lunes, 29 de diciembre de 2008

El mundo patas arriba

Lo dijo no hace mucho Eduardo Galeano en TV: "El mundo está patas arriba". Los mares, a veces, están revueltos, encrespados, gruesos o amenazantes, pero nosotros, el mundo, estamos patas arriba. Cuando Galeano pronunció la frase sin duda la ilustró en su pensamiento con ese estado ridículo que adoptan las cucarachas antes de morir. Para darnos cuenta de ello no hay que haber pasado por la Universidad ni gozar del beneplácito de las arrugas, tan solo hay que estar en el mundo y mirar hacia cualquier lado: a derechas o a izquierdas, arriba o abajo, adentro o afuera de todos esos submundos que nos acogen a pesar de las dolorosas huellas que vamos dejando atrás. Nadie puede negar a estas alturas que estamos hechos del bien y del mal en una mezcla cuyas proporciones manejamos según nos deja la conciencia o nos aprieta la ambición, y que por tanto justo es hacer uso de ese inherente y dual espíritu que viaja desde siempre con nosotros, pero la responsabilidad del equilibrio, la lucidez básica para evitar la catástrofe y la propia conciencia de nuestra condición de seres superiores, están desapareciendo para dar paso a un nuevo horizonte, una emergente monstruosidad que se refleja dia a dia en el pensamiento y en las actuaciones individuales, colectivas o estatales. ¡Un nuevo orden mundial! parece ser el nuevo grito salvador que propugnan algunas sectas esotéricas y algunas otras gubernamentales. Sería parafraseando a Giuseppe di Lampedusa "dejar las cosas como están para que todo cambie", pero en este caso hemos sobrepasado ese pensamiento: "hay que desordenar todas las cosas para que vuelva el orden a algunos sectores, algunos países, o cuando menos, a algunos cortijos". Y ese parece ser el camino trazado por los que todo lo pueden, sin ser siquiera dioses, implicando a los menos poderosos en un continuo rechinar de dientes, en actitudes suicidas bajo el paroxismo de la iluminación, en lanzamientos de piedras y de cuchillos, y entre desastre y desastre, en millones de llantos que nadie escucha como música de fondo.
Ahora, en pleno siglo XXI, solo vale el resultado, la cuenta de explotación, los ratios de rendimiento que nos indican que somos más poderosos que los de al lado mientras éstos últimos se tiran desde las azoteas cuando toman conciencia de la desventaja. Y en medio del tumulto corre la sangre por casi todos los rincones de la Tierra, y el hambre y la miseria aniquila a los que llevan ya decenios revolcándose en su propia mierda. Pero ya estamos acostumbrados.¡Qué fácil resulta mirar hacia otro lado cuando la barbarie corre tan lejos y el frigorífico rebosa de alimentos!
Dulce bellum inexpertis! que dijo el poeta griego Píndaro cinco siglos antes de Cristo -dulce es la guerra para quienes no la han vivido-, y qué fácil es diseñarla desde los despachos donde jamás van a salpicar la sangre y las vísceras contra los cristales. En El nombre de la rosa los hombres mataban por un libro, y ahora, ocho siglos después casi nadie está a salvo de los efectos secundarios y devastadores que genera el dinero, el poder, o el odio entre los pueblos y las culturas. Países completamente arruinados por la corrupción y el tráfico de drogas, otros en la agonía de no tener ni agua ni alimento, otros en continua guerra por usurparle al vecino un puñado de bancales, las grandes multinacionales contaminando los acuíferos y desertificando los espacios verdes, y nosotros, los ciudadanos anónimos de a pie, pensando en como joder al que parece que pudiera hacernos sombra alguna vez. ¡La bellum internecinum! la guerra hasta la exterminación. ¡Mirad si no a los telediarios! Ayer volví a quedar sobrecogido viendo pedazos de cuerpos que aún se retorcían y se movían sobre el asfalto en la franja de Gaza en Israel, troncos aún suplicantes y niños con solo media cabeza en medio del aullido de unos padres que vivirán el resto de sus días clamando venganza. Una acción "ejemplarizante" según el Gobierno israelí con trescientos muertos de nada, asumida en plena correspondencia por el portavoz de la Casa Blanca. Aún así, los tiempos cambian y las esperanzas de los hombres se renuevan: el futuro Presidente Barak Obama ya tiene designados los tres nombres para la elección del que será el nuevo hombre en las relaciones entre Palestina e Israel, y los tres son judíos.
Alea iacta es, la suerte está echada que dijo Julio César, y bien echada.

