un director de cine norteamericano le preguntaron si creía en Dios, y entonces, alzando torpemente las manos a modo de espiral dijo: "Bueno, yo creo que hay algo por ahí".
Mi buen amigo Giulio Bramante, el sabio invisible como le llaman en Venecia, me contestó con la misma ambigüedad cuando de forma irreverente y desagradecida le formulé la misma pregunta. Unos meses más tarde el padre Óscar, un monje benedictino ladino y peculiar del monasterio de San Salvador de Leyre y no menos amigo que el vidriero veneciano, en una suculenta conversación en la biblioteca de la abadía cuando el resto de la comunidad dormía plácidamente, me dijo con su especial sabiduría: "Mira Juan, cuando el hombre no es consciente de la condición sobrehumana de su pensamiento se pierden todas las referencias. No tiene ningún sentido considerar que el ser humano es el mero resultado de la evolución de la naturaleza. Es verdad que ha cambiado la forma de los cráneos y que andamos más erguidos que hace miles de años, pero la conciencia del bien y del mal, de la alegría o la tristeza, no ha experimentado evolución alguna, nació con nosotros infundida por un Ser Superior que no puede estar hecho a base de trozos de naturaleza. El Universo solo puede cambiar las cosas de sitio y modificar el color de los paisajes, pero no puede penetrar en la conciencia de los hombres. ¡Es tan sencillo darse cuenta de estas cosas! Los ateos intelectuales niegan el origen metafísico de su existencia sin reparar en que es su propia condición divina la que les permite conducirles hasta esa reflexión. Si estamos inteligentemente dotados para pulsar todo tipo de sentimientos negativos y de desesperación, hemos de estarlo también para ver la luz al final del túnel. El túnel es cosa de nosotros, la luz es siempre cosa de Dios. Me gustaría que entendieses que mis palabras no se deben a una cuestión de Fé inculcada por la educación y las enseñanzas. Es algo ganado al tiempo y aprendido de la reflexión profunda de todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Por eso estoy aquí y no siento ninguna necesidad de cambiar, a pesar de que tú y otros no lo entendáis. Y aún te voy a decir más. Aquí somos hombres felices. ¿Sabes sobretodo por qué? Porque no tenemos miedo. La felicidad aquí y ahí afuera no es ni más ni menos que la ausencia de miedo. Son los miedos diversos los que hacen infelices a la gente. Piensa siempre en esto".
Recordando ahora esa extraña paz de los monjes de Leyre, y aunque ya digo que aún no lo he leído, Dawkins revela en su libro que tiene miedo, todos sus críticos, alineados o no con él, también lo tienen, mi querido y admirado pariente tampoco escapa de él a pesar de sus bravatas elocuentes, y yo, finalmente, lo vengo arrastrando desde el principio de mis días. Puede que solo estemos hablando de una escatológica y aliviadora conclusión, pero el monje de Leyre se encuentra, según eso, en un estadio superior.
La pelota está en el tejado. Yo no niego ni afirmo nada, pero lo del argumentum ad ignorantiam, esa falacia lógica consistente en afirmar la veracidad de una proposición solo porque no se ha probado su falsedad o bien afirmar su falsedad por no haberse podido probar como verdadera, es solo eso, una falacia inútil. Nuestra existencia parece moverse en los mismos cienos, pero algunos parece que han dejado de tener miedo. De una cosa si estoy seguro: la pelota permanecerá muy quieta en el tejado mientras que abajo, muchos de nosotros, seguimos a tientas. Es otra forma de caminar.

martes, 16 de junio de 2009

Soledad compartida, sostenida soledad.


