martes, 9 de febrero de 2010

Integreitor y Termineitor.

Dentro de 20 o 30 años, en los corrillos tertulianos de los pueblos y en las hordas pandilleras de los campus universitarios, se hablará de la nefandad de los dos personajes más payasos de la política de aquella cercana España al filo de su desmembramiento. Aznar y Zapatero, Santiago y cierra España, el bigotes y el cejas, integreitor y termineitor, los salvapatrias de sus propias y respectivas patrias. Dará escalofrío recordarlos. Al uno y al otro. A cada cual por lo suyo, que no es poco. Al final de cada tertulia, y a pesar de sus diferentes componentes de estatura e ideológicos, serán devueltos a un mismo saco, el que les corresponde a los deshechos que no cumplieron con su momento mágico y acabaron en meros despojos de un naufragio que cada uno de ellos diseñó por mor de sus desatinos y sus obscenas obsesiones. Aznar y Zapatero. Uno el hijo tonto de Atila, el que mandó a todas sus huestes y sus deseos en ordenada sumisión a congratular al Atila americano, procurando que no creciese la hierba ni en la mesa donde tributariamente aposentaba sus cortos pies delante del jefe. El otro, un advenedizo con cara de rosa incipiente, o sea de capullo, e instintos mesiánicos de absoluto convencimiento, que nos condujo a la absoluta ruína por el sendero de su estúpida sonrisa y el vientecillo favorable del beneplácito de la imbecilidad nacional. Ambos, líderes de su trasnochada y sosa idiosincrasia, perfectos estudiosos de los beneficios vitalicios del voto, descafeinados apologistas encubiertos del fascismo y el comunismo de los tiempos modernos y sendos sheriff de unas legislaturas que dejaron al pueblo sin credibilidad y sin pan, pero con muchos chorizos campando a sus anchas.
Y se recordarán entre risas y rechinar, no obstante, de dientes, con la memoria de la mala leche aguantada. Y se guardará un minuto de silencio por cada uno de ellos a mitad del discurso para cerciorarse, desde la quietud, de que están en los infiernos, cada uno en el suyo como ha de ser, cada uno a contentar a sus brasas como a sus jefes de antaño: el Atila americano, los señores feudales, los bancos, las putas, los chorizos, los maricas, los corruptos, las adolescentes, Manolo Chávez, y toda la jerarquía planetaria de todos los espacios siderales con todos sus agujeros negros incluídos. Y alguién llorará en silencio desde cualquier recóndito rincón recordando al que murió muy lejos en aquella cruzada ajena. Y otros, apretadas las mandíbulas, murmurarán palabras ininteligibles en honor de la satánica santidad que les dejó sin negocio, sin trabajo y sin razones para seguir adelante. Ambos también, el bigotes y el cejas digo, contribuyeron al paradigma de la dicotomía nacional de imposible vuelta atrás, el dibujo esperpéntico de los dos bandos ideológicos, los indios y los vaqueros, la España inculta y la España boba, arcaicas y obscenas reminiscencias de antiguas guerras civiles en cuya mierda ahondaron y ahondaron buscando razones para otra nueva.
Aznar, el gran fundador de la filosofía patética, que no peripatética, con su cansino tratado del "váyase señor González" y ese emperifollado pragmatismo que le imposibilitaba poderse reir como Dios manda, acojonó a toda la clase obrera del país. Zapatero, el capullo de la sonrisa tonta e inoportuna, algo más tarde, los remató. Sus respectivas legislaturas resultaron, no obstante, sinfónicas, acomodadas a diferentes principios, pero orientadas a parecidos desastres. Uno contra el pueblo, el otro para el pueblo, el pueblo progresivo y el pueblo corrosivo se entiende, la acción en cada caso del disparate exento de razonabilidad, el gobernar en aras exclusivas de la apología del voto sin importar en uno u otro caso los daños colaterales, los poseedores de la gran verdad que es esa gran mentira en cuyo espejo recreaban lascivamente cada noche sus tristes figuras y se metían en la cama santiguándose el uno y besando a su foto de carné el otro.
¿Qué hicimos nosotros Señor en aquellos tiempos para merecer a tan babancas dirigentes? Los españoles somos así, multiculturales, pralinés como el chocolate falso, estúpidos y orgullosos a un tiempo, de gatillo fácil e inexcrutables cuernos, de aborregadas costumbres y criptográficos dialectos capaces de sublimar expresiones como el "ven acá pacá" tan en boga entre los agentes secretos del CNI. Sí, ya sé que tuvimos lo que merecíamos, pero ¿tanto merecimos Señor? ¿Cómo pudistes ponerlos tan consecutivamente en nuestras vidas? El tonto, el feo y el malo. Sí, ya sé que son dos y no tres, pero se lo repartieron. Tú dijistes: "¿No queréis caldo? ¡Pues entonces tomad dos tazas!", y nos enviastes a tu nueva versión de los mesías, uno la metamorfosis de Charlot con cara de culo y sonrisa de gringo de las praderas, y el otro un alienado ser mitad de Mr. Bean y tres cuartas partes de un advenedizo idiota inculto aún por llegar al mundo.
Nos han jodido Señor, entre los dos y a partes iguales para que no se molesten ni ellos ni sus secuaces. El integreitor fundamentalista, talibán de las más altas consignas facistoides de la patria, y el termineitor conciliabulista, el angel exterminador del pan, de las pensiones, de los negocios, de la alegría, y de la familia tal y como ya la entendía Aristóteles en sus preclaros discursos del siglo IV antes de que Tú llegaras con aquellos indicios de esperanza.

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