domingo, 26 de abril de 2009

Juan Sin Tierra y el librero, un cuento robado a la realidad.




De los dos ejemplares que le quedaban eligió el que no tuviese seña alguna de haber sido manoseado. Pasó de nuevo las páginas y se detuvo leyendo algunos párrafos buscando en ellos esa manida acreditación de la que tantas veces había dudado. Esta vez todo parecía estar en orden, hacía ya algún tiempo que su insidiosa vanidad le dejaba ver las cosas como mandaban los cánones, esos absurdos parámetros diseñados a menudo por los menos indicados. Confió en ello, cerró el libro y salió de la casa cargando a cuestas con el trabajo irrepetible de tres años y el peso ligero de las escasas ilusiones que aún era capaz de mantener en la reserva.
Por el camino fué pensando en la personalidad del librero y, sobretodo, en ese cambio de rumbo repentino que le llevó a dejar de ser un político afamado para convertirse en coleccionista de libros, en esa especie de juez de autores en que se transforma un editor. Sabía que el librero también había escrito algunos libros y precisamente la razón de su presencia en aquel centro educativo era la presentación del último de ellos. ¡Una ocasión propicia y providencial! se iba repitiendo una y otra vez por el camino intuyendo que aquel posible encuentro había surgido del cajón de los milagros olvidados en los que nunca dejó de creer.
A las diez en punto de la mañana los profesores y alumnos del centro comenzaron a llenar el salón de actos. En la mesa presidencial se sostenían varios ejemplares del libro objeto de la presentación y algunas flores colocadas sin mucho orden. El librero, con una inequívoca mueca de tensión en el rostro, ocupó su lugar en el centro de la mesa flanqueado por la directora del centro y la profesora de literatura. Tras la breve presentación, el juez de autores tomó la palabra. En primer lugar expuso una breve reseña de su biografía haciendo alardes del supuesto "asco" que en su día sintió al ocupar una posición política de privilegio, cosa que a Juan Sin Tierra le produjo un silencioso descojono al recordar que esa confesada incomodidad fue la causante de la obtención posterior de una pensión vitalicia bastante más alta que el sueldo de muchos ejecutivos. Después, alejado ya de las tensiones y con claro gesto de satisfacción, comenzó a hablar del libro. Se trataba de un tocho de más de quinientas páginas que Juan Sin Tierra miraba con ingobernable envidia desde la segunda fila de asientos. No pudo entonces evitar deslizar los dedos por el suyo que se conformaba con tan solo la mitad de las páginas. El librero fue subiendo descuidadamente el tono emocional al describir la historia narrada en la obra hasta llegar a decir, absorbido por esa espiral narcisista e iconoclástica que envuelve a los reverenciados, que la trama daría para más de una superproducción cinematográfica. Llegado a este punto, Juan Sin Tierra sintió los primeros síntomas de terror. Pero al poco, cuando el librero comenzó a exponer la labor humanitaria, de prospección de nuevos autores, y tan altruistamente entroncada con la cultura que llevan a cabo los editores como él, aparcó definitivamente los terrores infundados. Fué el momento álgido del discurso, el momento también en el que Juan Sin Tierra se vio señalado por el milagro que pretendía y que tan proverbialmente los había conducido a él y al librero hasta allí.
Cuando se abrió el ciclo de preguntas los alumnos iniciaron la sesión con todas las que llevaban anotadas en sus libretas. El editor las iba contestando con manifiesta suficiencia, sin titubeos, con el poder de la verdad y las circunstancias de su lado, henchido como los dioses, acicalado del conveniente narcisismo ganado a las ovaciones y el beneplácito e intentando vocear perifrásticamente a toda la sala que del nombre del autor que aparecía en la parte de arriba de la portada del libro él estaba profundamente enamorado.
La última pregunta se la hizo Juan Sin Tierra mientras le sudaban las manos que las había apartado del libro para no mancharlo con el sello del nerviosismo. Creyó que estaba obligado a hacerlo, por cortesía, y porque ésta sería la manera anónima de darse a conocer ante la inminente presentacion que ya estaba programada por el "influyente" de turno. La pregunta obligaba al autor-editor a definir en una sola frase el mensaje que encerraba su libro. "La vida es un camino..." es lo primero que atinó a contestar y luego se perdió con algunos balbuceos sobre lo mismo. Tras esto se levantó la sesión. Los alumnos fueron saliendo de la sala entre el rotundo murmullo que saben poner en el aire cuando finalizan las clases y los protocolos, y el librero fue rodeado por un puñado de profesores a los que les firmaba algunos libros en medio de los agasajos y las palmaditas en la espalda. Juan Sin Tierra aparcó su fusil, cogió su libro, se acercó un poco más a la mesa y esperó pacientemente su momento. Recordó aquello de que cuando alguien desea algo fervientemente todas las fuerzas del Universo se confabulan para que eso suceda, y entonces contempló al Universo entero dentro de aquella sala en un momento que pensó se había creado exclusivamente para él.
