
- Amigo, ¿sabe usted lo que pasó con aquella negra?
- ¿La que servía en la casa del fabricante de perfumes?
- No, esa no. La que confundió los orines del burro con el mejor vino del palacio y se lo dio a beber a Cleopatra.
- ¡Reostias! Después de tantos años lo había echado en el olvido.
- ¡Claro! ¿Y lo del pozo y el péndulo?
- Pero, ¿qué tiene que ver eso con la negra? ¡Ah, ya! lo dice por la negrura de Poe...
-¿Cómo?
- ¿No recuerda lo que dicen los alquimistas venecianos?
- ¡Bah! ¿Esos putos ladrones de inventos?
- Sí, esos mismos...que todo está relacionado en una parte o en el todo de todas las partes.
- ¿Y por eso le ha venido Poe a la cabeza?
- Por eso y por lo del pozo. En cambio no creo que debamos hablar de péndulo alguno.
- ¡Ya! A veces olvido que hay cosas innombrables.
- ¿Usted es un innombrable?
- ¡Claro! yo también. Por eso no debemos hablar de nosotros mismos. Solo debemos tener conciencia, pero una conciencia carente de afectación alguna.
- Pero usted siempre fue alguien infectado de afectaciones y sentimientos.
- ¡Calle! ¡Calle inmediatamente! Resulta peligroso traer a colación esas miserias.
- ¿De qué tiene miedo?
- De la ausencia de miedo y de eso mismo, del terrible recordatorio de las debilidades.
- ¿Acaso no fué aquella negra otra debilidad?
- ¡Ja! Tomaba todas las mañanas un baño de brea con miel y luego se paseaba desnuda por el jardín hablándole a los pájaros y aleteando con los brazos. Su coño fue el más hermoso de ese siglo. El soldado aquel medio hermafrodita la confundió un dia con una fiera salvaje y salió despavorido dando gritos calle abajo.
- ¿Está permitido reirse?
- Por esta vez sí.
- Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja ja...
- ¡Ya basta! Debemos ser respetuosos con esa negra.
- ¡Claro! Con la negra y con Cleopatra y con Napoleón, y con Poe, y hasta con Vasily el fabricante de perfumes.
- ¡No! ¡Con ese infame no! Yo mismo le cortaría la cabeza después de hacerle tragar sus venenos como hizo él con todas las mujeres que le rechazaron.
- Dicen que se reencarnó después en Versace...
- ¿Quién, el fabricante de perfumes? No. Fue un hijo de Marco Bruto para intentar redimir el justísimo crimen de su padre.
- ¿Y por eso Versace murió de esa forma?
- Murió muriéndose y punto. No debes ir más allá de los idus de Marzo. La gran tragedia del hombre ha sido siempre querer llegar más allá. Nunca hemos comprendido lo suficientemente lejos que siempre hemos estado.
- ¿Cómo cuánto de lejos?
- ¡Qúe preguntas más estúpidas! Pitágoras respondería que una cuadratura circular del arco imaginario de la bóveda celeste, pero me dan ganas de contestarle como lo hizo aquella mujer de los Filabres cuando respondió que a su cornudo marido le habían tocado en la lotería 200.000 reales y el doble más.
- Bueno, le preguntaré a Leonardo da Vinci.
- Eso, eso, vaya y pregúntele a él y de paso que le cuente también lo que es la incertidumbre. Le liará un pañuelo a la cabeza tapándole los ojos y le hará dar varias vueltas sobre sí mismo. Después le dirá que se vaya a su casa o a donde le salga de las esencias inútiles. Y usted le dirá: "Pero Leonardo, si no puedo ver y además estoy desorientado". Y él le responderá: "Pues eso mismo es la incertidumbre". Y si no corre lo suficiente le arrojará a las pestosas aguas del Arno.
- ¿Por uno de sus puentes?
- No. Por idiota.
- ¿Me está tomando por tonto?
- Yo no. Él.
