viernes, 5 de diciembre de 2008

El hombre que nunca soñaba. Un cuento oportuno.





Hace ya muchos años, dicen que más de cincuenta o de sesenta, jugaba un niño con un escarabajo a la sombra de un naranjo mandarino. Tenía el pelo rubiasco y ensortijado y vestía un jersey arlequinado de colorines que le había confeccionado a la puntilla una tía suya que vivía en la ciudad. Le empujaba suavemente con uno de sus dedos intentando hacerle caminar hasta una casita de cartón que él mismo había fabricado, pero el escarabajo siempre se daba la vuelta. El niño insistió pacientemente más de un centenar de veces hasta que por fin lo consiguió. En esas comenzó a reir y a dar saltos de alegría y con el alboroto se acercaron tres gallinas y una minina que andaba siempre molestándole con sus inoportunos picotazos. El niño se puso de pie gritándole a la minina que se fuese y ésta, en uno de los revoloteos, cayó sobre la casita y de un certero picotazo se tragó al escarabajo mientras corría pavoneándose entre los troncos de los naranjos. El niño estuvo todo el día llorando sin querer comer hasta que su padre le explicó que el escarabajo había muerto para que la minina viviese y pudiera cuidar a su vez de los pollitos. Aunque no tardó mucho tiempo en entenderlo, ya nunca más volvió a jugar con los escarabajos. Solo lo hacía con las mariposas que se paraban en sus pequeños brazos extendidos sabiendo que a ellas no las podía alcanzar la minina.
Pasaron los años y el niño se hizo mayor. De vez en cuando recordaba la casita de cartón, la minina y el escarabajo, y aquellas palabras tiernas de su padre que le hicieron volver a comer esa noche lo que más le gustaba en el mundo: la tortilla de cáscaras tiernas de habas. Y desde la nostalgia siempre sonreía recordando los saltos de aquellos primeros tiempos entre las copas de los árboles y los tazones de leche de cabra con sopas de pan que solía tomar antes de acostarse Desde aquella infancia asumió el papel de todos los seres vivos sobre la Tierra: los animales, las plantas, los árboles frutales, como los azafaifos y los peretos ¡su gran pasión!, las personas, la familia, los amigos... todos en su lugar y él en el de todos cada vez que fuese menester. Fue entonces, ya a plena conciencia de los trajines de la vida, cuando dejó de soñar. En realidad dejó de hacerlo al poco de ya no ser un niño. La gente sueña con alcanzar metas, conseguir fortunas y despojarse de las miserias, pero él nunca tuvo necesidad de esos sueños. Su única meta fue servir a los demás y aprender lo suficiente para conseguir emocionarse leyendo un poema de Becquer o de Ramón de Campoamor. Y así fueron pasando los años, los días, y las noches sin dulces o amargos sueños, siempre paciente, con los hijos, con las penas, con la recogida de las cosechas, a veces tan escasas, a veces tan tardías, pero siempre sin perder ni el norte ni la sonrisa, acicalado de paciencia y de generosidad para darle a los suyos un ejemplo que a veces también resultó inútil. El hombre que nunca soñaba y que nunca mentía, el de las palabras precisas, el sufrimiento disimulado y la felicidad desparramada cuando se sentía rodeado por los suyos y una cazuela de gachas sobre la mesa. El que atravesó toda la ciudad para devolver en comisaría un monedero anónimo con setecientas pesetas en su interior, el hombre de los mil favores, como los vientos, a poniente o a levante sin importarle a donde irían a parar.
Un día que jamás debiera haber amanecido, como el escarabajo, él también se marchó, en silencio y sin molestar, tal y como había vivido. Y en ese largo trayecto hacia otros mundos fue pensando a quienes habría alimentado él con su partida. Y un buen dia, como su padre aquella mañana entre los naranjos, alguien se lo explicó. Le dijo "¡Anda ven, asómate aquí y mira allí abajo a los tuyos! Ninguno es como tú, pero cuando andan perdidos todos caminan tras tus pisadas, cuando les abraza la noche recuerdan que tú nunca tuviste pesadillas, cuando se sienten solos saben que no estás muy lejos, cuando les advierte el miedo saben que tú nunca lo tuvistes, cuando sueñan con las cosas grandes saben que tú fuiste feliz con las sencillas, y cuando de vez en cuando lloran recordándote, son felices un instante después por haberte disfrutado". Fue entonces cuando el hombre que nunca soñaba se traicionó a sí mismo y soño por primera vez que volvía una vez más a la Tierra.Todos sus hijos sintieron esa noche una extraña felicidad, el augurio de una nueva vida, un aire puro que penetraba por todas las rendijas cargado de lo que él había estado siempre hecho: de emociones, de cariño y de dignidad.
Aún no logro saber cómo fue posible, pero yo también fui un hijo de ese padre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fabuloso.