miércoles, 22 de julio de 2009

Sumisión, indefensión y... ¡Santiago y cierra España!


¿Hay algo de lo que se pueda estar a salvo en este país? Sí: de las temibles huestes del Cid Campeador y de la mano firme y el cerebro hueco de Francisco Franco. Algunos dirán también que de Aznar y de su homólogo anterior Felipe González. Pero estos últimos están románticamente equivocados. Entre esos dos forjaron el perfecto caldo de cultivo para que España ande ahora así: orgullosa de sus respectivas herencias, acojonada con una invasión que ella misma ha puesto decenas de veces en marcha, sumida en el horizonte de dos únicos bandos que se hincan continuamente de rodillas para alcanzar el consenso, y untada de mierda hasta las orejas ante la comunidad internacional por no haber sabido apartar a tiempo la porquería. Jode decirlo casi tanto como a otros les joderá escucharlo, pero este es un país exclusivamente de engañantes y engañados, de pillos y de tontos, donde la izquierda y la derecha y su trasnochada confrontación han borrado oportunamente del mapa los colectivos intermedios, esos a los que podríamos llamar "gente" en la acepción más normalizada del término. Aquella España "una, grande y libre", de la que debiéramos sentir tanto espanto como nostalgia, aunó en esos tres vocablos la precisa descripción del paraíso, si éste se dejase ver y disfrutar. Hoy, en cambio, ese sueño triconceptual proclama su precisa negación, tres veces tres, con cada despertar. España ya nos es una sino varias y enfrentadas. España ya no es grande: carece de imperios, no pertenece al club de los poderosos, sus jóvenes andan culturalmente en el furgón de cola del continente, y la lengua castellana se encuentra bajo sospecha. España ya no es libre: depende militar y económicamente de otros, se ve obligada a pedirle permiso al maestro armero antes de promulgar las leyes, y anda continuamente de puntillas para no molestar la siesta de ciertos colectivos que milagrosamente han pasado a ocupar la primera línea de fuego. Pero alentados por la regresión, algunos han adquirido una españolísima agilidad: la de pasar en un instante, como la repentina visión de una estrella fugaz, de un bando a otro, del club de los engañados al de los engañantes, y un solo segundo despúes del tránsito, borrar de un plumazo casi toda la memoria. En ese trasiego, los que por normales con sospechoso aire de torpes hemos quedado al otro lado del muro, ahora somos conscientes de una abrumadora indefensión que comenzó gestándose en el sustrato de esa España imbécil y bipolar de las derechas y las izquierdas. Pero pongamos algunos ejemplos:

Indefensión ante el trato vergonzoso y canallesco de todas las compañías telefónicas, indefensión ante los continuos intentos de timo a través de los teléfonos móviles, indefensión ante la avalancha incontenible de publicidad engañosa, indefensión ante las facturas fraudulentas de las compañías eléctricas, indefensión ante las subidas caprichosas de todo tipo de artículos, indefensión ante el talante y la ineptitud de muchos funcionarios, indefensión ante las represalias de esos mismos cuando son desenmascarados, indefensión ante el maltrato de los bancos y sus injustas comisiones, indefensión ante el moroso, indefensión ante la abrumadora corrupción de alcaldes, concejales y técnicos municipales, indefensión ante la exasperante lentitud de los procesos judiciales, indefensión ante las caprichosas tendencias de muchos jueces, indefensión ante la mala educación de muchos jóvenes, indefensión ante los risibles méritos de bastantes dirigentes, indefensión ante el exiguo mercado de trabajo, indefensión ante el insulto inacabable de los nacionalistas, e indefensión ante los que teniendo el poder y los medios no han hecho nada para arreglar tan indignante desamparo.

Yo cuento lo que veo, otros viendo lo mismo no contarán nada, y el resto harán como yo o contarán ovejitas por la noche y vacas hermosas y orondas por la mañana.

No hace mucho llamé al dueño de un chalet en la costa de Mojácar para alquilarlo un fin de semana, y así, como el que no quiere la cosa, me pidió 1500 euros. Solo le dije: "Mire, o es usted millonario a cuenta de otros, o es usted gilipollas". Y colgué.

Pues eso mismo, el ejemplo perfecto de la España bipolar: o se es lo uno, o se sufre de lo otro.

No hay comentarios: