domingo, 26 de julio de 2009

Los poemas del coño, el origen del mundo.


No suelo hacer muchas incursiones en los blog de otra gente, pero el otro día tuve el acierto de conectar fortuítamente con uno que se llama "Los perros de la lluvia" firmado por un tal Jimarino, en cuyo pensamiento me detuve entusiasmado durante un largo rato. Sus archivos son profundos y variados, su estilo irritantemente preciso, y su poesía, resulta conmovedora y fielmente comprometida con la realidad descrita. En uno de sus últimos archivos se explayaba hablando del descubrimiento de un libro de poemas "El origen del mundo" traducido y recopilado por Juan Abad, en el que aparece una selección de los mejores "poemas del coño" de los últimos dos milenios. Leyendo algunos de los seleccionados en el artículo del blog, me animé a comprar el libro, y he de decir que su lectura describe la continua confrontación entre el poder físico y metafísico del propio coño, su significación a lo largo de la Historia, la condición hilarante que casi siempre lleva implícita su mención y el enardecimiento de la imaginación que le produce a todo aquel que lo mira, lo palpa, lo disfruta o lo lee.

Como elemento esencial de adoración y culto desde que el hombre es hombre, el coño también ha merecido que se hable de él desde la métrica sonora de unos versos de los que no han podido escapar los más insignes autores. El libro es una continua exaltación a tan esencial elemento dejando para más tarde las aureolas que siempre han venido adornándolo con esas florituras del amor y todas sus consecuencias absurdamente espirituales. Ya lo dice en el libro el poeta francés Benjamin Pèret:

He aquí el coño tan suave
el verdadero pan de los cojones
cuyos pelos nos cosquillean
hasta en la boca.

Para que nadie se quede corto ni largo, ahí van algunas prendas del libro:

Rufino (S. II/III dC)
Competían Melita, Rodope y Rodoclea
por ver cual de las tres tenía el mejor coño
y me nombraron juez. Como las diosas célebres
se levantan desnudas, ungidas con el néctar.
Brillaba el de Rodope suntuoso en el centro de sus muslos
como hendido por céfiros de rosas.
Como cristal era el de Rodoclea, húmedo como imagen
en un templo, recién acabada de esculpir.
Pero yo, que sabía lo que sufriera París con su fallo,
a las tres ya inmortales coroné.

Pietro Aretino (Arezzo 1492- Venecia 1556)
Soneto lujurioso VI

-Porque he probado tan solemne polla
que me vuelve al revés la orla del coño,
yo querría ser toda entera coño
y también que tú fueses todo polla.
Porque si fuese coño y tú polla,
calmaría por un buen trecho al coño
y también tú tendrías de ese coño
todo el placer de que es capaz la polla.
Más no pudiendo ser toda yo coño,
ni convertirme tú del todo en polla,
el buen querer acepta de este coño.
-Y acepta tú de mi menguada polla
la buena voluntad; en ella el coño
encaja, y yo le encajaré la polla;
y luego por mi polla
menéate tú entera con tu coño:
y seré polla yo, y tú serás coño.

Francisco de Quevedo (Madrid 1580- Villanueva de los Infantes 1645)

Estaba una fregona por Enero
metida hasta los muslos en el río
lavando paños, con tal aire y brío
que mil necios traía al retortero.
Un cierto conde, alegre y pacentero,
le preguntó con gracia: "¿Tenéis frío?"
Respondió la fregona: "Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero".

El conde, que era astuto y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como un pavo,
que le encendiese un cirio que traía;

y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
"Pues sople este tizón vueseñoría."

Angeles Mora (Rute-Córdoba 1952)

Una mujer sentada en la terraza
se seca el pelo.
La cabeza inclinada
sobre un albornoz
entreabierto.
Los dos senos redondos
en los muslos dormidos.
Una sombra se asoma
al resplandor del suelo.

Aurora Luque (Almería 1962)

CARPE noctem, amor. Coge el brusco deseo
ciego como adivino,
los racimos del pubis y las constelaciones,
el romper y romper
de besos con dibujos de las olas y espirales.
Miles de arterias fluyen
mecidas como algas. Carpe mare.
Seducción de la luz,
de los sexos abiertos como tersas actinias,
de la espuma en las ingles y las olas
y el vello en las orillas, salpicado de sed.

Desear es llevar
el destino del mar dentro del cuerpo.


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