jueves, 3 de septiembre de 2009

El viaje.


Alejo Cienfuegos se recostó sobre la hamaca y volvió a mirar a las estrellas. Fijó la vista en aquella que parpadeaba sobre la vertical de su cabeza y comenzó a imaginar. Primero pensó en la distancia inconmensurable que los separaba y después fue dibujando extraños paisajes sobre su faz. ¿Por qué algo que está ahí todas las noches se nos antoja tan inacanzable? ¿ De qué pretenden las estrellas ser testigos con su inagotable parpadeo? se preguntaba Alejo con nulas esperanzas de obtener respuesta como tantas noches a lo largo de su vida. Absorto en la contemplación, se sintió la parte más ínfima de todo el Universo y, sin embargo, tuvo la conciencia plena de que todos los mundos confluían en él. ¿Qué sería de todo lo existente sin la conciencia de una mente inteligente observadora? Tal vez había llegado el momento de entender la realidad, la realidad que se desplegaba a los ojos de Alejo, y que por tanto, legitimada por la propia observación, quedaba vinculada a su existencia dotando a ambos, el observador y lo observado, de un sentido cosmogónico, una indescifrable fuerza de correspondencia entre los dos, Alejo y la estrella.
Entonces, quiso llegar más allá. Centró toda su visión en el débil parpadeo, se enajenó del mundo cotidiano que le rodeaba, despreció todas sus misiones en la Tierra, olvidó por un instante a la familia y los amigos, y gritó en lo más profundo del deseo y las entrañas: "¡Llévame hasta alli! ¡Elévame en esa línea vertical hasta desaparecer en lo insondable y alcanzar aquella luz! ¡Demuéstrame tu poder, seas quién seas, y complace definitivamente mi curiosidad! ¡Hazlo siquiera una vez! ¡Por esta vez!". Alejo aguardó unos instantes y después sintió un escalofrío. Sin apartar la vista de la estrella comenzó a notar que su cuerpo se vaciaba, se despojaba de toda la materia haciéndose intangible. No sentía nada en su interior salvo el peso ingrávido de la mente. De repente, observó que se despegaba de la hamaca, muy lentamente, en total silencio y en medio de un repentino e insoportable terror. Segundos después ya volaba unas decenas de metros sobre su casa. Intentó moverse, pero fué inútil, tan solo su cabeza podía girar hacia los lados y hacia abajo como otorgándole el postrero beneplácito de la despedida. Su ascensión fue cogiendo velocidad a pasos agigantados. Apenas había transcurrido un minuto y ya no distinguía las luces de la ciudad. Sumido en el más extraño de los trances, Alejo pensó que había muerto repentinamente y esa era la primera escena del viaje sin retorno. Miró hacia arriba y allí permanecía su estrella en la misma vertical. De repente, se hizo la oscuridad total a su alrededor y un zumbido intensísimo comenzó a estallarle en los oídos. Al poco, observó esferas de cegadora luz que pasaban vertiginosas a su lado. Primero unas pocas, y después incontables, casi infinitas. De vez en cuando, alguna de esas fuentes de luz presentaba un tamaño muy superior al resto. Resignado con su nuevo estado de muerte o vida, y aún preso de un cósmico terror, hizo un último esfuerzo por despertar, por alejar de su mente tan terrible pesadilla, pero el tremendo espectáculo a su alrededor de vertiginosas luces e inquietante oscuridad continuaba incesante. Miró hacia su cuerpo y, entre los resplandores de las bolas de fuego y luz que cruzaban como el rayo, vio que lo tenía intacto. Llegó a tomar conciencia de la increíble velocidad a la que viajaba cuando, alzando de nuevo la vista, observó a su estrella como una pelota de tenis con toda su redondez. Instantes después, todo el espacio se iluminó cegándole por completo. El zumbido dejó de oírse y comenzó a sentir que la materia volvía a su cuerpo por todos los instersticios. Cuando la luz se disipó, alzó de nuevo la vista y contempló algo inaudito: una esfera gigantesca se mostraba en el cielo suspendida sobre la misma vertical de su cabeza. La velocidad del tránsito pareció aminorar y el planeta o lo que fuese se encontraba casi al alcance de su mano. Por primera vez comenzó a sentir un calor intenso. Instantes después el calor le quemaba las entrañas. El zumbido volvió a sus oídos y Alejo rodeado ahora por un denso manto de vaporosas nubes comenzó a perder la conciencia. Tuvo entonces la certeza de que había llegado el momento final. Después pareció recobrar vida y abrió los ojos. Miró hacia arriba y contempló el cielo azul y luminoso que ya conocía de otras veces. Miró entonces hacia abajo y observó un prado verde flanqueado por pequeñas manchas boscosas a las que se acercaba cayendo lentamente desde unas centenas de metros más arriba.
Suavemente, sin ninguna brusquedad, Alejo cayó sobre la hierba al tiempo que sentía todo su cuerpo y podía mover brazos y piernas. El viaje había concluído.
Trastornado y confuso, hizo un esfuerzo por regresar a la razón. Durante un tiempo estuvo observando el paisaje que le rodeaba hasta caer en la cuenta de que le resultaba un tanto familiar. Recordó que tan solo unos minutos antes se encontraba en el patio de su casa, contemplando las estrellas sobre una hamaca a las doce de la noche, y ahora, en cambio, un sol radiante brillaba sobre un prado y un bosque cuyo silencio solo alteraban los cantos de los pájaros. ¿Adonde habría ido a parar en medio de su locura? ¿Había alcanzado su estrella, o tal vez se hallaba de nuevo en casa perdido en medio de un bosque al que le habría conducido un repentino ataque de enajenación mental? Alejo se puso de pié, y armándose de valor, decidió averiguarlo. Atravesó el prado y el bosque colindante y, a lo lejos, descubrió lo que parecía una carretera. Comenzó a correr hacia allí y en el horizonte se perfilaron unas montañas que él conocía muy bién. Entonces se detuvo y se puso a llorar como un niño. Aliviado, supo entonces que estaba de nuevo en casa. ¿Pero cómo había llegado hasta allí, a unos 40 km. de su ciudad y pasando de la noche al día como se pasa del dos al tres? En cualquier caso se avino a considerar que mejor sería haber perdido el juicio o la memoria que haber muerto o aún algo peor como encontrarse en una estrella a millones de años luz de distancia y sin posibilidad de volver.

