domingo, 1 de febrero de 2009

Me voy a la escuela

Repentinamente, se levantó y echó a andar dirigiéndose con pequeños pasos acelerados y tambaleantes hacia la calle. "¡Joaquin, Joaquin! ¿Donde vas?" gritaron alarmados todos los presentes que corrían hacia él para sostenerle. "Me voy a la escuela" contestó con la misma urgencia del que llega tarde. Instantes después le detuvieron y le llevaron cogido por los brazos hasta el sillón donde literalmente había pasado los últimos seis o siete años, entre tosidos y recuerdos de juventud, tarareando sin parar atonados e indescifrables cánticos de remotos recuerdos cuya melodía incesante parecía tributar un requiem a la constatación de su dilatada vida. El día anterior, cuando le conducían hacia el dormitorio, pasó delante del espejo de la puerta de un armario y entonces giró la cabeza torpemente intuyendo una nueva presencia. Cuando se vio al otro lado, abrió exageradamente los ojos y dijo " ¡Cucha! ¡Ese es mi padre!" y ya no dijo nada más hasta el día siguiente. ¡La imagen del progenitor reflejada en uno mismo! ¡Qué extraños ingredientes afectivos! ¿Qué habría pensado él viéndose tan cerca del que le había dicho adiós cincuenta años antes? Cuesta creer que los viejos ya no sienten ni consienten cuando se ven enfrentados a la resurrección instantánea de personas queridas y de recuerdos en medio de los flases punzantes de su dramática realidad, ésa de la que nunca logran despegarse a pesar de las ensoñaciones y los desvaríos. Y cuesta creer también que la sensiblería y la capacidad para sufrir se haya ido apagando y encorvando como sus cuerpos, esos objetos deformes que como las cosas que estorban, a veces no sabemos donde ponerlos, y así pululan de aquí para allá, ahora te toca aquí y mañana te toca allí, y casi siempre, como el arpa, deslucen en el rincón más olvidado.
No es el caso de Joaquín. Él brilla por sí mismo en el rincon más luminoso de la estancia mientras su mujer cose y los demás leen el periódico. Por eso también canturrea, porque sabe que hay oyentes a su alrededor, aunque ya se muestren confusas y rebeldes todas las identidades ¡Qué más da si éste es este o es aquel! "Lo que importa es la Polar"como decía una de aquellas consignas trasnochadas de la OJE, y eso mismo es lo que él sabe y se sabe, querido, arropado, y resignado junto a los que le rodean con su inminente final. Por eso mismo pretendió la otra mañana propinarle un puntapié a su destino levantándose él solito y diciendo "Me voy a la escuela", la escuela, supongo ya del retorno, la herencia lícita y amarga de lo trascendente a punto de ser desvelado.
Algunas veces, Joaquín no conoce ni a sus hijos, pero a mí, a Juanico, como él me llama, siempre me conoce. Por eso y por otras cosas, he querido recordarle ahora que aún le podemos palpar las arrugas y escuchar con cara de aburridos sus continuos tarareos.
Joaquín es mi tio y tiene 97 años.

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