De la obra Entre la oscuridad y el cielo, pag. 353 y 354:
Si analizo ahora esa paz ganada al tiempo, poco ha contribuído a ella mi relación con las mujeres. Y no sería justo achacar al azar o a la mala suerte la nefandad de ciertas experiencias. Alguien dijo una vez que allí donde esté el fracaso está también la salvación. Quizás la clave del fracaso con una mujer, o de una mujer con un hombre, esté basado en que solo se ha puesto en juego entre ambos una mera transmisión de información en vez de una comunicación profunda. Hablo de ese sentimiento de plenitud que a veces surge en el encuentro con otra persona, o escuchando música, o cuando te aplasta el peso de la soledad y te preguntas si hay alguien por ahí sabiéndote tú mismo al otro lado. Seguramente es un problema intentar ser demasiado introspectivo con los demás. Es algo que he puesto siempre en juego con las mujeres. Introspectivo, sí, pero razonablemente honesto con los principios básicos de la relación, y me refiero sobretodo al lenguaje y no a la conciencia de si hemos alcanzado un estadio superior porque la ropa interior de ambos está colgando sobre la lámpara. Pero uno no es infalible y sus jerarquías están construídas en base a los miedos, los remordimientos, los escarmientos, y a su propio canon de vanidad, y en esa niebla, a veces, se pierden excelentes oportunidades. ¡Qué cosa más grandiosa y más extraña esta del amor! ¡La gran e inocente mentira de la condición humana! ¿Donde se encuentra la línea divisoria capaz de separar esa pulsión traumática de otras inequívocas afecciones? Recuerdo una tarde de invierno de hace ya algunos años, en una de esas playas idílicas de Almería, la Cala de los Muertos, que caminábamos abrazados por la arena una amiga y yo hablando de esas cosas intrascendentes de la vida. Con cada paso nos fuimos sintiendo solidarios con las palabras y la soledad de cada uno, esa misma que apoyada en el hombro del otro parecía alejarse por momentos al ritmo del vaivén de las olas. Así, recorrimos los 900 metros de playa, y al llegar al final, eché la vista atrás y contemplé las huellas de ambos, zigzagueantes en la arena pero acopladas en la distancia de la una con la otra. Cogí la máquina y fotografié aquella cicatriz que borraría pronto el agua. Mirando esa noche la fotografía, y azarado aún por la confrontación, tuve la osadía de componer un sencillo poema en homenaje al momento y a todos los que pasean su soledad por el mundo. Dice así:
Soledad compartida, sostenida soledad
Huellas que borrará el agua con su aliento
Vaivén de olas, ruído de sorda esperanza
Corazón aún no vencido
Gemido, viento
Viento que sube, viento que atrapa
Que rasga, que serpentea
Como la huella, vacilante y áspera
Soledad que envuelve tus cabellos
Soledad que traquetea el alma
Monstruo inmortal de inexistente cara
Aparta tu denostada certeza
Y mira esas huellas fugaces
Que corretean por la arena
Abriéndote las entrañas
Viento, arena, sal y agua
Entrad en sus llagas
Saciadla de pena
Llenadla de nada
Y que proclame su aullido
Que soledad compartida
Es soledad derrotada

miércoles, 10 de junio de 2009

El cumpleaños. Microrrelato de media tarde.


A mediodía he soplado las velas con un entusiasmo insignificante y con cierta dificultad. Distraído con la vecindaria melancolía, los de siempre han estado allí. El origen va quedando lejos y el destino sigue sin aparecer confundido en esa nube evanescente del deseo. Todo sigue en orden menos yo. Proclamo la libertad del otro. La mía ya la conozco y está casi agotada. La línea del horizonte ha quedado atrás y ahora parece esconderse avergonzada entre los recuerdos. He de mirar hacia otro lado. Ya no me ciega y ni siquiera me adormece la luz soñada. Escucho un eco y presto atención, pero debo ser yo mismo. Los años ya no son tiempo y el mundo apenas nos sirve como caldo de cultivo. Nosotros somos ambas cosas, tiempo y mundo mezclados en una frágil vasija que se tambalea con el estrépito de cada cumpleaños. ¡Feliz equilibrio siempre al borde de la prescripción!

Cumplir años es una cuestión de responsabilidad, vivirlos es como estar siempre llamando a la puerta blindada de lo insondable. La transgresión, entre las pautas, parece un camino adecuado, otra forma para ir cogiendo aire.

martes, 9 de junio de 2009

El circo.


¡Qué palabra más entrañable! La lejana visión de aquella lona a rayas blancas y azules que inesperadamente irrumpía entre las copas de las moreras de la rambla, al cruzar por el puente de la calle Paco Aquino, hacía latir con denuedo mi ajetreado corazón. Entonces imaginaba a leones de larga melena rugiendo y saltando entre aros de colores, a los jinetes haciendo piruetas a lomos de caballos al galope, a los trapecistas temerarios haciendo un triple salto mortal desde las alturas y sin red, y sobretodo, imaginaba a los payasos, el listo y el tonto que siempre me parecieron que habían trucado su verdadera identidad. Tras el feliz hallazgo, arrancaba a correr y no paraba hasta llegar a casa emocionado con la noticia. Después, sentado en aquellas tablas a la vera de mis padres, mientras gozaba del espectáculo, me preguntaba por qué aquella divertida representación se circunscribía tan solo al tiempo de la función y al espacio circular delimitado por una mugrienta lona.

