El escritor catalán Eduardo Mendoza se quedó el otro día sorprendido al observar una cola inmensa de gente que pretendía entrar en una iglesia de Madrid. Para no ser menos, se dirigió a la puerta a ver si podía colarse y participar del reparto de presumibles indulgencias o de otras divinas prebendas. Al no conseguirlo, se acercó a la gente y les preguntó el motivo de la visita: "Es por San Judas Tadeo. Hoy es el día que se nos permite tocarle una pierna y pedirle un pequeño milagro", respondió uno de los devotos. El escritor se marchó satisfecho. Su reciente obra "Tres vidas de santos" le pareció entonces que había sido escrita en un momento oportuno.
Dicen que San Judas, no el Iscariote, sino el Tadeo, fue un santo olvidado por los fieles durante muchísimo tiempo, vamos, que nadie le pedía nada. Y él, claro, andaba indignado y balbuceaba continuamente "el día que se acuerden de mí, se van a enterar qué clase de santo soy". Y un día, alguién se acordó pidiéndole un imposible. San Judas frunció el ceño, pero finalmente, no se sabe si con algo de ayuda de su Patrón o no, concedió el milagro. La noticia corrió de aquí para allá y el santo logró salir, por fin, del armario.
Ahora resulta que San Judas es el santo más milagrero o milagroso de todos los del santoral, y de ahí la interminable cola en la iglesia de Madrid. Tal vez se esté preguntando ante la avalancha que por qué se le ocurriría arreglar a aquel pobre que se equivocó de santo y le pidió un imposible. Y tal vez se sintió también sorprendido ante la divina dimensión de su poder y desde entonces no ha tenido otro remedio que atender con displicencia y piadosa responsabilidad a todos sus devotos, incluso a aquellos que no lo merecían o simplemente le suplicaban que les tocase el gordo de navidad. Menos mal que ha tenido un cierto sentido de organización política al poner tan solo un día del año para que los fieles puedan tocarle la pierna y expresar sus deseos. Los santos también necesitan tiempo para archivar, procesar y darle curso a todas las peticiones, especialmente San Judas Tadeo que está cargado de trabajo por conceder lo que otros no han sido capaces de convenir.
Pues bien, yo que casi nunca voy a Madrid y que de Eduardo Mendoza solo tengo el libro "El asombroso viaje de Pomponio Flato" en mi estantería, no quiero ser menos curioso que el escritor ni menos suplicante que todos esos pacientes fieles de la fila, y así, desde aquí, desde mi desgastado sillón rojo frente al ordenador, desde las largas horas robadas a la noche, desde el filo de una soledad que corta como el de un cuchillo, y desde ese deseado amanecer que no acaba de asomar algo de luz por ningún sitio, voy a pedirle algo yo también al santo. No es un imposible ni el gordo más gordo de esta navidad ya en ciernes, pero si tiene a bien concederlo, será el milagro más grande que nunca haya concedido. También lo relativo tiene parte en esto de la santidad.
Como todas las súplicas, esta mía ha de ser también secreta y por eso no la voy a decir aquí. Pero, a cambio, me voy a comprometer a confesar en este mismo espacio la gracia alcanzada si el santo tiene a bién su concesión, el mismo día en que se cumpla el milagro. Sin embargo, si éste no llega a ocurrir, seré razonablemente comprensivo con San Judas, por el mucho trabajo acumulado y porque debe haber millones que merezcan su atención bastante más que yo.
Gracias San Judas, llamado el Tadeo, el rey de los milagros imposibles y de la paciencia infinita, por conceder o no conceder lo que acabo de pedirte. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario