jueves, 27 de octubre de 2011

Motivos para cambiar

"¿Qué es la riqueza? Nada, si no se gasta; nada, si se malgasta. De nada vale estar vivo si hay que trabajar". Era éste uno de los pensamientos favoritos de André Bretón. pero por mucho que lea uno a estos sabios, a estos eruditos de la vida mundana y del día a día eficiente, no logramos escarmentar, y acabamos colgando los ojos en la ventana. Lo que se tiene es para gastarlo, lo que se sabe hay que contarlo y lo que te duele hay que sufrirlo, y esto último, mejor en silencio, sin generosas comparticiones. ¿Para qué habrán servido todas las luchas dentro de un puñado de años, y no digamos ya, dentro de unos cuantos siglos? Nadie nos recordará y las guerras de la barbarie de hoy serán reseñadas en los libros futuros como meras fórmulas recordatorias de un pasado insulso, y sobretodo, adornado de una lejana y falsa inocencia.




A los españoles nos falta pragmatismo y nos sobra frustración. Hoy más que nunca. Tal vez porque tengamos más motivos que otras veces. Esta España nuestra de hoy es un país desolado y desmembrado, y por eso a mí me importa una mierda carecer de cualquier atisbo de esa rancia pedantería que algunos han venido a llamar el espíritu patriótico. La Patria no ha hecho otra cosa que jodernos hasta la saciedad a través de todas sus estructuras, y por ende, a través de todos los elementos de éstas más representativos. Mi perro ha muerto y eso es para mí lo trascendente. Podían haber reventado los Bancos, o saltada por los aires la Hacienda Pública, o desaparecidas bajo un sunami de mierda y de fango todas las grandes multinacionales del mundo, pero no, nada de eso ha sucedido, para desgracia de todos los que vivimos obligados a clavarnos de rodillas ante semejantes espectáculos, esas máquinas que aniquilan la emoción de la gente vulgar. A veces no le queda a uno más remedio que llorar, a veces, ¡menos mal! Tanizaki escribió un libro elogiando a la sombra y previniéndonos contra todo lo que brilla: la riqueza, la ostentación, el protagonismo, todo eso que se airea a diario en los periódicos, o en los platós de la televisión, o en las reuniones de los G8. G20, o Gmierda. Por eso y por otros oportunos contratiempos aprendí desde pequeño a gastarme todo aquello que llevaba en los bolsillos, y a desear a la vecina soltera o casada del quinto, y a meterme en todo tipo de charcos, y a quemarme al jugar con fuego ¡con qué si no!, y a no aprender con los años a moderar tales locuras, tan dulcísimas esencias de tu vida individual e inalienable.




Así que hoy, vividos, disfrutados y sufridos ya un puñado de años, sigo igual: asqueado con la corrupción y la ineficacia de todos los políticos -municipales o gubernamentales-, imaginando certera la cruz del visor, como en aquellos otros tiempos de la caza de inocentes animales, en el centro de esas cabezas que se yerguen con absoluta indecencia en las fotos de cabecera de los periódicos anunciando que van a arreglar el mundo o que solo van a subir medio punto los tipos de interés. El interés supranacional, o dicho en términos más en consonancia con el progresismo y la modernidad, el interés global, el ínterés que permite que se den la mano las grandes fortunas del mundo para desgracia del 99% de toda la humanidad.




Por eso y por una justa y digna gana, alguna que otra noche me lleno medio vaso de vodka con mucho hielo y, entre onza y onza de chocolate, brindo por mi perro y por su impagable compañía, lloro por su ausencia, le pido a mi Dios por los míos, mando a tomar por culo a la Patria y a sus salvadores, miro lo que llevo en los bolsillos para gastarlo mañana, intento recordar los pubis bien triangulados y abultados de los últimos embites, olvidar los cerebros deshinchados, y sobretodo, sobretodo, intento mantenerme de pie aunque sea apoyado meramente sobre mis propias miserias y las puntas hirientes de algunas ausencias que ni los años ni mis juguetes de niño y de hombre han logrado ni lograrán jamás desterrar.




Me dice el otro, mi otro yo, que es el momento propicio para el cambio, pero no voy a cambiar, prefiero sucumbir empachado con mi propia esencia, la que siempre ha viajado conmigo ondeando a todo tipo de vientos como la bandera de los piratas, robándole las emociones a todos los asuntos que, mereciendo la pena, se me han puesto por delante.

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