
A mediodía he soplado las velas con un entusiasmo insignificante y con cierta dificultad. Distraído con la vecindaria melancolía, los de siempre han estado allí. El origen va quedando lejos y el destino sigue sin aparecer confundido en esa nube evanescente del deseo. Todo sigue en orden menos yo. Proclamo la libertad del otro. La mía ya la conozco y está casi agotada. La línea del horizonte ha quedado atrás y ahora parece esconderse avergonzada entre los recuerdos. He de mirar hacia otro lado. Ya no me ciega y ni siquiera me adormece la luz soñada. Escucho un eco y presto atención, pero debo ser yo mismo. Los años ya no son tiempo y el mundo apenas nos sirve como caldo de cultivo. Nosotros somos ambas cosas, tiempo y mundo mezclados en una frágil vasija que se tambalea con el estrépito de cada cumpleaños. ¡Feliz equilibrio siempre al borde de la prescripción!
Cumplir años es una cuestión de responsabilidad, vivirlos es como estar siempre llamando a la puerta blindada de lo insondable. La transgresión, entre las pautas, parece un camino adecuado, otra forma para ir cogiendo aire.
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