

Espasmos de la conciencia
¡Un nuevo año! que me dice poniendo cara de payaso sonriente mi otro yo, y sabiendo que no voy a cambiar. ¿Por qué habría de hacerlo? Vine al mundo para ser yo mismo y no el de enfrente. Y además son ya muchos años de aprendizaje, sobresaltos, retoques y reconstrucción y ahora no vamos a echar la casa abajo por más que algunas paredes se hayan levantado torcidas. ¿Quién es el dueño de la plomada? Así que seguiré recelando de los predicadores y los banqueros y despreciando a los políticos, escupitando a los nacionalistas-fundamentalistas, compadeciendo a los ignorantes por su propia voluntad, rechinando los dientes contra la mala educación, aplaudiendo a la gente lúcida, vitoreando a los independientes, agradeciendo a los artistas el aporte de emoción, vibrando con los músicos, respetando todas las creencias religiosas, alegrándome con las alegrías de aquellos que yo creo que las merecen, ignorando a los que no me aportan ni una pizca de emoción, considerando a los libros la gran caja de los sueños, soliviantándome en mitad de muchas noches, fascinándome con la belleza de algunas mujeres, deseándolas a casi todas, adorando a la familia, recordando cada día a los que ya no están, pensando en el amor, sacando fuerzas de donde ya no las hay para continuar un año más echándolo de menos, escribiendo cosas inteligibles y otras no tanto, conmoviendome ante la enfermedad y la desesperanza, aterrándome con la muerte, buscando desesperadamente a Dios, jugando al golf cada vez más, cazando cada vez menos, haciendo el amor circunstancialmente, sufriendo los miedos y las penas en silencio, continuando solo, teniendo cerca a la familia y los amigos, manteniendo la pasión por los coches, haciendo grandes esfuerzos para no perder el equilibrio, intentando salvaguardar la dignidad, conviviendo con las viejas miserias, esperanzado con llegar pronto a ser abuelo, aburriéndome con los que nunca saben qué decir, haciendo promesas, exasperándome con las hipotecas, cabreándome con los estúpidos, riyéndome de mí mismo, queriéndome a mí mismo, rezando por los mios, odiando a casi nadie durante más de un día seguido, discutiendo inútilmente con mi madre, entusiasmándome con la fotografía, idolatrando al chocolate, pensando siempre en comer, llorando a veces en cualquier parte, sintiéndome incómodo con los que no conozco, acomodado en la resignación, no siendo menos que nadie, comprometido con el mantenimiento de la esperanza, viviendo, sobreviviendo y sobretodo repostando paciencias para poder continuar.
¡Un año más! "Dulce es la guerra para quienes no la han vivido". ¡Dispongámonos a vivirla por jodida que sea!