martes, 26 de enero de 2010

Ni miedo, ni pereza, ni vergüenza.


De repente, me han entrado unas andariegas ganas de hacer el Camino de Santiago. A mi manera. No conozco otra que sea altamente recomendable para un perezoso señalado con el dedo como yo. Va a ser, si el santo lo tiene a bien, en la próxima canícula. Ahí mismo, con las calores y el soponcio de la caminata. Ni antes ni después, para que uno se sienta bien jodido con las inclemencias y el viaje merezca alguna pena.

No busco necesariamente el itinerarium mentis in Deo, sino el itinerarium corporis in Terra. O sea que la gracia de ser iluminados por el Espíritu Santo solo les está reservada a unos pocos privilegiados. Los demás tan solo pretendemos andar, sufrir, respirar y, sobretodo, volver a las patrias respectivas. Andar y andar. Parada y fonda. Viaje, viaje en definitiva. Nada de redención, ni presunta, ni venial, ni conveniente. Andar y andar, eso es, como la vida diaria que compone su particular camino de miles de Santiagos para olvidar a golpetazos la pesadez. Andar haciendo camino que no siempre se hace camino al andar.

Y ya, mucho antes de dar el primer paso, me siento cansado. ¿Pero adonde voy yo con estas hechuras? Pienso arrancar en Villafranca y ya está bien. Siete u ocho días de camina o revienta si aguantan los pies o no lo impiden las brujas maléficas de los Ancares. Dicen que el símbolo más genuíno del Camino de Santiago es el ahorcado, un peregrino que fue ahorcado en la calzada de Santo Domingo por haber robado una copa a la mesonera. Sus padres, al volver desde Santiago camino de Colonia, lo encontraron medio muerto en la horca, es decir, no muerto del todo. Lo descolgaron y "revivió". Y ese es el milagro del Camino de Santiago: pasar de estar medio muerto a viviente pleno. Ahora se entiende por qué tanta gente emprende este calvario de cuestas, pedregales y albergues con un insoportable hedor a humano desgastado. Cualquier paisaje, cualquier ampolla ulcerosa en los pies, cualquier ataque de pánico y soledad, y todos los posibles desalientos del camino, son mejores que la situación tambaleante del ahorcado bailando sobre una soga y muriéndose medio muerto. ¡Gracias Santiago por extraerle a todos tus peregrinos tan jodida y contemporánea podredumbre!

Para emprender el camino tan solo hay que echar adelante un pié y darle una patada momentánea al miedo, a la pereza y a la vergüenza. Una proeza, esto último de la patada, que pienso llevar a cabo cuando el orto helíaco de la constelación Can Mayor coincida con el orto de la estrella Sirio, un fenómeno que ya se conocía hace 5300 años y que anunciaba la llegada inminente de los días más abrasadores del verano.

Ya lo he dicho: con la canícula a Santiago, el hermanísimo de Jesús, según afirmó Fray Luis de León en una lunática noche sin luna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

I came to the woods to live deliberately, to front only the essential facts of life, and see if I could not learn what it had to teach, and not, when I came to die, discover that I had not lived...Thoreau - 'Walden'