
En el año 415 de nuestra Era, Hypatia de Alejandría fue brutalmente asesinada por una turba de cristianos exaltados. Matemática, astrónoma y filósofa, Hypatia enseñaba en su propia casa y por las calles de la ciudad la filosofía de Platón y de Aristóteles a todos aquellos que quisieran escucharla. Fue la última filósofa y científica pagana del mundo antiguo. Tras su muerte, que coincidió con la caída del Imperio romano, sucedieron los mil años de caos y barbarie del oscurantismo. Ochocientos años después, Santo Tomás de Aquino escribe la Summa Theologica donde describe las cinco vías para demostrar la existencia de Dios, pretendiendo aunar, no obstante, los conceptos de Fe y de Razón, reinterpretando la filosofía de Aristóteles y reconciliándola con la de san Agustín y con los eruditos islámicos Averroes, Avicena y Maimónides. Seis siglos después, Hegel propugnaba la idea de un conocimiento absoluto y espiritual de carácter metafísico, consituyéndose en el paradigma del Idealismo filosófico. A esa corriente se le opuso de inmediato la filosofía materialista de Karl Marx que solo le concedía créditos a lo empírico, es decir, a lo que resulta científicamente demostrable. Es entonces cuando irrumpe Schopenhauer con su filosofía voluntarista: "No es la inteligencia lo que determina el deseo sino el deseo lo que determina la inteligencia y el conocimiento, pero un deseo cósmico, infinito, ha de ser por definición un deseo insatisfecho, lo cual nos ha de conducir al pesimismo". Y finalmente, contemporáneo también a estos últimos, aparece Nietszche con su famosa frase de "Dios ha muerto", propugnando el nihilismo, la doctrina de la nada y cerrando el otro extremo de la cadena del pensamiento filosófico del siglo XIX: el mundo firme, ordenado, espiritual y compacto de Hegel.
Ya en el siglo XX, los filósofos se han untado, con más o menos resignación, del pragmatismo que ha marcado esta era nuestra de la modernidad. Las teorías filosóficas han estado irremisiblemente entroncadas con las tecnologías y los movimientos vanguardistas, los mercados, la rentabilidad, la economía, el consumismo, y en definitiva, la figura del hombre despojado de su romántica espiritualidad, pero atrozmente acosado por las exigencias de la eficacia.
De cualquier forma, los filósofos, antes y después de los tiempos de Hypatia, han formado siempre la parte esencial del tejido de los luchadores del pensamiento, los cruzados contra la inconciencia y los insensibles al conocimiento, un grito permanente de atención contra los bobos amorfos que jamás se han parado a hacerse alguna pregunta. Y ese es su gran mérito a pesar de la incomprensión y el desprecio que a muchos les han suscitado a lo largo de los siglos.
Las corrientes filosóficas, al igual que las personas, se han enfrentado tradicionalmente desde muchos siglos atrás estableciendo en muchas ocasiones, desde su propio antagonismo, una dualidad que en su conjunto constituía la propia comprensión de la idea: Platonismo y Aristotelismo, Positivismo y Negativismo, Idealismo y Materialismo, y una serie de corrientes que, aún antagónicas, han sabido coexistir sin denostación alguna: el Nihilismo, Agnosticismo, Existencialismo, la Filosofia Escolástica y la Teología como materia esencial del Catolicismo.
Parece ser que andamos en unos tiempos en los que se ha despojado al hombre de su papel. Las nuevas corrientes del realismo, el oportunismo, el imperialismo y ese concepto tan poético de la globalización nos están despojando de nuestra propia individualidad, esa parte tan inalienable de la que los filósofos nunca se han olvidado. Sin embargo, el feroz enmascaramiento al que nos está sometiendo la modernidad parece que está acallando también sus voces, las voces tantas veces difíciles de entender, pero siempre alejadas del tumulto de lo banal y de la ambición pura.
Cuando los filósofos hablan, con razón o sin ella, comprensible o incomprensiblemente, tan solo están reivindicando la reconquista de nuestro bien más preciado: la condición individual de un ser que es capaz de pensar y emocionarse aunque nunca llegue a saber cómo ha llegado hasta aquí. Hypatia lo intentó hace más de mil seiscientos años, pero un puñado de "virtuosos " lo evitarón. Todavía sigue habiendo "virtuosos" y afortunadamente también seres que piensan más allá de lo que algunos llaman la frontera de la pérdida del tiempo y a los que en la Grecia Clásica les llamaban "los amantes de la sabiduría".
Aclaración: Para quién no entienda, no admita, no esté de acuerdo, o simplemente se ría de lo que se dice arriba, el filósofo Jacques Derrida pone paz en el asunto cuando dice: "Las intenciones de un autor no pueden ser aceptadas sin condiciones ni críticas, y esto, multiplica obviamente el número de interpretaciones legítimas de un texto".
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