jueves, 25 de diciembre de 2008

El Mayo

Ha muerto El Mayo y no hablo de primavera. Hablo de un hombre que vivió como su apodo: barruntando días felices uno tras otro. La última vez que lo vi, había perdido muchos kilos, "el sobrante" que me decía con su risa de siempre atropellada e inocente. Y entonces le dije: "¿Pero qué has hecho con la barriga?", y él se miró hacia abajo con un gesto de nostalgia poniendo de nuevo esa cara de niño de la que nunca fue capaz de despojarse y diciendo "¡No sé...no sé! La verdad es que nunca sintió necesidad de saber de muchas cosas ¿Para qué? El mundo era un tio vivo de objetos y personas sencillas que giraban a su alrededor mientras él las observaba sin más pretensión que las de dejarlas bailar al son de su inacabable sonrisa. Un Mayo complaciente, inofensivo -cosa rara entre la especie-, desorganizado por su propio derecho y voluntad, y sobretodo feliz con la "poca cosa" de una familia de mujeres chicas y grandes en la casa que siempre lo manejaron con afecto y admiración. Quizás por eso mismo, cuando se le preguntaba por su mujer y sus hijas, decía que vivía "más rodeado de chochos que de aire". Era un hombre joven, de nariz aguileña y un dedo menos en la mano izquierda o derecha -que ahora no recuerdo bien- y que a requerimiento, solía mostrarla siempre con una mueca de resignada nostalgia. Procedía de una de esas familias humildes y auténticas de pescadores de Roquetas ya al mismo borde de la extinción, y él que de jureles y sardinas sabía más que nadie, logró despistarse de la faena cuando dejó de ser niño y ahora andaba de "relojero" de aquí para allá, que en estas tierras suele ser el que abre la llave de los pozos para echar el agua. Me contaba que el suyo era un trabajo cómodo como ninguno, pero que pasaba la intemerata cada vez que tenía que ir al pozo a las dos de la mañana. El Mayo sentía verdadero terror por las sombras y la noche. Algo de lo que yo solía hacer un uso desdichado cada vez que averiguaba que le tocaba ir al pozo esa noche: "mira que si cuando llegues te encuentras esto o lo otro...". Entonces parecía adelantar el estado de terror que le esperaba horas más tarde y, con el gesto bonachón de siempre, me decía" ¡Calla...Juanico, calla! Contó que una noche al llegar al pozo escuchó algo así como un zambombazo y que entonces se tiró por la ventanilla dentro del coche y salió a toda marcha camino abajo sin encender ni luces ni nada y llevándose pedrizas y matorrales por delante. ¡Y era verdad! ¡Cuánto me habré reido con él por esas cosas! Aunque en los últimos tiempos nos habíamos visto muy poco, yo se bien que me apreciaba y él también sabía lo mismo de mi, por eso la noticia de su inesperada muerte me dejó casi inconmovible, absorto en la contemplación de uno de los auténticos paisajes de la nada, el vacío de una estela luminosa que pasa fugaz y desaparece al instante. Estela se llama precisamente su hija más pequeña.
Dicen que solo se mueren los buenos y es verdad, porque cuando se mueren los otros, a esos nadie los echa de menos. Ha muerto El Mayo y no hablo de primavera.

lunes, 15 de diciembre de 2008

"Los muertos que vos matáis gozan de buena salud"


