Ahora, a la una y cuarenta y cuatro de la madrugada, suena en la radio Jehtro Tull. Mi perro duerme como un perro viejo, junto a mi cama, a todo lo largo de su mantica. La mesa es un marasmo de pequeños desórdenes: cables por todas partes, libros, papeles en blanco y papeles escritos, periódicos de hace semanas, las dos cámaras de fotos, pilas gastadas, el trapo de limpiar las gafas, los libros que he escrito yo y los que han escrito gente que no conozco, polvo por aquí y por allá, una navaja de Victorinox y no sé cuantas cosas inservibles más. Esta noche no se ve la luna en la ventana, pero seguro que está siendo observada por otros muchos. He llegado jodido a casa sin ninguna razón que lo justifique, porque nada ha cambiado. Por eso he llegado jodido a casa. Durante esos primeros instantes he tenido que luchar con aviejado sacrificio y la cansina entereza de otras veces contra ese nauseabundo desaliento. Después, me he metido en la cocina, ese pequeño espacio que aleja el aburrimiento y despereza la conciencia. El chocolate, como casi siempre, ha puesto dulce final al refrigerio. Durante media hora he estado hurgando en el portátil en uno de esos escaparates de mujeres en busca del que les dé brillo y esplendor. ¡Cuán petardas son la mayoría! Y que me perdonen las pocas que no lo son. Hace rato que me he pasado a la vera de la madre, la del portátil digo, para ver las fotos que, a falta de una buena Cuccinotta, les he soplado al edificio Carrida que, con la luz sesgada de la tarde, se mostraba de un azul lascivo que encendía. Como siempre, dos o tres tomas adecuadas entre un ciento. Ayer no fué un mal día: fotos a un chalet de imposible venta, un arroz a mediodía con rape y gambas cuyos granos robaban de vez en cuando los gorriones, regado hasta verle el culo a la botella de Paco y Lola, un albariño sabroso de nuevo cuño. Y risas, conversación intrascendente, es decir, buena conversación, continuada con la ayuda de un buen vodka y un café con Tía María junto a la piscina de verdísimas aguas del club de golf Playa Macenas y la ruidosa melodía shakesperiana de cuarenta ingleses borrachos a nuestro alrededor. Quería escribir esta noche sobre algo trascendente, o sea, sobre la ruda belleza de una katana o acerca de la vida de un mosquito que lleva clavado en el techo desde que he llegado, pero no ha sido posible. La falta de inspiración y de estímulos para llevar hasta la pantalla algún texto con sentido, comienza a ser preocupante. Así que ahora, a las dos y treinta y tres, tal vez sea más provechoso hacer lo que hace el perro y soñar solidariamente con él. ¡Qué jodida linealidad sobresaltada por fastuosas pesadillas que nunca sé ni quiero interpretar! ¡Cuánto envidio a los que duermen plácidamente! ¿Será porque la tienen muy chica, la conciencia digo? Pet Shop Boys están cerrando el concierto radiofónico y hoy mi madre nos ha mandado a la mierda tantas veces como ha abierto la boca, pero ya estamos acostumbrados y ojalá que el entrenamiento dé para muchos años. Y ahí sigo, tambaleante, pero en pié todavía, rodeado de cosas inservibles, desordenándome a mí mismo en cada instante, persiguiendo luces utópicas y apagando cada noche las que andan al alcance de la mano. Pero en pié, al fin y al cabo. Y eso es lo trascendente, la convenida trampa para seguir adelante. Así que corto, cierro, meo y hasta mañana si Dios, como siempre, quiere.
lunes, 10 de mayo de 2010
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1 comentario:
When you are in this world no-one is who they seem and everyone is playing the game.
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