
Antes de la respuesta y sin haber estado nunca allí, yo ya lo sospechaba. La bellísima entrevistadora que miraba al chileno con expectación desde unos ojos verdes y atigrados, quiso hurgar en los porqués. Sepúlveda, hablando con especial parsimonia, contó que nunca antes había sentido en sus huesos y en sus carnes tal alta mediocridad, un mundo de "papanatas" -me pareció entender-, gente ignorada e ignorante por su propia voluntad aún muy lejos de concebir la dignidad de entonar un mea culpa alguna vez. Se refería a las gentes de la América profunda, de los extensos escenarios rurales de la gran USA y, desde luego, a su experiencia viajera nadie podría asignarle el riesgo de un muestreo inadecuado por una localización concreta y poco significativa, ya que en su odisea de recorridos y vivencias había sido capaz de llegar desde un Océano hasta el otro, o como dirían los americanos "de costa a costa". Confesó, al hilo de la cuestión, que había visitado más de cien países buscando, en la mezcolanza con las gentes, razones para sus historias humanas, la última, el libro de cuentos que presentaba en la entrevista. Pero en la larga caminata a través de la América profunda, por primera vez, el saco estaba vacío.
Ya finalizando la entrevista, comentó que unos días antes, mientras viajaba en el AVE, un argentino que se sentaba tras él dijo en voz alta que habría que matar a todos los indígenas de Bolivia por ser los causantes de los desastres del país. Sepúlveda, llamando textualmente al argentino el "idiota inculto", reflexionó sobre la posibilidad de meterlo a él también en el lote ya que el 80% de la población argentina tiene ascendencia indígena.
Hasta anoche, nunca había sabido quién era Luis Sepúlveda, pero a pesar de que la América profunda, desde los ojos de mucha gente y de los míos propios, siempre ha estado bajo sospecha, no pude, escuchándole, más que otorgarle la justa credibilidad que algunas personas merecen cuando, entre otras cosas, le oí decir también: "Gijón es una ciudad sufrida e innoblemente castigada por la Historia y, a pesar de ello, resulta también maravillosa. Algunas mañanas desaparece envuelta en una densa niebla que ha llegado desde el mar, y cuando horas más tarde ésta se disipa, la ciudad emerge de nuevo desde las tinieblas, rejuvenecida, más fresca, más nueva, tal vez más humana. Entonces, busco a los amigos y nos vamos a una sidrería para disfrutar de ese nuevo despertar". (Luis Sepúlveda vive actualmente en Gijón).
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