Todo se reduce a lo mismo en esta y en pasadas vidas: maquinar avara o lujuriosamente alrededor de una chimenea, una lumbre o un fogón, contra los demás, contra la pared, o contra uno mismo, que también resulta gratificador y a veces hasta conveniente. La fascinación más primitiva de los humanos fue la que les produjo la primera hoguera. Desde ese lejano momento, todos nos convertimos en idólatras del fuego y aún hoy sigue siendo para muchos su único dios. Tal vez para los menos equivocados. El fuego es algo mágico, inexplicable, doloroso y, al mismo tiempo, purificador. No existe ninguna otra cosa -la cosa es todo aquello que no se sabe bien qué es- que aglutine tantas propiedades, tantos usos, tantas reverencias, y además incite tan oportunamente a la transgresión, es decir, a ser caníval de tus propios instintos cuando se siente muy cerca su llamarada.
El otro dia pudimos constatarlo en medio de esos llanos inauditos dominados por el frío y la soledad al norte de Las Cañadas de Cañepla. Cuando bajamos de los coches a la puerta del cortijo, soplaba el viento y crujía la tierra con cada paso. Una inmensa alfombra blanca de escarcha se extendía desde nuestros pies hasta donde alcanzaba la vista que no era mucho por el obstáculo de la niebla. A 2º bajo cero la intemperie no parecía el mejor refugio, así que corrimos hasta el cortijo, y allí, en una de aquellas habitaciones cochambrosas con una chimenea a punto de venirse abajo, encendimos una lumbre. Todos en corro alrededor de las llamas, apenas si hablábamos mientras extendíamos las palmas de las manos y acercábamos las botas a las ascuas. En pocos minutos, la habitación pareció recobrar vida y nosotros tomamos conciencia del alivio de esa nueva fuente de energía. Fue entonces cuando el fuego mostró la antigua complacencia que los humanos siempre hemos devuelto en forma de chanzas, verborrea, mentirijillas y conspiración. Junto a la chimenea, había una cama con un colchón mugriento y unas mantas deshilachadas, y entonces, alguien imaginó en voz alta el chasquido de unos cuerpos revolviéndose jadeantes entre la mugre y el fuego sin importarle ni lo uno ni lo otro. Otro imaginó el chisporroteo de unos chorizos y unas morcillas entre las brasas, chorreando grasa y alimento, hasta el justo punto de ser retiradas para engullirlas. Otro se asomó por la ventana para cerciorarse que no se acercaban los nuevos socios del coto y, a continuación, propuso mil métodos para reducirlos a comparsas en la nueva sociedad. Otro imaginó al mandatario político de turno en pelota picá a la vera del cortijo mientras gritaba y aporreaba la puerta suplicando algo de calor antes del rictus agónico de la "risica". Y el último, el que más callado estaba, al propinarle un violento palmetazo en las espaldas para sacarle del letargo, respondió echando mano del refranero picantón y popular: "Cuando hay nieves en las cumbres, hay más pollas en los coños que ollas en las lumbres", y se quedó tan tranquilo ensimismado en el fuego.
En definitiva, un momento, un lugar, mucho frío, unos palos, la mano final que los prende, y ¡¡zas!! aparece victoriosa la lujuria, la lascivia, el deseo, la soberbia, la gula, la trampa, la conspiración ...y ¡¡la gloria!!. Todas ensambladas, todas convenientes, todas tan humanas.
Ya se dijo una vez alrededor de un buen fuego: "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud". Para escapar de esas muertes, solo tenemos que acercarnos a una buena lumbre y escuchar al mensajero por enemigo que sea. ¡Mirad si no en las fotos de arriba y veréis lo que nos despachamos esa misma tarde!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Cuando los filósofos advierten que ya todo está dicho hay que ponerse a temblar



