sábado, 3 de septiembre de 2011

Rumi

No sé quién es Rumi. Ni siquiera sé si es una mujer. Tan solo ha puesto ese nombre, o lo que sea, al final de su escueto comentario a uno de mis artículos del blog. Y dice ella, supongo, que los verdaderos amantes nunca llegan a conocerse, están entrelazados para siempre. Entre tanto vericueto literario sobre las cosas del amor, nunca había leído algo semejante. Y me he estremecido. Tal vez haya dado en el clavo de la mismísima clave, el auténtico secreto de los giros enrevesados, fuera de todo tipo de planos, donde se mueven las alternancias incomprensibles de esa cosa intangible que llamamos amor, esa extraña pulsión que nos vuelve más tontos que ninguna otra tontuna.



Pues resulta que el experimento no carece de tentativas porque todo el mundo busca lo que casi nadie logra encontrar. Así que la frase de mi escueta y desconocida amiga Rumi no carece en absoluto de sentido. Creo que el hombre es un ser inferior al no ser conocedor en modo alguno del sentido de su vida hasta que la gasta buscándolo.



Pero Rumi ha encendido una vela, la luz del faro del fin del mundo, la última frontera de los delirios de ese hombre o mujer cuya mayor tragedia es que no exista un más allá. Pues ahí lo tenemos, intocable pero ahí, frente a nosotros.El amor de toda la vida existe, existe y piensa continuamente en el otro, y sueña, y se apasiona, y se imagina mundos de rosas y de caricias, y de besos, y de sexos entrelazados fundiéndose en la más ardorosa plenitud de los goces esenciales, un divino e inacabable orgasmo que tan solo queda limitado por la imaginación de sus autores, los amantes inequívocos salvados por la distancia inconmensurable de dos órbitas que jamás se cruzarán.



Estoy seguro, ahora que ya lo sé, que hay alguna mujer por ahí pensando en un hombre exactamente como yo soy, así de desastre, así de vehemente, así de feo y de mal organizado, abúlico insoportable y dificil de entretener como a los niños traviesos, que se caga en los muertos del faraón cuando las cosas no le son propicias, y que desprecia con todas sus fuerzas a toda esa gentuza que habiendo ido a la escuela le niega los buenos dias al indigente que se los da en busca tan solo de unas palabras. Una mujer que mira continuamente a mis ojos sin tenerlos delante, y que ve desde la distancia como brillan y se encienden ante su sonrisa, ante su inconfesable insinuación. Una mujer que sabe lo que voy a decir antes de abrir la boca y que está deseando escucharlo porque es eso exactamente y no ninguna otra cosa la que quiere oír. Una mujer para quién yo soy el dios más grande de este mundo terrenal e incomprensible, que tiembla de pasión y de emoción al imaginarse frente a mí, que se aferra a mi mano intentando que semejante nudo no se suelte hasta que llegue ese dia lejano en que muramos los dos a un mismo tiempo.



Estoy hablando de algo muy humano, no del mundo feliz de Aldous Huxley. Denis Diderot en el siglo XVIII dijo que "el colmo de la locura es proponerse la ruina de las pasiones. No pasa de ser un hermoso sueño que un devoto se atormente furiosamente para no desear nada, para no amar nada, para no sentir nada, pues si lo consiguiera, acabaría convirtiéndose en un verdadero monstruo". Esto es lo que yo llamo, y ahora lo sé porque jamás antes lo supe, la gente sin alma. Un hombre o una mujer sin alma es un ser que no se sabe si está vivo o muerto, ni siquiera ellos mismos son conscientes de ello porque su estado es ambivalente y volteable, es decir, el diá será noche cuando sea dia y viceversa, con lo cual jamás podrán disfrutar con plenitud de lo uno o de lo otro. Creo que es de esta especie de la que hablaba Diderot.



Así que nadie de este mundo conocido se lamente de su errática búsqueda, de ese atisbo de desgracia en la que parece envolvernos la soledad a los que no nos hemos topado con el amor de nuestra vida, porque ese amor existe, y esta ahí, al otro lado tan solo, pensando en su otra mitad, la mitad inconquistable, tal vez la verdadera razón de ser de uno mismo, la salvaguarda del otro, el fiel testigo de una existencia que es tan efímera como indescriptibles sus fugaces momentos de pasión, de esa pasión que a falta del imposible salto a la órbita de tu fiel amada, hay que desplegar hacia uno u otro lado de la demarcación que a cada cual se nos ha asignado, un territorio comanche antesala de ese otro más allá donde nos espera con los brazos abiertos y las bragas de seda en la mano el amor de toda nuestra vida.



Decía Hippolyte Adolphe Taine en el siglo XIX que cuando se produce un naufragio, los tesoros se hunden en el fondo del mar, mientras que la basura se queda flotando en la superficie. Cuando yo me hunda, procuraré que el peso de todas las pasiones alcanzables me hundan de verdad, para que así ninguna de mis basuras aflore a la superficie. Gracias Rumi.




Nota, a posteriori, del autor: Ya sé quién es Rumi y, no, no es una mujer. La confusión ha sido debida a la inconcreción y el anonimato de quién me envió el comentario y, también, a mi ignorancia. Perdona Yalal ad-Din Muhammad Rumi por haberte despertado de tu larga siesta de ochocientos años en este humilde espacio. Ya me parecían a mi palabras muy sabias para haberlas pronunciado un corriente mortal, hombre o mujer, de esta cercanía y este tiempo, ¡oh, gran poeta místico musulman!

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