- Ya... ¿Mi tiempo? ¿Cuál de ellos?
- No sé, ya sabes, ese tiempo que fué tuyo en otros tiempos.
- ¡Ah! ¡Mi tiempo! Debería haberlo guardado en un arcón con un buen candado y abandonar la llave después en cualquier recodo del camino.
-¿Para qué?
- Para no malgastarlo como hice siempre olvidándome de mantenerme alerta.
- ¿Alerta? ¿Y para qué querías estar alerta?
- Pues para ser aún joven cuando tu llegaras y explicarte las cosas desde poca distancia.
- Pero abuelo, si siempre hemos estado muy cerca.
- ¡Claro! Ahora mismo nos separan apenas las alas de una mariposa...La distancia no es eso, pequeño saltamontes.
- ¿Por qué me llamas pequeño saltamontes?- ¿No te gusta? Bueno, entonces te llamaré rana gigante.
- ¿Qué dices abuelo? Ese me gusta aún menos.
-¿Ah, sí? Pues mira, eso es lo que tú eres: un pequeño saltamontes y una rana gigante.
- ¡Anda ya! Aunque lo fuese no podría ser las dos cosas a la vez.
- ¿Que no te lo crees? Pues eres esas dos cosas y muchas más.
- Me estás decepcionando, abuelo. Nunca pensé que me veías como a un bicho.
- Es que los saltamontes y las ranas no son bichos.
- ¿No? Entonces, ¿qué son?
- Son...gente, gente encantadora disfrazada con alas y traje de agua que juegan saltando de arbol en árbol los unos y croando por la noche cuentos de futuro a las estrellas las otras.
- No te entiendo, abuelo.- Pero ellos a ti sí. Yo en mi tiempo hablaba de vez en cuando con ellos y aprendía cosas que no sabía enseñarme la otra gente, esa que va disfrazada de gente.
- ¿Y qué cosas aprendías?- Pues mira, fueron ellos los que me dijeron que tú llegarías algún día. Y eso me hizo sentirme feliz, muy feliz, tanto que desde entonces pensé que yo en otro tiempo mucho más lejano del que tú me preguntas, había sido un saltamontes y algo más tarde una rana.
- Pues ahora que te miro, no te molestes abuelo, pero de cintura para arriba te pareces a un saltamontes y de cintura para abajo a una rana.
- ¿Serás desvergonzado? A ver, explícame las razones de esa partición corporal.- Pero si tú estás orgulloso de ser dos bichos a la vez...Verás, esos ojillos, así, hundidillos, y tus brazos que casi siempre están encogidos me recuerdan al saltamontes. Y lo de la rana, es que cuando vas andando te mueves como las ranas: más hacia los lados que hacia adelante.
- ¿Ves como tengo razón? Eres un buen observador, aunque...un poco cabroncete.
- No, abuelo. Soy tu nieto. Por eso he visto lo que llegaste a ser en aquellos tiempos tan...tan raros. Pero yo te preguntaba al principio por tu tiempo de antes, cuando no eras ni una rana ni un saltamontes, cuando eras ya una persona como ahora y yo aún no había llegado.
- Ya lo sé que me preguntas por ese tiempo. No fué un buen tiempo y no lo digo porque lloviera o hiciese mucho frío. Los tiempos no son ni buenos ni malos, tan solo se viven o se desviven, y esto último sí que es una desgracia.
- ¿Y como se vive o se desvive un tiempo?.- Pues mira, ahora mismo, escuchándote y teniéndote tan cerca, yo estoy viviendo el tiempo. Pero cuando no llegabas y ni siquiera se habían acercado hasta mi el saltamontes y la rana para hablarme de ti, entonces estuve un día tras otro desviviendo el tiempo. Y eso no es otra cosa que el tiempo se da la vuelta y se aleja de tí, y te deja huérfano de toda conciencia, de su transcurso, se hace irrisorio, se convierte en un enemigo, se te atraganta de día, te horroriza de noche, y aleja finalmente las ilusiones que se esconden detrás de los árboles o de las estrellas. Yo sé que te resulta dificil entender estas cosas, pero algún dia lo entenderás.
- No, abuelo. Creo que las entiendo, pero no llores, no me molesta ser un saltamontes y una rana.- No estoy llorando.
- Sí, si lo estás. Me lo ha dicho la rana. Pero el saltamontes también me ha dicho que no me preocupe, que también se puede llorar de alegría. ¿Sabes una cosa? Que no me molesta ser esos dos bichos a la vez porque si tu también lo fuiste en otros tiempos, yo también, y además acaban de decirme donde está el arca en la que guardaste aquel tiempo malgastado para que te lleve hasta ella y lo puedas volver a utilizar.
- ¿Ah, sí? ¿Y donde está?- Abuelo, no seas tonto. Dame la mano y cierra los ojos que yo te conduciré hasta ella. Me lo han dicho nuestros parientes, esos bichos que saben más que la gente. Tu arca del tiempo y la mía son la misma, abuelo. La abriremos y aquel tiempo perdido será de nuevo tuyo y, entonces, saltaremos de árbol en árbol y le contaremos cuentos a las estrellas desde las charcas. Y la gente...¡qué nos importa a nosotros la gente!
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