Algunos años más tarde, hoy mismo sin ir más lejos, he comprendido que aquel pequeño circo que remendaba el agujero de las carencias a base de montañas de risas y de sonrisas, se ha hecho monumental, abarcando con una enorme lona de indefinidos colores a todo el planeta Tierra y convirtiendo en payasos a todos sus habitantes. Sin embargo, algunas de sus fieras han logrado escapar de la planetaria función y todavía disfrutan -por poco tiempo ya- de su salvaje retiro.

¡Miles de millones de payasos sobre la Tierra! ¡Una barbaridad! pensando en aquellos tiempos de la escasez en que tan solo eran dos y una o dos veces al año. ¡Menuda cosecha la de las últimas décadas! Hemos sabido multiplicarnos y sobretodo crecernos y recrecernos en la esencia dual de una condición que extiende sus brazos como los polos de un imán y sin posibilidad de campos magnéticos intermedios, la condición de los payasos tontos y la de los payasos listos, los que hacen llorar y los que hacen reír, a los unos y a los otros y a todas sus viceversas, la confrontación simultánea de dos estados de ánimo que proclaman con parecida música diferentes himnos: el de la supervivencia y el del exterminio.

¡Que nadie se eche las manos a la cabeza! ¡Que nadie se tire al suelo ni se hinque de rodillas! ¡Que nadie cante victoria tarareando una nana! Todo está escrito en el lenguaje cibernético de Hawking y profetizado en el lenguaje relativo de Einstein. ¿Qué más hipótesis necesitaríamos? La sombra de la duda, felizmente, ha dejado de planear sobre nuestras cabezas.

Los payasos del mundo, buenos y malos, listos y tontos, harapientos y enfundados en arlequinados batines de ridículos brocados, están prestos para el combate, la farsa circense de una lucha abrumadoramente desigual.

A donde mires los ves. Unas veces bien delimitados por fronteras y delgadas líneas rojas, y otras, revueltos pero bien diferenciados. Circunstancial y convenientemente confundidos también en alguna ocasión propicia. Pero resulta muy sencillo adivinar su identidad cuando se observa desde el pequeño balcón de los salidos de madre, el balcón de los señalados con el dedo por independientes, una palabra maldita que los payasos listos detestan y los payasos tontos no entienden. Tales seres dotados de independencia son la última esperanza, una rara especie cuya androginia desespera a los arlequinados por no doblegarse al embrujo dominador de sus señuelos romboidales. Pero se frotan las manos porque saben que se hallan en peligro de extinción. Cada vez resulta más dificil tenerse en pie, unos por la carga de los regalos y las lisonjas, y otros por el peso de los cojones de los que intentan saltar encima.

El payaso listo no crea nada, utiliza los deshechos y deshecha todo aquello que utiliza, abarca con sus brazos y con la mirada, amontona y acapara, destruye en clave de natural y construye en clave de artificial, conmina al pueblo, vocifera y susurra según a cuantos vaya dirigido el discurso, inventa miedos, enfermedades y calamidades con su particular solución en el fondo de un bolsillo, programa crisis con sus máximos y mínimos en precisos y preciosos lugares y tiempos, diseña guerras generalmente a muchas leguas de sus hogares, envía continuos mensajes de calma a la población, es decir, a grandes grupos de payasos tontos, niega la realidad acusando al maestro armero, defiende su realidad evocando con una sonrisa a los clásicos, aplasta como Atila a todo el que se pone por delante, habla continuamente de progreso y de cultura sin haber leído jamás El Quijote o los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, exige el derecho de pernada a todos sus payasos subalternos, adorna todas sus actuaciones con un bonito envoltorio, sonríe a los de su clase, ignora a los intermedios y escupe sobre los de abajo, saca de la chistera conejos momificados a los que hace hablar a través de un ventrílocuo que se pone a sus espaldas, van seguidos a todas partes de un séquito entremezclado de payasos tontos y listos, hacen gala de mesiánicos príncipes salvadores de todo tipo de patrias o autonomías, y jamás son alcanzados por el fantasma de una crisis doméstica, local, global o universal. Y una vez muertos, exigen ser santificados desde el más allá a través de la voz de todos sus allegados.

