viernes, 17 de abril de 2009

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí


"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Es el 2º microrrelato más corto de la historia de la literatura universal. Lo escribió el escritor hondureño Augusto Monterroso en un momento, supongo, de traspaso inesperado y repentino de poderes desde el más allá, y tal vez tan solo por eso le fue concedida la gloria en el más acá. Consiguió con esa historia al menos dos cosas: que no le reventaran las neuronas como a otros escritores cuando se ven inmersos en el callejón sin salida de la página 424, y que millones de críticos llevasen a cabo después millones de conjeturas. No fue si no con ese mal sueño cuando me di cuenta del poder onírico, que no oneroso, que tiene la literatura.
Pero ¿quién despertó? ¿Quién era el dinosaurio y a qué familia o especie pertenecía? ¿Donde estaban cuando despertó? ¿Donde estaban antes del sueño? ¿Qué sintió cuando vio que aún estaba allí? ¿Qué pensó el dinosaurio? Confieso que no he llegado a leer ni una sola conjetura de todos esos críticos y por eso mismo me siento virgen para vomitar yo también sobre la escena, una escena que se me antoja animosamente entroncada con la cotidianeidad antes que con lo fantástico. Después de ese texto de siete palabras cualquier historia es posible, pero el protagonista y el dinosaurio son insustituibles, y ese vínculo de los personajes a su cortísima historia es lo que la hace única y al mismo tiempo la unta de un inquietante carácter taumatúrgico. La cuestión es que si tuviéramos que vestirnos con la piel de ese texto, ¿a quién nos gustaría representar? ¿Al que duerme o al dinosaurio? suponiendo, claro está, que éste último anduviese despierto. Es sin duda un relato dramático que narra una tragedia anónima no tanto por la falta de identidad de los protagonistas sino más bien por la incertidumbre de lo que sucede antes y después del momento narrado. Son dos seres atrapados en un momento intemporal que carece de pasado y de futuro y por tanto están condenados a verse morir en un presente sin sentido fuera de todo alcance y ajeno a las viejas reminiscencias. En consecuencia deja de ser doloroso desde el punto de vista de lo ganado o perdido por ambos en ese momento ingrato de los balances cuando se está al borde del precipicio, y aún así, el lenguaje y la conciencia trágica alcanzada por cada uno ante la presencia del otro resulta literariamente demoledora. Es dificil imaginar los sentimientos del que despierta y aún más los del dinosaurio, pero esa no es la cuestión que ha perseguido el autor porque desde el mismo momento en que uno se pone a leer el relato ya forma parte de él, y esa es la trampa que nos ha tendido su autor que sin duda sintió también esa claustrofóbica sensación cuando acabó de escribirlo.
Ahora, yo también cuando despierto veo un dinosaurio a mi lado y en voz baja le pregunto -¿por qué sigues ahí?-, y él mira levemente hacia otro lado sin decir nada y entonces yo vuelvo a dormirme sabiendo que cuando despierte de nuevo él seguirá estando ahí, y cuando yo le vuelva a preguntar moverá levemente la cabeza, ésta vez hacia otro lado, y entonces me acercaré y le miraré a los ojos y él sin ningún gesto de compasión corresponderá con una sonrisa. Será el instante en el que recordaré aquel otro relato que tuvo la osadía de ser más corto que el de Monterroso: "¿Olvida usted algo?-¡Ojalá!". Y entonces sabré que ese ¡Ojalá! está referido a uno mismo. Es la historia invariable de la humanidad prodigiosamente contada y estructurada en ambos relatos con tan solo la nimia diferencia de tres palabras.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Juan, Vi tu post sobre Monterroso en medio de una maraña desinformativa que me parece más hundimiento que navegación.

Te felicito por lo que se refleja en tu semblanza, gente como tu marca diferencias, Saludos desde México. Rodrigo Núñez

Anónimo dijo...

rodrigo nuñez - r_farewell@hotmail.com

Juan César dijo...

Rodrigo tu dirección no es correcta y no puedo contestarte. Envíamela de nuevo, por favor. Gracias.