En el año 415 de nuestra Era, Hypatia de Alejandría fue brutalmente asesinada por una turba de cristianos exaltados. Matemática, astrónoma y filósofa, Hypatia enseñaba en su propia casa y por las calles de la ciudad la filosofía de Platón y de Aristóteles a todos aquellos que quisieran escucharla. Fue la última filósofa y científica pagana del mundo antiguo. Tras su muerte, que coincidió con la caída del Imperio romano, sucedieron los mil años de caos y barbarie del oscurantismo. Ochocientos años después, Santo Tomás de Aquino escribe la Summa Theologica donde describe las cinco vías para demostrar la existencia de Dios, pretendiendo aunar, no obstante, los conceptos de Fe y de Razón, reinterpretando la filosofía de Aristóteles y reconciliándola con la de san Agustín y con los eruditos islámicos Averroes, Avicena y Maimónides. Seis siglos después, Hegel propugnaba la idea de un conocimiento absoluto y espiritual de carácter metafísico, consituyéndose en el paradigma del Idealismo filosófico. A esa corriente se le opuso de inmediato la filosofía materialista de Karl Marx que solo le concedía créditos a lo empírico, es decir, a lo que resulta científicamente demostrable. Es entonces cuando irrumpe Schopenhauer con su filosofía voluntarista: "No es la inteligencia lo que determina el deseo sino el deseo lo que determina la inteligencia y el conocimiento, pero un deseo cósmico, infinito, ha de ser por definición un deseo insatisfecho, lo cual nos ha de conducir al pesimismo". Y finalmente, contemporáneo también a estos últimos, aparece Nietszche con su famosa frase de "Dios ha muerto", propugnando el nihilismo, la doctrina de la nada y cerrando el otro extremo de la cadena del pensamiento filosófico del siglo XIX: el mundo firme, ordenado, espiritual y compacto de Hegel.
Ya en el siglo XX, los filósofos se han untado, con más o menos resignación, del pragmatismo que ha marcado esta era nuestra de la modernidad. Las teorías filosóficas han estado irremisiblemente entroncadas con las tecnologías y los movimientos vanguardistas, los mercados, la rentabilidad, la economía, el consumismo, y en definitiva, la figura del hombre despojado de su romántica espiritualidad, pero atrozmente acosado por las exigencias de la eficacia.
De cualquier forma, los filósofos, antes y después de los tiempos de Hypatia, han formado siempre la parte esencial del tejido de los luchadores del pensamiento, los cruzados contra la inconciencia y los insensibles al conocimiento, un grito permanente de atención contra los bobos amorfos que jamás se han parado a hacerse alguna pregunta. Y ese es su gran mérito a pesar de la incomprensión y el desprecio que a muchos les han suscitado a lo largo de los siglos.
Las corrientes filosóficas, al igual que las personas, se han enfrentado tradicionalmente desde muchos siglos atrás estableciendo en muchas ocasiones, desde su propio antagonismo, una dualidad que en su conjunto constituía la propia comprensión de la idea: Platonismo y Aristotelismo, Positivismo y Negativismo, Idealismo y Materialismo, y una serie de corrientes que, aún antagónicas, han sabido coexistir sin denostación alguna: el Nihilismo, Agnosticismo, Existencialismo, la Filosofia Escolástica y la Teología como materia esencial del Catolicismo.
Parece ser que andamos en unos tiempos en los que se ha despojado al hombre de su papel. Las nuevas corrientes del realismo, el oportunismo, el imperialismo y ese concepto tan poético de la globalización nos están despojando de nuestra propia individualidad, esa parte tan inalienable de la que los filósofos nunca se han olvidado. Sin embargo, el feroz enmascaramiento al que nos está sometiendo la modernidad parece que está acallando también sus voces, las voces tantas veces difíciles de entender, pero siempre alejadas del tumulto de lo banal y de la ambición pura.
Cuando los filósofos hablan, con razón o sin ella, comprensible o incomprensiblemente, tan solo están reivindicando la reconquista de nuestro bien más preciado: la condición individual de un ser que es capaz de pensar y emocionarse aunque nunca llegue a saber cómo ha llegado hasta aquí. Hypatia lo intentó hace más de mil seiscientos años, pero un puñado de "virtuosos " lo evitarón. Todavía sigue habiendo "virtuosos" y afortunadamente también seres que piensan más allá de lo que algunos llaman la frontera de la pérdida del tiempo y a los que en la Grecia Clásica les llamaban "los amantes de la sabiduría".
Aclaración: Para quién no entienda, no admita, no esté de acuerdo, o simplemente se ría de lo que se dice arriba, el filósofo Jacques Derrida pone paz en el asunto cuando dice: "Las intenciones de un autor no pueden ser aceptadas sin condiciones ni críticas, y esto, multiplica obviamente el número de interpretaciones legítimas de un texto".

