jueves, 17 de septiembre de 2009

Moscatel y Tordesillas



Moscatel es una variedad de uva blanca o morada de grano liso y sabor muy dulce. Tordesillas es un pueblo de Valladolid que hace ya algunos siglos se ganó la consideración de " muy ilustre, antigua, coronada, leal y nobilísima villa". Pero hoy no voy a hablar de lo uno o de lo otro. Moscatel era un toro de la ganadería de Victorino Martín con 540 Kg. que el pasado martes fue lanceado en todos los resquicios de su brava anatomía por una turba de "cristianos exaltados" hasta morir hecho un lacerico. Entrecomillo para hacer un símil legítimo con la misma turba de "cristianos exaltados " que en el siglo IV después de Cristo apresaron en las calles de Alejandría a la filósofa Hipatia por enseñar gratuítamente la filosofía de Aristóteles, y tras desnudarla, la arrastraron con un carro por toda la ciudad hasta darle muerte y descuartizarla después. Es en esto último donde radica la benévola diferencia a favor de la turba de "cristianos exaltados" del Tordesillas del siglo XXI. Permítaseme que en tal entronque de siglos, finados y espectáculos no distinga entre personas y animales. Y permítaseme igualmente el uso de la palabra "cristianos" porque los asesinos de Hipatia lo hicieron en el nombre de Dios, y los asesinos de Moscatel lo han hecho "como Dios y la tradición manda".
Los muchos años que uno ha cumplido ya, no dejan de ser pródigos con la perplejidad y, lastimosamente, también con el espanto. A base de darme calabonazos contra la pared, desde mis primeras y reconocibles lunas, he conseguido alejarme o ignorar cualquier tipo de detracción, desde los holocaustos y las hambrunas consentidas hasta los genocidios o los señalamientos con un dedo al hijoputa de turno. En unos casos por la distancia insalvable con el hecho pasado, y en otros, por la propia inutilidad de unos gritos -los tuyos- que siempre son ahogados en el clamor infecto y multitudinario que provocan los poderosos. Esta es la nuestra, nuestra España con todas sus zarabandas y las viejas tradiciones. Debiéramos haber perpetuado también a la Inquisición, tan restitutoria, tan ejemplarizante, tan tradicional y tan nuestra. Aquí le llamamos tradición a lo que divierte y conviene, y detractores a los que molestan, pero es que en la viña sospechosa del Señor, sobretodo en este fracturado país con forma de piel de toro, hay fiestas, espectáculos, payasadas, y actos nauseabundos parapetados tras la cortina de la regulación oficial. El escarnio sangriento de la fiesta del Toro de la Vega en Tordesillas es uno de éstos, sino el que más. San Sebastián, el que murió asaetado por decenas de flechas hace ya bastante tiempo, viendo esto, debe haber implorado a su Patrón para que eleve a la más justa santidad la condición de todos sus asesinos. La alcaldesa de Tordesillas, en cambio, anda en otros menesteres. Exaltada, llena de tradicional orgullo y sobretodo feliz por el anual acontecimiento, ha declarado que "se trata de un torneo limpio en el que el toro no sufre", añadiendo respecto a Moscatel que "el animal ha dado mucho juego". Yo, que ando con las referencias y las jerarquías a volteretas y espaldarazos, tomo debida nota, y si mañana me veo sorprendido por uno de esos ataques de exaltación y le pego un tiro en la sien a alguien, diré que ha sido limpiamente, sin mediar palabra alguna, y que el animal, en este caso la persona, obviamente no ha sufrido. Las consecuencias para mí, también obviamente serían distintas porque los toros, al menos en Tordesillas, no forman parte del reino de Dios ni de la justicia. El espectáculo está escrupulosamente regulado por el Ayuntamiento del pueblo y por el Reglamento Taurino de la Junta de Castilla y León, así que todas las manos resultan lavadas como Pilatos en un agua que después de veinte siglos aún sigue ponzoñosa. Es el pacto del diablo con la evolución: el tiempo pasa y la maldad permanece.
Miles de personas han vuelto a correr y a gritar enloquecidas en Tordesillas detrás de un toro que solo podía huir hacia su propia muerte entre espasmos y alaridos, cosido a lanzazos, vitoreado con cada bocanada de sangre y de vísceras, insultado, alabado, escupido, elevado a los tristes altares de una memoria vergonzante que viene a validar, una vez más, nuestra recordada condición de pueblo salvaje y aniquilador. Luego, el más salvaje de todos, el del lanzazo final, le corta los cojones, porque los toros tienen cojones y no testículos, y los enristra en su lanza como fiel recordatorio de la imagen de un héroe que, ay infelice, va a cabalgar todo el año con muchos atributos y vaciada cabeza.
Y hasta aquí llego porque el hedor a sangre fresca y desatino no me deja avanzar más. España mira para otro lado, los detractores han perdido el habla de tanto gritar inútilmente y los exaltados seguirán corriendo tras el astado mientras vocean "¡Viva el toro de la Vega!". Debieran gritar también "¡Viva mi padre y mi madre!" y luego correrlos, alancearlos y conducirlos en un remolque rodeados de una muchedumbre para que nadie pueda contemplar lo que ya nunca más podrá erigirse en un divertimento y ni siquiera campar a sus anchas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

You have woken up... How extraordinary!