jueves, 2 de julio de 2009

Puta de carretera.


¡Cuánto disparate bajo la suela de un zapato! Nunca me preocupé de llevarlos limpios, solo les pedía que me dejaran sentir la excitante voluptuosidad de lo que era capaz de estallar con una simple presión cuando me sentaba al volante, algo así como cuando uno estrujaba sus primeras tetas y notabas el alma expandiéndose en su interior. Me volvía loco un instante después con su rugido. Mil leones gritando desde el frenesí de lo metálico con el agravante de un tufillo bencénico que se expandía por todo el habitáculo. Entonces me faltaban manos y me sobraban todas las responsabilidades del mundo. Enclaustrado en el epicentro emocional de aquella lata color ceniza oscuro, abrazado desde el cuello hasta las corvas por la caricia de un cuero irritantemente anaranjado, consciente a través del rabillo del ojo de los saltos y los sobresaltos de la aguja en el abismo de una zona roja inacabable, veía pasar el mundo entero a la diestra y a la siniestra. Todo quedaba rapidísimamente atrás. ¡Anda que si pudiéramos hacer lo mismo con todas las miserias y los aburridos! Las curvas bailaban como los malditos y los precipicios se acercaban y alejaban cual brisa cambiante que te envuelve para hacerte suya al menor descuido. Entre las cabriolas, un olor a goma quemada se solapaba de forma irreverente con el legítimo a tomillo, romero y azahar. El único contacto con el suelo y con la vida, aullando y retorcido de dolor, cumplía, no obstante, con su fiel trabajo. Y yo lo sabía en todas y cada una de las arremetidas contra las leyes de la Física. ¡La emoción contra la Ciencia! ¡La Fé contra la Razón! ¡Santo Tomás, San Cristóbal y todos los demonios del Averno juntos contra un paria descabezado y enloquecido, agarrado a un volante, y seguido o empujado por las huestes de 300 caballos!
Alguna vez también pensé que podría concluir volando por uno de aquellos excitantes abismos como una oportuna y tributaria consecuencia espiritual reivindicada por el sobrepeso de las emociones, pero eso hubiera sido demasiada paga para mis méritos, como dice siempre con nostalgia un buen amigo: "¿Te imaginas el gustazo que sería morirse follando?".
Así recuerdo ahora aquellos instantes esenciales emborrachados de adrenalina, aceleraciones fulgurantes, ruídos metálicos continuamente in crescendo, cortes de inyección, frenadas al límite, e incontenible carga sexual hacia una amante tan fría como el acero y tan indómita como el capricho de todos y cada uno de sus trescientos hijos. ¡Una auténtica puta de carretera que, sin embargo, nunca osó ponerme los cuernos! Pero yo la abandoné a su suerte...¡Ay, desdichado! ¡Ay, infelice!

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