viernes, 19 de junio de 2009

A tientas.




El espejismo de Dios es un libro escrito por el etólogo británico Richard Dawkins. Me lo recomendó, no hace mucho, un pariente avezado en los análisis y en las discrepancias, y por eso mismo, tomé debida nota. Sabía que la obrita tendría perendengues -mi pariente no lee cualquier cosa ni se acuesta con cualquier mujer-, así que en la línea y la pasión de su consejo, agarré el señuelo y decidí comprar la obra. Antes de hacerlo, ese mismo día, hurgué en las socorridas fuentes de internet intentando saciar la repentina y morbosa curiosidad que nos asalta cuando te pellizcan con uno de estos temas. Busqué y rebusqué en las muchas páginas que hablaban sobre el libro y, finalmente, tras contrastar decenas de opiniones, llegué a la absurda conclusión de que ya no necesitaba comprarlo para saber de él. Entiendo ahora que fue algo así como una especie de rentabilidad retrospectiva del tiempo, un burdo manejo de la jerarquía de lo esencial considerando a lo propuesto ya sabido. Jamás había caído en tal pecado, atreverme a hablar de un libro que no ha pasado por mis manos y , sin embargo, parezco haber bebido ya de todas sus fuentes, riachuelos y manantiales. No digo que no lo vaya a hacer, pero de momento no necesito tenerlo en mi librería. Dawkins, según quién le conoce, es un ateo convulso y además es inteligente, buen analista, oportuno provocador y un excelente escritor, pero parece que todo eso no basta para erigirse en el dios de los ateos o en el azote de los creyentes. Con El espejismo de Dios -The God delusion, en inglés- Dawkins ha pretendido -está en su derecho- descifrar lo indescifrable y desarmar a los desarmados. Lo 1º ya sabía él que iba a ser una tarea imposible, lo 2º, en cambio, le ha permitido regodearse con las voces de referencia en la cuestión a uno y otro lado del río e inquietar, a partir del manto oscuro de la medianoche, a millares de lectores a los que hace pensar negándoles, al tiempo, cualquier atisbo de referencia. Mi pariente ha sido uno de ellos aunque he de confesar que a él solo le puede la inquietud cuando los dioses tabernáculos de la bolsa le dan la espalda a los inversores -ahora mismo, por ejemplo.
A pesar de los beneficios y de la satisfacción, imagino que a Dawkins le ha divertido sobretodo la contestación a las diversas críticas de El espejismo... Robert Pirsig dijo: "Cuando una persona sufre delirio lo llamamos locura. Cuando muchas personas sufren el mismo delirio lo llamamos religión". Dawkins se parapeta tras esa frase cuando dice que la creencia en un creador supernatural se puede calificar como un delirio. A partir de ahí, desarrolla todo el libro, basa la existencia del hombre en la selección natural y concluye diciendo que los ateos pueden ser felices, equilibrados, morales e intelectualmente satisfechos. ¿Quién es capaz de negarlo salvo las altas y bajas voces del clero?
A comienzos del capítulo 2, Dawkins describe a Yahvéh como "posiblemente el personaje más desagradable de toda la ficción. Celoso y orgulloso de ello, un mezquino, injusto e implacable enloquecido fuera de control, un vengativo limpiador étnico sediento de sangre, un misógino, homófobo, racista, infanticida, genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista, caprichoso y malévolo matón". Este comentario de Dawkins sobre Dios refrenda la mencionada convulsión de su ateísmo y ha suscitado -como no podía ser de otra forma- enormes críticas de los más grandes teístas. Dawkins las contesta argumentando que aunque no se puede refutar la existencia de Dios, el deber de la prueba está por encima de la defensa de su existencia. Sin embargo, algunos de los críticos de la obra, intentando más que nada no rebatir sino aplacar la contundencia de sus argumentos, le han devuelto la pelota haciéndole pensar a él y a algunos parias como yo. Por ejemplo, el escritor cristiano británico Fred Hoyle(1915-2001) dijo que " la probabilidad de que se originara vida en la Tierra no es mayor que la de que un huracán pasando por un desguace consiga ensamblar un Boeing 747". Dawkins objetó este argumento diciendo que está hecho por alguién que no entiende lo que es la selección natural. Richard Kirk en The American Spectator afirma que Dawkins evade la auténtica cuestión de si la explicación de una persona da lugar a un cosmos sin sentido o si da lugar a un ser que provee una razón para las cosas. Ésta es una puntualización interesante, o al menos, a mi me lo pareció tras las consultas. Michael Skapinker, analista del Financial Times, derrama sobre las teorías del Espejismo, algunas consideraciones también interesantes, por ejemplo, admite que el ataque de Dawkins contra los creacionistas es devastadoramente efectivo pero enloquecedoramente incoherente. Argumenta que desde que Dawkins acepta las actuales teorías acerca del Universo (como la teoría cuántica), debería ya estar llamando a la puerta de lo insondable ya que el Universo debería ser no solo más extraño de lo que suponemos sino más extraño aún de lo que podemos suponer, en definitiva, añade Skapinker, pensar en cómo está limitada nuestra comprensión debería introducir una cierta modestia en nuestras frustradas refutaciones de aquellos que piensan que tienen la respuesta.