Cuando llegó a la carretera un camionero lo llevó hasta su ciudad. Alejo, todavía tremendamente confundido, se dirigió a su casa con rapidez. ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde su ensoñación en la hamaca? Todos los miembros de su familia deberían andar buscándole como locos. ¿Qué podría decirles ahora cuando le viesen aparecer?

Llegó jadeante hasta la puerta y comprobó que no llevaba encima las llaves, así que tocó el timbre y esperó sudoroso con una montaña de preguntas y respuestas amontonadas en su cabeza. Al cabo de unos segundos la puerta se abrió y Alejo sintió que se le helaba la sangre en las venas. El mayor rictus de terror de toda su existencia lo envolvió por completo: la persona al otro lado de la puerta era él mismo. Ambos se quedaron impávidos, mirándose con unos ojos que parecían querer escapar de sus órbitas. El Alejo de la casa se desplomó quedando sentado sobre el suelo mientras se golpeaba la cabeza. El otro Alejo, aún en pie, preguntó:
-¿Pero quién eres tú?

-¿Qué es esto?-. Atinó a decir por fin el Alejo sentado.-¿Qué locura es ésta? ¡Oh Dios mío, me he vuelto loco!

Alejo de pié comenzó a comprender al mismo tiempo que su desesperación alcanzaba límites indescriptibles. Miró con cierta compasión al Alejo sentado y poniendo una mano sobre sus hombros le dijo en tono de aparente calma:

- No has de preocuparte. No estás loco. He sido yo el que ha usurpado tu espacio. Es algo difícil de explicar. He venido desde muy lejos para darme de bruces con mi otro yo. ¡Qué extraordinaria falacia! Lo pedí y se me concedió. Y aquí estoy. Es inútil que te lo explique a pesar de que debemos tener idénticas capacidades para entenderlo, pero yo he sido el invasor. Jamás podría imaginar una cosa así. No digas nada, no llores, no cuentes nada de esto a los tuyos que en cierta forma también son los míos. Algún día lo entenderás. Ahora debo marcharme. ¿Qué pensarían tus hijos -los míos- si nos vieran juntos ahora a los dos? Entiéndelo como un jodido y puto milagro del cielo. Ya lo dijo Aristóteles hace muchos años: "¡Qué asco, si más allá de las bellísimas formas de Alcibíades, viésemos sus vísceras!". Yo acabo de verlas, las vísceras del Universo entero y de la tragedia del hombre. Debes olvidarme a mí y a este momento. Ya sabes algo más que el resto de la humanidad. Confórmate con eso. Ahora debo marcharme. Aquí solo puede permanecer uno de nosotros, y ése eres tú. Vive la vida de la mejor forma posible. Ahora ya sabes que no estás solo. Antes de marcharme te daré un consejo: No mires jamás con fijación a las estrellas, son pequeños diablos que nos vigilan desde la distancia. Ahora levántate.

Alejo y Alejo se fundieron en un abrazo despidiéndose sin una palabra más. Uno de ellos, se dirigió presuroso hasta el acantilado más alto que conocía y desde allí se arrojó al mar. Jamás fué encontrado.


Si el Universo es infinito, existe la absoluta y certera probabilidad de que algunos de sus planetas estén habitados por seres humanos, y en un momento dado que podría ser ahora mismo, por una humanidad idéntica a la que puebla hoy la Tierra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

We are just an advanced breed of monkeys on a minor planet of a very average star. But we can understand the Universe. That makes us something very special.
Stephen Hawking