jueves, 22 de octubre de 2009

Clones del siglo XXI



La responsable del centro escolar busca en sus archivos un número de teléfono y efectúa la llamada.
- ¡Diga! -contesta con brusquedad una voz masculina.
- Buenas tardes, ¿es usted el padre de Iván Rubiños López?
- Sí, soy yo. ¿Qué es lo que pasa?
- Verá, soy la directora del Instituto. Le llamo para decirle que hemos cogido a su hijo fumando a escondidas en un rincón del patio y...
- ¡Joder! Me creía que le había pasado algo...
- No, no, pero ya sabe usted que está terminantemente prohibido fumar en el colegio y por eso he querido comunicárselo porque...
- Pero vamos a ver, ¿ha matao a alguién?
- Perdone, pero no sé si está teniendo en cuenta que su hijo tiene diez años.
- ¡Cómo no lo voy a saber que soy su padre! Cosas de chiquillos...
- Sí, tiene usted razón, cosas de chiquillos...Buenas tardes caballero.


No, no es una de aquellas inolvidables historias de Zipi y Zape, y ni siquiera forma parte del guión de la última película de Pepe Viñuela. Tampoco es un texto ilustrativo orientado a los alumnos universitarios de análisis del comportamiento emocional. Es la historia real de un padre, de un hijo, y de la educadora del colegio, en una tarde de Octubre del año de Nuestro Señor de 2009, en la muy noble, leal y marinera ciudad de Adra, la antiquísima Abdera fundada por los cartagineses y en cuyas primeras monedas aparecía la cabeza del dios Hércules en el anverso y un atún en el reverso, o viceversa.

Mucho ha llovido desde entonces a juzgar por las escatológicas inundaciones de algunas mentes, pero el paisaje apenas ha cambiado. El tiempo cronológico, ese vientecillo mareante del este y del oeste que nos hace aparecer y desaparecer como hojas muertas que van de aquí para allá, nos juega malas pasadas y, a veces, llega a ser irreverente con el cómputo. Tanto es así, que volviendo a la escatología, en el siglo X a.C. en la ciudad de Mojensho Daro, a orillas del Indo, todas las casas estaban provistas de retrete. Veintisiete siglos más tarde, en todo el Palacio de Versalles no había ni uno. Hoy, con la educación de padres a hijos y sus derivadas jerarquías, el tiempo parece haber avanzado a golpe de volteretas y no de años. Y claro está, algunos, entre las cabriolas, no saben si están para arriba o para abajo en una era en la que esa posición no parece tener demasiada importancia mientras queden fuerzas para gritarle al vecino y propinarle patadas en los cojones al resto de la humanidad.

Imagino, no obstante, que el padre de Iván "el terrible", el abderitano que jamás oyó hablar de atunes y de Hércules pasando de mano en mano a la vera de su casa, estaba pensando, cuando lo llamó la profesora, en esa frase de Khalil Gibran: "Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños". Grande, muy grande, ha de ser para ese padre un niño de diez años que se fuma las clases fumándose un cigarro, mientras piensa en las historias del mañana. Un héroe de humo cuyas volutas circunscriben ya horizontes de vehemencia y desacato alrededor de su cabeza, alentado, como el caballo de Atila, para trotar sobre los sesos de todo el que se ponga por delante.

Progenitores somos todos. Unos de hijos, otros de cuentos, y otros de soledad. Pero el de Adra no está solo. Su fiel vástago, acurrucado bajo la ventana inútil de la clase, se pertrecha de una ristra de explosivos amarrada a la cintura, al tiempo que la sombra alargada de su padre le indica el camino a seguir. Y en esos regazos también se escribe el futuro, un futuro con serios e inquietantes tintes de presente.

Entre tantos locos, habrá que hacerse el loco, o regresar a las selvas, o matar al mensajero...nuevamente. Y es que los monos, como decía Nietszche, son demasiado buenos para que nosotros descendamos de ellos.

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