Casi todos los comentarios que he tenido la oportunidad de leer sobre la obra de Dawkins alaban su intelectualidad, pero también concluyen que su aborrecimiento hacia la religión es tan grande que muchas veces sus argumentos y razonamientos se ven abrumados. Más de uno también ha mencionado que el origen de esta postura crítica de Dawkins con la religión proviene de los atentados terroristas de corte fundamentalista.
No hace mucho, a un director de cine norteamericano le preguntaron si creía en Dios, y entonces, alzando torpemente las manos a modo de espiral dijo: "Bueno, yo creo que hay algo por ahí".
Mi buen amigo Giulio Bramante, el sabio invisible como le llaman en Venecia, me contestó con la misma ambigüedad cuando de forma irreverente y desagradecida le formulé la misma pregunta. Unos meses más tarde el padre Óscar, un monje benedictino ladino y peculiar del monasterio de San Salvador de Leyre y no menos amigo que el vidriero veneciano, en una suculenta conversación en la biblioteca de la abadía cuando el resto de la comunidad dormía plácidamente, me dijo con su especial sabiduría: "Mira Juan, cuando el hombre no es consciente de la condición sobrehumana de su pensamiento se pierden todas las referencias. No tiene ningún sentido considerar que el ser humano es el mero resultado de la evolución de la naturaleza. Es verdad que ha cambiado la forma de los cráneos y que andamos más erguidos que hace miles de años, pero la conciencia del bien y del mal, de la alegría o la tristeza, no ha experimentado evolución alguna, nació con nosotros infundida por un Ser Superior que no puede estar hecho a base de trozos de naturaleza. El Universo solo puede cambiar las cosas de sitio y modificar el color de los paisajes, pero no puede penetrar en la conciencia de los hombres. ¡Es tan sencillo darse cuenta de estas cosas! Los ateos intelectuales niegan el origen metafísico de su existencia sin reparar en que es su propia condición divina la que les permite conducirles hasta esa reflexión. Si estamos inteligentemente dotados para pulsar todo tipo de sentimientos negativos y de desesperación, hemos de estarlo también para ver la luz al final del túnel. El túnel es cosa de nosotros, la luz es siempre cosa de Dios. Me gustaría que entendieses que mis palabras no se deben a una cuestión de Fé inculcada por la educación y las enseñanzas. Es algo ganado al tiempo y aprendido de la reflexión profunda de todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Por eso estoy aquí y no siento ninguna necesidad de cambiar, a pesar de que tú y otros no lo entendáis. Y aún te voy a decir más. Aquí somos hombres felices. ¿Sabes sobretodo por qué? Porque no tenemos miedo. La felicidad aquí y ahí afuera no es ni más ni menos que la ausencia de miedo. Son los miedos diversos los que hacen infelices a la gente. Piensa siempre en esto".
Recordando ahora esa extraña paz de los monjes de Leyre, y aunque ya digo que aún no lo he leído, Dawkins revela en su libro que tiene miedo, todos sus críticos, alineados o no con él, también lo tienen, mi querido y admirado pariente tampoco escapa de él a pesar de sus bravatas elocuentes, y yo, finalmente, lo vengo arrastrando desde el principio de mis días. Puede que solo estemos hablando de una escatológica y aliviadora conclusión, pero el monje de Leyre se encuentra, según eso, en un estadio superior.
La pelota está en el tejado. Yo no niego ni afirmo nada, pero lo del argumentum ad ignorantiam, esa falacia lógica consistente en afirmar la veracidad de una proposición solo porque no se ha probado su falsedad o bien afirmar su falsedad por no haberse podido probar como verdadera, es solo eso, una falacia inútil. Nuestra existencia parece moverse en los mismos cienos, pero algunos parece que han dejado de tener miedo. De una cosa si estoy seguro: la pelota permanecerá muy quieta en el tejado mientras que abajo, muchos de nosotros, seguimos a tientas. Es otra forma de caminar.

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