lunes, 8 de diciembre de 2008

Gobierno y oposición


Mi amigo Giulio Bramante se preguntaba un día que cómo podía haber tantos imbéciles desde Liguria hasta la Patagonia. Se refería a todas las gentes que acuden entusiasmadas a escuchar los mitines de los políticos a los que piensan votar, y yo pensando en esta España nuestra, lo comenté en una reunión familiar añadiendo que su calificación había resultado excesivamente respetuosa, lo cual me acarreó algunas críticas instantáneas. Pero al igual que le dije al acusador, no me voy a retractar. En primer lugar por la objetividad palmaria de varias razones: los que asisten a los mítines políticos saben de antemano lo que van a escuchar, les van a decir todo aquello que ellos quieren oir, llevan muchas legislaturas escuchando idénticos argumentos, y se encuentran perfectamente programados para aplaudir en todos los momentos álgidos del discurso, que es como decir cuando se ridiculiza y pisotea al rival de turno. Y en segundo lugar por el derecho a refrendar dos sentimientos in crescendo con el paso de los años: la pasión y la pena. La pasión de ejercer de uno mismo sin que nadie nos tenga que reconducir las actitudes, y la pena de observar a tantos rostros boquiabiertos y expectantes mientras procede el aprendiz de mago y maestro de tejemanejes a sacar el conejo podrido de la chistera. Ya sé, ya sé, que algunos me van a machacar cuando se enteren, pero como soy un don nadie a todos estos niveles, espero reconstruirme al instante y sin daños colaterales que pudieran hacerme pensarlo en la siguiente ocasión. No puedo ocultar que tengo amigos y familiares en uno y otro bando, y que ninguno es más que el otro por estar al otro lado del río, pero aquellos de éstos que mientan al oponente político cual rezo obligado, como en los conventos, antes de comer o de dar los buenos días, invitan más a la patada momentánea que a la sonrisa complaciente por el vínculo.
Gobierno y oposición son dos palabras sinónimas, equivalentes, concupiscentes a similares magnitudes en los medios y en el fin, la sociedad de dos individuos -si tuvieran cara y piernas- que enfrenta a una parte del Pueblo con la otra mientras proyectan juntos en una capea el reparto de los dividendos del País. Así es, y que nadie le de más vueltas por muy simplista que parezca la conclusión. Ya sabemos que todos son necesarios, y que en algunas ocasiones han emergido desde ambos lodos pensadores lúcidos extrañamente abanderados por el sentido común y la honestidad, pero la filosofía general es la que es y se viene cumpliendo cíclicamente como una premonición borgeana en cada legislatura, venga el viento de poniente o de levante. El poderoso siempre lo tendrá de culo y a todos los demás les vendrá de cara, y ¡qué falacia que suelan ser estos últimos los que presuman de ideología! Gobierno y oposición son los componentes andróginos del nuevo orden político: no tienen sexo, no tienen alma, carecen de historia y, sin embargo, enfrentan en luchas dialécticas inútiles a todo el país, mientras esbozan la sonrisa de los triunfadores que se confabulan además con el transcurso del tiempo: hoy en el Gobierno... mañana en la oposición. O viceversa.
Solo hay dos clases sociales o raciales en el mundo: los que mandan y los que son mandados. Y no hay que estar hecho de carne de escepticismo para saber estas cosas. Solo hay que ver y observar, echar la vista atrás o muy atrás, recordar las puertas de las sedes de los partidos en las noches electorales, los discursos de los unos y los otros, las sonrisas, el rechinar de dientes, hoy por esta boca y mañana por la otra, y dibujar finalmente el escenario: los poderosos siempre en el mismo barco, los banqueros en la nave espacial, y el pueblo zarandeado en una chalupa. Pero al menos a los románticos, en estas cosas de la política, siempre les quedará echar mano del refranero popular que, como todos sabemos, nunca yerra, y en esos momentos del cabreo con el dirigente de turno, siempre será oportuno recordar aquello de: "Otro vendrá que bien nos joderá". Y así por los siglos de los siglos.

viernes, 5 de diciembre de 2008

El hombre que nunca soñaba. Un cuento oportuno.





