miércoles, 6 de mayo de 2009

Los bancos: el nuevo paraíso.


Cuando no hace mucho leí con inusitado entusiasmo el artículo de Arturo Pérez Reverte en el que describía a los dirigentes de este país como "cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros", no pude evitar, al margen de las obligadas reverencias por su descarnada valentía, acordarme también de todos los banqueros del mundo y más especialmente de esos otros de aquí al lado y la cojonera sombra de portazo y paso atrás que acaban de vomitar sobre nosotros.
Algunos desubicados se han echado las manos a la cabeza, pero yo siempre supe lo que escondían tras el pellejo y la sonrisa. ¡Los demonios del destino! Eso es exactamente lo que son, por su propia condición y por el manejo aventajado e irritantemente avaro de las ilusiones de esa enorme masa de "pedigüeños" a los que ellos les han salvado la vida a base de inyecciones de préstamos. Y muchas veces hasta te lo han llegado a recordar injuriosamente momentos antes de ponerte la trampa en la mano.
¿Seremos capaces de despertar alguna vez en esta zarabanda de país con ruído de alpargatas y maratones de aspirantes a reyes del pelotazo? Me temo que no, pero algunas bocas, por nauseabundo que a muchos les resulte su aliento, no van a poder ser calladas. Y eso es lo que más les jode, a los unos y a los otros, como dice Reverte, a todos esos que son culpables de que España figure entre los paises más incultos de Europa y, tragicómicamente, también aparezcan algunos de nuestros bancos a la cabeza del mundo.
Recuerdo allá por los setenta cuando mi padre, el hombre más honesto del planeta en igualdad de otros porque jamás he llegado a conocer a otro más honesto que él, se acercaba temeroso hasta el despacho de aquellos directores sucursarios endiosados, y luego salía con una breve palmadita en las espaldas que certificaba que la gozosa cuenta rediticia del 18% comenzaba su propia cuenta atrás, y por cuyo favor había que quedarles eternamente agradecidos. Después, durante muchos años, hemos tenido que atragantarnos una y otra vez con las ruidosas noticias de los miles de millones de beneficios que cada entidad voceaba desde los más alto merced a los sudores y a los insomnios de tantos rescatados de la mierda para contribuir a la gran causa del capitalismo de unos pocos. A pesar de mi alocada juventud en aquellos tiempos y del estricto y silencioso cumplimiento de mi padre, siempre recelé de la palmada y la sonrisa. Más tarde yo mismo hube de traspasar parecidos despachos en más de una ocasión, pero siempre procuré mantener la distancia justa para que no me alcanzasen las espaldas con una de sus típicas palmadas de beneplácito y ponte de rodillas. Cumplir lo justo, no olvidar nunca su condición y joder todo lo que fuera menester, es lo que he hecho yo siempre con los bancos, y aún así llevo más de media vida trabajando para ellos, engordando, como todos los prestatarios, su cuenta de explotación.
Pero el tiempo de las máscaras ha tocado a su fin. Ahora en estos días interminables de crisis amasada, consentida, diseñada y merecida, se ha revelado el demonio con todo su refulgente esplendor. El purgatorio bancario de otros tiempos se ha transmutado instantáneamente en un infierno que cierra sus puertas a cal y canto para que no entren los intrusos y no puedan escapar los beneficios exorbitantes de muchos años atrás. Y en medio de toda esa cerrazón ya poco importa que recele el cliente poderoso, se ahoguen los don nadies, se mueran los necesitados, se hundan las grandes empresas, desaparezcan todas las pequeñas, le den por el culo a la economía, al producto interior bruto, y revienten todas las listas del paro. El infierno ha cerrado sus puertas y el Gobierno calla y agacha sus sucias orejas no vaya a ser utilizado como un nuevo combustible que avive aún más la llama. Y todo ello será tan solo hasta que se atisben nuevos horizontes, nuevas e inmensas montañas de beneficios a costa de los ilusos dispuestos a caer de nuevo, como las moscas, presos de patas en el pastel del consumismo y las necesidades absurdas.
!Cuán gilipollas somos capaces de llegar a ser los españoles! La ausencia de autocrítica y la cateta contumacia de la que habla Reverte es muy propia de nosotros, los hacendosos engordadores de la olla de los banqueros durante tantos ejercicios de pingües cuentas para que ahora lleguen ellos y nos escupan a la cara con su prepotencia habitual, mientras la nave del Gobierno nos conduce hacia la Arcadia feliz y definitiva y la oposición se distingue distinguidamente por ser una oposición de la gran mierda.
¡Ay padre, si pudieras desde tu gran atalaya fulminarlos a todos!

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