lunes, 3 de octubre de 2011

A mi perro



Muchas veces, en el monte, me dejastes sin tus vientos. Al primer estruendo de pólvora, allá en la morra de enfrente, corrías como las liebres para llegar el primero, y ni mis voces ni los balates te detuvieron jamás. Luego, ya casi al final, aparecías con la lengua fuera flanqueando a los amigos, y mientras te acercabas, gachas las orejas y el lomo aplastado contra el suelo en señal de temerosa y dolorosa reprimenda, me mirabas con gesto de compasión para que yo entendiese que tus instintos cinegéticos no tenían remedio alguno. Y a mi no me quedaba otra que aceptarlo porque tú eras mi perro y eras así, y ya no había más que hablar o que ladrar. Y mira que echamos tiempo los dos en los cerros de Aguadulce, cuando aún eras un niño, haciéndote buscar aquel señuelo de trapo que tu nariz siempre encontraba por hondo que resultase el barranco. Después, volvíamos a casa, tú jadeante y feliz, y yo levantando la barbilla en señal de perruna admiración. ¡Qué tiempos tan lejanos! ¿Recuerdas?



¿Recuerdas también cuando llegaste por Seur en aquella caja de tomates después de un día y medio de viaje? Tus escasos dos meses y endebles patas, apenas si te sostenían de pie cuando te sacamos de aquella cárcel. Fue aquel el lejanísimo momento en que comenzó a forjarse el inocente sustrato de estas lágrimas de hoy.



Querido y amado compañero, fidelísimo Sultán, mi perro soñado y deseado desde mucho antes de saber de tí, te hiciste realidad hace ahora 13 años y nueve meses. Podría escribir diez libros sobre tus andanzas, a pesar de que no fuistes más que un perro -de otra clase de"perros" se han escrito enciclopedias completas-, pero hoy solo quiero hablar de un sentimiento. Y casi que tampoco puedo porque aún se me nubla la vista y se me atascan los dedos entre las teclas.



Así me has dejado: como a un tonto que se tambalea entre tus ausencias y que echa de menos tu olor, tus pisadas y tu mirada vieja y agradecida por todos y cada uno de los rincones de la casa. Porque tú y yo -y eso lo saben muy pocos- vivíamos un completo idilio de amor, de ternura, de compañía y de complicidad, con sus molestias y sus cabreos incluídos, inconvenientes de los que siempre logré eximirte porque tu naciste perro y yo hombre, y por tanto, tu responsabilidad estaba fuera de todo tipo de planos o entendederas. En tus últimos tiempos, ya bien jodidas tus ansias -no las de comerte todo lo que se ponía por delante, que esas jamás aminoraron- y las fuerzas para trotar, recuerda cuando te decía la yaya en esos momentos que te recostabas en mitad de su camino: "¡Pero qué falta haces tú ya en el mundo, madre mía!", y a mi me jodía la frase porque yo sí que sabía la falta que me hacías a mí.



Cuando llegó tu tiempo de invalidez, cuando te cansabas de andar a los cien metros, cuando te negabas a subir los diez o doce escalones, o cuando había que ayudarte tantas veces para ponerte de pie, fue cuando realmente sentí que tenía un amigo, un hermano que me necesitaba más que a su propio alimento, tu razón de ser para poder aguantar la exigüa vida que te quedaba, la obligada dignidad, en la más excelsa concepción del término, de la relación de un hombre con su perro y de un perro con su hombre. Y esa percepción, esa voz del alma que resuena desde más allá de las creencias y el deseo, ese duro pero firme sentimiento, viajará conmigo por el resto de los días.



Desde donde estés, querido sultanico, David y yo especialmente, y después todos los que te quisieron, disfrutaron y también se molestaron cuando pedías incansablemente cualquier chusco de pan duro, deseamos que disfrutes del paraíso de los perros, de los perros valientes y nobles, de los perros con casta y con cojones, de los perros con ojitos de miel como te dijo un día la pequeñita Laura, de los perros, en definitiva, que como tú lograron rescatar uno y otro dia y una y otra noche con tu presencia y tus ronquidos a la gente que como yo hemos sentido tantas veces que nos arrastraba hacia el abismo el sinsentido de la vida.



Quiero que sepas que te he querido más que a mucha gente que ha pasado por mi vida, incluídos los amores fatuos y los amigos convenidos de los últimos tiempos, aunque esto a ti, al fin y al cabo, te resulte ciertamente indiferente. Adiós mi amigo, adiós mi dulce y tierno compañero, adiós mi sultanico, mi Sultán.

No hay comentarios: