viernes, 20 de marzo de 2009

Sin referencias: sombras en el plano inclinado.






Paul Krugman, reciente Premio Nobel de Economía, acaba de decir en España que lo peor de la crisis es que pueda eternizarse. El niñato que insultó, humilló y golpeó repetidamente a una chica en el metro de Barcelona ha sido multado con trescientos euros y no va a pasar ni un solo día en la cárcel. Los otros niñatos que abusaron, torturaron y asesinaron a Marta del Castillo están chuleando una y otra vez a todo el país y riyéndose sobre las lágrimas de su familia. Y los políticos y los banqueros no paran de comprarnos caramelos para hacer algo más dulce la penetración anal y virtual a la que nos tienen sometidos. ¡Cornudos, apaleados, y como fiel producto de nuestra asombrosa modernidad, también exquisitamente acojonados! Las palabras más atroces siempre han merecido los adjetivos más sublimes. Son tiempos para hacer gozar al léxico, porque las palabras y no las cucarachas serán los últimos supervivientes.
¿Hacia donde hemos de correr? Tal vez necesitaríamos mejor unas alas porque mientras tengamos los pies sobre la tierra nunca estaremos a salvo. ¿Ha fallecido el sentido común? ¿Donde habrán ido a parar nuestras viejas referencias? La inteligencia humana es un mal chiste, una pesadilla desarbolada por otra que irrumpe con más fuerza mientras nos esforzamos inútilmente en despertar. ¿Quién nos inculcó esa idea de seres superiores? El patrón de medida debía encontrarse desprogramado...y resentido. ¡Qué gran falacia! ¿Imagináis cuántos quedarian sobre el planeta si con un simple botón pudiéramos borrar a los que no nos gustan? Aquel otro holocausto sería como una celebración de cumpleaños sin tarta. Los primeros en desaparecer serían los más molestos, como las moscas en los convites, o los honestos en los Ayuntamientos. Los pobres, los sidosos, los que dicen la verdad, los que señalan con el dedo y con la boca, los que no se doblegan, los que no participan del festín, los marginados...me refiero a todos esos, los que molestan a los que se sienten ilícitamente molestados. ¿Sabéis de alguién que pueda estar aún contento? Salvo los tontos, los ilusos, los deshonestos y los delicuentes, el resto no estamos -perdón por incluirme yo también aquí- para tirar salvas y serpentinas de colores.
Los filósofos llevan más de dos mil años hablando del bien y del mal y los clérigos otros tantos recordando las bondades del cielo y los tormentos del infierno. El resto, nos hemos perdido en esa frágil línea que separa tan abyectos - por irreales- escenarios. Tal vez por eso, hayamos penetrado en el mundo de las posibilidades infinitas. Todo es posible, según donde, quién, o en qué momento o coyuntura. Y siempre aparece alguién con un código en la mano mientras esconde la otra que lo legitima. Aquella vieja frase que nunca se me fue de la cabeza de que en este mundo de mierda nada es verdad ni es mentira sino todo es del color del cristal con que se mira, ha alcanzado ahora su máximo parangón. Solo hay que prestar atención: el Gobierno dice blanco y la oposición negro, un juez ordena excarcelar y otro al mismo tiempo condenar, un país descarga cientos de bombas sobre el vecino mientras envía un cargamento humanitario a aquel otro que todos señalan con el dedo intentando abanderar la caridad.
La conciencia, esa sombra que nunca te puedes quitar de encima, comienza a cabalgar sin referencias convirtiendo la existencia en una simple casuística cuyo destino parece solo dar fé a una caótica y perversa individualidad. El ser humano necesita a otros a su lado para poder maltratarlos o aprovecharse de ellos. Si Dios lo hubiese sabido, habría dejado a un solo hombre sobre la Tierra, y hoy esto sería un vergel, el paraíso perdido y hallado por los que nunca oyeron nada acerca de la maldad. ¡Qué tremendo desatino el de los arquitectos sin escrúpulos del tiempo! Si el Fausto de Goethe levantara la cabeza y San juan de la Cruz hiciera lo mismo con la suya, me temo que ambos se irían de putas para legitimar, a través del gusto, sus respectivas derrotas.
Últimamente recibo muchos correos sobre la vie en rose y todas esas inmundicias de la bondad y felicidad humanas que caminan por una inmensa playa cogidas de la mano. ¿Qué lado oscuro pretendemos enmascarar? La realidad es inmascarable e indiscutible por mucho que acudamos a las palabras y a la benevolencia para hacernos creer que los tiranos son mesiánicos príncipes, y los aprovechados, coyunturales individuos que han de allanar el camino a los demás, como aquellos emisarios en las guerras que siempre volvían con la cabeza cortada. Los emisarios de ahora siempre vuelven con la cabeza en su sitio, los bolsillos prietos y la sonrisa amplia.
Sin noticias de Dios, la sugerente película de Agustín Díaz Yanes, bien podría haberse titulado también Sin referencias. Quizás las tuvimos algún día, lo mismo que algún Dios alguna vez osó poner los pies sobre la Tierra, pero hace tanto tiempo...
Un día de aquellos inolvidables que pasé junto a mi amigo y maestro Bramante, el vidriero veneciano, le pregunté si acaso la obsesiva preocupación de no parecer tonto ante los demás no sería sino la prueba fehaciente que confirma lo contrario. Me contestó con otra pregunta: "¿Crees que estoy loco? Solo lo justo para que no me alcance la verdadera locura". Entonces comprendí que no andábamos muy lejos en la percepción de lo que estaba y está cayendo. Tal vez también sea esa la razón de que tantos voceen ahora sobre la felicidad, el amor, la amistad, la belleza del amanecer y el sentido rosáceo de la vida. ¡Que les aproveche! Y no hablo de una cuestión de frustración -yo, como mi maestro, también sé disfrutar de algunos instantes de la vida-, es una cuestión de obligado y conculcado pragmatismo, de parcelaria conveniencia si se quiere ver así, y que, finalmente, le den por el culo a la bicicleta (Jaimito fue el más grande filósofo del colectivo universal de los hombres-niño al que yo me siento orgullosamente vinculado).

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