lunes, 10 de noviembre de 2008

Repostando paciencias: una extraña heroicidad


¡Quién me lo iba a decir! Yo a mis jodidos -por maltrechos y cansados- años, buscando en el estercolero de estas miserias tan nuestras de las ambiciones y los arrebatos la despreciada paciencia de otros tiempos para poder continuar, que es como diría Don Quijote: "para facer de nuevo el camino, Sancho". Nunca fui capaz de imaginarlo. De pequeño soñaba con ser mayor, con poder disparar la escopeta sin que me tumbase el retroceso, con poder acceder a los cines para ver esas películas de mayores, con tener un coche de verdad junto a los juguetes, y finalmente -porque quizás todo acabe siempre en lo mismo- con verle el culo a la chacha en uno de aquellos despistes intencionados. oportunos y gloriosos. Algunos años después soñaba con dirigir a tal o cual empresa puteando a todos los que andaran por abajo y sucumbiendo a los encantos de esa nueva secretaria que siempre está dispuesta a colocarse boca arriba. Más adelante soñaba con que los hijos dejaran de dar por ahí mismo en los bares y en las casas de los amigos, y en que la mujer estuviese más receptiva esa noche y no me diera el viaje en las vacaciones inminentes. Algo más tarde soñaba con el coche de mi vida, con una casita en el mar o en la montaña -que nunca lo tuve claro-, con viajar a la Patagonia o a Samoa sin tener que subirme en el avión, y ¿por qué no? con llegar a escribir un libro. Y ya algo después, es decir ayer mismo, soñaba con vivir tranquilo.
Todos mis sueños se han cumplido escrupulosamente salvo este último. De lo cual, al menos porcentualmente, debiera sentirme contento. Contento porque me he hecho mayor y no me tumba el retroceso de la escopeta, porque veo las películas de mayores desde el sillón de mi casa con la frescura de un whisky al lado, porque llegué a tener un coche de verdad junto a los juguetes, y porque le pude ver el culo y algo más a la chacha del momento. Contento también porque alcancé a dirigir más de una empresa y a putear a aquellos que se dedicaban a putear a los de abajo, y porque, con más o menos decoro, tambien sucumbió alguna de aquellas subalternas al embrujo cautivador de los galones. Contento porque los hijos se hicieron mayores y dejaron de dar por el culillo para hacerlo ya después por el culote, y contento porque mi mujer anduvo receptiva un mes más tarde y no me dio el viaje de las vacaciones porque ya nunca más viajó conmigo o yo con ella. Contento igualmente porque llegué a tener el coche de mi vida y luego otro y otro y otro y no sé cuantos coches más, y contento porque logré alcanzar la casa de la sierra y me prestaba un buen amigo la suya de la playa; y en esas, viajé a la Patagonia y a Samoa sin tener que transportarme en un avión porque la imaginación -que esa sí que la he tenido siempre grande- e Internet surcaron las fronteras sin peajes ni visados. Y contento por haber sido capaz de escribir también el libro tras agitar la coctelera de los porqués y las miserias de la vida con algo de coraje y un repunte inusual de valentía.
Pero el sueño de vivir tranquilo, el más reciente y en apariencia alcanzable, la aspiración más esencial del ser humano, no ha llegado a hacerse realidad, ni siquiera como fiel constatador del paso de los años. Y lo asumo como una derrota personal dentro de la gran debacle, esa misma que disfrazada con la cara sonriente de un payaso asola a toda la humanidad. ¿Quién vive tranquilo en estos tiempos? me dice inútilmente una voz consoladora que intento desoir para no corresponder con los balidos del rebaño, y entonces, después de tantos sueños, me limito a luchar contra esta nueva pesadilla repostando diferentes paciencias para luchar contra la falta de energía y el desaliento.
Una extraña heroicidad, sí, porque nunca, ni de niño ni de hombre, la he tenido. La paciencia de esperar, de aguardar, de estarse quieto, de comprender a los otros, de aguantar a los demás y a uno mismo, de no precipitarse, de dormir tranquilo porque hay muchas noches más, de aspirar a lo razonable, a lo que corresponde y a lo que es lícito según tus propios códigos. Uno no puede esperar de los demás aquello mismo que no es capaz de ofrecer. Por eso ya no busco, solo intento caminar, pero sigo expectante y miro a ambos lados del camino intentando descubrir un nuevo amanecer. Ya no espero más de los amigos, ni busco una mujer, ni imploro a la diosa fortuna o al Oráculo de Delfos para que oriente a mi futuro. ¿De qué futuro hablamos? Machacamos cada día las ideas y los instantes en pro de ese futuro que es como la esfera sensorial del Tao que cuanto más te acercas a ella más se aleja de ti. Tampoco espero recibir favores o escuchar al mensajero providencial de la buena nueva de otros tiempos. No hay pequeños favores sin putos tributos. Ahora solo me dedico a caminar y a cargarme de paciencia, de multiples y variadas paciencias como los sabores de una heladería. ¿Qué más se puede hacer? Eduardo Galeano ya lo dice :"La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos a ella, y ella se aleja dos pasos. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso mismo: sirve para caminar". Y eso es lo que intento hacer: caminar, repostar paciencias y ser yo mismo, por mucho que se empeñe en lo contrario ese otro yo que va enganchado siempre a las espaldas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mantén tus pensamientos positivos porque
tus pensamientos se convierten en tus palabras.

Mantén tus palabras positivas porque
tus palabras se convierten en tus acciones.

Mantén tus acciones positivas porque
tus acciones se convierten en tus hábitos.

Mantén tus hábitos positivos porque
tus hábitos se convierten en tus valores.

Mantén tus valores positivos porque
tus valores se convierten en tu destino.

MAHATMA GANDHI