Hace ya muchos años, dicen que más de cincuenta o de sesenta, jugaba un niño con un escarabajo a la sombra de un naranjo mandarino. Tenía el pelo rubiasco y ensortijado y vestía un jersey arlequinado de colorines que le había confeccionado a la puntilla una tía suya que vivía en la ciudad. Le empujaba suavemente con uno de sus dedos intentando hacerle caminar hasta una casita de cartón que él mismo había fabricado, pero el escarabajo siempre se daba la vuelta. El niño insistió pacientemente más de un centenar de veces hasta que por fin lo consiguió. En esas comenzó a reir y a dar saltos de alegría y con el alboroto se acercaron tres gallinas y una minina que andaba siempre molestándole con sus inoportunos picotazos. El niño se puso de pie gritándole a la minina que se fuese y ésta, en uno de los revoloteos, cayó sobre la casita y de un certero picotazo se tragó al escarabajo mientras corría pavoneándose entre los troncos de los naranjos. El niño estuvo todo el día llorando sin querer comer hasta que su padre le explicó que el escarabajo había muerto para que la minina viviese y pudiera cuidar a su vez de los pollitos. Aunque no tardó mucho tiempo en entenderlo, ya nunca más volvió a jugar con los escarabajos. Solo lo hacía con las mariposas que se paraban en sus pequeños brazos extendidos sabiendo que a ellas no las podía alcanzar la minina.
Pasaron los años y el niño se hizo mayor. De vez en cuando recordaba la casita de cartón, la minina y el escarabajo, y aquellas palabras tiernas de su padre que le hicieron volver a comer esa noche lo que más le gustaba en el mundo: la tortilla de cáscaras tiernas de habas. Y desde la nostalgia siempre sonreía recordando los saltos de aquellos primeros tiempos entre las copas de los árboles y los tazones de leche de cabra con sopas de pan que solía tomar antes de acostarse Desde aquella infancia asumió el papel de todos los seres vivos sobre la Tierra: los animales, las plantas, los árboles frutales, como los azafaifos y los peretos ¡su gran pasión!, las personas, la familia, los amigos... todos en su lugar y él en el de todos cada vez que fuese menester. Fue entonces, ya a plena conciencia de los trajines de la vida, cuando dejó de soñar. En realidad dejó de hacerlo al poco de ya no ser un niño. La gente sueña con alcanzar metas, conseguir fortunas y despojarse de las miserias, pero él nunca tuvo necesidad de esos sueños. Su única meta fue servir a los demás y aprender lo suficiente para conseguir emocionarse leyendo un poema de Becquer o de Ramón de Campoamor. Y así fueron pasando los años, los días, y las noches sin dulces o amargos sueños, siempre paciente, con los hijos, con las penas, con la recogida de las cosechas, a veces tan escasas, a veces tan tardías, pero siempre sin perder ni el norte ni la sonrisa, acicalado de paciencia y de generosidad para darle a los suyos un ejemplo que a veces también resultó inútil. El hombre que nunca soñaba y que nunca mentía, el de las palabras precisas, el sufrimiento disimulado y la felicidad desparramada cuando se sentía rodeado por los suyos y una cazuela de gachas sobre la mesa. El que atravesó toda la ciudad para devolver en comisaría un monedero anónimo con setecientas pesetas en su interior, el hombre de los mil favores, como los vientos, a poniente o a levante sin importarle a donde irían a parar.
Un día que jamás debiera haber amanecido, como el escarabajo, él también se marchó, en silencio y sin molestar, tal y como había vivido. Y en ese largo trayecto hacia otros mundos fue pensando a quienes habría alimentado él con su partida. Y un buen dia, como su padre aquella mañana entre los naranjos, alguien se lo explicó. Le dijo "¡Anda ven, asómate aquí y mira allí abajo a los tuyos! Ninguno es como tú, pero cuando andan perdidos todos caminan tras tus pisadas, cuando les abraza la noche recuerdan que tú nunca tuviste pesadillas, cuando se sienten solos saben que no estás muy lejos, cuando les advierte el miedo saben que tú nunca lo tuvistes, cuando sueñan con las cosas grandes saben que tú fuiste feliz con las sencillas, y cuando de vez en cuando lloran recordándote, son felices un instante después por haberte disfrutado". Fue entonces cuando el hombre que nunca soñaba se traicionó a sí mismo y soño por primera vez que volvía una vez más a la Tierra.Todos sus hijos sintieron esa noche una extraña felicidad, el augurio de una nueva vida, un aire puro que penetraba por todas las rendijas cargado de lo que él había estado siempre hecho: de emociones, de cariño y de dignidad.
Aún no logro saber cómo fue posible, pero yo también fui un hijo de ese padre.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Los templarios también jugaban al golf


