
Amenábar da un paso más adelante... ¿o tal vez hacia uno de sus lados? Ágora llega con estrépito, enfundada en la piel de un director que debe andar preguntándose cómo ha llegado hasta aquí, y sostenida sobre unos personajes cuyas tallas en la Historia y en la representación muestran -como muchos sistemas planetarios- un cierto desacoplamiento. La película no me ha dejado ni frío ni caliente por decirlo en términos relativos a la temperatura emocional. Mis sentimientos tras el pase de la cinta discurren sobre la línea planal a la que ella misma se acoge con el paso de los minutos. Parece ser que esa carencia de repuntes emocionales y de ritmo es una de las características de las películas de Amenábar y que, además, su propia y reconocida maestría parece pasar conscientemente por alto. Su condición de genio cinematográfico en ciernes no la voy a discutir, pero para llegar hasta la lámpara maravillosa hay que salvar algunos escollos. En Ágora, su hijo más querido y pretencioso, han saltado irreverentes, como piedras puntiagudas, los escollos en medio de un camino que compadrea con la Historia buscando esos artificios que los hombres de ayer y de hoy sabemos que conducen hasta el triunfo por el sendero más corto. Amenábar ha caído en su propia trampa, la de los genios en ciernes, la de las prisas por impresionar hoy mejor que mañana y adelantarse, en definitiva, a conseguir determinados abanderamientos al exhibir machacona y obsesivamente en la pantalla la denuncia del fundamentalismo cristiano del siglo IV. Una vez hecha la foto, se superpone sobre la realidad del fanatismo del siglo XXI, y así, como en un prodigio, se consigue resaltar la condición ridícula del tiempo a nuestros ojos.
Son muchos los mensajes que podemos extraer de la historia de Hypatia y su tumultuosa Alejandría cuando ésta se bastaba a sí misma para iluminar al resto del mundo, pero quién desee conocerla a fondo ha de acudir a una biblioteca antes que al cine. Amenábar ha abusado de un enfoque doctrinal que sacrifica nada menos que la emoción, aunque el personaje conciliador y bondadoso de Hipatia acabe salvando los muebles y el desastre de aquellos otros que se mueven junto a ella. La película es esencialmente ideológica a pesar de sus artificios cinematográficos y de una puesta en escena que deja fuera de toda sospecha a la rancia y tradicional mediocridad de la cinematografía española. Desde ese punto de vista, su director "promete", pero los galardones habrá de recogerlos en próximas entregas.
Sin embargo, no le han temblado los pies al meterlos en esas charcas, unos lodos con escasas fuentes de documentación que él ha manejado a su antojo siguiendo, presumiblemente, las directrices legítimas de su propia ideología, pero olvidando, como ya hemos dicho, la pasión de unos personajes y de su tiempo capaces de abocar al espectador a una creciente e irresistible conmoción como suelen conseguir las grandes obras del cine. En esa línea, Ágora carece de estructura narrativa, los diálogos parecen quedarse a medio camino, y a los jóvenes actores que rodean a Hipatia les pesan demasiado las túnicas. Es una película de ideas donde la voluntad germinadora de su director acaba produciendo una desestructuración. La escena del barco navegando plácidamente por unas aguas mansas con Hipatia y su enamorado Orestes tan solo a bordo corrobora tal desengranaje. Ni viene a cuento ni en aquellos tiempos se salía a dar una vuelta de marinero placer como pueden hacer hoy cualquier pareja de amantes. El abuso de la música, presente durante toda la cinta es algo, cuando menos, peculiar, que acaba robando emoción a esos otros momentos en los que aquella ha de sublimar la escena.
En resumen, Amenábar ha apuntado alto pero el tiro se ha quedado algo corto. La ejemplarizante y conmovedora historia de Hipatia, la magnificencia arquitectónica y cultural de Alejandría en el siglo IV, la convivencia de culturas y religiones entre sus muros a pesar de parabolanos, sospechosos obispos y decadentes prefectos romanos, y la presencia en sus calles de matemáticos, filósofos y astrónomos paseando junto a la biblioteca más importante de la humanidad, podrían haber dado para mucho más. Alejandro Amenábar ha perdido una oportunidad, una excelente oportunidad. Su talento, no obstante, cuando logre escapar de ciertos adoctrinamientos y agarrarse a la emoción de las cosas cotidianas, logrará erigirle en el genio que sin duda lleva dentro.
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