martes, 16 de junio de 2009

Soledad compartida, sostenida soledad.


De la obra Entre la oscuridad y el cielo, pag. 353 y 354:
Si analizo ahora esa paz ganada al tiempo, poco ha contribuído a ella mi relación con las mujeres. Y no sería justo achacar al azar o a la mala suerte la nefandad de ciertas experiencias. Alguien dijo una vez que allí donde esté el fracaso está también la salvación. Quizás la clave del fracaso con una mujer, o de una mujer con un hombre, esté basado en que solo se ha puesto en juego entre ambos una mera transmisión de información en vez de una comunicación profunda. Hablo de ese sentimiento de plenitud que a veces surge en el encuentro con otra persona, o escuchando música, o cuando te aplasta el peso de la soledad y te preguntas si hay alguien por ahí sabiéndote tú mismo al otro lado. Seguramente es un problema intentar ser demasiado introspectivo con los demás. Es algo que he puesto siempre en juego con las mujeres. Introspectivo, sí, pero razonablemente honesto con los principios básicos de la relación, y me refiero sobretodo al lenguaje y no a la conciencia de si hemos alcanzado un estadio superior porque la ropa interior de ambos está colgando sobre la lámpara. Pero uno no es infalible y sus jerarquías están construídas en base a los miedos, los remordimientos, los escarmientos, y a su propio canon de vanidad, y en esa niebla, a veces, se pierden excelentes oportunidades. ¡Qué cosa más grandiosa y más extraña esta del amor! ¡La gran e inocente mentira de la condición humana! ¿Donde se encuentra la línea divisoria capaz de separar esa pulsión traumática de otras inequívocas afecciones? Recuerdo una tarde de invierno de hace ya algunos años, en una de esas playas idílicas de Almería, la Cala de los Muertos, que caminábamos abrazados por la arena una amiga y yo hablando de esas cosas intrascendentes de la vida. Con cada paso nos fuimos sintiendo solidarios con las palabras y la soledad de cada uno, esa misma que apoyada en el hombro del otro parecía alejarse por momentos al ritmo del vaivén de las olas. Así, recorrimos los 900 metros de playa, y al llegar al final, eché la vista atrás y contemplé las huellas de ambos, zigzagueantes en la arena pero acopladas en la distancia de la una con la otra. Cogí la máquina y fotografié aquella cicatriz que borraría pronto el agua. Mirando esa noche la fotografía, y azarado aún por la confrontación, tuve la osadía de componer un sencillo poema en homenaje al momento y a todos los que pasean su soledad por el mundo. Dice así:
Soledad compartida, sostenida soledad
Huellas que borrará el agua con su aliento
Vaivén de olas, ruído de sorda esperanza
Corazón aún no vencido
Gemido, viento
Viento que sube, viento que atrapa
Que rasga, que serpentea
Como la huella, vacilante y áspera
Soledad que envuelve tus cabellos
Soledad que traquetea el alma
Monstruo inmortal de inexistente cara
Aparta tu denostada certeza
Y mira esas huellas fugaces
Que corretean por la arena
Abriéndote las entrañas
Viento, arena, sal y agua
Entrad en sus llagas
Saciadla de pena
Llenadla de nada
Y que proclame su aullido
Que soledad compartida
Es soledad derrotada

No hay comentarios: