viernes, 22 de mayo de 2009

La España agónica.

Durante muchos dias mantuve la certeza de que Giulio Bramante, el políglota, vidriero y coleccionista de libros veneciano, al que tuve la prodigiosa suerte de conocer en 2005, pertenecía a la logia masónica de la Serenísima. La verdad es que nunca gocé de razones objetivas para tal consideración y ni siquiera su comportamiento u opiniones alentaban tales conjeturas. Si hubiese llegado a reparar siquiera por un instante en la esencia fundacional que siempre ha movido a esta
sociedad secreta, lo hubiese descartado en el acto. Giulio es un hombre centauro, mitad sabio y mitad bestia, pero desde su inconmensurable sabiduría jamás estuvo en su mente cambiar el mundo o el curso atropellado o no de las cosas. A pesar de su condición inequívoca de hombre apasionado, siempre supo dotar las disyuntivas de su vida de un pragmatismo no exento de dolor que ha sido a la postre su principal estandarte para la supervivencia.
Ahora, un puñado de kilómetros más acá de la laguna de Venecia, se baraja la posibilidad de que Zapatero -en el otro extremo de la cadena de los personajes imposibles- pueda pertenecer a la masonería. Dicen que su nuevo Ministro de Justicia es uno de sus más distinguidos representantes, pero claro eso no parece ser una razón suficiente de peso o mérito para asignarle a él tan alta consideración esotérica.
Cuesta trabajo, sobretodo por simple honestidad, meterse en la piel de un personaje de la calaña de Zapatero -no digo buena ni mala- para lucubrar sobre una condición, la de masón, que yo a estas alturas de siglo y años no sé bien si es una especie de credo, de filosofía existencialista, de clase social, gremial, o de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Dias. Mi maestro Bramante arrojó alguna luz sobre esto cuando me dijo que tanto la masonería como otras sociedades secretas, bajo la máscara profesional y filantrópica, buscan sobretodo un afán de crecimiento a través del proselitismo de todos sus miembros con el objetivo final de intentar darle la vuelta al mundo y no en un sentido geográfico. Apuntó a los Illuminatti como el paradigma de ese movimiento, una secta de masones disidentes que propugnan un nuevo orden para el mundo y la llegada inminente de un nuevo Salvador, una vez ocurra el caos, tras el derrumbe de la moral y de la ética históricamente entendidas como tales. Esa misma luz es la que me hace pensar si acaso Zapatero, al que se le asignan por unas y otras vías limitados estadios de intelectualidad, no estará si no intentando cambiar el curso de las aguas en una sociedad y en un país que no está hecho para nadar contracorriente, y todo ello al grito siempre complaciente de ¡Viva la tolerancia y la modernidad! Es ciertamente sospechoso que un tipo frío y duro como él, poco o nada dado a la generosidad y a la entrega al prójimo, le preste tanta atención al intento de voltear los sistemas y los preceptos y pase tan de puntillas por una crisis que parece importarle menos que un cojón de pava.
No es necesario gozar de sobrada conciencia para darse cuenta de que España moralmente se desmorona y de que una nueva ética se intenta imponer desde los más altos estrados del poder, y no hablo de las trasnochadas y obsoletas consignas de la Iglesia. Zapatero está a la cabeza de esa cúpula y no parece ocultar demasiado sus intenciones cuando blande una y otra vez con una prepotencia más propia de un idiota que de su condición vinculante de presidente del país, la espada que lleva ya cercenados un puñado de viejos principios con sus llantos respectivos y que nada tienen que ver con darle respuesta a esa manida recurrencia de la modernidad y del progresismo. Algunos de sus acólitos le rien la gracia y otros callan. Su Ministra Aido, desde luego no ha sido uno de estos últimos. Su famosa frase ha volteado, por muchos siglos creo, el paradigma de la vergüenza académica y moral. Pero a Zapatero poco le importa que los parados superen en número a todo el Imperio Romano, los españoles se vuelvan locos pensando en como pagar sus hipotecas, y los banqueros se junten en las mazmorras de sus mansiones para follar y reir sobre un colchón de billetes. Lo importante, la polar como decían en la OJE, es un nuevo orden mundial. Que venga y que venga pronto. La España agónica ya es un feliz presagio. Los Illuminatti se frotan las manos.

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