- ¿Quién? ¿Leonardo?
- No. Leonardo no se detendría en esas disquisiciones tan evidentes. Me refiero a Casto Wilson de Balboa.
- ¿El navegante?
- No. El que mató a Jhon Fitgerald Kennedy y luego se refugió en un pueblo blanco gaditano. Fue durante muchos años el único negro en un pueblo blanco.
- ¿Y no le preocupó tanta sobresalencia de color?
- Pues claro. Por eso le ocurrió lo que al comendador. Fue ajusticiado una luminosa mañana por una multitud al ser la única mancha oscura en todo el pueblo.
- Es que yo me hubiese refugiado en un pueblo de negros.
- Pero eso hubiese resultado demasiado elemental para un tipo que mató nada menos que a Kennedy.
- Creo que tiene razón.
- ¡No! ¡De creo nada. Yo siempre tengo razón.
- Habla usted como un Dios. ¿Acaso es uno de ellos?
- ¿Qué me impide serlo?
- Tal vez su aspecto. Su aspecto le delata a pesar de esas riquísimas telas que lleva encima. ¿Quién es usted? ¿Quién es usted realmente?
- Si se lo digo se volverá completamente loco.
- No le temo a la locura, solo al regreso.
- Pues dispóngase a viajar. Yo soy usted antes de que llegara hasta aquí, y aunque nunca he sido nada, yo soy el que siempre ha sido.
- ¡Válgame Dios!
- ¿Por qué válgame Dios?
- Por haberle preguntado. Debería haber estado en silencio como hice en el juicio contra el nazareno y más tarde con el de Giordano Bruno y Saddam Hussein. Al italiano le condenaron a la hoguera por decir que los intelectuales no debieran tener patria. Y yo guardé silencio. Ahora me siento un correligionario de todos ellos, una dicotómica situación que arrastro desde que las primeras luces comenzaron a iluminar los fragmentos absurdos de esta vida mía. O tal vez los de la suya, que ya no sé bien...
- ¡Válgame Dios!
- ¿La que servía en la casa del fabricante de perfumes?
- No, esa no. La que confundió los orines del burro con el mejor vino del palacio y se lo dio a beber a Cleopatra.
- ¡Reostias! Después de tantos años lo había echado en el olvido.
- ¡Claro! ¿Y lo del pozo y el péndulo?
- Pero, ¿qué tiene que ver eso con la negra? ¡Ah, ya! lo dice por la negrura de Poe...
-¿Cómo?
- ¿No recuerda lo que dicen los alquimistas venecianos?
- ¡Bah! ¿Esos putos ladrones de inventos?
- Sí, esos mismos...que todo está relacionado en una parte o en el todo de todas las partes.
- ¿Y por eso le ha venido Poe a la cabeza?
- Por eso y por lo del pozo. En cambio no creo que debamos hablar de péndulo alguno.
- ¡Ya! A veces olvido que hay cosas innombrables.
- ¿Usted es un innombrable?
- ¡Claro! yo también. Por eso no debemos hablar de nosotros mismos. Solo debemos tener conciencia, pero una conciencia carente de afectación alguna.
- Pero usted siempre fue alguien infectado de afectaciones y sentimientos.
- ¡Calle! ¡Calle inmediatamente! Resulta peligroso traer a colación esas miserias.
- ¿De qué tiene miedo?
- De la ausencia de miedo y de eso mismo, del terrible recordatorio de las debilidades.
- ¿Acaso no fué aquella negra otra debilidad?
- ¡Ja! Tomaba todas las mañanas un baño de brea con miel y luego se paseaba desnuda por el jardín hablándole a los pájaros y aleteando con los brazos. Su coño fue el más hermoso de ese siglo. El soldado aquel medio hermafrodita la confundió un dia con una fiera salvaje y salió despavorido dando gritos calle abajo.
- ¿Está permitido reirse?
- Por esta vez sí.
- Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja ja...
