
Son como las moléculas de oxígeno que transporta la sangre: fluyen en nuestro interior proporcionándonos alternados y sucesivos impulsos de vida, y cuando nos faltan, confusos y temerosos, nos ahogamos en el vómito de la soledad. Son como las ninfas aúreas de Juan Ramón Jiménez en el clímax de su vecindaria melancolía: moradas y carnosas como una noche al caer, jugosas y blancas a la luz del día, aterciopeladas, acuosas como el rocío, providenciales y precursoras. Son de otros mundos. Llegaron desde muy lejos y por eso siempre van más allá. Presienten las cosas esenciales, adivinan futuros y adivinanzas, arremeten con brío contra la corriente, dejan pasar el aire, rompen los silencios, susurran mensajes en lenguas desconocidas, se convierten en estatuas de sal para que pase el enemigo, tejen ardides, dosifican las energías, caminan sin poner los pies en el suelo y se abren de piernas a modo de puentes entre mundos antagónicos. Atienden a las brujas y a las flores con idénticos mimos, sonríen por dentro cuando nadie las mira, y se preparan a sí mismas para el combate pertrechadas sin ridículas ni aparatosas armas, sin temor, sin ruído de sables ni vacilantes arengas rescatadas de las gestas de la Historia. Se acomodan entre ellas, se abren paso a golpes de besos en la maleza, tejen telas de araña donde acaban los incautos, guardan primorosamente sus ropas, dibujan los paisajes que convienen, borran de un plumazo las vergüenzas y allanan sus propios caminos. En los extremos de las cosas, ocupan prodigiosamente el centro y se transforman en aire en el filo de las navajas. Leen el futuro como las náyades mirando siempre a las aguas, hablan desde los ojos, lloran por pura rabia, se incomodan con la calma, prometen falsas esperanzas y hacen préstamos de lágrimas. Su tacto es sedoso y delicado y a menudo exhiben múltiples colores y texturas como las flores carnívoras. Transportan savia como los árboles, atesoran viejas ofensas y prohibidos recuerdos en lo más hondo de ellas mismas, se acicalan indistintamente para lo bueno y lo malo, aturden a los hombres con su belleza, los vuelven locos con nimias porciones de vello púbico, juegan con sus ridículos atributos y cabalgan sobre ellos a golpe de fusta y de chanza. Se confabulan con las jerarquías haciéndolas todas suyas, pactan en plena nocturnidad para no despertar a los niños y lloran con lágrimas ajenas cuidando de ahorrar sentimientos. Se desnudan en ínfimas partes que encienden hogueras en su justa medida, exhalan proporcionales raciones de perfume, manipulan las atmósferas haciéndolas respirables y enhebran agujas increíbles en todo tipo de pajares y aposentos. A menudo regurgitan los improperios recibidos y sonríen mientras juguetean con la venganza, rechazan las cosechas que no llevan sus nombres, hacen crecer yerbas amarillas en los desiertos, beben en el néctar de sus tragedias históricas y sientan variadas y múltiples jurisprudencias que les permiten esconder los rostros bajo invisibles burcas. Aparentan añoranzas de no haber sido hombres de otro tiempo, invocan continuamente al dios de la femineidad para que no baje un ápice la guardia y se miran con lascivia en los espejos dibujando orgasmos de luz en la superficie. Cuando la noche se acerca entornan los ojos, desconfían del aire, reabren sus heridas, establecen conjuros que las acerquen a la inmortalidad y finjen dormir plácidamente. Y cuando llega la luz, una vez más, continúan a lo suyo.
Llegaron desde muy lejos y, en sus orígenes, jamás necesitaron de costilla alguna, ni barro, ni Dios para moldearse, y a esa fuente sin nombre, remiten las consecuencias de sus actos. Fluctúan como los parámetros de las leyes inciertas de la ciencia, como la llama de una antorcha en el cabo de todas las tormentas, bailan al son del terrible poder de cada uno de sus enhiestos encantos, suspiran de triunfo cuando nadie las ve, hacen el amor cuando conviene y la guerra cuando está ganada de antemano, y cuando sucumben en el combate, se regeneran en zombies que serán útiles y provechosos en las siguientes cosechas. Su poder está fuera de toda duda y su misión fuera de todos los entendimientos, recolectan influencias poco a poco como las hormigas y van dejando un rastro por donde pasan indicando el nuevo camino a seguir. Amarran a los hombres anudándoles a la miel de la punta de sus lenguas y estrangulan las voluntades que se resisten con una somera presión de sus entrepiernas.
Pero dan brillo y esplendor. Y otorgan razones para vivir. Y se regeneran mudando la piel como las serpientes sin esfuerzo alguno. Y paren hijos legítimos que perpetúan la especie y, a veces, hijos anónimos que son el fruto perfecto del instante de una voluntad que hizo saltar por los aires las leyes establecidas. Y son verticales u horizontales, según se mire, insondables, navegables, luminosas, oscuras y, a fin de cuentas, esenciales para que nada pueda escapar de sus órbitas y perderse definitivamente en un mundo sin pasión y sin razones.
Son las mujeres, las cariátides que llevan a todos los seres del mundo sobre sus hombros y al mundo entero bajo sus pies.Nosotros, los hombres, no supimos nunca venir desde tan lejos, pero ellas, las mujeres, se bastan a sí mismas.
"Cualquier hombre puede ser feliz al lado de una mujer, con tal de que no la ame". Oscar Wilde.
2 comentarios:
'Consistency is the last refuge of the unimaginative' Oscar Wilde... Game on: Jack Vettriano!
'She can kill with her smile. She can wound with her eyes. She can ruin your life with her casual lies. And she can only reveal what she wants you to see. She hides like a child but she's always a woman to me....'
Billy Joel x
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