El payaso tonto no sale de su tontez por muchos siglos que vengan, crea cosas y luego las esconde, se avergüenza de sí mismo, lamenta su situación, trabaja como un negro y cobra en blanco, se carga de hijos y pesadumbres, apenas tiene tiempo para follar, sonríe en los cumpleaños, llora cuando ve pasar al payaso listo, tiene miedo, carece de influencias, piensa toda la vida en la lotería, cree casi todo lo que le cuentan, hace posible con su ignorancia los proyectos de los otros, contribuye al cambio climático por connivencia sin saber lo que es ninguna de ambas cosas, tiene frecuentes dolores de espalda debido a las reverencias, jamás discute -salvo en los bares-, encaja igual las consignas que los golpes bajos, no cree en Dios pero cree fervorosamente en todos los santos de la tierra y el cielo, huye de sí mismo, acude como las moscas al pastel, se erige en trabajador perpetuo de la banca sin derecho a salario alguno, le chilla a su mujer, su mujer le pone los cuernos por una cuestión de estricto mantenimiento de la unidad familiar, rechina los dientes por la noche y nunca es capaz de coger su fusil. Una vez muerto, tan solo desaparece.

¡Un mundo feliz! prometió Aldous Huxley. Aquí lo tenemos. El circo universal en todo su esplendor. Desde el Polo Norte al Polo Sur. Desde Hispania hasta las Indias Orientales pasando por la Tesalia y el circo magnánimo de la gran Constantinopla. Desde el Cantábrico al Mediterráneo con todos sus payasos de por medio.

Siempre lograron emocionarme, pero aquellos de la rambla tenían más gracia que éstos.

domingo, 7 de junio de 2009

Padrenuestro


Padrenuestro que estás en todas las partes y pareces no estar en ninguna,
en los cielos y en los infiernos, en las montañas y en los desiertos,
en las aguas, en el aire, en el llanto y en la risa,
en las ciénagas, en los cuentos, en las sombras sospechosas y el ocaso de los días.
Que estás sin haber estado, en el todo y en la nada con todas sus naderías.
Santifícanos Señor como tu propio nombre indica.
Santifícanos a todos, primero a los mas impíos, después a los asesinos,
los corruptos, los ladrones, los bufones, los estúpidos y a nuestros santos políticos.
Santifícales también por la graciosa gracia que tienen. No los dejes respirar,
cólmalos de parabienes, de prebendas y de bienes.
Pero no les des la espalda para que no murmuren con saña
de ti que los has colmado. Todos son así de ingratos.
Venga a nosotros tu reino, o al menos venga un reino para mi y otro para mi mujer,
y véngale para el notario, el alcalde, los concejales, los diputados y todos los delegados.
Venga también para el médico, el boticario, el general y el vicario. Y ya puestos a venir,
véngale para los curas, los beatos, los mafiosos, el abogado famoso y el empresario endiosado.
Y si queda algún otro reino más, debemos dárselo al gato, que también es gente de Dios.
Hágase tu voluntad de una vez y ya por todas. Amarra a los hombres libres,
suelta a los encadenados, destruye todos los puentes, inventa nuevos caminos,
apaga todas las luces, y brilla tú por ti mismo como le corresponde a un buen Dios.
Y que se haga justicia con tu férrea voluntad, así en la tierra como en el cielo,
en las casas, en los plenos, en las guerras, los parlamentos y en todo tipo de infiernos.
El pan nuestro que no es nuestro de cada día y cada noche,
el que nunca hemos sudado, ni ganado o merecido,
el que alimenta a la envidia, llama al enardecimiento, oscurece las virtudes
y nos prepara para el combate de amigos y de enemigos, y hasta de hijos y padres.
No nos lo des hoy, Señor. Tennos hoy sin pan ni agua,
enséñanos a sufrir, jódenos en lo posible, ahóganos de abundancia,
vuélvenos locos de angustia, aléjanos el sustento, sumérgenos en la crisis,
patéanos las entrañas, arrímanos al abismo y una vez todos allí, salva tan solo a los parias.
Y si asoma tu misericordia por cumplido y fiel consejo de la Santa Trinidad
entonces perdónanos nuestras deudas, y también nuestras ofensas, y nuestras gulas y orgías,
y los cantos de sirena, las lágrimas de cocodrilo, las lisonjas, las mentiras,
los mil y un adulterios, los maltratos, las usuras y tantas y tantas lindezas.
Y cundidos con el ejemplo, enséñanos a perdonar a los que nos deben y ofenden.
Menos a uno, Señor, para hacernos recordar que perpetuamos la especie.
Y ya para terminar, no nos dejes caer en la tentación, ni encima de la mujer del amigo,
ni en la cuenta del vecino, ni en la panza del político, ni en la lista del inspector.
Y más líbranos del mal, despacio, Señor, despacio, para que vayamos acostumbrándonos
y dentro de un millón de años soñemos que somos Dios.
Amén.

jueves, 4 de junio de 2009

La dualidad: el espejo humano.