- ¡Ya basta! Debemos ser respetuosos con esa negra.
- ¡Claro! Con la negra y con Cleopatra y con Napoleón, y con Poe, y hasta con Vasily el fabricante de perfumes.
- ¡No! ¡Con ese infame no! Yo mismo le cortaría la cabeza después de hacerle tragar sus venenos como hizo él con todas las mujeres que le rechazaron.
- Dicen que se reencarnó después en Versace...
- ¿Quién, el fabricante de perfumes? No. Fue un hijo de Marco Bruto para intentar redimir el justísimo crimen de su padre.
- ¿Y por eso Versace murió de esa forma?
- Murió muriéndose y punto. No debes ir más allá de los idus de Marzo. La gran tragedia del hombre ha sido siempre querer llegar más allá. Nunca hemos comprendido lo suficientemente lejos que siempre hemos estado.
- ¿Cómo cuánto de lejos?
- ¡Qúe preguntas más estúpidas! Pitágoras respondería que una cuadratura circular del arco imaginario de la bóveda celeste, pero me dan ganas de contestarle como lo hizo aquella mujer de los Filabres cuando respondió que a su cornudo marido le habían tocado en la lotería 200.000 reales y el doble más.
- Bueno, le preguntaré a Leonardo da Vinci.
- Eso, eso, vaya y pregúntele a él y de paso que le cuente también lo que es la incertidumbre. Le liará un pañuelo a la cabeza tapándole los ojos y le hará dar varias vueltas sobre sí mismo. Después le dirá que se vaya a su casa o a donde le salga de las esencias inútiles. Y usted le dirá: "Pero Leonardo, si no puedo ver y además estoy desorientado". Y él le responderá: "Pues eso mismo es la incertidumbre". Y si no corre lo suficiente le arrojará a las pestosas aguas del Arno.
- ¿Por uno de sus puentes?
- No. Por idiota.
- ¿Me está tomando por tonto?
- Yo no. Él.
- ¿Quién? ¿Leonardo?
- No. Leonardo no se detendría en esas disquisiciones tan evidentes. Me refiero a Casto Wilson de Balboa.
- ¿El navegante?
- No. El que mató a Jhon Fitgerald Kennedy y luego se refugió en un pueblo blanco gaditano. Fue durante muchos años el único negro en un pueblo blanco.
- ¿Y no le preocupó tanta sobresalencia de color?
- Pues claro. Por eso le ocurrió lo que al comendador. Fue ajusticiado una luminosa mañana por una multitud al ser la única mancha oscura en todo el pueblo.
- Es que yo me hubiese refugiado en un pueblo de negros.
- Pero eso hubiese resultado demasiado elemental para un tipo que mató nada menos que a Kennedy.
- Creo que tiene razón.
- ¡No! ¡De creo nada. Yo siempre tengo razón.
- Habla usted como un Dios. ¿Acaso es uno de ellos?
- ¿Qué me impide serlo?
- Tal vez su aspecto. Su aspecto le delata a pesar de esas riquísimas telas que lleva encima. ¿Quién es usted? ¿Quién es usted realmente?
- Si se lo digo se volverá completamente loco.
- No le temo a la locura, solo al regreso.
- Pues dispóngase a viajar. Yo soy usted antes de que llegara hasta aquí, y aunque nunca he sido nada, yo soy el que siempre ha sido.
- ¡Válgame Dios!
- ¿Por qué válgame Dios?
- Por haberle preguntado. Debería haber estado en silencio como hice en el juicio contra el nazareno y más tarde con el de Giordano Bruno y Saddam Hussein. Al italiano le condenaron a la hoguera por decir que los intelectuales no debieran tener patria. Y yo guardé silencio. Ahora me siento un correligionario de todos ellos, una dicotómica situación que arrastro desde que las primeras luces comenzaron a iluminar los fragmentos absurdos de esta vida mía. O tal vez los de la suya, que ya no sé bien...
- ¡Válgame Dios!