jueves, 1 de octubre de 2009

La herencia.


Un anciano reunió a sus cuatro hijos para repartirles sus bienes. Cuando estaban todos juntos, el anciano, sentado junto a un arca donde guardaba todas sus riquezas, se dirigió al mayor:
- Felipe, hijo mío, antes de proceder a repartiros la herencia he de hacerte una pregunta. ¿Si te lo diese todo a tí, cómo cuidarías de tu nuevo patrimonio?
- ¡Oh, padre! ¡Qué gran generosidad la tuya! Buscaría primero alguién en quién confiar, alguién de sobra conocido por mí en sus intenciones y en su fidelidad para que me ayudase en la salvaguarda de ese tesoro, me diese sabios consejos y se convirtiese en el guardián del arca en mis momentos de ausencia. A partir de ahí, crearía una gran empresa con empleados de nuestra propia ideología y los pondría a trabajar catorce horas al día para que tuviesen poco tiempo para pensar. Después les recordaría tres veces a la semana el peligro y la maldad de los otros, los de fuera, y les instaría a sembrar la desconfianza entre todos ellos y de paso a arrebatarles todo lo que fuera menester para que nuestra empresa fuese más grande cada día.
- ¿Y tú, Jose María, hijo mío, como cuidarías del arca si te la diese a tí?
- Padre, tu sabiduría y magnanimidad te honran. Nunca puse en duda tus sabias decisiones. Yo no haría nada de lo que ha dicho Felipe. En vez de buscar un amigo fiel, que esos siempre acaban traicionándote, buscaría al hombre más poderoso de la Tierra y le confiaría el secreto del arca. Él nunca tendría necesidad de esos bienes y siempre estaría dispuesto a protegerme a mí y a los míos. Después le ocultaría al pueblo la existencia del arca e invitaría a mi casa de vez en cuando a los ricos, e insinuándoles esa enorme riqueza, haría ventajosos negocios con ellos para ver crecer continuamente tu generosa herencia.
- Mariano, ¿cómo cuidarías tu del arca si te la diese a tí?
- Padre, estoy tan emocionado que no sé si voy a ser capaz de explicarme bien. Lo que tengo más claro es que no haría nada parecido a lo que han dicho Felipe y Jose María. Es decir, haría todo lo contrario. A ver si me explico, padre. Quiero decir que haría todo lo que fuese menester. O sea, no confiaría ni en el mejor amigo ni en el hombre más poderoso de la Tierra. Iría a Fresnedilla dos Ouros y allí le pediría consejo a la abuela. Tú sabes padre, lo bien que hace las migas con grelos y vieiras y los muchos años de batallas que arrastra a las espaldas. Después esperaría pacientemente a que cayeran por sí mismos todos los enemigos, como caen las brevas maduras de la higuera, y a continuación ya no tendría nada que temer, nuestro patrimonio seguiría intacto toda la vida.
- ¿Y tú Jose Luis, el menor de todos mis hijos, cómo cuidarías de esa riqueza si finalmente te la dejase a tí?
-Padre, ya veo que el sentido común, la transigencia y tu enorme honestidad, jamás te han abandonado. Correspondiendo a tu generosa propuesta, he de decirte que respetando a Felipe, en quién siempre me he fijado por ser mi hermano mayor, los tiempos cambian y eso me ha enseñado a ir con las nuevas aguas. Así que yo apartaría de mi lado a todos los viejos y nuevos amigos, confiaría tan solo en mí mismo, porque eso es lo que me dice el espejo y mi mujer cuando me desnudo ante ellos, y utilizaría los bienes del arca para comprar el resto de las riquezas del mundo y así conseguir que nadie pudiera ser más rico, poderoso, inteligente y mesiánico que yo. Para ello, utilizaré a todos los mendigos, los tontos, los artistas, las putas y los banqueros de la ciudad, porque teniéndolos como aliados, siempre me avisarán de los caminos por donde se acerca el peligro, y quitao a estos últimos, a los demás se les pueden pagar sus favores con unas pocas migajas.
- Bién, queridos hijos. Todos habéis hablado honestamente, sin traicionar en ningún caso vuestra humilde condición. Habéis sido fieles a lo que cada uno ha aprendido y eso os ha llevado a manifestaros, como era lógico, de forma diferente. Después de escucharos, creo que el arca está a buen recaudo. Como buen padre, no voy a esperar más para haceros partícipes de la herencia. Ninguna de vuestras opiniones merece más que las otras y vuestra justa ambición ha de ser premiada a partes iguales. Ahí tenéis el arca. No os será difícil que cojáis cada uno vuestra parte porque el aire no se puede medir y mucho menos meter en un saco. ¡Andad, acercaros y tomad posesión de vuestra herencia!
Los cuatro hijos se dirigieron recelosos hasta el arca y, al abrirla, vieron que estaba vacía.
-¡Padre! ¿Qué es esto? - Inquirieron los cuatro a la vez.
- Es lo que habéis dejado. ¿Creéis que alimentar y educar a cuatro hijos como vosotros no cuesta nada? Os habéis comido el sentido común, la honestidad, la humildad, el respeto entre vosotros, la unión de nuestras posesiones, la educación de los jóvenes, las emociones culturales, la salvaguarda de la familia, la identidad de nuestro nombre, el respeto de los vecinos, y hasta los últimos euros que guardaba en el fondo de ese arca para pagar las bodas de vuestros hijos, mis nietos. Pero no habréis de preocuparos, vuestra inteligencia y los muchos amigos que tenéis por ahí, os ayudarán a salir adelante. Yo ya necesito poco y ese poco lo tengo a buen recaudo. Ahora podéis marcharos.
Los cuatro hijos salieron cabizbajos de la casa, se dirigieron al bar más cercano y allí maldijeron a su padre. Después descorcharon una botella de vino, y entre los brindis, dejaron aparte sus diferencias y se conjuraron en una nueva empresa que vengase oportunamente la afrenta de ese día.

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