Hace ya algunos años, Esopo nos contaba que un día muy frío entraron un sátiro y un campesino en la casa de éste para comer. El campesino acercó sus frias manos a la boca y sopló en ellas. Le dijo al sátiro que lo hacía para calentarlas. Después sirvió dos platos de sopa. El campesino acercó su plato a la boca y sopló en la sopa diciéndole al sátiro que lo hacía para enfriarla. Éste, sintiéndose burlado, se levantó de la mesa y dijo: "No puedo considerarte un amigo nunca más, un hombre que con la misma respiración sopla caliente y frío".

Más tarde, en la primera mitad del siglo XVII, el pintor flamenco Jacob Jordaens inmortalizó esa escena en un cuadro que se expone en la Alta Pinacoteca de Munich.
Algo más tarde aún, en los primeros años del siglo XXI, en la página 16 de un furtivo libro aún sin editar, podía leerse: " Una vez más, lo contrapuesto y la dualidad, se enfrentaban en mi mente con aquellas lecturas casi simultáneas que, como los turnos, uno de mañana y otro de tarde, parecían ser capaces de coexistir sin denostación alguna. Por la noche, cuando intentaba agarrar el sueño, inevitablemente sacaba a escena, sin orden ni jerarquías, los episodios de aquel monje envuelto por la aureola del fervor y el olor a incienso, café y pan reciente, y aquellos otros de la lectura de las tardes en los que soezmente se daba cobijo a la exaltación del onanismo, la pornografía y la pederastia. Así era yo por aquellos años: capaz de convivir con lo místico, con la admiración por los libros y con el respeto al sentido de la religiosidad, pero también capaz de exaltarme con lo obsceno y con la vulgaridad sin importarme los formatos o la expresión abominable de aquella literatura de subterfugio. Sin embargo, confieso que esa simultaneidad de conceptos tan opuestos en tantos órdenes del sentimiento humano, ha caracterizado una forma de ser, los ángeles y los demonios compartiendo los mismos espacios de la conciencia en cuya catarsis, a veces, también se logra despejar el horizonte".

Los tres momentos hablan de lo mismo. Nada ha logrado perturbar esa condición a pesar de los más de veinte siglos transcurridos. La dualidad de la naturaleza humana viaja con nosotros desde el principio de los tiempos. Esopo la refrendó en un acto fisiológico, Jordaens la retrató en un lienzo, y el anónimo del libro yació concupiscentemente con ella en un lecho de simultáneo cielo e infierno.

Debiéramos sentirnos contentos con esta multiplicación. Nosotros, los recolectores de prebendas y de grandezas, los acaparadores de todo aquello que se nos antoja servible o no, los despojadores de los bienes del prójimo, resulta que no hemos sabido mirar hacia el interior de nosotros mismos para darnos cuenta de que somos dos y no uno. Ese férreo y narcisista sentido de la individualidad no nos deja ver al otro y a la vez impide el reflejo, como en un espejo opaco, de la otra cara del yo que sigue siendo tú mismo. Bramante me habló una vez de ello: " ¿Sabías que se necesita siempre a otro para conocerse a sí mismo? ¿Y que solo reconoceremos en los demás aquellos rasgos buenos o malos de los que tengamos una representación dentro de nosotros mismos? La imagen negativa, reflejada de nosotros en los demás, es el único mecanismo que desvela nuestros defectos porque el Universo no nos ofrece un instrumento de iluminación para poder autoatacarnos, y de esta manera es como cada uno de nosotros crea su propia realidad. La capacidad de transparencia y de reflexión del cristal puro es como el espíritu humano: todo trasciende reflejado hacia el exterior. Así que cuando hagas elucubraciones sobre los demás procura observarlos siempre con la mejor de tus miradas".

Esa gente que siempre se cree en estado de gracia, o esos otros que solo se ven en la perversión y la desgracia, no deben ser de este mundo, del mundo de los humanos que son capaces de soplar caliente y frío a la vez, porque el auténtico humano es así: capaz de lo mejor y lo peor, sin denostación y sin servidumbre, legitimado para navegar en ambos mundos por la propia esencia de su doble condición.

Al sátiro de Esopo el acto de soplar caliente y frío por una misma boca le pareció utópico en sí mismo y, en cambio, es un hecho posible y demostrable. Seguro que muchos, dos mil seiscientos años después, aún siguen pensando que es imposible. La utopía, en su sentido cosmogónico, ha ido perdiendo fuerza con los años y algunas veces, perseverando entre los dos de un mismo yo, puede llegar a cumplirse, aunque el incrédulo invitado se levante intempestivamente del banquete.

La dualidad no es cosa de sátiros, ni de ángeles o demonios. Ella es nuestro mayor salvoconducto para la supervivencia.