
De repente, entre las luces, ha aparecido una chica en medio de la visión circular del objetivo. Me detengo, acerco el ojo al ocular y enfoco con precisión. Debe estar a algo menos de un kilómetro, pero observo con detalle el nº 5 que lleva grabado en el bolso blanco que acaba de colgarse mientras se contornea coquetamente mirándose al espejo. Lo pasa de uno a otro hombro y adopta la postura adecuada para mirarse desde ese lado. Sacude la cabeza y bambolea sus caderas. Deja el bolso sobre la cama y se desprende con decisión del vestido azul oscuro arrancándoselo por encima de la cabeza. Sus pechos, algo pequeños, quedan al descubierto exhibiendo la turgencia que otorga casi siempre la juventud. Luce unas braguitas blancas con lunares oscuros que en un repentino giro de su cuerpo revelan que, sorprendentemente, no son un tanga. Se disfruta durante unos instantes mirándose al espejo desde los cuatro puntos cardinales que le permiten sus giros. Abandona con rapidez la última pose, e inclinándose sobre la cama, coge otro vestido y se lo engancha por arriba. Éste, tiene más vuelo que el anterior y muestra unos colores estampados de rojo y blanco con motivos florales. Vuelve a girarse hacia todos los lados posibles, se lo arremanga con precipitación hasta la cintura y se mira por detrás y por delante. Agarra el bolso del número cinco y se lo cuelga dejando caer el vestido. Lo cambia de hombro, le acorta y alarga sucesivamente la correa mirándose de nuevo. Lo deja sobre la cama. Coge otro, ahora es un bolso negro o azul oscuro, y vuelve a posar repitiendo los gestos anteriores. Se mira por aquí y por allá y vuelve a dejarlo sobre la cama al tiempo que se engancha un nuevo bolso de lunares. Antes de que llegue a colgárselo del todo, se lo arranca con violencia y lo arroja hacia el suelo. Se quita el vestido, otra vez por encima de la cabeza. Vuelve a mirarse y a contonearse, observándose sobretodo por detrás. Se encasqueta un nuevo vestido color beige, y sin pérdida de tiempo, se cuelga el bolso oscuro. Se mira de un lado, del otro, da como unos pasos hacia atrás y hacia adelante, gira las caderas e inicia una especie de baile. Repite los mismos movimientos con los dos bolsos anteriores y, finalmente, se cuelga ambos a la vez. Ahora se observa de este lado, ahora del otro, se pone en jarras y bascula hacia ambos lados y de atrás hacia adelante. Parece reir. Se siente feliz, se ve guapa sin duda e intenta, confabulada con el espejo, sacarle el mayor partido a su atractivo. Parece que adivina mis cábalas a través de la mirada indiscreta del objetivo y se despoja de los bolsos y el vestido. Se ha quedado quieta ante el espejo, lo mira fijamente e inicia un leve giro de la cabeza acompasado hacia ambos lados. Piensa lo que piensa y se baja las bragas con decisión. Ahora más que mirarse parece recrearse, se vuelve a poner en jarras y bascula las caderas como un péndulo haciéndole un coqueto guiño a la linealidad. En uno de eso giros se queda quieta seguramente refrendando todo el universo que ella quería ver. Solo la puedo ver de perfil. La forma de sus pechos se dibuja con deseada precisión en el visor. Lleva así un largo rato. De repente, vuelve a girarse dándome ahora espalda. La visión de su culo me conduce hasta el punto más excitante de toda la muestra, bien redondeado, prominente e imagino que primorosamente apretado y terso. Ahora se da media vuelta y se pone frente a mí. ¡Qué espectáculo más completo desde el punto de vista de las perspectivas y desde el sorprendente de un pubis azabache con el vello bien triangulado y abundante! En ese momento se contornea, gira, baila, mueve lascivamente las caderas y me emborracha de visión y hasta de cuentos de las mil y una noches. Coge el bolso del cinco y lo coloca sobre el pubis, se lo quita y se lo pone con la alternancia que, supongo, le sugiere en lo más profundo de su encanto el deseo y la excitación. Coge cada uno de los vestidos y se los pone simplemente por delante, se gira mirándose por detrás, y parece estallar en una carcajada, imagino que viéndose así con el culo al aire caminando por las calles. Se embute en sus braguitas de lunares, echa una última mirada hacia el espejo, esta vez sin contorneos, y apaga la luz de su habitación y, con ella, también las de un dulce momento en la soledad de una noche más, del largo, cálido e insípido verano.
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