El arduo trabajo de tres años, las muchas noches de insomnio, los callejones sin salida cada 40 o 50 páginas, el trabajo impagable de investigación, los múltiples borradores, los momentos de desesperación, la traumática falta de ideas, las reflexiones, el encaje de bolillos, el hilo conductor del argumento, las confesiones inconfesables, la tremenda soledad del escritor, los tributos a pagar después, las recriminaciones familiares, la inacabable corrección ortográfica, la valentía puesta en juego por quien carece de esa condición, el descubrimiento inquietante de uno mismo, el mensaje final, y la sensación, en definitiva, de ser parido por unos padres desconocidos en un medio hostil, se iban a ver finalmente recompensados con aquel encuentro que una inesperada e inmerecida señal del cielo había puesto en el camino desolado de un hombre que acertaba a llamarse Juan Sin Tierra. El "influyente" se acercó al librero en un momento de desahogo y enseguida le hizo un gesto a Juan Sin Tierra para que se acercase. Los presentó y se perdió en medio de uno de los corrillos. El aspirante, portando su libro entre las manos y medio atenazado aún por la emoción y el nerviosismo, comenzó a hablar.
- Sr. librero, mire, su presencia aquí hoy es para mi como un milagro. Le explico: en primer lugar por la oportunidad extraordinaria de conocerle personalmente, y en segundo lugar por que hace unos dos meses envié a su editorial un ejemplar de mi libro del que he traído otro para usted. Quiero que sepa que es la primera y única editorial a la que ha sido enviado hasta el momento por ser primeramente una editorial de la Región, porque he analizado en profundidad todo su catálogo y porque conozco la atención que le dedica a autores noveles y a temas directamente entroncados de alguna forma con la cultura andaluza.
El librero había ido cambiando ostensiblemente la expresión del rostro conforme avanzaba Juan Sin Tierra en su discurso. El gesto de amabilidad, satisfacción y felicidad de toda la charla anterior habían desaparecido dejando paso a una mueca de confusión, molestia y desagrado. Este cambio no le había pasado desapercibido a Juan Sin Tierra que esperaba con cierta ansiedad la respuesta.
- ¿Es una novela histórica? -preguntó el librero con severidad deseando que fuese afirmativa la respuesta. Juan Sin Tierra le ofreció el libro y el editor lo tomó en sus manos como si fuera una mortaja.
- ¡No! No es una novela histórica. Es una obra de introspección en el pensamiento humano que a partir de una experiencia real mezcla el ensayo con el mundo del Arte y de la Historia en un contexto general autobiográfico-. Respondió Juan Sin Tierra con toda la calma de la que aún era capaz.
- Ya. Pero yo veo aquí un componente histórico muy importante- añadió dejando pasar muy rapidamente las páginas a través de su dedo pulgar- y no, no vamos a editar ninguna novela histórica- concluyó devolviéndole el libro a su autor.
- Perdone, pero no es en absoluto una novela histórica, comenzando porque narra una historia real y además ésta sucede en el pasado año de 2005...
- No, no...ya le digo que en estos momentos no vamos a editar nada que tenga que ver con la novela histórica - interrumpió con patente desagrado el librero que parecía comenzar a sentirse axfisiado con el encuentro. Juan SinTierra echó mano de la soga de los ahogados en un último intento de al menos conseguir razones para intentar escapar de la locura del instante.
- Bueno, no le voy a molestar más. Como he traído este libro para usted me gustaría que cuando pueda le eche un vistazo y así comprobará mejor de qué trata. La ilusión más grande de mi vida sería verlo editado y...
El librero no dejó acabar la frase.
- ¡No! ¡No le voy a echar ningún vistazo! Así que quedéselo usted. Pruebe con la Diputación Provincial que está editando algunas obras o también con...
Juan Sin Tierra tampoco le dejó acabar la frase.
- ¡No! No se preocupe. Ya conozco a los que editan libros por aquí. Perdone las molestias y encantado de conocerle.
El librero no contestó, chocó su mano con la del aspirante y pareció respirar de nuevo. Juan Sin Tierra salio en silencio con su libro bajo el brazo, fue acelerando el paso y, sin mirar atrás, llegó hasta el coche. De vuelta a casa miró hacia el libro y entonces comprendió que aquel parto, como muchos hijos, le daría muchos disgustos y una sola satisfacción. En este caso, la de haber tenido los sufridos y santísimos cojones de haber sido capaz de parirlo. Luego pensó en el librero y se sintió satisfecho por haber llegado a conocerle en toda su inmensidad. Después recordó aquello de Groucho Marx: "Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar. Es realmente un idiota". Lo de la educación ya es harina de otro costal.
Nota del narrador: El librero obedece a la identidad de Manuel Pimentel Siles, ex Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales y actual Presidente de la editorial Almuzara de Córdoba. Se ha considerado más oportuno referirse a él como librero -el que vende libros- en la narración porque esa era su intención principal en el acto en cuestión. El libro que presentaba se titula El arquitecto de Tombuctú, una obra de 509 páginas referenciada en el lomo expresamente como novela histórica. La presentación mencionada se llevó a cabo en el Instituto de Educación Secundaria Abdera de Adra(Almería) un día cualquiera de pasado mes de Febrero de 2009. Juan Sin Tierra fue presentado al editor por una de las profesoras y secretaria del Centro educativo. La conversación llevada a cabo entre ambos obedece fiel y exactamente, palabra por palabra, a lo expresado arriba. Juan Sin Tierra es un escritor- como su apellido- aún también sin credenciales. Su libro sigue sin ser editado pero él espera pacientemente a que un día, como ya ha vaticinado Eduardo Galeano y algún otro, el mundo pueda estar patas arriba para que él y otros muchos vean sus trabajos editados o al menos reconocidos. Mientras tanto las gentes como Pimentel seguirán siendo inmensamente felices a excepción de esos momentos en que un libro se confunde con un cinturón de explosivos amarrado a la cintura. ¡Que Dios nos asista y Alá nos guíe!

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