jueves, 14 de mayo de 2009

Final de copa: la España light.


Instantes después del pitido final chocaba observar a las dos aficiones despendoladas sobre idénticos pináculos de euforia. Viéndoles las caras y oyendo sus gritos nadie sabría decir cual de los dos equipos acababa de alzarse con la victoria. Un partido perfecto con un resultado políticamente adecuado, donde en los medios y en el fin, la condición de perdedor había sido ya, desde dias previos, oportuna y sospechosamente eliminada. Y así lo refrendaron. ¡Sí, señor! ¡Con dos cojones! O para ser más exactos ¡con 40.000 pares de cojones, incluídos también los de ellas! Los mismos pares que al final se cimbrearon al ritmo pululante de las banderolas y los mismos que al principio se encogieron para transmitir algo de más fuerza a los pitidos. Todos en consonancia, todos en armonía, todos en comandita, la fiesta total del fútbol orquestada exclusivamente para el refrendo de una causa común: el común desprecio a una identidad nacional y a sus representantes, y a la que sin embargo se encaraman día tras día para chupar de una teta cuyo gusto no parece disgustar.

"Ante la duda, la más peluda" decía un viejo amigo mío. Ayer en el partido, el chocolate en un lado y las tajás en el otro, y para el pueblo, las "chocotajas" que es como decir migajas salpimentadas de necio desprecio. No hay cosa que exaspere más a la raza humana que tragarse la mierda de otros en la casa de uno. Estos nacionalismos de ahora de voceo y paso atrás que encumbran sus mensajes anacrónicos bajo el bastión que posibilita una muchedumbre de exaltados, abanderados unos y otros por una más que risible ostentación de apátridas, produce un cierto asco, una cojonera y hasta gratificante persistencia de alejarse cada vez más de esa parte de la raza humana que nunca supo ubicarse ni establecer referencias. Son la marabunta del impedimento, de las barreras infranqueables, de las fronteras fraudulentas y si los dejan, del exterminio de todo aquello que intenta moverse por diferentes caminos.

En medio de tal ensoñación, evocan a un pasado de generaciones ancestrales reclamando unos derechos que jamás gozaron de memoria histórica alguna. Cuando las familias formaban una tribu, varias tribus formaban un clan, y un puñado de estos edificaban finalmente un reino. No fue si no hasta después del Renacimiento cuando comenzó a tomar algún sentido la palabra nación en las colectividades que ya se consideraban patria o país, y todo ello merced a un sentimiento endogámico propiciado por la burguesía y el liberalismo.

¿Qué les enseñan en las escuelas a los hijos de los nacionalistas en España? La Historia manipulada, y ni tan siquiera sutilmente tergiversada para que no se note demasiado. "El nacionalismo es una enfermedad infantil" decía Einstein, supongo que porque el virus comienza incubándose en las escuelas. En cualquier caso, creo que es un proceso imbecilizador, que atonta al individuo y, que cuando se extiende a toda una comunidad, acaba convirtiéndose en una catástrofe. El otro día la mafia italiana calificó a la gente de ETA como la más imbécil del mundo, pero se juegan su vida y su libertad enajenados por un odio que les debe resultar insoportable. ¿Cómo habríamos de calificar a quienes les aplauden o silencian sus fechorías al tiempo que se enorgullecen de navegar con ellos por las mismas aguas reivindicativas?
Patriotismo y nacionalismo son dos conceptos creados en su día para la exaltación de unos valores que fuesen capaces de unir y de mejorar a la sociedad en cuestión. El primero ha permanecido fiel a sus raíces: amar una tierra, amar a sus habitantes; el segundo, en cambio, se ha perdido en la niebla de la razón acomplejada de todos sus partidarios: odiar al resto de las tierras, odiar a todos sus habitantes. Es tal la sinrazón de este feto ideológico y trasnochado del fundamentalismo vasco-catalán que llegan a convertir un estadio en la panacea de la condición de unos seres estúpidos que son capaces de vomitar su propia mierda sobre una patria que nunca va a dejar de ser la suya porque ni ellos ni sus antepasados jamás gozaron de otra. Y así se olvidan de lo más esencial: disfrutar de su propia identidad, la que suelen poner tan a menudo, como la otra noche en Mestalla, al servicio de una actuación esperpéntica que les recuerda un futuro de continuas amarguras e inútil rechinar de dientes.

¡Señores pitadores vascos y catalanes: en la próxima ocasión compraos un pito más grande, así podremos complacernos de que el auténtico sentido de la existencia, en vuestro caso, se escapa por la boca y no precisamente en forma de palabras, si no de estéril y estúpido ruido.

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