Cuentan los historiadores francmasónicos de la Alta Provenza que los templarios ya jugaban al golf en el siglo XIII, pero cuando alguno de ellos hacía trampas, le cortaban inmediatamente la cabeza y jugaban con ella el resto del partido. Siempre colocaban una estaca en el lugar del vertido de la sangre, como mera referencia del trayecto que le quedaba a otro jugador para salvar la suya hasta la bandera, manteniendo así también incólume su honor.
Las cosas no han cambiado mucho, pero las consecuencias de tan humana tendenciosidad se han suavizado con los siglos. Y en algunos casos incluso resultan alentadoras a juzgar por los beneplácitos, las ovaciones y los beneficios momentáneos. Siempre pensé, a pesar de mi fascinación por los templarios, que éste del golf era un deporte de señoritos y gilipollas con apariencia de tiempo libre y dinero sobrante, pero no hay nada más que meter la nariz en el asunto para darse cuenta de que todos los colectivos tienen su encanto. Y así, como las moscas, caí preso de patas en el pastel. ¡A la vejez, viruelas! o cómo diría Arturo Pérez Reverte: "¡Con dos cojones!".
Los amigos de la caza no lo entienden. Me dicen que me he vuelto una maricona petulante que está sospechosamente cambiando el estruendo de la pólvora por el sonido cursilero que produce el impacto del palito con la bola. Y que ahora ya no huelo a sudor y a tomillo, sino a pijo vestido de Burberrys que se adereza con aromas de Giorgio Armani mientras tira del carrito. Yo me limito a callar y a sonreir. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Ni siquiera he intentado demostrarles que las modas de otros tiempos también han quedado atrás en estas cosas del golf. Todo ha cambiado: las vestimentas, las colonias, los palos, las bolas, las clases sociales, las tarifas, la camaradería, el elitismo, todo, todo...menos las trampas. Dice el diccionario de la Lengua Castellana: trampa: "Plan concebido para engañar a alguien", o dice también: "Contravención de una ley, norma o regla", o la que más me gusta a mí: "Puerta en el suelo que comunica con una dependencia inferior", es decir, la trampa es el acceso más directo e inmediato desde una posición baja hasta un estadio inferior. Pero algunos , en vez de descender, ascienden, y por eso la trampa, en esto y en otras cosas, seguirá estando vigente. La gente que juega hoy al golf es gente normal aunque a muchos les pese, o como sería más castizo decir, aunque a muchos les joda. ¡Qué decir si no de mi mismo que he sido admitido entre esa especie sin pedir permiso alguno! Y ahora pago las consecuencias: la columna y las costillas se niegan a hacer el giro, me cabreo una y otra vez, tiro los palos, parto alguna varilla, blasfemo contra el dios de los estúpidos, y finalmente, como en el cuento de los siete enanitos, vuelvo feliz a casa. Ese es el auténtico espectáculo. Como Uróboros, uno muere y renace al mismo tiempo en cada partida de golf. Es insaciable y deleznable, te sube hasta los altares con cada vuelo triunfal de la bola o te programa para la autodestrucción después del siguiente golpe. Es jodidamente fascinante, un dulcísimo cabreo en cada partida...pero no puedo con las trampas. ¡Un deporte de caballeros! se ha proclamado siempre como consigna mediática entre sus elitistas bastidores. pero aquellos caballeros templarios que ya jugaban al golf, se extinguieron en el 1307, la mayoría aniquilados por el Papado y el rey de Francia, y los tramposos, por ellos mismos en el campo de batalla. Sin embargo, no hemos de preocuparnos porque remedios para este mal, haberlos no haylos. Hay mil y una maneras de hacer trampas en el golf dieciocho veces en cada recorrido, con la connivencia del amigo de turno y el beneplácito silencioso de los prudentes o los tímidos. Así, bajan los handicap, ganan torneos y babean después en las tertulias una ostentación que no les corresponde. Suelen tener nombre y apellidos, pero nadie se atreve a señalarlos.
Acabo de llegar de la final del torneo de Onda Cero en Islantilla -supongo que he viajado por algún errrático designio-, y al menos he podido disfrutar de una gran fiesta y un gran campo: padres haciendo de caddys para sus hijas, maridos haciendo lo mismo con sus esposas, mujeres enamoradas, esposos embelesados, langostinos de Sanlúcar y jamón de jabugo hasta las orejas, frio, viento, lluvia, golpes buenos, golpes malos, la fiesta del golf en definitiva...y la trampa, la delirante obsesión de quitarse golpes al amparo de los distraídos, o los consentidos, que para ser más exactos en esto último, deberíamos llamarnos los cornudos del golf cada vez que silenciamos la tropelía del golfante, y digo bien, de turno.
Dentro de pocos años, todo el mundo jugará al golf, pero si hiciésemos como los templarios, algunos se lo pensarían. Y mis amigos de la caza que no se preocupen, en cada recorrido llevo siempre una ramita de tomillo en el bolsillo para no oler a pijo acicalado con Armani o con Gautier.