jueves, 17 de septiembre de 2009

IVA


Iba y venía, va y viene, irá y vendrá, tres tiempos para describir el movimiento casi pendular de un viento desangelado que ha entrado en esta España carca y carcomida, a través de sus cuatro puntos cardinales. Los meteorólogos lo han definido como un siroco, es decir, gestado en lo más profundo del desierto del Sahara, en los crisoles de viejos brujos versados en la alquimia y en la farmacopea, y enviado hacia España a través del incesante soplido de centenares de salvapatrias, colocados en cadena, que esperan pacientemente su recompensa por el esfuerzo. El viento, como todos los sirocos, provoca sequedad e inesperadas tormentas allí por donde pasa, y las personas que se ven inmersas en medio de su torbellino huracanado, sufren repentinos cambios de humor y dolores intensos de cabeza. Sopla igual de noche que de día, y va y viene siguiendo una trayectoria impredecible, casi caótica, rebotando, ajeno a la geometría, por todas las esquinas del territorio nacional. El Gobierno de la nación ha decidido frenar la marabunta de esa masa de aire en movimiento que está volviendo loca a toda la población, y para ello ha recurrido a la forma verbal de su arranque en tiempo pasado, con la única convicción de que para lograr el efecto deseado habría que cambiar la letra central: IVA -Irremediable Vacíado de Alcancías-. Acto seguido, y como dicho efecto no parecía resultar suficiente, ha incrementado la dosis.
Para abreviar y hablando en términos económicos: nos han subido el IVA. No hace falta ser un pariente lejano de aquellos brujos del Sahara para predecir las consecuencias: los más pobres, los parados, los indigentes, los mileuristas, los autónomos, los pequeños empresarios, los que no llegan a fin de mes, los de las hipotecas, los de los inacabables insomnios, los inmigrantes, las putas y los 2.460.584 funcionarios, serán, desde ahora, algo más de la mísera parte de su condición, con cierta exención para estos últimos por su carácter vitalicio. Sin embargo, nadie debe rasgarse las vestiduras ni salir a la calle con guadañas o fusiles, porque la leche, el pan y los huevos han sido indultados con la caridad de un Gobierno que sabe muy bién señalar a los tontos y distinguir a los productos de primera necesidad. En resumen, el Gobierno acaba de perpetrar un atraco "a mano desgobernada" de 6.000 millones de Euros a la clase más pobre de este país. Es algo así como si yo mismo me doy cuenta mañana de que mi casa no tiene los muebles adecuados y para fascinar a mis vecinos de arriba cuando vengan a cenar, en vez de atracar un banco, o asaltar la casa de un ministro, o la de un presidente de Gobierno, o la sede central de la petrolera más grande del país, o la caja de caudales de cualquier laboratorio farmaceútico, o las oficinas del Real Madrid o las del F.C. Barcelona el día del pago de las nóminas, me voy derechito a casa de Paca la de los Cañamones, le atizo un estacazo en la cabeza y después le robo los arenques fritos en aceite rancio que tiene sobre la mesa para cenar. A continuación, perpetro el mismo acto con todas las "Pacas" de España hasta que la montaña de arenques, aunque algo maloliente, alcance valores significativos. Algo, más o menos, así.
Un día salió en la prensa británica la noticia de la muerte del escritor George Bernard Shaw. Cuando esa misma mañana se presentó en su casa un periodista para darle las condolencias a la viúda y abrió la puerta el propio Bernard Shaw, el periodista, perplejo, le enseñó el titular del periódico, a lo que el escritor contestó: "Caballero, me parece una noticia prematura y sobretodo exagerada". Pues bién, a esta nueva acción gubernamental para salvar a las patrias y los pellejos de todos sus mandatarios, lamentablemente, no le podemos asignar ninguno de esos dos adjetivos tan oportunamente mentados por Bernard Shaw, sino que habremos de hablar de una acción certera, precisa, puntual en el tiempo, es decir de ahora en adelante, y en el espacio, o sea en todos y cada uno de los hogares donde la noche se ha hecho eterna bajo el cielo sin estrellas de esta puta España. Y al amparo de la medida todos los pillos harán su Agosto, como suele suceder. El Gobierno acaba de dar un puñetazo sobre la mesa sabiendo que andamos todos debajo, pero los ciudadasnos -digo ciudadasnos y digo bién- continúan con las bocas abiertas esperando que, como el maná, les caigan dentro las migajas prometidas, con el llanto en los ojos, el voto agazapado en el fondo de un bolsillo, los pantalones bajados, y esa mirada inexpresiva que exhiben los idiotas cuando habla o se ventosea el gran patrón. Tanto les da lo uno o lo otro.
España, como la bella durmiente, está sumida en un profundo sueño: nos hallamos bien jodidos y escrupulosamente callados, la ciudadasnía ideal para cualquier gobierno pícaro y traidor.
Lo dijo hace algunos años Félix de Azúa: "Ha llegado la hora de tirar el televisor por el hueco de la escalera y ¡despertar!". Cuando abramos los ojos, veremos lo que queda.

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