viernes, 4 de noviembre de 2011

Anuncio

Anuncio, aquí y ahora, que voy a acometer una nueva tarea, un nuevo y excitante salto al vacío de los abismos insondables de los hombres...y de las mujeres. Voy a adentrarme, con toda la carga posible que pueda soportar a las espaldas, en esos territorios delimitados, desde los ancestros, por la palabra prohibición. Se trata de emprender un viaje cercano que sea capaz de llevarme lo más lejos posible hasta alcanzar ese abismo vertiginoso y confuso donde habitan las respuestas y descansan los fantasmas. Pero procuraré no despertarlos de su sueño porque se vuelven molestos cuando se les despierta sin algo de legitimidad.

No, no me voy a luchar contra talibanes de Oriente o de Occidente, ni me voy a las misiones, ni he encontrado un trabajo, ¡qué falacia!, y ni siquiera un nuevo amor y, además, mi sofá sigue exactamente igual de roto que hace unos meses. Voy a montarme en ese carruaje destartalado hecho a base de trozos dispersos de vida y, asomado como un niño curioso a la ventana, voy a describir el paisaje, a mi manera, a mi entender y a mi sentir, que pienso que no es poco. Tan solo es eso lo que voy a hacer, un paseo tan simple como esencial y al que no se atreve casi nadie. La gente viaja hasta los Polos, o a la Amazonia, o a las selvas de Borneo, o a disfrutar de un plácido crucero por las aguas mansas del Danubio. Pero yo no voy a llegar tan lejos: voy a mirar hacia dentro, muy adentro, y voy a sacar fuera todo el peso que puedan soportar los brazos de mi conciencia. Es un viaje para el que no hace falta billete, solo agallas y sacrificio porque el camino es pedregoso y las botas para caminar están ya algo roídas.

Voy a volver a contar historias, esta vez más entroncadas con nuestra errática y caótica modernidad que con aquellas otras que hablaban de la magia, de la Alquimia y de la búsqueda de antiguos manuscritos, y que tan oportunamente propició la fascinante amistad que conseguí con mi maestro veneciano Bramante y que, a la postre, hicieron posible el milagro de mi primer libro "Entre la oscuridad y el cielo". En este caso no lo necesito a él, me basto conmigo mismo, porque ya aprendí de él lo imprescindible, y a eso voy a recurrir, a eso y a la memoria, por supuesto.

Y voy a inventar una historia banal, tan banal que es capaz de hacernos llorar y reir a un tiempo. Porque es de eso de lo que estamos hechos: de una cruda y puta dualidad. La misma que voy a desnudar y abrir en canal para dejarla con todo al aire: lo adolescente, lo joven y lo adulto, la rabia y la pasión, el honor y el deshonor, la mentira y el amor, las suaves caricias y el desenfreno salvaje, la transgresión inesperada, la libertad enjaulada y la delincuencia de uno mismo hacia uno mismo, los hijos, los padres, los amantes, lo falso vestido de verdadero y su justa viceversa.

Todo es inventado y nada es incierto, así es la vida, así somos nosotros, una forma diferente según nos llegue una luz clara, sesgada o difusa. Las cosas se encajan a sus momentos y a la gente hay que entenderla en sus contextos y desde tus propios adentros.

Este nuevo libro va a intentar ser consecuente con ello y va a tratar de no enjuiciar. Existen historias que no necesitan de preámbulos algunos. Ellas mismas, desde su mera exposición, son capaces de facultar en el lector los pertinentes análisis que le permitan solidarizarse, compadecerse o asquearse con los personajes que las protagonizan. ¡Allá cada uno!

Es tan solo una novela que ya tiene nombre, principio y final. Un segmento entre dos puntos -llamémosles 13 y 45-, que resulta cruzado al azar por muchos planos que antes que desestabilizar, lo sustentan como se sustentan las vidas a sí mismas, así como por arte de magia. Los dos puntos tienen nombre de mujer, el mismo nombre en ambos casos. ¡Qué casualidad!

Salgo del 13. La novela verá la luz cuando llegue al 45. No es mucho. Paciencia y barajar, que me digo yo a mí mismo.

"Un alma de papel" cuenta Manolo García en esa preciosa canción de su último disco. Tal vez por eso, sea yo capaz de escribir, porque mi alma se está convirtiendo -como dice él- en un alma de papel y alambre.

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