jueves, 2 de diciembre de 2010

To de moon and back.

No debe ser nada fácil llegar hasta la luna y aún menos volver. Pero la luna es algo nuestro, un misterioso talismán que aparece y desaparece cuando las nubes y la creciente oscuridad lo permiten. Un río de sueños que es capaz de fluir desde el lejano iris que contempla su invariable redondez, a veces con precario aspecto de media naranja. Es el viejo guardián de las pasiones y los desenfrenos, de los amores sin esperanza y los llantos de la medianoche, el testigo implacable de los genocidios y de los crímenes impunes, el recordatorio cotidiano de la perfecta inutilidad de todos nuestros sobresaltos y el único dios para muchos hombres que inclinaron suplicantes sus espaldas bajo su luz de plata y que ya no gozan de mención ni de memoria.
He deseado llegar hasta ella incontables veces, pasear por los caminos que aún no han sido creados y asomarme a su cara oculta en busca de los amores perdidos, los deseos insatisfechos y las cosas innombrables. Algunos seres queridos, muy queridos, es posible que puedan campar por allí, ajenos a las prisas y a las tormentas, entretenidos en fabricar desde la nada pequeñas estrellas para que no se nos apague la noche a los que aún seguimos abajo.
A la luna y vuelta, eso es, un vertiginoso y expectante viaje para poder hablar con los sabios, con el amor transparente y puro, con la trascendencia al desnudo y los enigmas hechos trizas como por arte de una lunática magia, un viaje para sentir la caricia envolvente de lo esencial y escuchar el susurro cercano que te dice: "¡abre los ojos y contémplate a ti mismo!". Un viaje para volver a tiempos remotos y sentir de nuevo muy cerca lo que fue tuyo en otros tiempos y que se perdio en los entresijos de la jodida incomprensión.
Pero no conozco a nadie que haya llegado hasta allí, porque esos emisarios con escafandras montados en la grupa soberbia de los petrodólares fueron a otra luna: la pelota inútil y esteparia donde solo ondea una bandera y un puñado de basura con aspecto de broma futurista.
Ir a la luna es otra cosa, es el mérito agazapado de los parias que esperan con paciencia les sea reconocida su autenticidad, el de los que saben sufrir en silencio y morir un poco cada día sin rechistar, el de los que saben mirar a las estrellas intuyendo en la diversidad de sus pináculos de luz someros destellos de esperanza, el plateado destino de los que guardan aún el encanto de las emociones en el saco roto de la vida como único equipaje.
Hay que haberse derrumbado varias veces para poder optar a esa lista de embarque, y haber sido capaces de levantarse después sin que el barro y las heridas inquieten tus próximos pasos. Hay que saber que el agua fresca lo limpia todo y que nuestra presencia aquí es tan irrisoria como indescifrable es su porqué, y tragarse sin atragantarse toda la puta rabia que le sobra a tu corazón. Y hay que creer, en el amor, en uno mismo, en la belleza de las cosas que no lo parecen, en la inminente calma de un mar encrespado, y en ese Dios incomprensible que cada uno ha de fabricar a su manera.Pero sobretodo hay que brincar, como las cabras, a risas entre los saltos y a saltos entre las normas, pasándote por el forro del saco de las esencias a todos los que intenten joderte la emoción y viviendo a bocados cada uno de los asuntos cotidianos que se te ponen por delante.
Para llegar a la luna hay que estar hecho de lo mejor y lo peor, los méritos y los deméritos zarandeados y enfrentados como un puñado de locas moléculas en el interior de una burbuja y que, sin embargo, saben coexistir sin denostación alguna.
Ir a la luna es la utopía de los tristes, el sueño de los apasionados y la tontería de los tontos. Ahora yo sé que he llegado hasta allí y que he podido regresar. Los méritos de los que siempre han estado muy cerca lo han hecho posible.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=kgVFy0vdfCo