viernes, 24 de octubre de 2008

Un rescate inesperado


Curiosos espectáculos estos de nuestros tiempos. Si los hombres primitivos, los peludos de Atapuerca sin ir más lejos, levantaran la cabeza, se darían en medio de ella con la quijada de un mamut: tres coches de la benemérita, otros tres de la policía municipal, dos camiones gigantescos de bomberos con toda su dotación, un coche cargado de técnicos de Medio Ambiente, varios veterinarios y una marabunta de trescientas personas pululando alrededor, expectantes, asombrados y finalmente felices por no haber pagado la entrada. Todos miraban a la terraza de una vivienda duplex donde un bulto grande y con alas descansaba sobre la baranda sin moverse. Uno de los asistentes se aprestó gentilmente a describir al individuo a la gente que llegaba: "un mochuelo gigante que se ha parao en la terraza", y todos ellos levantaban atónitos la mirada ante el descubrimiento de un nuevo ejemplar de nuestra inacabable -ya cada vez menos- biodiversidad. Pero como en las apariciones marianas y en las visiones espectrales de ultratumba, casi todo en esta vida goza de una desilusionante explicación. Se trataba de un buitre leonado desnutrido que ya no tenía más fuerzas para seguir volando, y finalmente quiso decir "¡basta!" yendo a buscar la muerte al sitio más antinatural de su salvaje vida. ¡Pero no! Ahí estábamos nosotros con nuestros imponentes vehículos y equipamientos tecnológicos, nuestros cuarteles policiales, agencias medioambientales, Ministerios de toda índole, y todo el aparente, sensiblero y falso amor a la naturaleza, para evitarlo. Debiéramos haberle preguntado al buitre antes de actuar. Tal vez algún dia, en sus lucubraciones voladoras, nos agradezca la movida de esa noche, pero no por haberle salvado la vida, no, si no por haber evitado que tan luctuoso desenlace sucediese tan lejos de sus colinas, de sus escarpadas paredes de piedra y tiempo, de sus mundos de viento y silencio, en fin, de todos esos escenarios a los que nosotros no pertenecemos.

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